El rugido del Congreso. ?Qu¨¦ hay de verdad y de impostura en la bronca pol¨ªtica?
La C¨¢mara baja tiene una cara desconocida y laber¨ªntica, que va desde las salas en las que se cocinan los proyectos de ley hasta la tienda de recuerdos. Este es un recorrido entre bambalinas de la carrera de San Jer¨®nimo
Nota del autor: Este trabajo es el resultado de una estancia de dos semanas en el Congreso de los Diputados. Los hechos y declaraciones se refieren a las dos primeras sesiones plenarias ordinarias de febrero de 2023, que transcurrieron con normalidad y reflejan, por tanto, la rutina parlamentaria. Las primeras noticias sobre el caso de corrupci¨®n llamado Mediador saltaron un d¨ªa antes de terminar la estancia. Por la misma raz¨®n, tampoco se recogen los d¨ªas raros y tristes de la moci¨®n de censura de Ram¨®n Tamames, aunque algunas de las escenas que presenci¨¦ no se alejaron mucho de lo vivido en esas sesiones.
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No est¨¢ bien visto hacerse el tonto en el Congreso. Lo conveniente, lo que garantiza la supervivencia en este laberinto de alfombras, tapices, escritorios y escaleras, es hacerse el listo. Al hablar o al callar, al moverse, al fumar un cigarro en el patio, al acechar a los ministros en la puerta del hemiciclo, al tomar la palabra a gritos en el esca?o y al susurrarla en Casa Manolo, el bar de las confidencias y la tortilla. Los diputados del gallinero, castigados o irrelevantes, dan a entender con medias palabras que est¨¢n en el ajo, mientras intentan sonsacar a los periodistas algo sobre su propio futuro en el partido. Los portavoces sonr¨ªen como esfinges, desafiando a quien se cruza con ellos a que les arranquen los secretos, y hasta los ujieres, disciplinados y omniscientes, parecen S¨ªsifos empujando la piedra de la verdad cada vez que trepan por las escaleras del hemiciclo con carpetitas llenas de papeles reveladores, aunque tambi¨¦n pueden ser recados sin importancia. Aqu¨ª, hasta el recibo del tinte tiene significado pol¨ªtico.
Todo el mundo va de listo, salvo cuando el Tito Berni se pone en medio. Entonces, todos lucen caras de cordero y no saben de qui¨¦n les hablan. O se ponen insolentes y a la defensiva, que es la peor forma de alegar ignorancia. Nadie lo vio nunca, nadie supo de sus trapacer¨ªas. Salvo en esos casos, la norma de etiqueta exige media sonrisa y dejar las frases colgando de puntos suspensivos, insinuando un ¡°si yo te contara...¡±.
He venido al Congreso a hacerme el tonto. El peri¨®dico me ha soltado unos d¨ªas en esta regi¨®n del sobreentendido para que la cuente desde la ingenuidad del intruso, con los ojos bobalicones de quien naci¨® ayer. Me echan un capote los cronistas de EL PA?S Xos¨¦ Hermida, Jos¨¦ Marcos y Javier Casqueiro, que no tienen que fingir que saben mucho porque ellos s¨ª est¨¢n en todas las salsas. Me he propuesto no molestarles, pero cuando la cosa se pone muy enigm¨¢tica me encomiendo a su gu¨ªa. El Congreso es un sitio hostil para un ingenuo. Han adaptado su arquitectura para los discapacitados, pero no para escritores preguntones que se hacen los tontos ¡ªcon candor, sin la agresividad de algunos portavoces empantanados en l¨ªos¡ª para que les expliquen bien las cosas.
Los no diputados abordamos el Congreso por la popa, es decir, por la puerta de la calle de Cedaceros, en el edificio de la segunda ampliaci¨®n, construido en los a?os noventa. El sal¨®n de plenos es solo la parte noble e ic¨®nica de un complejo que ocupa varios inmuebles a ambos lados de la carrera de San Jer¨®nimo, que incluye hasta una tienda de recuerdos donde se venden gomas de borrar con la forma de los leones y bandejitas como las que usan los ujieres para llevar agua a los oradores. Aqu¨ª es muy f¨¢cil perderse. Por eso quiero empezar por el despacho de la presidenta, para que la verdad de la instituci¨®n se me despliegue desde el centro, como un origami.
Meritxell Batet tiene un despacho muy cuco en la parte m¨¢s antigua, la que llaman palacio. Tras su escritorio cuelga un sorolla, y en las paredes laterales brillan, casi sin querer, unos mir¨®s y unos chillidas. Pero a m¨ª la vista se me va a un cuadro menor ¡ªen comparaci¨®n con estos¡ª, aunque m¨¢s significativo: junto a los sillones donde nos sentamos a charlar cuelga Lectura de un proyecto de ley en el Sal¨®n de Sesiones, ¨®leo de 1908, de Asterio Ma?an¨®s.
