La palabra cancelar
Sol¨ªamos pensar que lo que alguien dec¨ªa lo defin¨ªa; ahora creemos que lo que dice define al mundo
Un fantasma recorre el mundo: la amenaza de la cancelaci¨®n. ?Se acuerdan de cuando cancel¨¢bamos una reserva para comer, un vuelo a Barcelona, una deuda en el banco? Ahora, en cambio, cancelar es ejercer todo el poder del lugar com¨²n para conseguir que los que no lo respetan se callen la boca.
La palabra cancelar viene, por supuesto, del lat¨ªn: cancellare era encerrar entre rejas, enrejar. A veces las etimolog¨ªas son discretas: esta es un grito. De all¨ª mismo viene, por ejemplo, la palabra c¨¢rcel.
Ya todos, por desgracia, lo sabemos: la cancel culture, la cultura de la cancelaci¨®n, es un aporte de ciertos ¨¢mbitos ¡°progres¡± ¡ªwoke¡ª norteamericanos que decidieron que la libertad consist¨ªa en que ellos decidieran qu¨¦ se pod¨ªa decir y qu¨¦ no, qu¨¦ hacer y qu¨¦ no, porque suya era la moral y la superioridad. Y que, entonces, todos los que dijeran o hicieran lo otro merec¨ªan su castigo. Coinciden, en eso, con sus vecinos cristianos, que consiguen eliminar miles de libros de las bibliotecas p¨²blicas so pretexto de que son ¡°obscenos¡± o ¡°blasfemos¡± o esas cosas.
Es curioso: hac¨ªa mucho que muchos hab¨ªamos dejado de creer en la palabra eficaz. La palabra eficaz es aquella que ¡ªsupuestamente¡ª produce efectos en la realidad, y nada fue tan decisivo en la construcci¨®n de esas magias que, seg¨²n su ¨¦xito, a veces llamamos religiones. Desde siempre los brujos dijeron palabras que deb¨ªan sanar enfermos, atraer lluvias, derrotar enemigos. Y aquel dios de nosotros los jud¨ªos no necesit¨® m¨¢s que su palabra eficaz para crear el mundo: ¡°H¨¢gase la luz, dijo, y la luz se hizo¡±. O su hijastro, para dar la vida: ¡°Lev¨¢ntate y anda¡±. Desde entonces, sus creyentes creyeron que sus palabras tambi¨¦n produc¨ªan hechos y las cuidaron, se cuidaron: las tem¨ªan.
Pero hace pocos siglos empezamos a entender que las palabras armaban relatos y conceptos que pod¨ªan tener ciertos efectos pero no produc¨ªan la realidad inmediata. Una de las bases de la famosa libertad de expresi¨®n fue esta conciencia de que decir, al fin y al cabo, no es tan peligroso. Fue una ¨¦poca de cierta racionalidad, en que se pod¨ªa hablar, debatir, disentir, mofarse, desde?ar, ser desde?ado. Y las palabras fuera de lugar eran incluso celebradas: mostraban que hab¨ªa un lugar y que no siempre era bueno y que se pod¨ªa tratar de cambiarlo.
Pero lleg¨® la era de la v¨ªctima, y todo eso termin¨®. Ahora que no sabemos qu¨¦ queremos pero sabemos muy bien qu¨¦ no queremos, nuestr@s h¨¦ro@s son es@s que sufren lo que querr¨ªamos evitar: la violencia, la discriminaci¨®n, m¨¢s modos de la desigualdad. No hay nada m¨¢s prestigioso, en nuestros tiempos, que ser v¨ªctima. Planea la sospecha de que si alguien no fuera v¨ªctima de nada ser¨ªa c¨®mplice de los victimarios, entonces todos quieren ser v¨ªctimas de algo ¡ªcon lo cual la lista de las ofensas se estira como un chicle viejo. Y se han armado grandes estructuras alrededor de la idea de proteger a las posibles o supuestas v¨ªctimas. Lo cual incluye rechazar y perseguir cualquier palabra que no las trate como tales: negro, gorda, puto, sudaca, moro, boba, etc¨¦tera ¡ªetc¨¦tera tambi¨¦n, pero menos.
Entonces, la masa amasada y aglutinada por la felicidad del lugar com¨²n ejerce su poder y cancela: silencia al que dice cosas que no le parecen ¡°correctas¡±. Igual que cualquier comunidad religiosa que excomulga al blasfemo, proh¨ªbe palabras como si callarlas cambiara algo m¨¢s all¨¢ de sus o¨ªdos. Como si no decir ¡°nigger¡± lograra que los negros norteamericanos no murieran, en promedio, cuatro a?os antes que sus vecinos blancos. Como si no decir ¡°gordo¡± impidiera que la industria alimentaria llenara sus envases de porquer¨ªas grasientas. Como si no decir ¡°sudaca¡± nos consiguiera los papeles.
Lo m¨¢s curioso, m¨¢s all¨¢ de tanta tonter¨ªa, es que hayamos recuperado esa vieja creencia de que la palabra crea la realidad. Sol¨ªamos pensar que lo que alguien dec¨ªa lo defin¨ªa; ahora creemos que lo que dice define al mundo. Si un energ¨²meno o un c¨®mico o mi t¨ªa Porota dice negro puto est¨¢ describi¨¦ndose a s¨ª mismo como alguien que, por razones muy variadas, quiere decir esas palabras ¡ªy lo podemos despreciar porque las diga. Si no puede decirlas nunca sabremos qu¨¦ pensaba realmente: es solo un cobarde que prefiere no meterse en l¨ªos. Pero, sobre todo, el mundo no cambia porque alguien hable; cambia, si acaso, la idea que su mundo se hace de ella o ¨¦l, como cambia ¡ªlevemente¡ª cada vez que alguien dice algo.
Cancelar, en s¨ªntesis, es cancelar dos o tres siglos de laicismo: volver a aquella vieja idea m¨¢gica/religiosa de la palabra eficaz. Justo cuando empez¨¢bamos a creer ¡ªoh gordos cholos bobos locos¡ª que ya pod¨ªamos hablar.
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