Yo, fan¨¢tica
Es m¨¢s f¨¢cil convivir si actuamos con menos inclemencia, si nos re¨ªmos de nuestra solemnidad y empatizamos con el pr¨®jimo
Desde siempre, tus amigos han bromeado sobre tu terquedad. Cuando una idea te obsesiona, te aferras al asunto, te exaltas y no sueltas el mordisco. Poco ¨¢gil en las conversaciones saltarinas y ligeras, insistes en ahondar machaconamente y ser escuchada hasta la ¨²ltima min¨²scula matizaci¨®n. Necesitas vencer y convencer. Llegu¨¦, vi, insist¨ª. Cuentan que Churchill ¡ªautor del mayor glosario de citas probablemente ficticias¡ª afirm¨®: ¡°Un fan¨¢tico es alguien que no puede cambiar de mentalidad y no quiere cambiar de tema¡±. Te asalta una hip¨®tesis inc¨®moda: quien sufre este arrebato intransigente no se da cuenta. Quiz¨¢ ni siquiera t¨² misma.
¡°Fan¨¢tico¡± deriva del lat¨ªn fanum, que significaba ¡°santuario¡± o ¡°templo¡±. En la Antig¨¹edad llamaban as¨ª a los sacerdotes del culto de Belona o Cibeles, cuyos ritos resultaban exc¨¦ntricos y fren¨¦ticos para los creyentes paganos. Desde el principio, integrista siempre es alguien de otro credo. El escritor Amos Oz se consideraba ¡ªcon saludable iron¨ªa¡ª un experto en fanatismo comparado. Sosten¨ªa que el peligro no solo acecha en las manifestaciones colectivas de fervor ciego, entre esas multitudes que agitan sus pu?os mientras gritan esl¨®ganes en lenguas que no entendemos. No, el fanatismo tambi¨¦n se expresa con modales silenciosos y un barniz civilizado. Est¨¢ presente en nuestro entorno y tal vez tambi¨¦n seamos v¨ªctimas de su temida infecci¨®n.
El fen¨®meno fan se ha incorporado a la vida cotidiana a trav¨¦s de la m¨²sica y el deporte. Son sus manifestaciones m¨¢s leves ¡ªaludidas con solo las tres primeras letras de la palabra¡ª, aunque a veces tambi¨¦n se desmadran. En la antigua Roma algunos devastadores motines empezaron como reyertas en los juegos de gladiadores o en el circo, entre partidarios de las distintas facciones deportivas.
El fanatismo nace de la necesidad ¡ªprofundamente humana¡ª de pertenecer a alg¨²n grupo, equipo o colectivo. Por desgracia, ese anhelo suele derivar en el rechazo a quienes no forman parte de nuestro n¨²cleo, hasta el punto de querer cambiar a los dem¨¢s, o expulsarlos. Estas actitudes comienzan en casa, en esa tendencia tan com¨²n de mejorar al vecino, de enmendar al c¨®nyuge, de hacer ingeniero al ni?o o enderezar al hermano, en vez de dejarlos tranquilos. El fan¨¢tico quiere salvarte, redimirte, mejorar tus h¨¢bitos. Se desvive por ti, te alecciona. En uno de sus discursos fundacionales de la democracia ateniense, Pericles formul¨® una idea novedosa para construir comunidades donde nadie sea despreciado: ¡°En el trato cotidiano, no nos enfadamos con el pr¨®jimo si hace su gusto, ni ponemos mala cara¡±. En cada caso y en cada casa, antes de intentar modelar al otro o darle la espalda, recordemos el deseo universal de vivir a nuestro aire.
El romano Luciano de Sam¨®sata escribi¨® en el siglo II un irresistible repertorio de obras sat¨ªricas donde parodia a los fil¨®sofos por sus feroces enemistades, su rigidez y su habilidad para olvidar sus propias faltas cuando pontifican. Con sus bromas certeras denuncia que hasta los sabios se embarran de autoritarismo. Podemos volvernos fan¨¢ticos de todo, incluso del di¨¢logo y el respeto. Con frecuencia, quien empieza predicando la tolerancia termina apedreando verbalmente a los diferentes. En nuestras ¨¢goras medi¨¢ticas, abundan los fan¨¢ticos antifan¨¢ticos y los cruzados antifundamentalistas.
Contra este trastorno, previene Oz en su ensayo Contra el fanatismo, no hay tratamiento de eficacia probada. Nos pueden ayudar el arte y la ficci¨®n, que abren la mirada a otras mentes y fomentan cambios de perspectiva. Incluso si alguien est¨¢ absolutamente en lo cierto y el otro vive en el error, sigue siendo ¨²til ponerse en el lugar de los dem¨¢s. Aprender a mirarnos como nos ven. Asumir que, cuando nos sentimos cargados de razones, nos volvemos pelmas. Peligrosos pomposos. A la larga, es m¨¢s f¨¢cil convivir si actuamos con menos inclemencia, nos re¨ªmos de nuestra solemnidad y empatizamos con el pr¨®jimo. En un arrebato de locura, incluso podr¨ªamos llegar a considerar como posibilidad que ¡ªtal vez¡ª estemos equivocados ¡ªun poco¡ª. Por supuesto, eso es imposible, puro delirio, pero resulta preferible caer en un exceso fant¨¢stico que fan¨¢tico.
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