Los unos y los otros
Los t¨®picos mentales se van haciendo cada vez m¨¢s simples, m¨¢s emocionales y gritones, avivados por las redes
El otro d¨ªa me lleg¨® un manifiesto de un grupo de ciudadanos que se autodenominan Radicalmente Moderados (tienen tambi¨¦n una web con el mismo nombre). El texto denunciaba el escenario de constante divisi¨®n y enfrentamiento en que vivimos, la degradaci¨®n de la pol¨ªtica y la incapacidad de los partidos mayoritarios de alcanzar acuerdos esenciales, y mostraba su preocupaci¨®n por el desgaste del sistema democr¨¢tico y por el crecimiento del populismo. Me pareci¨® sensato y lo firm¨¦, y adem¨¢s colgu¨¦ la declaraci¨®n en mis redes, creyendo, ilusa de m¨ª, que esa llamada a la raz¨®n y al civismo resultar¨ªa atractiva para muchos. Pero no. Al contrario: apenas un escaso goteo de firmantes se fue uniendo con lentitud de estalactita al manifiesto. Mucho m¨¢s abundantes fueron, en cambio, los comentarios de un mont¨®n de personas que sosten¨ªan, con irritado partidismo, que los absolutos culpables de todo eso eran siempre los otros, los contrarios. Es decir, las redes escenificaron a la perfecci¨®n lo que denunciaba el manifiesto, con el consabido fuego cruzado del ¡°t¨² m¨¢s, y t¨² mucho m¨¢s, pues anda que t¨²¡±. No hacemos m¨¢s que mirarnos en el ombligo de nuestra propia horda.
Algo va muy mal en nuestra sociedad si mencionar la palabra tolerancia viene a ser como mentar a tu madre. El 15 de mayo, fiesta del patr¨®n de Madrid, entregaron la Medalla de Honor de la ciudad a las antiguas alcaldesas Ana Botella y Manuela Carmena, y esta ¨²ltima hizo un breve y hermoso discurso en el que le ped¨ªa al santo ¡°un milagro civil, el milagro de que fu¨¦ramos capaces de tener un debate distinto, un debate pol¨ªtico en el que reine la obligaci¨®n esencial que rige la democracia: escuchar al otro, porque quiz¨¢ el otro tenga algo muy importante que decir¡±. Escuchar al otro, en efecto; y debatir; y oponerse con razones, si hay que oponerse; y aceptar lo bueno, porque digo yo que habr¨¢ alguna vez en que los otros atinen; y ser, eso s¨ª, intolerante con los intolerantes, es decir, con aquellos que quieren imponerte sus ideas por la fuerza; y procurar no comportarse as¨ª.
Pero no vamos por ese camino, ni much¨ªsimo menos. Al contrario, prospera un sectarismo rampante que nos va vaciando la cabeza de ideas y las va llenando de ideolog¨ªa almidonada y hueca. Ya lo dec¨ªa Rafael S¨¢nchez Ferlosio: ¡°Tener ideolog¨ªa es no tener ideas. Estas no son como las cerezas, sino que vienen sueltas, hasta el punto de que una misma persona puede juntar varias que se hallan en conflicto unas con otras. Las ideolog¨ªas, en cambio, son como paquetes de ideas establecidos (¡) en una tipolog¨ªa personal socialmente congelada¡±. Y esos paquetes de t¨®picos mentales se van haciendo cada vez m¨¢s simples, menos articulados, m¨¢s emocionales y gritones, avivados por el tumulto incendiario de las redes y por el juego mareador de un mont¨®n de mentiras que se van repitiendo una y otra vez hasta convertir toda realidad en sospechosa. Hoy en d¨ªa lo m¨¢s sano que uno puede hacer cuando le llega cualquier informaci¨®n es ponerla preventivamente en duda.
Todo esto lo empeora el efecto Dunning-Kruger. En 1999, los psic¨®logos sociales Justin Kruger y David Dunning descubrieron por medio de experimentos un sesgo cognitivo: los individuos incompetentes tienden a sobreestimar su habilidad, mientras que los individuos altamente competentes tienden a subestimarse. Es decir: cuanto m¨¢s tonto eres, m¨¢s estupendo te encuentras, m¨¢s seguro de ti mismo, m¨¢s orgulloso de las bobadas que sueltas; mientras que la gente m¨¢s inteligente y preparada suele ser dubitativa e insegura. Echen una ojeada a las redes (y a los medios) con este sesgo en mente y ya ver¨¢n que, por lo general, los m¨¢s mostrencos son los que m¨¢s chillan.
El sectarismo, en fin, es una desgracia mental, una mala ortopedia, unas muletas a las que los pobres humanos recurrimos, sobre todo, cuando estamos perdidos o asustados o doloridos. Nos protegemos con palabras vac¨ªas y con la adhesi¨®n cerril a un grupo, pero en realidad por debajo de esa ideolog¨ªa de cart¨®n est¨¢ la vida, como explic¨® maravillosamente Ernesto Cardenal, sacerdote, revolucionario sandinista, poeta y sabio conocedor del alma humana: ¡°Me contaron que estabas enamorada de otro / Y entonces me fui a mi cuarto / Y escrib¨ª este art¨ªculo contra el Gobierno / Por el que estoy preso¡±.
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