La conjura de los pelmas
Quiz¨¢s la aut¨¦ntica sabidur¨ªa consista en escuchar mejor antes de hablar. Nos encanta acaparar la conversaci¨®n
Cada cierto tiempo sufres una invasi¨®n de ladrones de mentes. Las canciones infantiles de tu hijo se apoderan de tu cabeza e incordian en bucle. Este fen¨®meno, llamado ¡°gusano musical¡±, ha intrigado a los cient¨ªficos: una tonada se adhiere a nuestros pensamientos y suena una y otra vez, durante d¨ªas, sin que podamos detenerla. A veces la canci¨®n ni siquiera nos gusta, o incluso nos saca de quicio. Cuando nos inunda el cansancio ¡ªcon ni?os alrededor, suele ocurrir¡ª, somos m¨¢s vulnerables. Resulta dificil¨ªsimo silenciar la melod¨ªa invasora, pero, al conseguirlo, el alivio es inmenso. No en vano, en los mitos y tradiciones ¡ªla piedra de S¨ªsifo, las v¨ªsceras de Prometeo, los tormentos del infierno¡ª, el castigo toma la forma de repetici¨®n est¨¦ril.
Con demasiada frecuencia los pol¨ªticos practican la insistencia obsesiva, olvidando que, en el debate p¨²blico, se intenta agotar los temas, pero no a la ciudadan¨ªa. Desde hace milenios recurren a frases trilladas, argumentarios que calcan y recalcan en cada comparecencia. Cat¨®n el censor, un senador romano del siglo II a. C., acababa todos sus discursos parlamentarios, tratasen de lo que tratasen, con las mismas palabras: Carthago delenda est (hay que destruir Cartago). Esa ciudad, capital de un imperio situado en el territorio del actual T¨²nez, pertenec¨ªa al eje del mal de los romanos. Cuando Cat¨®n insist¨ªa en que era necesario borrar del mapa la ciudad, no se trataba de una mera forma de hablar ni de inofensiva belicosidad. Al final, Roma forz¨® la guerra: esas consignas engendran consecuencias. Cat¨®n se ha convertido en el s¨ªmbolo de los l¨ªderes que martillean con sus esl¨®ganes, como si la reiteraci¨®n implicase tener raz¨®n, como si pudieran persuadirnos a fuerza de aburrirnos. Recuerdan a los polic¨ªas gemelos de los tebeos de Tint¨ªn, Hern¨¢ndez y Fern¨¢ndez. Cuando uno habla, el otro a?ade: ¡°Yo a¨²n dir¨ªa m¨¢s¡±. Y repite lo anterior, como el zumbido de un insecto empedernido. Existe una misteriosa tendencia a asaltar al pr¨®jimo con discursos moscardones. El ataque de las bocas sin cerrojo.
En su libro Caracteres, el fil¨®sofo griego Teofrasto retrat¨® a los antepasados de nuestros modernos doctorandos en sabelotodismo. Al parecer, ya en tiempos de Arist¨®teles pontificaban sobre el mismo repertorio reite?rativo de temas: la avalancha de inmigrantes, teor¨ªas macroecon¨®micas, los mejores locales para tapear y la decadencia del presente. ¡°El locuaz es de este modo: sent¨¢ndose muy arrimado junto a otro, le encaja, uno por uno, los platos que cen¨®, y cebado ya en la conversaci¨®n, a?adir¨¢ que los hombres de estos tiempos son mucho peores que los antiguos; se quejar¨¢ del precio del trigo y de c¨®mo la ciudad se va llenando de extranjeros. El que se vea junto a hombres semejantes debe desprenderse y escapar, si no quiere contraer fiebres¡±.
Teofrasto tambi¨¦n describe la subespecie omnisciente, aquellos que siempre saben c¨®mo habr¨ªa que hacer las cosas. Desde la barra de cualquier bar, ser¨ªan los mejores presidentes de gobierno, seleccionadores de f¨²tbol e incluso dirigir¨ªan bancos centrales. Como aquel personaje de la m¨ªtica Amanece, que no es poco, que afirma: ¡°Yo podr¨ªa haber sido una leyenda, o una epopeya si nos juntamos varios¡±. El modus operandi de esta tipolog¨ªa de pelmazos es muy predecible. Conocen mejor que nadie cualquier asunto que surja en la conversaci¨®n y se ofrecen generosamente a explic¨¢rtelo. Cuando acuden a la escuela o palestra de sus hijos ¡ªcontin¨²a Teofrasto¡ª, raudos se dirigen a los entrenadores y maestros para darles lecciones. El plasta siempre est¨¢ presto a taparte la boca y abrirte los ojos.
Otro fil¨®sofo, Zen¨®n de Citio, dijo: ¡°Tenemos dos orejas y una lengua, para o¨ªr mucho y hablar poco¡±. No es casualidad que Zen¨®n fundase el estoicismo, tal vez tras soportar impasible la conjura de los pelmas. Quiz¨¢s la aut¨¦ntica sabidur¨ªa consista en escuchar mejor antes de lanzarnos a hablar, porque nadie parece darse cuenta de cu¨¢ndo resulta pesado. Sin ser conscientes, podr¨ªamos repetirnos cual gusano musical, como una canci¨®n inmisericorde. Cada loco con su tema y yo con el m¨ªo: nos encanta acaparar la conversaci¨®n, a prop¨®sito y a desprop¨®sito.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.