C¨®mo sacar a las redes sociales de la ci¨¦naga
Facebook ha sido denunciado por Reporteros sin Fronteras en Francia por permitir la difusi¨®n de ¡°desinformaci¨®n y odio¡±. Atravesamos una era de desencanto con las redes, nacidas como una tecnoutop¨ªa de la libertad de expresi¨®n. Quiz¨¢, alertan algunos expertos, hemos cedido demasiado poder a este oligopolio
Donald Trump se qued¨® en enero sin cuentas en la mayor parte de las redes sociales. La decisi¨®n asust¨® incluso a muchos de quienes est¨¢n en contra de sus mensajes llenos de may¨²sculas. Una parte de los cr¨ªticos opinan que estas plataformas se han convertido en un oligopolio del debate p¨²blico y que no deber¨ªan tener tanto poder como para dejar sin voz al expresidente. Otros apuntan que esto certifica el final de una tecnoutop¨ªa que nunca nos debimos creer, y que jam¨¢s debimos convertir las redes sociales en nuestro soporte preferido para el debate p¨²blico.
Las empresas tecnol¨®gicas se hab¨ªan mostrado tradicionalmente reticentes a moderar los contenidos, aunque siempre lo hab¨ªan hecho en mayor o menor medida. Su actitud cambi¨® tras las elecciones estadounidenses de 2016, cuando se las acus¨® de no haber hecho lo suficiente para contener la difusi¨®n de bulos y el acoso. Analistas, periodistas, pol¨ªticos y usuarios culpan a las tecnol¨®gicas de falta de transparencia, de contribuir a la polarizaci¨®n y permitir la degradaci¨®n del debate p¨²blico, adem¨¢s de tener un impacto ¡°potencialmente corrosivo¡± en las democracias, como escribe Sinan Aral, profesor del Instituto de Tecnolog¨ªa de Massachusetts (MIT), en The hype machine (La m¨¢quina de emocionar; a¨²n sin publicar en espa?ol). En 2018, Mark Zuckerberg anunci¨® cambios en las normas de Facebook: ¡°Los ¨²ltimos dos a?os han demostrado que, sin las suficientes salvaguardas, la gente manipular¨¢ estas herramientas para interferir en las elecciones, difundir desinformaci¨®n e incitar a la violencia¡±. En una l¨ªnea similar, Twitter aplic¨® medidas para promover ¡°conversaciones m¨¢s sanas, abiertas y educadas¡±. El foro Reddit tambi¨¦n llev¨® a cabo acciones similares: en 2017, despu¨¦s de que un supremacista asesinara a una mujer tras arrollar con su coche una contramanifestaci¨®n antirracista en Charlottesville, clausur¨® varios grupos de extrema derecha.
Durante los ¨²ltimos a?os, muchas de estas redes han cerrado las cuentas de la mayor parte de organizaciones y portavoces de la alt-right (derecha alternativa), como las de Milo Yiannopoulos despu¨¦s de orquestar una campa?a de acoso a la actriz Leslie Jones; las de los Proud Boys, grupo extremista y violento, o las de Alex Jones e InfoWars, plataforma desde la que el locutor difund¨ªa toda clase de teor¨ªas de la conspiraci¨®n, incluyendo que la matanza de Sandy Hook, en la que fueron asesinados 20 ni?os y 6 profesores, hab¨ªa sido un montaje. En Espa?a, Twitter ha bloqueado en dos ocasiones la cuenta de Vox. La ¨²ltima vez, por incitaci¨®n al odio.
