La luz del mundo
La heroicidad fr¨ªa, persistente, racional. Esa es la que me maravilla, la que me deja sin palabras. A la que s¨¦ que no llego
Viendo la miniserie de Netflix Tras?atl¨¢ntico he conocido la existencia de un pu?ado de personas magn¨ªficas sobre las que quiz¨¢ hab¨ªa le¨ªdo antes algo, pero sin prestar atenci¨®n. Uno es el periodista norteamericano Varian Fry (1907-1967), que dirigi¨® en Marsella el Comit¨¦ de Rescate de Emergencia (una organizaci¨®n de socorro) durante los tremendos a?os 1940 y 1941, cuando parec¨ªa que Hitler iba a comerse el mundo y ya se hab¨ªa tragado casi toda Francia. Fry consigui¨® salvar a unas 2.000 personas de los nazis, entre ellas gente como Chagall o Hannah Arendt. Le ayud¨® Mary Jayne Gold (1909-1997), rica heredera estadounidense y mujer intr¨¦pida: lleg¨® a Europa pilotando su propio aeroplano e invirti¨® generosamente su fortuna en los rescates. Ambos, Fry y Gold, corrieron riesgos, fueron hostigados por la polic¨ªa y terminaron siendo expulsados de Francia en 1941. Supongo que todos nos hemos preguntado alguna vez de qu¨¦ materia estamos hechos, cu¨¢l es el temple de nuestro car¨¢cter; si, enfrentados a una situaci¨®n moralmente extrema, ser¨ªamos capaces de actuar conforme a nuestros principios, aunque para eso se necesitara mantener una conducta heroica. Fry y Gold son maravillosos, admirables y valientes. S¨¦ que es muy dif¨ªcil estar a su altura, pero quiz¨¢, quiz¨¢, tragando muchas angustias y en la mejor versi¨®n de m¨ª misma, en fin, quiz¨¢ hubiera sido capaz de trabajar con ellos. A fin de cuentas, eran ciudadanos norteamericanos, ten¨ªan sus papeles en regla, dispon¨ªan de dinero y de un mundo al que volver.
Pero lo que s¨ª s¨¦ al cien por cien es que jam¨¢s hubiera podido hacer lo que hicieron otros. Proezas que exigen un coraje tan extremo que para m¨ª est¨¢n tan lejos de mi alcance como las piruetas circenses de un trapecista. Como la labor que desarroll¨® la h¨²ngara Lisa Fittko (1909-2005), que tambi¨¦n aparece en Trasatl¨¢ntico y que durante siete meses condujo a pie, a trav¨¦s de los Pirineos y hasta Espa?a, a m¨²ltiples grupos de los rescatados de Fry. Ella fue quien guio a Walter Benjamin hasta Portbou (aunque, por desgracia, el fil¨®sofo se suicidara ante la amenaza de ser devuelto a Francia). Yo, que amo la monta?a, intuyo lo que es hacer una marcha aniquilante, de noche, con gente hambrienta, mal calzada y fuera de forma, con la constante amenaza de ser descubiertos y detenidos, o tal vez tiroteados. Y con el agravante de que Lisa era jud¨ªa y carec¨ªa de papeles. Pues bien, tras lograr la proeza, tras pasar la frontera, tras alcanzar Espa?a y ponerse a salvo, Lisa regresaba de nuevo por el mismo camino, al infierno, al peligro, tal vez a la tortura y la muerte con la Gestapo, para seguir haciendo una y otra vez ese mismo viaje con otras personas. Para actuar as¨ª hace falta un temple que s¨¦ que no tengo. Son ¨¢ngeles, son titanes, son personas que me parecen sobrehumanas, como la extraordinaria polaca Irena Sendler, de quien escrib¨ª hace tiempo, una enfermera cat¨®lica que consigui¨® sacar del gueto de Varsovia y salvar del Holocausto, con grav¨ªsimo riesgo de su vida, a 2.500 ni?os. Al cabo fue detenida, torturada brutalmente (y aguant¨® el suplicio sin delatar a sus colaboradores ni decir d¨®nde se escond¨ªan los ni?os) y condenada a muerte, pero consigui¨® escapar. He aqu¨ª otra biograf¨ªa para m¨ª inalcanzable. Esta s¨ª que es una superhero¨ªna, y no las de Marvel.
Hay esencialmente dos tipos de heroicidad: la explosiva, que consiste, por ejemplo, en arrojarse a un r¨ªo tumultuoso para salvar a alguien. Son actos que se hacen sin pensar, respuestas autom¨¢ticas, y creo que en verdad nadie sabe c¨®mo va a reaccionar en un momento as¨ª. Pero luego est¨¢ la heroicidad fr¨ªa, persistente, racional. Esa es la que me maravilla, la que me deja sin palabras. A la que s¨¦ que no llego. La heroicidad de Malala, cuando segu¨ªa yendo a clase bajo los talibanes. La de las iran¨ªes que salen d¨ªa tras d¨ªa a la calle sin velo. Hoy conocemos las proezas de Lisa, de Irena, de Malala, porque sobrevivieron. Pero creo que muchos de estos h¨¦roes absolutos, quiz¨¢ la mayor¨ªa, murieron y fueron olvidados. Quiero dar las gracias a esos ¨¢ngeles prodigiosos, a los an¨®nimos paladines del Bien que, con su coraje y su sacrificio colosal, han conseguido que la luz del mundo siga encendida a trav¨¦s de los siglos. Con su alentador ejemplo me despido. Buen verano y hasta septiembre, amigos.
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