580.000 analfabetos
A nadie se le ocurri¨® ense?arla a escribir: qu¨¦ verg¨¹enza como sociedad. Rosario ha sobrevivido ocultando su analfabetismo
Hace poco le¨ª un reportaje magistral de Jacobo Garc¨ªa en EL PA?S. Se titula Rosario o c¨®mo sobrevivir al analfabetismo, y son varias charlas con una mujer extreme?a, Rosario, que es analfabeta absoluta. Mejor dicho, ya no lo es del todo, porque a sus 66 a?os (maldita sea, ?pero si es m¨¢s joven que yo!) est¨¢ aprendiendo a leer y a escribir. Qu¨¦ portentoso descubrimiento, qu¨¦ viaje colosal el que ha emprendido esta mujer; ser capaz de unir e interpretar las letras es poder entrar en una profunda red de significados, en un mundo que te habla estruendosamente. El silencio textual del analfabetismo debe de ser algo muy parecido a una sordera social.
El reportaje de Jacobo Garc¨ªa ha estado retumbando dentro de mi cabeza desde que lo le¨ª. Porque gracias a ¨¦l supe que en Espa?a a¨²n existen 580.000 personas totalmente analfabetas, es decir, incapaces de leer el cartel de una calle o el nombre de las paradas del metro. Casi dos tercios son mujeres, una proporci¨®n semejante a la del analfabetismo mundial: de los 773 millones que hay en el planeta, ellas suman casi 500 millones.
Pero volvamos a nuestros 580.000 analfabetos, cifra que se me antoja tremendamente abultada. Escuece pensar que en este pa¨ªs del primer mundo seguimos arrastrando esos abismos, ?no es as¨ª? A m¨ª el analfabetismo total me parec¨ªa un problema superado en nuestra sociedad, un mal tan obsoleto como la peste bub¨®nica. Hace algo m¨¢s de 40 a?os, en los ¨²ltimos setenta y primeros ochenta, acud¨ª a varios encuentros organizados por los c¨ªrculos de alfabetizaci¨®n, en especial en Andaluc¨ªa y Extremadura, donde el analfabetismo de aquella ¨¦poca rozaba el 10%. Eran hombres y sobre todo mujeres de edad, gente guerrera y formidable, supervivientes de ¨¦pocas muy duras. Recuerdo lo emocionantes y exigentes que eran para m¨ª aquellas charlas, porque se trataba de personas inteligentes, maduras y complejas con las que, sin embargo, resultaba dif¨ªcil comunicarse. Era como si habl¨¢ramos idiomas distintos. Y es que ser analfabeto es vivir en un mundo paralelo.
Con el tiempo dejaron de llamarme para aquellos encuentros y deduje que esa lacra educativa se hab¨ªa ido acabando. Y es verdad que hemos mejorado mucho. En 1950 hab¨ªa en Espa?a un 17% de analfabetos; en 1970, un 9% (aunque en zonas como Andaluc¨ªa y Extremadura el porcentaje era mayor). Hoy hay menos del 1,5%. Seg¨²n la Unesco, se considera que un pa¨ªs est¨¢ libre de analfabetismo cuando el 96% de la poblaci¨®n mayor de 15 a?os est¨¢ alfabetizada. As¨ª que digamos que, para los par¨¢metros internacionales que se manejan, nos movemos en una zona respetable. Pero ?acaso puede considerarse respetable cualquier porcentaje de analfabetismo, por peque?o que sea? Porque en Espa?a esa cifra aparentemente m¨ªnima se traduce, como ya he dicho, en m¨¢s de medio mill¨®n de personas. Una cantidad exorbitante e inadmisible.
El texto de EL PA?S cuenta de qu¨¦ polvos de profunda y arraigada precariedad vienen estos lodos. Hija de un guardia civil, nacida en un pueblecito extreme?o y menor de nueve hermanos, de peque?a Rosario trabajaba recogiendo algod¨®n, con los dedos ensangrentados por los pinchos de la planta (llora cuando lo recuerda en el reportaje). A los 10 a?os la metieron en un convento de monjas que le daban cama y comida a cambio de limpiar y que a los 12 a?os la entregaron como criada a una familia de Badajoz. Y a nadie se le ocurri¨® ense?arla a escribir: qu¨¦ verg¨¹enza como sociedad y qu¨¦ fracaso. Rosario ha sobrevivido en este mundo enemigo ocultando su analfabetismo y desarrollando trucos adaptativos: memorizar los ¨¢rboles y las tiendas para saber las calles, marcar rayas en un papel para calcular por cu¨¢l estaci¨®n de metro iba, cosas as¨ª. Administrativos canallas le han tirado despectivamente formularios a la cara porque no era capaz de descifrarlos, y su segundo marido le hizo firmar un papel que no pod¨ªa leer y le rob¨®. Esto es muy habitual en los analfabetos: las estafas, los desprecios, los abusos; en 2019, por ejemplo, los jueces liberaron a Antonia, otra mujer extreme?a y analfabeta, de un cargo de 1.200 euros que su banco le hab¨ªa metido desfachatadamente (le¨ªdo en el diario Sur). Qu¨¦ descomunal indefensi¨®n esa ceguera al significado de las letras. Tan despojados de todo poder est¨¢n, tan fuera de la visibilidad y del sistema, que incluso ignoramos su existencia.
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