Por qu¨¦ ya no soy futbolero
Me conformar¨ªa con que entrenadores, jugadores, forofos, periodistas y dem¨¢s no alentaran o celebraran la marruller¨ªa
Madrid. Feria del Libro. En una comida con escritores y editores futboleros, el d¨ªa en que el Real Madrid conquist¨® su en¨¦sima Champions, trat¨¦ de explicar por qu¨¦ he dejado de ser futbolero. Mis argumentos fueron d¨¦biles, confusos e insuficientes; intento a continuaci¨®n mejorarlos.
Albert Camus escribi¨® que todo lo que sab¨ªa sobre moral lo aprendi¨® jugando al f¨²tbol; por mi parte, todo lo que s¨¦ sobre moral lo aprend¨ª jugando al tenis. De entrada, el respeto por el rival: mientras corre la bola, al rival se lo tritura, o se lo intenta triturar; pero, en cuanto la bola deja de correr, al rival se lo abraza: es tu semejante, tu hermano, y el respeto por ¨¦l es una forma del respeto por ti mismo; en este sentido, el abrazo al rival, sobre todo al rival derrotado, remonta al llanto de Aquiles ante el cad¨¢ver de H¨¦ctor, tras haberlo matado en combate singular a las puertas de Troya. Pero, ?qu¨¦ clase de respeto por el rival delata un deporte en el que, aqu¨ª y all¨¢, las aficiones contrarias se muelen a palos entre ellas, o en el que un entrenador (Jos¨¦ Mourinho) le mete un dedo en el ojo a otro, en pleno partido y a la vista del planeta entero, sin que nadie le impida volver a entrenar en su vida? (al contrario: sigui¨® entrenando tan campante a su equipo, el Real Madrid, parte de cuya afici¨®n le premi¨® con una pancarta inolvidable: ¡°Mou, tu dedo nos se?ala el camino¡±). ?Alguien se imagina algo semejante en una pista de tenis? Lo segundo que aprend¨ª jugando al tenis es el respeto por las reglas; ¨¦stas pueden estar mal hechas y pueden o incluso deben cambiarse, pero de ning¨²n modo se pueden violar: las reglas son las reglas, y la picaresca o el ventajismo del que se las salta o intenta salt¨¢rselas degrada a quien lo ejerce. No aspiro a que el f¨²tbol imite al tenis, donde los jugadores piden disculpas si ganan un punto despu¨¦s de que su bola roce la red y se vuelva inalcanzable para el adversario (ser¨ªa casi como si los futbolistas pidieran disculpas al rival por meter un gol despu¨¦s de que el bal¨®n golpeara el poste de la porter¨ªa); me conformar¨ªa con que entrenadores, jugadores, forofos, periodistas y dem¨¢s no alentaran o celebraran la marruller¨ªa (cuando no la brutalidad): ?qu¨¦ clase de deporte es este en el que un genio sin discusi¨®n pasa a la historia por haber transgredido la primera norma del juego, como hizo Maradona contra Inglaterra en el Mundial del 86, cuando meti¨® un gol con la mano y desat¨® el eterno regocijo universal al declarar que hab¨ªa sido ¡°la mano de Dios¡±? La tercera cosa que aprend¨ª jugando al tenis no es menos esencial que las dos anteriores, y es que durante el partido hay que competir a muerte, sin hacer prisioneros, pero al terminar el partido, en la vida com¨²n y corriente, es absurdo competir: el mejor tenista es el que m¨¢s puntos se anota ¡ªcomo el mejor equipo de f¨²tbol es el que m¨¢s goles mete¡ª, pero no tiene sentido creer que el mejor escritor es quien m¨¢s libros vende, o quien m¨¢s premios recibe, o quien mejores cr¨ªticas cosecha; a diferencia del tenista, el escritor s¨®lo tiene un rival: ¨¦l mismo; a diferencia de lo que ocurre en el tenis, en la literatura el ¨²nico juez inapelable es el tiempo, que tarda siglos en dictar sentencia. En otras palabras: la competitividad del deporte te vacuna para siempre contra la competitividad en la vida. Sobra a?adir que, si de un deporte no pueden aprenderse las dos primeras cosas que pueden aprenderse jugando al tenis ¡ªsi en ¨¦l ha dejado de regir el juego limpio, o se lo considera una antigualla cursi y moralista¡ª, tampoco puede aprenderse la tercera; sobra a?adir tambi¨¦n que, si todo lo anterior es verdad, el tenis sigue siendo un deporte, pero el f¨²tbol no. O no del todo.
Dicho esto, la noche de la ¨²ltima Champions del Madrid, mientras mis amigos ve¨ªan el partido como mandan los c¨¢nones, en grupo y sufriendo y vociferando y abraz¨¢ndose con el gol de la victoria, yo lo vi en la habitaci¨®n de mi hotel, y hasta celebr¨¦ en silencio el triunfo merengue. Pero me niego a ser otra vez un futbolero hasta que el f¨²tbol deje de ser la mascarada fastidiosa en que se ha convertido y vuelva a ser un deporte.
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