Ma?an¨®s, que fue pintor oficial del Senado y se especializ¨® en lienzos sobre momentos solemnes de sus se?or¨ªas, pinta el hemiciclo desde el lateral donde hoy se sientan los diputados socialistas. Lo primero que llama la atenci¨®n (al margen de las levitas y los mon¨®culos, de que las ¨²nicas mujeres est¨¦n en la tribuna de invitados y de que a la izquierda asome en su esca?o un aburrido Benito P¨¦rez Gald¨®s, entonces diputado republicano por Madrid, aunque casi nunca iba a los plenos) es que era mucho m¨¢s peque?o que ahora. Cab¨ªan muy pocos diputados en los bancos corridos, y la tribuna y la presidencia eran m¨¢s modestas. Se mantuvo as¨ª hasta los a?os sesenta del siglo XX, cuando se a?adieron las dos ¨²ltimas filas de esca?os para meter a todos los procuradores que iban a sestear y a aplaudir a Franco, quien tambi¨¦n se hizo una tribuna m¨¢s regia, para ser aclamado en condiciones.
Salvo eso, el sal¨®n de plenos es casi id¨¦ntico al de hoy. En un pa¨ªs de historia tan mutante, donde han pasado tantas Constituciones, reg¨ªmenes y guerras, y donde casi siempre se prefiere la obra nueva a rehabilitar la antigua, la C¨¢mara parece inmutable. Se mantiene la decoraci¨®n y se reconocen casi todos los elementos. Si Narciso Pascual Colomer (el arquitecto que la dise?¨® en la d¨¦cada de 1840 a semejanza de la Asamblea Nacional de Par¨ªs) levantase la cabeza y visitase su obra, se maravillar¨ªa de lo poco que ha cambiado en casi dos siglos.
Seg¨²n me explica Fernando Pardo, arquitecto conservador del Congreso, esto se debe a un trabajo de actualizaci¨®n y vigilancia constante del cual ¨¦l es responsable: ¡°En el hemiciclo se interviene todo el tiempo, cuidando mucho de no alterar su sentido original ni el simbolismo de la decoraci¨®n¡±. Su reto profesional es que este espacio estrecho y alto (14 metros del suelo a la c¨²pula) sea a la vez ceremonial y pr¨¢ctico, hist¨®rico y actual, solemne y funcional. Una cuadratura del semic¨ªrculo que se parece mucho al dilema que sufre el parlamentarismo hoy: ?puede una liturgia del siglo XIX interpelar a la sociedad del XXI?
Decimon¨®nico es un adjetivo que no pocos diputados han usado en ese sal¨®n con ¨¢nimo despectivo, para derogar leyes y costumbres que consideran periclitadas. Lo pronuncian en un escenario exquisitamente decimon¨®nico, sobre las mismas alfombras que Ma?an¨®s pint¨® en su cuadro de 1908 y que se cuidan y limpian en la Real F¨¢brica de Tapices. Unas alfombras que, seg¨²n me cuenta el m¨¦dico de la C¨¢mara, Pedro G¨®rgolas, a veces provocan desmayos entre los estudiantes que visitan el edificio: ¡°Lo que m¨¢s atiendo en las visitas son alumnos con lipotimias y mareos provocados por el ambiente de las alfombras¡±, me cuenta en su consulta de la primera planta del edificio contiguo. ¡°Supongo que vienen en autob¨²s, sin almorzar, y este aire no les sienta bien¡±. ?Sufren alergia a la democracia?, le pregunto. El doctor se r¨ªe, pero lo desmiente tajante. Como el resto de los trabajadores de la casa, se toma muy en serio sus palabras y reh¨²ye las iron¨ªas y los dobles sentidos. Para eso ya est¨¢n los diputados.
No es mi intenci¨®n bromear. Tambi¨¦n he venido a tomarme la democracia en serio, por eso me preocupa mucho la impresi¨®n que los alumnos de instituto, pr¨®ximos votantes, se llevan de sus visitas al Congreso, que son continuas y procedentes de toda Espa?a. Los veo entrar en la tribuna de invitados desde mi atalaya en la de prensa. No parecen mareados. Es martes, primer d¨ªa de la semana parlamentaria (que termina el jueves), por lo que el pleno ha empezado a las tres de la tarde. Es la sesi¨®n m¨¢s floja de todas. Los visitantes se asoman a un hemiciclo pr¨¢cticamente vac¨ªo donde se debate la nueva redacci¨®n de la letra A del apartado 1 del art¨ªculo 44 de la Ley 19/1994, de 6 de julio, de Modificaci¨®n del R¨¦gimen Econ¨®mico y Fiscal de Canarias, cuyo t¨ªtulo invita a seguir la siesta. En la tribuna, un representante del Parlamento canario se queja de que sus islas no solo est¨¢n lejos en el mapa, sino en las preocupaciones de Espa?a. Se siente ciudadano de segunda. En las bancadas, los diputados dispersos miran el m¨®vil, se enfrascan en sus port¨¢tiles ¡ªJos¨¦ Antonio Labordeta escribi¨® parte de sus memorias en el esca?o¡ª o charlan entre ellos sin atenderle. Le dan la raz¨®n: los problemas de Canarias, esa tarde, no le importan a casi nadie.
