Lenguas de fuego
Solo ama de verdad una lengua quien es capaz de amarlas todas. Anhelar el viejo mito del idioma ¨²nico nos empeque?ece

Cuando una relaci¨®n se rompe, muere un dialecto. Enamorarse reaviva la alegr¨ªa infantil de inventar palabras, un G¨¦nesis verbal. Forjamos frases que evocan un recuerdo compartido, sobreentendidos, expresiones corrientes con sentidos ocultos. Ideamos apodos, inflexiones nuevas ¡ªnuestras¡ª, claves imposibles de entender fuera del c¨ªrculo m¨¢gico. Nos excita ser comprendidos solo por los m¨¢s ¨ªntimos. Y cuando al amar vamos explorando un cuerpo a¨²n desconocido, creamos, dando nombre a sus rincones, una cartograf¨ªa f¨ªsica cuyos top¨®nimos nadie m¨¢s pronunciar¨¢.
Al hablar nos comunicamos, pero tambi¨¦n dibujamos fronteras. Los idiomas construyen el concepto del extranjero, el otro. As¨ª, los griegos llamaron ¡°b¨¢rbaro¡± al forastero que masculla un lenguaje incomprensible, borboteos de voz. ¡°Barb¡± era la onomatopeya para balbuceos confusos. En revancha, nuestro ¡°gringo¡± deriva de ¡°griego¡±, aludiendo a un idioma embrollado. El t¨¦rmino ¡°algarab¨ªa¡± no es m¨¢s que la adaptaci¨®n de al-arabiyya, es decir, lengua ar¨¢biga, porque quienes la ignoraban solo intu¨ªan una bulla ca¨®tica. De ¡°guirigay¡±, es decir, conversaci¨®n incomprensible, deriva el atributo coloquial ¡°guiris¡±.
La torre de Babel simboliza la multiplicaci¨®n ling¨¹¨ªstica como maldici¨®n y castigo. Expresa la nostalgia por un pasado legendario en que la humanidad compart¨ªa el mismo idioma y era un solo pueblo. En aquel tiempo m¨ªtico, las palabras ser¨ªan reflejo exacto de la realidad. Cuenta Her¨®doto que el fara¨®n Psam¨¦tico hizo un experimento para descubrir el habla primigenia, orgullosamente seguro de que ser¨ªa el egipcio. Entreg¨® a un pastor dos reci¨¦n nacidos para que los criase en silencio. Sin interferencia humana, en una caba?a solitaria, con la sola compa?¨ªa de unas cabras lecheras, su lenguaje ser¨ªa el originario. Lo primero que aquellos ni?os farfullaron fue ¡°bec¡± y de inmediato los eruditos de Egipto se exprimieron el seso para identificarlo. Pero lo cierto es que suena sospechosamente parecido al balar de las cabras, sus ¨²nicas amigas. Por supuesto, de sus bocas no brot¨® idioma alguno.
En el imaginario colectivo tendemos a jerarquizar los idiomas y los acentos. Los imperios y las regiones m¨¢s pr¨®speras imponen la m¨²sica poderosa de su voz, mientras que un halo de fragilidad e intemperie envuelve a las m¨¢s desprotegidas. Sin embargo, el valor de una lengua no depende de las cifras de hablantes: la nuestra nos importa por razones emotivas, al margen de sus dimensiones. Sentimos que alberga una mirada sobre el mundo, la melod¨ªa de nuestra memoria, una arquitectura de pensamiento, una peculiar manera de nombrar y alumbrar la realidad. As¨ª nos enriquecen las dem¨¢s tambi¨¦n. Solo ama de verdad una lengua quien es capaz de amarlas todas.
Cada dos semanas se extingue un universo. Seg¨²n las proyecciones, a fin de siglo habr¨¢n desaparecido la mitad de los idiomas que hoy subsisten. Un poema n¨¢huatl traducido por Miguel Le¨®n Portilla describe ese naufragio: ¡°Cuando muere una lengua se cierra a todos los pueblos del mundo una ventana, una puerta, un asomarse de modo distinto al ser y la vida en la tierra. Espejos para siempre quebrados, sombra de voces para siempre acalladas: la humanidad se empobrece¡±. En una peripecia asombrosa, el ge¨®grafo y naturalista Alexander von Humboldt encontr¨® en una aldea, mientras exploraba en 1799 la cuenca del Orinoco, al ¨²ltimo hablante de un pueblo exterminado, los atures. Se trataba de un loro que repet¨ªa sin comprender palabras aprendidas, como eco de un di¨¢logo extinguido. Fascinado, Von Humboldt anot¨® 40 vocablos de ese diccionario desvanecido.
Frente a la antigua maldici¨®n, investigaciones recientes afirman que hablar varias lenguas entrena el m¨²sculo de nuestra mente: nos protege del deterioro cognitivo y expande el horizonte de nuestro pensamiento. Tal vez la mayor ¡°barbaridad¡± sea marginar o despreciar algunas de ellas. Anhelar el viejo mito del idioma ¨²nico nos empeque?ece. Somos criaturas de la di¨¢spora que, en la algarab¨ªa de Babel, abandonamos las cuevas de las diminutas tribus para compartir ideas, explorar lejan¨ªas y convertirnos en una especie mestiza: de trogloditas a pol¨ªglotas.
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