La palabra Argentina
Es una de las palabras m¨¢s falsas: sobre la mentira de que m¨¢s all¨¢ estaba eso que nunca estuvo, que tampoco estar¨¢
Hay palabras que enga?an. O, mejor: todas enga?an, solo que algunas lo hacen desde el principio, desde su ra¨ªz; su origen mismo es un enga?o, su contenido es un enga?o. La palabra Argentina es una de esas: mentira original. Todo empez¨®, faltaba m¨¢s, hace 500 a?os. Aquellos bravos navegantes, codiciosos, quer¨ªan llegar hasta esas costas rebosantes de especias que buscaban con ah¨ªnco, pero chocaban una y otra vez contra esa tierra interminable: estaban hartos. Am¨¦rica se cruzaba en su camino: ya empezaba a ser el obst¨¢culo que ser¨ªa, despu¨¦s, tanto. Ellos no se rend¨ªan: segu¨ªan navegando, cada vez m¨¢s al sur, a ver si en alg¨²n punto esa masa de tierra testaruda les ced¨ªa el paso y consegu¨ªan dejarla atr¨¢s, seguir por fin hasta Catay.
Hubo ilusiones, momentos de esperanza: varios los tuvieron. Uno de ellos fue Juan D¨ªaz de Sol¨ªs, un se?or confuso que puede haber nacido en Espa?a o Portugal hacia 1475 y se lanz¨® a navegar joven, quiz¨¢ con los Pinzones ¡ªque eran unos marineros. Insisti¨®, aprendi¨®, y en 1512, a la muerte del gran falsario Am¨¦rico Vespucio, el rey Fernando lo nombr¨® piloto mayor en su reemplazo. Entonces, ya funcionario, se cas¨®, tuvo un hijo y, en octubre de 1515, parti¨® del Guadalquivir con tres carabelas, 70 marineros y la misi¨®n de navegar lo m¨¢s al sur posible para encontrar aquel pasaje esquivo.
Buscaron, bajaron, llegaron donde ning¨²n europeo hab¨ªa llegado. Tantas veces el estuario de un r¨ªo o una gran bah¨ªa les pareci¨® el paso tan deseado ¡ªy todas descubrieron que no era. Hasta que dieron con un lugar muy raro: una lengua de agua dulce y barrosa tan ancha que solo pod¨ªa ser un mar, el que los llevar¨ªa por fin del otro lado. Lo llamaron, sin pudor, Mar Dulce, y estaban tan felices que desembarcaron en su orilla derecha para comer y celebrar, beber si acaso.
Esa tierra, que parec¨ªa tan calma, ya empezaba a enga?ar: en minutos, bandadas de locales les cayeron encima. Los europeos huyeron; Sol¨ªs no pudo y esos charr¨²as lo invitaron a un asado, el suyo. De donde aquellos versos socarrones del maestro sobre el d¨ªa ¡°en que ayun¨® Juan D¨ªaz / y los indios comieron¡±. Sus compa?eros lo miraban, aterrados, desde sus carabelas.
Ese fue el primer contacto de espa?oles con esas costas sure?as; el recuerdo de la antropofagia consigui¨® que el siguiente tardara. Pero a partir de 1536, expediciones empezaron a recorrerlas con frecuencia. Ya sab¨ªan que ese mar era solo un r¨ªo y no llegaba al otro lado, pero sus locales les hablaban de riquezas incre¨ªbles si lo remontaban, y se dejaron deslumbrar.
Era el Truco Eldorado: ¡°S¨ª, bwana, all¨¢, m¨¢s all¨¢, hay monta?as de oro y princesas ba?adas en su polvo¡±, les dec¨ªan, digamos, para que se fueran. Solo que los locales de esas costas marrones eran m¨¢s modestos: no les hablaban de oro sino de plata ¡ªy muchos les creyeron.
Y entonces alg¨²n codicioso cambi¨® el nombre de Mar Dulce por R¨ªo de la Plata y alg¨²n culterano lo esculpi¨® en lat¨ªn y dijo argento, plata. Por lo cual todas esas pampas pasaron a llamarse argentinas, ¡°las tierras de la plata¡±. Est¨¢ claro que nunca hubo ni gota de plata en esos peladales: los locales les dec¨ªan claro, bwana, no se desa?liente, es un poco m¨¢s lejos ¡ªy consegu¨ªan perpetuar el enga?o y sacarse de encima a los pesados.
As¨ª se arm¨® la palabra Argentina, una de las m¨¢s falsas: sobre la mentira de que m¨¢s all¨¢ estaba eso que nunca estuvo, que tampoco estar¨¢. Hay algo all¨ª que define un car¨¢cter. ¡°Si, como afirma el griego en el Cratilo, / el nombre es arquetipo de la cosa, / en las letras de rosa est¨¢ la rosa, / y todo el Nilo en la palabra Nilo¡±, insiste el maestro. ¡°Por eso una palabra tan tramposa / no pudo producir sino esa trampa / de mentir y mentirse que esas pampas / ser¨ªan un d¨ªa una naci¨®n fastuosa¡¡±.
Uno de los mejores libros de Ricardo Piglia se llama Nombre falso. La Argentina lo tiene y la define: un pa¨ªs que te convence de que podr¨¢ ser lo que no puede ser, que promete plata y m¨¢s plata cuando no tiene un cobre. Este domingo ese pa¨ªs elige, una vez m¨¢s, sus gobernantes, su destino. Pero ya ni siquiera consigue ser fiel a su falacia: los candidatos no ofrecen futuros venturosos, solo miedos. Ya no dicen que all¨ª adelante est¨¢ la plata; dicen, si acaso, ese, mi contrincante, es quien se la llev¨®, ni piensen elegirlo. Y as¨ª estamos.
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