A lo mejor, enga?ados por los tuits de los diputados m¨¢s marrulleros y por los titulares de la prensa m¨¢s amarilla, los estudiantes esperaban asistir a una pelea de gallos con rimas raperas, pero eso solo sucede un rato los mi¨¦rcoles, de nueve a diez de la ma?ana, al principio de la sesi¨®n de control al Gobierno. La mayor parte del resto del tiempo ¡ªen un Congreso que tramita m¨¢s leyes que casi cualquier otra C¨¢mara europea¡ª consiste en discutir la letra peque?a. Tanto se aburren algunos d¨ªas que hay quien presume de haber aprendido a no bostezar, como el portavoz Gabriel Rufi¨¢n, para que ning¨²n fot¨®grafo malvado les sorprenda ense?ando las am¨ªgdalas en sede parlamentaria.
A los alumnos les explican que un esca?o no es un pupitre y que los diputados ausentes no est¨¢n de parranda, sino atendiendo reuniones y obligaciones en los muchos recovecos del complejo. Les cuentan, como me contaron a m¨ª, que el hemiciclo es el sal¨®n bonito para las fotos, pero que el Congreso es un laberinto de varios edificios. Una de esas diputadas que conversan off the record (los lectores de cr¨®nicas pol¨ªticas la reconocer¨¢n por el nombre de fuentes parlamentarias) me ha dicho que le gustar¨ªa llevar patines para ir m¨¢s deprisa, y a fe que se camina mucho en el Congreso: los d¨ªas que pas¨¦ empotrado all¨ª, el m¨®vil me a?adi¨® 6.000 pasos a los que suelo dar a diario. Seguro que les explican todo eso, pero es dif¨ªcil que borren esa imagen tediosa y antigua, de ¨¢caros y pelusa de alfombra bicentenaria, y m¨¢s dif¨ªcil a¨²n es que esa estampa no refuerce los discursos antipol¨ªticos y antiparlamentaristas que menudean hoy.
Se lo pregunto a Meritxell Batet en su despacho, junto al cuadro de Ma?an¨®s. ¡°La liturgia es el debate, porque la democracia es deliberativa¡±, me responde, usando tal vez una frase que pone en los ex¨¢menes a sus alumnos de Derecho Constitucional. ¡°Creo que el distanciamiento tiene m¨¢s que ver con los contenidos que con las formas. La liturgia se puede explicar, y el procedimiento es importante porque aqu¨ª se hacen leyes, se controla al Gobierno y se representa a la sociedad espa?ola en toda su pluralidad. Cambiar el reglamento no solucionar¨ªa estos problemas. Adem¨¢s, tampoco hay voluntad por parte de los grupos para cambiarlo¡±.
Batet se ha ganado una reputaci¨®n de presidenta escrupulosa y afecta a la solemnidad de la instituci¨®n. Por ejemplo, se ha resistido al teletrabajo, aferr¨¢ndose a una disposici¨®n del reglamento que dice que los diputados solo pueden intervenir desde el esca?o y ¡°de viva voz¡±. No hay teleplenos ni telecomisiones. En cuanto la situaci¨®n sanitaria lo permiti¨®, reinstaur¨® una presencialidad sin apenas salvedades. Cree que dando esa batalla se abre un margen para rebajar la crispaci¨®n y romper la polarizaci¨®n que cada semana se escenifica en la C¨¢mara.
La liturgia domina la vida del Congreso hasta en sus aspectos m¨¢s informales. La espontaneidad tambi¨¦n tiene sus c¨®digos y no hace falta recurrir a costumbres antiguas, como la norma de que los periodistas y los visitantes no entren al Sal¨®n de Pasos Perdidos si no van acompa?ados por un diputado. Apenas hay comportamientos que no est¨¦n reglados.
La semana parlamentaria empieza los martes a las nueve de la ma?ana, con una bater¨ªa de ruedas de prensa en la que, por turnos de menor a mayor importancia, los portavoces de los grupos exponen a los medios sus planes y propuestas. En la sala de prensa se pone en escena un discurso oficial, con prosodia, orden y despliegue del argumentario que llevan impreso a doble espacio por los asesores, siempre a la vera del pol¨ªtico. Al terminar, los periodistas salen de la sala y siguen al portavoz para formar el corrillo. En teor¨ªa, es una charla informal en el corredor donde, sin micr¨®fonos ni c¨¢maras, se deslizan insinuaciones, se dan pistas y se habla con cierta libertad. En la pr¨¢ctica, es un ritual tan r¨ªgido como la rueda de prensa oficial. Pol¨ªticos y periodistas lo dan por hecho y lo tienen hasta pautado con los jefes de prensa.
