La balada del gallo triste
Ante un rostro que sufre ¡ªun acoso, una agresi¨®n, una guerra¡ª, no caben la traici¨®n ni la ecu¨¢nime distancia del espectador | Columna de Irene Vallejo
Para ti, la soledad es un patio de colegio. En los recreos se ensayan las din¨¢micas de la tribu: los juegos de la crueldad. La rebeld¨ªa es muy popular, pero casi todos obedecen sumisamente la autoridad de los l¨ªderes y los matones: no hay transgresores capaces de defender a la chica marginada. Del acoso recuerdas todos los silencios que encubr¨ªan las agresiones. As¨ª aprendiste que pocos apoyan a quien est¨¢ acorralado y en posici¨®n fr¨¢gil. Porque resulta ventajoso estar del lado de los fuertes. Por indiferencia. Por miedo.
En las historias aprendemos a resonar con el dolor de los dem¨¢s. Admiramos a quien alza la voz frente al violento, pero ese coraje tiene un alto coste. En el relato evang¨¦lico de la pasi¨®n, alrededor de un inocente injustamente atacado, se describe un retablo de reacciones huidizas: la seducci¨®n del poder, la comodidad del espectador neutral, el temor a las represalias. Judas es el seguidor desleal que pone precio a su traici¨®n: ¡°?Qu¨¦ me dar¨¦is si os lo entrego?¡±, ofrece a los sumos sacerdotes, y negocia la recompensa. Por su parte, el prefecto Pilato cree que el reo merece ser absuelto ¡ª¡±no encuentro culpa en ¨¦l¡±¡ª, pero nada hace por protegerlo. Con el gesto de lavarse las manos, el gobernador romano abandona a la v¨ªctima y se exime de culpa: ¡°Inocente soy de la sangre de este justo¡±. El episodio m¨¢s conmovedor ata?e a Pedro, ap¨®stol convencido de defender a Jes¨²s hasta el final: ¡°Aunque tenga que morir contigo, jam¨¢s te negar¨¦¡±. Cuando apresan al maestro, Pedro sigue de lejos al grupo, fiel a su compromiso de lealtad, pero una criada lo reconoce: ¡°T¨² estabas con el galileo¡±. Entonces falla a su amigo: ¡°No s¨¦ de qu¨¦ hablas¡±. Dos veces m¨¢s: ¡°No conozco a ese hombre¡±. Amanece y Pedro recuerda las palabras de Jes¨²s en la ¨²ltima cena: ¡°Antes de que cante el gallo, me negar¨¢s tres veces¡±. Avergonzado, escapa. La escena culmina con una imagen inusual en la literatura antigua: un hombre corriente llora.
Desde los antiguos mitos exist¨ªan jerarqu¨ªas en la pena; llora Aquiles, llora Ulises, llora Eneas. El dolor de los h¨¦roes, reyes o grandes guerreros merec¨ªa respeto. La tragedia, como escribi¨® Arist¨®teles, se ocupaba de nobles, mientras la comedia retrataba las vidas de personajes ¡°de baja estofa¡±. Los dramas y preocupaciones del vulgo se abordaban en clave humor¨ªstica. Los habitantes de las obras teatrales de Arist¨®fanes son tipos marrulleros y endeudados que salen adelante trampeando, campesinos hartos de guerras, embaucadores diversos o amas de casa que se declaran en huelga de sexo. Divertidos y rid¨ªculos. Por eso resulta revolucionario que, en la encrucijada de un conflicto protagonizado por un mes¨ªas, autoridades romanas y altos sacerdotes, el narrador dirija su mirada compasiva hacia un pobre hombre angustiado. En el aria ¡®Erbarme dich¡¯ de su Pasi¨®n seg¨²n san Mateo, Bach convierte la pena del viejo pescador en un dolor universal: qui¨¦n no ha defraudado a un ser amado por cobard¨ªa, qui¨¦n no ha hecho promesas y luego no ha estado a la altura, qui¨¦n no se arrepiente de traicionarse a s¨ª mismo.
En su personal versi¨®n cinematogr¨¢fica del evangelio, Pasolini se alej¨® de las estampas grandilocuentes y recuper¨® esa sencillez originaria, tan moderna: contrat¨® actores no profesionales, muchos de ellos pescadores, y ennobleci¨® sus rostros cotidianos, extraordinarios en su fascinante naturalidad. Rod¨® la pel¨ªcula en Matera, localidad costera que 20 a?os antes se hab¨ªa levantado contra la invasi¨®n nazi, sufriendo una terrible matanza. Algunos de los ojos que se asoman a la pantalla presenciaron el horror. Sus miradas acompa?an al inocente ajusticiado, tal vez con el recuerdo de aquel dolor y aquella soledad.
La partida que se juega en momentos hist¨®ricos decisivos empieza en el patio del colegio. El recreo es el ensayo general de nuestra forma de estar en el mundo. Proclamamos que, ante un rostro que sufre ¡ªun acoso, una agresi¨®n, una guerra¡ª, no caben la traici¨®n ni la ecu¨¢nime distancia del espectador que contempla el naufragio. Pero la valent¨ªa es dif¨ªcil: hay que ser muy fuertes para amparar al d¨¦bil antes de que empiece a sonar la balada del gallo triste.
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