El momento m¨¢s decidido de esta nueva estrategia tuvo lugar en enero de 2021, cuando la mayor parte de las redes sociales cerraron permanentemente las cuentas de Trump. Ocurri¨® despu¨¦s del asalto de sus simpatizantes al Capitolio y tras haber borrado algunas de sus publicaciones o haberlas etiquetado como enga?osas. Aun as¨ª, parece que nadie est¨¢ contento con estos cambios: los m¨¢s cr¨ªticos consideran que en las redes siguen imperando el acoso, la manipulaci¨®n y una falta absoluta de transparencia. En marzo, la ONG Reporteros sin Fronteras demand¨® a Facebook en Francia por ¡°pr¨¢cticas comerciales enga?osas¡± al permitir la propagaci¨®n de ¡°desinformaci¨®n y odio¡±. Es la primera vez que se acude a la justicia contra la compa?¨ªa por v¨ªa penal.
La situaci¨®n de las plataformas plantea, adem¨¢s, otra pregunta: la de si hemos dado demasiado poder a empresas privadas que no deber¨ªan intervenir sobre nuestra libertad de expresi¨®n, m¨¢s teniendo en cuenta que no hay apenas alternativas a su oligopolio.
Empresa privada o espacio p¨²blico
Los usuarios cometimos dos errores, explica Marta Peirano, periodista y autora del libro El enemigo conoce el sistema (Debate, 2019). El primero, pensar que las redes sociales eran un espacio de debate p¨²blico. El segundo, pedirles que tomaran decisiones que las empresas privadas no deber¨ªan tomar. Esta idea ut¨®pica de que las redes iban a ser una herramienta de democratizaci¨®n ¡°siempre fue mentira¡±, afirma. Su modelo de negocio no consist¨ªa en convertirse en una nueva ¨¢gora ciudadana, sino en que pas¨¢ramos la mayor parte del tiempo conectados para recoger nuestros datos y vender publicidad. Susana P¨¦rez-Soler, autora del libro Periodismo y redes sociales (UOC, 2017), coincide: ¡°Las redes sociales nunca se han presentado a s¨ª mismas como plataformas para el debate p¨²blico, pero nosotros s¨ª les hemos acabado otorgando ese papel de forma impl¨ªcita¡±. En parte, debido a la influencia que les han dado los medios de comunicaci¨®n, sobre todo a Twitter.
Ceder las decisiones sobre el debate p¨²blico a empresas privadas tiene sus riesgos. Como explica la analista y activista estadounidense de la Fundaci¨®n de la Frontera Electr¨®nica (EFF) Jillian C. York, ¡°hemos llegado al punto de que estas empresas tienen m¨¢s poder que los Estados, pero al mismo tiempo est¨¢n en connivencia con los Estados. Incluyendo algunos de los gobiernos m¨¢s autoritarios del mundo¡±.
Las redes no dudaron en apropiarse de este rol de foro p¨²blico. En 2013, Dick Costolo, entonces consejero delegado de Twitter, presentaba esta red social como una asamblea global y defend¨ªa su postura de permitir toda clase de opiniones: ¡°Somos el ala pro libertad de expresi¨®n del partido de la libertad de expresi¨®n¡±. En 2012, antes de que Facebook saliera a Bolsa, Zuckerberg escribi¨® una carta a sus futuros accionistas mostr¨¢ndose orgulloso por permitir que la gente pudiera hacerse o¨ªr sin necesitar ¡°a unos intermediarios controlados por una minor¨ªa selecta¡±.
A pesar de estas declaraciones, las redes siempre han practicado alg¨²n tipo de moderaci¨®n. Como escriben Jillian C. York y Ethan Zuckerman en el libro Human rights in the age of platforms (Derechos humanos en la era de las plataformas, no publicado en espa?ol), estas plataformas necesitan el contenido de sus usuarios para que su negocio sea viable, pero tambi¨¦n tienen que controlar dicho contenido para que el material ofensivo no ahuyente a estos usuarios. Al tel¨¦fono, York a?ade que uno de los principales problemas es que las plataformas no son especialmente transparentes acerca de sus normas y su aplicaci¨®n. ¡°El grupo de personas que tienen influencia sobre lo que podemos decir ahora es muy peque?o y no especialmente diverso¡±. La tarea es, adem¨¢s, complicada de llevar a cabo cuando cada d¨ªa se publican millones de textos, fotos y v¨ªdeos. Algunos grupos pol¨ªticos, por ejemplo, aprovechan las reglas de Twitter y Facebook sobre contenido inapropiado y denuncian de forma masiva opiniones ajenas para silenciarlas. En su libro, el profesor del MIT Sinan Aral recuerda que los rusos siguieron esta estrategia con los ucranios en el conflicto de Crimea en 2014.