En uno de esos corrillos, Pablo Echenique dijo: ¡°Si hay voluntad pol¨ªtica de acuerdo, los procedimientos y las normas no son un problema¡±. Se refer¨ªa a las peleas entre el PSOE y Podemos, pero parec¨ªa una definici¨®n de la vida parlamentaria: si el objetivo est¨¢ claro, todo lo dem¨¢s es tramoya para la funci¨®n.
Los corrillos de la M-30 ¡ªas¨ª llaman al pasillo alfombrado que separa Pasos Perdidos del sal¨®n de plenos y rodea el hemiciclo, donde la prensa acecha a sus se?or¨ªas¡ª tambi¨¦n son rituales, aunque en la tele parezcan depredaci¨®n y anarqu¨ªa. El servicio de prensa del Congreso pastorea a la manada que cada ma?ana persigue una declaraci¨®n del presidente o de los ministros antes del pleno, y los pol¨ªticos pactan cu¨¢ndo y d¨®nde dar¨¢n el canutazo, es decir, esa declaraci¨®n dizque espont¨¢nea y a bocajarro que, en realidad, viene con guion, memorizada y con puesta en escena escogida (¡°No me saqu¨¦is este plano, hablemos mejor aqu¨ª¡±, escuch¨¦ a una coqueta y amable Irene Montero).
No siempre fue as¨ª. La primera vez que Alfonso Guerra, en la Transici¨®n, se encontr¨® a una nube de reporteros en el pasillo, clam¨® a gritos y amenaz¨® con quejarse a los directores de todos los medios por semejante acoso. Hoy, corrillos y canutazos solo tienen de informales los nombres. Su desempe?o es tan ceremonial que podr¨ªan estar incluidos en el reglamento.
Todo esto refuerza la sensaci¨®n de teatralidad, lo que ¡ªoh, paradoja¡ª beneficia a quienes venden verdad y naturalidad. Gabriel Rufi¨¢n, por ejemplo, adem¨¢s de una estrella parlamentaria (sus ruedas de prensa suelen estar muy concurridas: es el equivalente pol¨ªtico de una canci¨®n llenapistas), es un personaje apreciado porque habla a pecho descubierto y est¨¢ siempre disponible para cualquiera que lo aborde. En un Congreso polarizado y bronco, mantiene relaciones cordiales con diputados de varios grupos, y con ¨¦l parece cumplirse uno de los t¨®picos: puede pasar un rato largo charlando entre risas con Edmundo Bal u otro miembro de Ciudadanos, que ocupa la bancada contigua a la suya, antes o despu¨¦s de cantarse las cuarenta en la tribuna. Le pregunto qu¨¦ hay de cierto en esa idea de que los enemigos se amigan en cuanto salen del hemiciclo. Se lo pregunto en la cafeter¨ªa de la tercera planta, la de los plebeyos (hay otra exclusiva para diputados), mientras nos interrumpen a menudo para felicitarle por su cumplea?os o para regalarle una guasa o una sonrisa.
¡±Yo rechazo ese t¨®pico que dice que nos pasamos el d¨ªa confraternizando con cubatas a un euro y medio¡±, me cuenta. ¡°En todo el tiempo que llevo aqu¨ª, no me he tomado ni uno de esos cubatas, ni s¨¦ d¨®nde los sirven¡±. No parece que sea all¨ª, ciertamente, en esa cafeter¨ªa que tiene m¨¢s de cantina universitaria que de club elitista ingl¨¦s como los que describ¨ªa el escritor Evelyn Waugh en el Parlamento de Westminster, donde se emborrachaba con lores y duques en los tiempos de Churchill. Los precios tambi¨¦n son universitarios: con Rufi¨¢n no tomo nada, nos basta la conversaci¨®n, pero un rato despu¨¦s almorzar¨¦ un bocata de tortilla, un agua y un caf¨¦ por menos de cinco euros.
Rufi¨¢n tambi¨¦n reniega de ser una estrella del rock y de los s¨ªmiles pugil¨ªsticos cuando le digo que es un buen fajador y un buen golpeador: ¡°Somos privilegiados y, a la vez, gente bastante normal desempe?ando un trabajo con la misma cortes¨ªa que cualquier otro. Para m¨ª, que me estudiaba de joven las intervenciones de Rubalcaba, es el mejor trabajo que he tenido en la vida. Que pueda haber buenas relaciones entre personas de distintos partidos no significa que teatralicemos la discrepancia. Yo niego la mayor, me parece fr¨ªvolo hablar de teatralizaci¨®n. En el esca?o hablamos de cosas muy serias, y hablamos en serio¡±.
Fr¨ªvolo, no s¨¦, tal vez sea inadecuado hablar de teatralizaci¨®n. Para narrar lo que sucede los mi¨¦rcoles en el hemiciclo es mejor un s¨ªmil deportivo.
