Pobres turistas y pobre historia
Me invade la estupefacci¨®n al o¨ªr las trolas que cuentan algunos gu¨ªas, con tendencia a lo macabro, y el lenguaje que emplean
En esta ¨¦poca de pandemia y semiconfinamiento, casi todas las ma?anas doy el mismo paseo o parecido. Para no aburrirme en exceso de la reiteraci¨®n, me ha dado por contar cu¨¢ntos perros veo y cu¨¢ntas personas sin mascarilla o con ella bajada, a lo largo de hora y cuarto m¨¢s o menos. Y con ambos c¨®mputos me quedo at¨®nito, porque suelo divisar entre 40 y 50 caninos en ese espacio de tiempo, y rara vez menos de 20 individuos destapados, cuando el embozo es obligatorio (no cuento los de las terrazas, por cierto, que tambi¨¦n deber¨ªan permanecer cubiertos salvo para dar sorbos o bocados). Algunos se echan un pitillo (soy fumador, pero no en la calle desde que nos lleg¨® el virus), otros se comen una palmera o un pl¨¢tano, o beben, o hablan por el m¨®vil o se limitan a mirarlo, otros se destapan porque les da la gana, otros trotan o pedalean o son franceses, otros pasean un perro o varios y se sienten protegidos por esas deidades. La locura con estos animales es rara. Antes sol¨ªa haber alguna gente con perro; ahora parece uno un canalla si no posee el suyo, o mejor tres o cuatro. Una estad¨ªstica que le¨ª hace a?os dec¨ªa que en el pa¨ªs hab¨ªa unos 8 millones de ellos, uno por cada cinco espa?oles. Los paseadores est¨¢n esclavizados (claro que luego abandonan a unos 200.000 al a?o), los chuchos esclavizados y desquiciados porque viven encerrados en pisos exiguos, y aquellos les hablan a estos como si fueran ni?os: ¡°Salom¨®n, ?cu¨¢ntas veces te he repetido que no te metas por ah¨ª?¡± No se dan cuenta de que, por veces que se lo hayan dicho, Salom¨®n no entiende ni tiene memoria. Oye como nosotros o¨ªmos sus ladridos.
Dado que mi paseo es por el Madrid de los Austrias, me distraigo escuchando a los gu¨ªas que les explican a los turistas cosas de la historia de Espa?a. Ignoro si son ¡°titulados¡±, por decir as¨ª, o espont¨¢neos que se buscan la vida. Vaya mi respeto por quienes intentan gan¨¢rsela como sea, en estos tiempos menesterosos. Pero en ocasiones me invade la estupefacci¨®n al o¨ªr las trolas que cuentan a sus guiados, con tendencia a lo macabro, y el lenguaje que emplean. Y me pregunto si los turistas se creer¨¢n lo que les sueltan y si se marchar¨¢n satisfechos de haber aprendido algo de nuestra historia. Probablemente, dado que la ignorancia es hoy ¡°transversal¡± y transfronteriza. Lo que m¨¢s risa me da (risa interna) es c¨®mo ciertos gu¨ªas se la relatan (no todos, hay buenos profesionales). Hoy est¨¢ mandado que cualquier lecci¨®n sea ¡°accesible¡±, ¡°divertida¡± y ¡°desenfadada¡±, as¨ª que han llegado a mis o¨ªdos perlas como esta: ¡°Bueno, bueno, bueno: los Austrias eran los t¨ªos m¨¢s ego¨ªstas y cabrones que os pod¨¢is echar a la cara, bros¡±, como si su p¨²blico fueran adolescentes pandilleros negros americanos (y no: eran espa?oles adult¨ªsimos). Dejando de lado la imposibilidad de echarse hoy un Austria a la cara, con esas supercoloquiales palabras el hombre se hab¨ªa cargado de un plumazo, entre otros, a Carlos V y a Felipe II. Observo que todos se ponen las botas con Carlos II: ¡°Encima eran unos t¨ªos que se casaban con primas, sobrinas, medio hermanas, y ya sab¨¦is que eso da churumbeles muy chungos. ?Y cu¨¢l es la primera obligaci¨®n de un rey?¡± ¡°Tener descendencia¡±, apunta una turista. ¡°Exacto: los churumbeles. Pues les sal¨ªan cada vez m¨¢s raros con eso de no renovar la sangre, y la cosa se les puso tan cruda que un d¨ªa el heredero fue este¡±. No falla: los gu¨ªas portan unas l¨¢minas, y aqu¨ª exhiben la del retrato que, si mal no recuerdo, le pint¨® Carre?o de Miranda al Hechizado. ¡°Qu¨¦ pintas, no es raro que lo llamaran El Hechizado con esta jeta¡± (sin reparar en que a veces, entre sus ¡°disc¨ªpulos¡±, hay alguien que se parece no poco a Carlos II). ¡°Este fulano torturaba animales de ni?o y estaba como una chota, un in¨²til completo. Pero como hab¨ªa que salvar la dinast¨ªa, la Casa Real se empe?¨® en que pre?ara a alguien. Y digo yo: ?no os parece que con este ejemplar m¨¢s val¨ªa que dieran la dinast¨ªa por podrida? As¨ª que le pon¨ªan mujeres a huevo, a ver si hab¨ªa suerte. Pero claro, el muchacho no era f¨¦rtil, vamos, que no se le levantaba, tambi¨¦n en eso un desastre¡±.
En la Plaza de la Villa, donde cuenta la leyenda que estuvo preso en una torre el rey de Francia Francisco I, adornan el episodio con truculencias imaginarias. ¡°Aqu¨ª se les ten¨ªa tanto asco a los franceses, que nos invadieron, que a este rey, en su cautiverio, le arrancaban las u?as de los pies en cuanto le crec¨ªan, y los carceleros le dec¨ªan con risas: ¡®Te va a costar caminar con gracia sobre tus alfombras, cuando regreses¡¯. Muy hijos de puta, los carceleros¡±. Tambi¨¦n he o¨ªdo una iluminadora disquisici¨®n sobre el herreriano: ¡°Esto es de estilo herreriano, que es el estilo de El Escorial y del Ministerio del Ej¨¦rcito del Aire, que es del siglo XX. ?Qu¨¦ quiero deciros con esto? Pues que se convierte no ya en el estilo nacional, sino en el imperial, porque Espa?a era un imperio cuando se edific¨® El Escorial¡±. Los turistas asent¨ªan y eso fue todo.
Insisto: cada cual se gana la vida como puede, enga?os incluidos. Pero cada vez que escucho a estos gu¨ªas tan ¡°colegas¡±, y es casi a diario, me alejo pensando: ¡°Pobre historia de Espa?a y pobres turistas¡±.
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