Pero la ausencia de moderaci¨®n trae otros problemas. York y Zuckerman subrayan que las culturas hostiles en internet pueden acabar derivando en autocensura de los usuarios, al verse atacados. Un ejemplo reciente en Espa?a es el del pianista James Rhodes, que en febrero decidi¨® dejar Twitter tras recibir cientos de mensajes burl¨¢ndose de su violaci¨®n.
No solo existe moderaci¨®n expl¨ªcita: los algoritmos de las redes aplican otra, impl¨ªcita, al priorizar unos contenidos sobre otros. Twitter, escribe el periodista Andrew Marantz en Antisocial (Capit¨¢n Swing, 2021), valora la interacci¨®n y participaci¨®n: los memes y conversaciones que en cada momento activan m¨¢s emociones. Esto significa que a menudo sobrerrepresenta la pol¨¦mica, con lo que provocadores y partes interesadas pueden crear ¡°pseudoesc¨¢ndalos¡± con facilidad.
Un trabajo rematadamente dif¨ªcil
A pesar de todas estas dificultades, P¨¦rez-Soler, autora de Periodismo y redes sociales, cree que el cambio desde 2016 ha sido, al menos parcialmente, positivo: ¡°Es lo que se les ped¨ªa, que tomaran responsabilidad en su papel de esfera p¨²blica¡±. La periodista Marta Peirano se?ala que estas empresas reaccionan a titulares y a cr¨ªticas pensando m¨¢s en t¨¦rminos de crisis de comunicaci¨®n y de relaciones p¨²blicas que en los usuarios. Y ve esa transparencia que se les exige dif¨ªcilmente compatible con su modelo de negocio.
En este sentido, Sergio de JuanCreix, abogado experto en derecho digital y profesor en la Universitat Oberta de Catalunya, afirma que la libertad de expresi¨®n es un derecho fundamental, pero tiene l¨ªmites. Estos l¨ªmites a menudo son dif¨ªciles de precisar y hay que ir caso a caso. La ley es amplia, explica, y los tribunales van definiendo su aplicaci¨®n con multitud de sentencias. Este es un trabajo dif¨ªcil que confiamos a legisladores y jueces, y, aun as¨ª no acabamos todos de acuerdo, como demuestra el caso del rapero Pablo Has¨¦l, condenado a prisi¨®n por enaltecimiento del terrorismo o insultos a la Monarqu¨ªa. Las redes solo han empezado a moderar de forma decidida obligadas por la presi¨®n de una opini¨®n p¨²blica alarmada por la distorsi¨®n y la manipulaci¨®n, asegura De Juan-Creix. El abogado cree que estas plataformas hacen bien en intervenir ¡°en casos extremos¡±, sobre todo teniendo en cuenta que llevar a los tribunales casos de acoso, por ejemplo, puede ser un proceso muy lento.
La plataforma tiene libertad para decidir a qui¨¦n permite su uso, opina por su parte el periodista y analista de medios Jeff Jarvis. Aunque las redes no son medios de comunicaci¨®n, nadie tiene derecho a publicar en ellas lo que quiera: ¡°Del mismo modo que el propietario de un bar tiene derecho a echar a un cliente alborotador y maleducado para que los dem¨¢s tengan una experiencia agradable, las plataformas deber¨ªan tener derecho a construir una atm¨®sfera respetuosa al prohibir y etiquetar a quienes no se comportan de forma adecuada¡±. Especialmente, a?ade en referencia a Trump, si quien se comporta as¨ª est¨¢ difundiendo mentiras e ¡°incitando a la violencia contra los ciudadanos y las instituciones¡±.