Las nueve de la ma?ana de los mi¨¦rcoles es el prime time del Congreso. Sus se?or¨ªas ocupan todos los esca?os, lleno total, cargados de cafe¨ªna y ganas de aplaudir y abuchear. Quienes van a interpelar a Pedro S¨¢nchez y a los ministros acuden mucho mejor vestidos que la v¨ªspera. Escogen con cuidado los modelitos, conscientes de que Espa?a est¨¢ atenta a ese rato que se replicar¨¢ todo el d¨ªa en las teles y en las redes sociales y que se retransmite por las radios como el comienzo de un Madrid-Bar?a.
Desde la tribuna de prensa, la sensaci¨®n competitiva se exacerba por la disposici¨®n de sendas pantallas a ambos lados de la tribuna donde se proyectan los primeros planos de los oradores con un cron¨®metro sobreimpreso. Si colgaran unos marcadores con la puntuaci¨®n de goles entre Gobierno y oposici¨®n, no desentonar¨ªa mucho con el ambiente. Las pantallas son verticales, adaptadas a la arquitectura del Congreso ¡ªotra intervenci¨®n brillante y apenas invasiva del arquitecto Fernando Pardo¡ª, y convierten los discursos (breves, de dos minutos) en v¨ªdeos de TikTok. Pregunta, respuesta y r¨¦plica se suceden con una agilidad inimaginable en un pleno legislativo corriente. El formato del debate viene ya listo para ser consumido en el lenguaje telegr¨¢fico y asertivo de las redes socia-les. El matiz, la moderaci¨®n o la calma son aqu¨ª defectos oratorios: para brillar, hay que subir el tono.
Pedro S¨¢nchez se siente c¨®modo en ese escenario y se ha rodeado en La Moncloa de un equipo entrenado para la brega, convencido de que al Congreso se va a discutir, incluso a mitinear. Patxi L¨®pez, portavoz socialista ¡ªy antiguo presidente del Congreso¡ª, encaja bien ah¨ª. Aunque admite que ¡°la pol¨ªtica desaparece en el espect¨¢culo¡± y se considera a s¨ª mismo un ¡°cl¨¢sico¡± que echa de menos ¡°una oposici¨®n m¨¢s razonable¡± (es decir, un PP como el que le invisti¨® lehendakari en 2009), cree que las discusiones siempre han sido duras, incluso ¡°dur¨ªsimas¡±, y que los aplausos, los ataques y las broncas, siempre que no se traspasen ciertas l¨ªneas, forman parte de la ¡°teatralizaci¨®n¡± y no hay que darle m¨¢s vueltas. Sentado en el Sal¨®n de Pasos Perdidos, con la euforia del debate a¨²n latiendo, no puedo sacarle del argumentario que dice que toda la culpa es de ¡°la derecha¡±, a la que se empe?a en tratar en bloque e identificar con los populares, siendo Vox una rama integrada en su ¨¢rbol: ¡°La crispaci¨®n aparece siempre que el PP est¨¢ en la oposici¨®n. La derecha abusa de la hip¨¦rbole permanente, montando l¨ªo en cada sesi¨®n de control¡±. Es un portavoz ejemplar, siempre tiene una frase a punto contra la oposici¨®n, lo que le lleva a ser un conversador p¨¦simo, siempre rocoso y alerta.
El coche oficial suele llevar a Pedro S¨¢nchez una hora antes de la sesi¨®n. Es el primero en llegar, pero no se deja ver. Cruza a paso atl¨¦tico el patio que separa el palacio de la ampliaci¨®n, donde siempre hay gente fumando, y los reporteros, los asesores, los diputados y el personal de la casa, incluyendo a polic¨ªas y ujieres, montan una tertulia permanente y democr¨¢tica, donde las castas se diluyen en el humo de los cigarros. Se encierra en el Sal¨®n de Ministros, una sala estrecha, alta y decorada con tapices, ocupada por una gran mesa en forma de ¨®valo. All¨ª termina de prepararse, acompa?ado por los ministros que hayan sido convocados por las preguntas de los grupos ¡ªque suelen llegar despu¨¦s del presidente, a veces acuden directamente al esca?o azul sin pasar por ese camerino¡ª, y entra al sal¨®n de plenos el ¨²ltimo, medio minuto antes de las nueve de la ma?ana, sonriendo a los periodistas del pasillo, aunque sin darles m¨¢s que los buenos d¨ªas. Tres minutos despu¨¦s, ya est¨¢ rapeando la primera respuesta, casi siempre a Cuca Gamarra, portavoz popular. En apenas media hora se despacha la pelea. El presidente aguanta en su esca?o azul un rato de cortes¨ªa, mientras preguntan a alguno de sus ministros, pero pronto hace mutis y en poco tiempo la bancada del Gobierno se queda casi vac¨ªa. La bronca es una tormenta de verano, muy aparatosa pero fugaz. A las diez de la ma?ana, los ojos de Espa?a ya est¨¢n puestos en otro sitio.
