Tampoco es para tanto
En el machismo nos educan a todos, lo que incluye a todas, y el sesgo ideol¨®gico provoca una ceguera terrible
Creo que esta sociedad no se merec¨ªa tener que pasar por la caspa inmensa y recalcitrante del asunto Rubiales, semana tras semana haciendo el rid¨ªculo y ofreciendo al mundo una imagen grotesca de Espa?a. Pero hoy he empezado a pensar que, despu¨¦s de todo, la interminable duraci¨®n del esc¨¢ndalo nos ha permitido airear los rincones m¨¢s rancios, como quien descose los bajos de un viejo pantal¨®n y descubre que el dobladillo est¨¢ lleno de pelusas de tiranosaurio.
Y una de las ¨²ltimas covachas sexistas de nuestra sociedad es sin duda la del mundo futbol¨ªstico, como lo demuestra la Real Federaci¨®n Espa?ola de F¨²tbol, conformada por 19 presidentes territoriales, tooooodos hombres. La foto de esos 19 varones sentados en torno a una mesa para decidir sobre Rubiales es de las instant¨¢neas m¨¢s petardas que he visto en mucho tiempo, porque la vida ya no es as¨ª, esto es, ya casi no quedan reductos de puros machos en las sociedades medianamente civilizadas. Otro ejemplo de mugre: los excesos del anterior seleccionador de f¨²tbol femenino, Ignacio Quereda, que atorment¨® a varias generaciones de deportistas. En fin, ?cu¨¢ntos Rubiales debe de haber por ah¨ª que no se ven!, como se?al¨® la estupenda Najat el Hachmi en un art¨ªculo en EL PA?S.
El dilatado enroque rubialesco nos ha permitido ver los apoyos que ha recibido y los argumentos utilizados. Me refiero a esas viejas monsergas del ¡°tampoco es para tanto¡± o ¡°se lo tomaron bien y hac¨ªan bromas sobre ello¡±. En efecto, que un baboso te plante un beso en los morros sin que t¨² quieras no es ni mucho menos tan grave como ser violada y degollada en un callej¨®n. Pero, por muy distantes que est¨¦n, ambas cosas forman parte de un mismo marco de valores. De una sociedad en la que las mujeres no tienen el mismo derecho sobre su vida y su cuerpo que los hombres. Y en ese mundo hemos sido educadas todas; en diferentes generaciones y diferentes niveles, se nos ha ense?ado a tener tragaderas, a aceptar su dominio, a intentar hacer bromas en el autob¨²s en vez de amargarte la vida por la humillaci¨®n que sientes, o en lugar de darle un pu?etazo al agresor (una respuesta que hasta ayer mismo nadie hubiera entendido y desde luego con nefastas consecuencias para la osada). Ya cont¨¦ alguna vez que desde los 10 a?os hasta los 17 yo cog¨ªa el metro cuatro veces al d¨ªa, sola, para ir al instituto: eran siete estaciones. Y no creo que pasara ni un solo d¨ªa sin que un desgraciado se frotara contra m¨ª o me tocara el culo, sobre todo cuando era m¨¢s peque?a, hasta los 14 o 15 a?os. A m¨ª y a todas mis amigas. Una vez, ten¨ªamos 11 a?os, una de ellas protest¨®, y el hombre le peg¨® un bofet¨®n. Nadie nos defendi¨®. La vida era as¨ª, eso era lo normal: ¨¦ramos gacelas en un mundo de hienas. Y el entorno nos dec¨ªa que aquello tampoco era para tanto. Algunas madres ense?aban a sus hijas a llevar alfileres para pinchar a esos cerdos (no fue mi caso, lo supe luego), y en conjunto te las arreglabas para seguir viviendo. Como se las han arreglado los esclavos o los prisioneros. Somos animales adaptativos. Pero se dir¨ªa que ya va siendo hora de acabar con esto.
Ahora bien, hay otro aspecto del tema que me parece crucial. En estos d¨ªas he visto en redes un v¨ªdeo en el que Lady Gaga pasa ante una multitud y hay una manifestante con tremenda pinta conservadora sosteniendo un cartel que dice: ¡°Ir¨¢s al infierno¡±. La cantante la deja atr¨¢s, pero luego regresa, le planta un ardiente beso en la boca y dictamina: ¡°Y t¨² ir¨¢s conmigo¡±. El v¨ªdeo se tuiteaba sin comentarios, supongo que en apoyo a Rubiales y en realidad mintiendo, porque luego me enter¨¦ de que no era real, sino la escena de una pel¨ªcula. Pero el caso es que cuando yo lo vi, ignorando su falsedad, de primeras me hizo gracia. E incluso (porque la actriz se queda como embelesada) pens¨¦ con regocijo que Lady Gaga hab¨ªa liberado a esa reprimida. Tales ideas duraron unos segundos, hasta que ca¨ª del guindo y comprend¨ª que se trataba de un abuso. De una infamia parecida a la de aquellos que, en la Transici¨®n, se re¨ªan del gustito de las monjas violadas en la guerra (el chiste de las monjas se lo he escuchado a m¨¢s de un humorista). Quiero decir que en el machismo nos educan a todos, lo que incluye a todas, y que el sesgo ideol¨®gico provoca en el ser humano una ceguera terrible. O sea: acabemos con todo esto, pero en serio.
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