Aun as¨ª, hay que tener en cuenta que algunas de las cosas que les pedimos a las redes no se las exigimos a los gobiernos, como explica Sinan Aral en su libro. Por ejemplo, que definan qu¨¦ es y qu¨¦ no es una noticia falsa. Las declaraciones habituales de Trump calificando de noticias falsas toda informaci¨®n que simplemente le resultaba desagradable deber¨ªan bastar como advertencia. Aral advierte de que pa¨ªses como India, Singapur y Rusia est¨¢n exigiendo que se borren las noticias que sus gobiernos consideran no solo err¨®neas, sino, como en el caso ruso, ¡°irrespetuosas con la sociedad, el Gobierno, los s¨ªmbolos del Estado, la Constituci¨®n y las instituciones¡±.
Corremos el peligro de pasar de una tecnoutop¨ªa del debate libre de ideas a otra tecnoutop¨ªa, una en la que confiemos en ciertas normas de moderaci¨®n que se pueden volver f¨¢cilmente en nuestra contra.
?Hay alguna soluci¨®n?
Seguramente no deber¨ªamos haber convertido las redes sociales en unas plataformas con tanta influencia. Pero, ?podemos hacer algo, al menos, para que las conversaciones sean mejores para todos?
La falta de transparencia de estas empresas suele verse como uno de los principales problemas. A Marta Peirano le parece bien que una empresa privada ponga las normas que quiera, siempre que est¨¦n claras y se apliquen ¡°de forma consistente¡±, en lo que coincide la tambi¨¦n periodista P¨¦rez-Soler. Por ejemplo, los cr¨ªticos de Facebook y Twitter apuntan que, hasta su expulsi¨®n, con Trump hubo m¨¢s manga ancha que con otros usuarios, y que estas plataformas fueron adaptando sus t¨¦rminos de uso durante a?os para no tener que intervenir en sus publicaciones.
Hay otras propuestas m¨¢s complejas, como favorecer una mayor competencia en el mercado de las redes sociales, incluso permitiendo la compatibilidad entre plataformas. Para la activista Jillian C. York es factible, a pesar de las resistencias de las empresas y de la necesidad de regulaci¨®n. Tambi¨¦n hay quien apuesta por dividir las compa?¨ªas para evitar su car¨¢cter de oligopolio y reducir su capacidad de influencia en el debate p¨²blico.
No es un problema que tenga soluci¨®n f¨¢cil, pero s¨ª parece que nos hemos curado, al menos parcialmente, de esa tecnoutop¨ªa que nos hac¨ªa confiar de manera casi ingenua en las posibilidades que ofrec¨ªan las redes sociales. Como escribe Aral en su libro, los gobiernos tendr¨¢n que regular mejor estos espacios ¡°y las plataformas tendr¨¢n que cambiar sus pol¨ªticas y su dise?o¡±. Adem¨¢s, nosotros tendremos que aprender a ser m¨¢s responsables cuando las usemos. Las redes est¨¢n dise?adas para dar preferencia a algunos contenidos y a unas voces sobre otras, pero no obligan a nada. En ¨²ltima instancia, la decisi¨®n de insultar, acosar y mentir es del usuario. Tambi¨¦n la decisi¨®n de hacer todo lo contrario. P¨¦rez-Soler recuerda la importancia que han tenido estas plataformas en la difusi¨®n de campa?as positivas como Black Lives Matter, Fridays for Future y el Me Too, y c¨®mo las redes han dado voz y presencia a personas que no ten¨ªan f¨¢cil hacerse o¨ªr en medios tradicionales. Quiz¨¢s ha llegado el momento de que seamos los usuarios quienes escuchemos a quien tiene algo que decir y no a quien se abre paso a gritos a trav¨¦s del algoritmo.
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