El portavoz del PNV, Aitor Esteban, que pasa por ser uno de los parlamentarios m¨¢s templados y chapados a la antigua ¡ªpodr¨ªa figurar sin desentonar en el cuadro de Ma?an¨®s de 1908¡ª, cita como colof¨®n una frase de Daniel Innerarity: ¡°No hay que exagerar la debilidad de la democracia¡±. Podr¨ªa citar tambi¨¦n a Machado: ¡°Todo pasa y todo queda¡±. S¨ª, nada parece demasiado grave, nada parece irreversible. La liturgia sigue, las leyes se aprueban, los debates se alargan y cada cual tiene su turno. Desde dentro, la tragedia no parece tan violenta.
Me lo dec¨ªa la misma diputada de los patines: cuando se estren¨®, hace dos legislaturas, le¨ªa las noticias espantada, porque los zarpazos que narraban en ellas no le parec¨ªan para tanto vistos desde el esca?o. ?Me habr¨¦ perdido algo?, se preguntaba. Hasta que se convenci¨® de que las palabras suenan m¨¢s groseras fuera que dentro. No estaba mal tirada la alusi¨®n de Esteban, la democracia no es tan fr¨¢gil. La frase funciona como consuelo para ma?anas de gritos e insultos, pero conviene no abrazarse muy fuerte a ella: la polarizaci¨®n pasa factura. En eso est¨¢n todos de acuerdo. Disienten en la identificaci¨®n de los culpables. L¨®gico, porque en el Congreso no existe la verdad, sino 16 verdades, una por partido, resumidas casi siempre en dos verdades, una por bloque, aunque son verdades tambi¨¦n confluyentes y sartrianas: al final, la culpa siempre es de los dem¨¢s.
Las afrentas, sin embargo, son ¨ªntimas y personales. ¡°Cuando tachan de terrorista a un presidente socialista, me lo tomo como una ofensa personal¡±, dice Patxi L¨®pez. ¡°El d¨ªa que me acusaron de promover la cultura de la violaci¨®n me doli¨® de verdad, es una acusaci¨®n muy dolorosa¡±, me cuenta Cuca Gamarra en Casa Manolo, donde las confesiones, al pronunciarse sobre fondo castizo de cucharillas y ca?as bien tiradas, suenan m¨¢s sinceras que entre los tapices. La portavoz popular sostiene que se puede debatir ¡°con firmeza¡± y ¡°mantener la relaci¨®n personal si no se cruzan ciertos l¨ªmites¡±. ?Ella los ha cruzado? ¡°Si lo he hecho, no me he dado cuenta. Soy muy contundente, pero respeto al rival¡±.
El t¨®pico de los diputados que se apu?alan verbalmente en el debate y luego se fuman puros juntos, si existi¨® alguna vez, hoy no se cumple (al menos, fuera del c¨ªrculo de amistades del Tito Berni). Hay mucha aspereza, muchas amistades rotas y muchos desplantes. Es raro el portavoz o incluso el diputado raso que no guarde su espinita de rencor por ese insulto inesperado o ese golpe bajo. Los de Vox son un caso aparte que abordar¨¦ enseguida. El resto colecciona desencantos y escozores. Como el Shylock de Shakespeare, los diputados tambi¨¦n sangran si les pinchan. Me lo asegura el m¨¦dico de la C¨¢mara, el doctor G¨®rgolas, que acredita que sus se?or¨ªas son tan humanas como ¨¦l y como yo, y sufren de lo mismo (no siempre fue as¨ª: hubo un tiempo, cuando G¨®rgolas empez¨® a ejercer en las Cortes, en que los representantes del pueblo ten¨ªan las arterias m¨¢s atascadas, los pulmones m¨¢s negros y pesaban m¨¢s k-los que sus representados, pero esto se fue corrigiendo y hoy se parecen mucho m¨¢s al espa?ol promedio, en lo que a triglic¨¦ridos y transaminasas se refiere; la pol¨ªtica no solo ha rebajado las calor¨ªas en la oratoria). La cuesti¨®n es si sus sentimientos agraviados y sus enemistades personales afectan a la democracia.
¡±Yo ten¨ªa muy buena relaci¨®n con Irene Montero, hasta que dijo que form¨¢bamos parte de la mafia. Ped¨ª que retirara el insulto y no lo hizo¡±, me cuenta en Casa Manolo el diputado popular Guillermo Mariscal, que se sienta en el Congreso justo detr¨¢s de la ministra Montero. Pude comprobar que jam¨¢s se dirig¨ªan la palabra, pese a estar muchas horas juntos y a que Montero charla con mucha gente desde el esca?o y Mariscal es de los tipos m¨¢s sociables y dicharacheros de la C¨¢mara. Lo curioso es que el parlamentario del PP promueve precisamente el encuentro en el desencuentro y sostiene que ¡°la moderaci¨®n consiste en entender un poquito al otro¡± y en concebir la discrepancia como la esencia del juego pol¨ªtico. Algo de eso sabe: su expareja y madre de sus dos hijas es Coral¨ª Cunyat, que fue diputada catalana independentista y muy pr¨®xima al sanedr¨ªn de Carles Puigdemont antes de su fuga. Su caso no es ¨²nico, hay m¨¢s matrimonios mixtos.
Mariscal perteneci¨® a un grupo de encuentro entre pol¨ªticos de izquierda y de derecha auspiciado por Javier Solana, el Aspen Institute, donde tambi¨¦n particip¨® Meritxell Batet (cuya expareja y padre de sus dos hijas es el expol¨ªtico popular Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle). Quiz¨¢ influida por aquella experiencia, Batet promueve hoy el encuentro informal entre diputados de distintos grupos. Tienen que ser j¨®venes, es decir, a¨²n no malogrados por el cinismo, y ajenos, por edad, al compadreo que propici¨® aquellos matrimonios mixtos. De momento, son una docena de parlamentarios del PSOE, el PP, Podemos y Coalici¨®n Canaria. Se re¨²nen para almorzar de vez en cuando e invitan a un ponente de prestigio para debatir con ¨¦l alguna cuesti¨®n de actualidad. Con eso, Batet quiere romper las inercias de distanciamiento que observa en la C¨¢mara y que atribuye, entre otras cosas, a los efectos de la pandemia: ¡°La pandemia ha hecho mucho da?o al parlamentarismo¡±, me cuenta. ¡°Apenas hab¨ªa empezado la legislatura cuando estall¨®. Los diputados no se conoc¨ªan y no tuvieron ocasi¨®n de entablar relaci¨®n de ning¨²n tipo, y aqu¨ª son importantes las relaciones. Ayudan a no cosificar al otro¡±. La presidenta cree que socializar sin atender al reglamento ni respetar los turnos de palabra mejora los debates y la calidad de la pol¨ªtica.
Casi ning¨²n grupo parece por la labor. Al menos, nadie quiere ser el primero en dar su brazo a torcer o en bajarlo para no se?alar la bancada de enfrente y empezar a rebajar su propia voz. Y luego est¨¢ Vox, claro. Vox y sus aplausos.
Dije al principio que vine al Congreso a hacerme pasar por tonto y a asombrarme. A menudo he tenido que impostar la ingenuidad, pero con las intervenciones de Vox no me ha hecho falta. Su espect¨¢culo merece una nota con un poco de detalle.
Los 52 de Vox est¨¢n repartidos como un churro por los esca?os. El plan original era colocarlos ordenados en el gallinero, pero protestaron y protestaron hasta que consiguieron unos pocos esca?os en las primeras filas, para que Abascal y los jefes pudieran confrontarse cuerpo a cuerpo con el resto de los portavoces. El resultado es una distribuci¨®n an¨®mala que se extiende por detr¨¢s y por el lateral del primer pasillo. A diferencia de casi todos los grupos, no forman una masa compacta, pero suplen esta dispersi¨®n con disciplina y ¨¢nimo forofo. Los de Vox est¨¢n siempre. En las horas m¨¢s valle, cuando se debaten las iniciativas m¨¢s irrelevantes, cuando en el hemiciclo solo sestea un pu?ado de diputados de cuarto orden, los esca?os de Vox est¨¢n ocupados. Rara es la vez que se cuentan menos de 20 diputados, incluso cuando entre el grupo socialista y el popular ¡ªque tienen 120 y 88 parlamentarios¡ª apenas suman 10 sentados.
En la primera sesi¨®n de control a la que asisto, Jos¨¦ Mar¨ªa Figaredo ¡ªjefe del partido en Asturias, uno de los diputados m¨¢s j¨®venes y echados para adelante¡ª interpela a la vicepresidenta Teresa Ribera sobre la cuesti¨®n del agua y los trasvases. Es el final de una sesi¨®n muy larga y casi nadie atiende a los modales joseantonianos del orador, que se exalta como si, en vez de agua, hablase de sangre. Sus compa?eros, con Espinosa de los Monteros a la cabeza, aplauden con vigor cada pausa, cada ocurrencia. Lo hacen media docena de veces, lo que alarga el discurso mucho m¨¢s all¨¢ de los siete minutos asignados (cada vez que hay bullicio en los esca?os, el presidente para el cron¨®metro hasta que la cosa se calma: en Vox utilizan este recurso con filibusterismo calculado para chupar tiempo en la tribuna). Cuando termina, los aplausos son dignos de Maria Callas en un estreno en la Scala, y mientras Figaredo vuelve al estrado, le palmotean la espalda y le estrechan la mano como si viniese de ganar un Mundial de f¨²tbol. Parece que nunca han o¨ªdo palabras m¨¢s emocionantes y sabias que las que acaban de decirse. Esta escena se repite siempre que interviene alguien de Vox. Para los dem¨¢s diputados es paisaje, casi ni lo perciben, pero mis ojos reci¨¦n estrenados no se cierran de puro asombro: qu¨¦ persistencia, qu¨¦ forma tan hooliganesca de usar el Parlamento. Si no fuesen tan bien vestidos, pasar¨ªan por los Ultra Sur.
Todos los grupos usan los aplausos y meten bronca cuando toca, pero ninguno con el sistema y el entusiasmo incansable de Vox. Es innegable que esta costumbre distorsiona la normalidad de los debates, aunque para muchos de los que est¨¢n sentados en la bancada de la derecha la distorsi¨®n empez¨® con Podemos y su tendencia al melodrama. El otro partido del Gobierno tampoco se libra de la responsabilidad de envilecer el ambiente: cada vez que interviene la vicepresidenta Yolanda D¨ªaz, el grupo socialista aplaude, mientras la bancada morada ¡ªincluidas las ministras y ministros de Unidas Podemos en los esca?os azules¡ª se cruza de brazos y proyecta un silencio altivo. Como ya he dicho, no hay un solo gesto sin significado ritual. Nada es gratuito ni azaroso. Sus se?or¨ªas nunca abandonan el personaje, y como ser¨ªa raro que en Espa?a hubiera 350 actores tan buenos y tan comprometidos con su papel, hay que concluir que no fingen. No hay teatralizaci¨®n, toda esa funci¨®n es profundamente real.
Llego a esta conclusi¨®n el ¨²ltimo jueves por la tarde, cuando vence el plazo de la acreditaci¨®n que me ha permitido curiosear a placer. El pleno termina y empiezan algunas comisiones. Los diputados que no est¨¢n convocados a ellas sacan sus maletitas con ruedas del despacho y calculan si llegar¨¢n a tiempo para el pr¨®ximo AVE o vuelo a su provincia. Los m¨¢s relajados salen por el patio y se van a Atocha dando un paseo, para sacudirse el aire de alfombra bicentenaria. La desbandada es digna de un documental de naturaleza, el diputado es una especie migratoria. Antes de esta incursi¨®n parlamentaria me habr¨ªa malpensado lo que todos ¡ªincluidos los estudiantes de visita¡ª: hay que ver c¨®mo se levantan del esca?o que apenas han calentado estos d¨ªas. C¨®mo corren hacia la vida real, lejos de este teatro de ri?as, a vestirse de persona y a pegarse la buena vida. Hoy s¨¦ que las maletitas con ruedas van cargadas del mismo ruido y la misma furia que me han aturdido. S¨¦ que viajan a sus circunscripciones con las consignas afiladas y el argumentario p¨¦treo que han defendido en el pleno y en las comisiones.
Triste y sola se queda la carrera de San Jer¨®nimo hasta la siguiente sesi¨®n, y yo la abandono y me quito la pegatina de periodista que llevo en la camisa con la sensaci¨®n de que se me ha contagiado algo. No s¨¦ si son los ¨¢caros de las alfombras, el tedio de las sesiones infinitas, la adrenalina de los corrillos pasilleros o el mal rollo de las primer¨ªsimas y vagas informaciones sobre los desmanes del Tito Berni. Quiz¨¢, pienso, cuando el bullicio del centro de Madrid me devuelve cierta sensaci¨®n de realidad, es la desilusi¨®n del descubrimiento. Cre¨ªa que la vida parlamentaria estaba hecha de hipocres¨ªa y fingimiento, y a esa fe rend¨ªa mis esperanzas democr¨¢ticas. La civilizaci¨®n es un baile de m¨¢scaras, una liturgia compleja que regula las relaciones humanas para evitar sus aspectos animales y la devastaci¨®n de la sinceridad. Confiaba en que la puesta en escena parlamentaria fuese a¨²n una forma protocolaria de cortejo y berrea, la ritualizaci¨®n teatral ¡ªs¨ª, teatral¡ª de unos conflictos que tratados de otro modo conducir¨ªan al deg¨¹ello del otro. Pero me han convencido de que no hay barniz, que lo que se dice en la tribuna se dice de verdad, con intenci¨®n y sentimiento, y que para los diputados que corren a Atocha a coger el tren a su pueblo no hay otra vida que esta.
?Deber¨ªa alegrarme esta constataci¨®n, que no hay una verdad oculta y todo est¨¢ a la vista? Quiz¨¢, pero recuerdo a la fil¨®sofa Hannah Arendt cuando, para defenderse de las acusaciones de antisemitismo que le lanzaron sus (dizque) amigos sionistas, dijo que las personas valen m¨¢s que sus opiniones. Desde esa creencia, no puede hacerme feliz descubrir que casi nadie piensa as¨ª en la C¨¢mara. En los d¨ªas que pas¨¦ all¨ª, me pareci¨® que las opiniones se antepon¨ªan siempre a las personas. Y nada indica que vaya a cambiar.
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