Los idiotas
El amor pasional siempre tiene algo de estafa autoinducida, de mentira. Cerramos los ojos y nos inventamos al amado
Tengo la sensaci¨®n de que todos los individuos que hay sobre la Tierra creemos saber mucho sobre el amor. Me resulta curiosa esa aparente unanimidad en la sapiencia, cuando quiz¨¢ sea el pantano emocional m¨¢s proceloso con el que tenemos que lidiar en nuestras vidas. Yo a veces tambi¨¦n caigo en la debilidad de pensar que soy una experta en las lides pasionales, pero por otro lado estoy segura de que es uno de los terrenos en donde me equivoco de forma m¨¢s reincidente. Vamos, que una aprende poquito en el amor. Por eso los antiguos, que sab¨ªan mucho, representaron a Cupido, el dios romano del deseo amoroso, como un ni?o provisto de alas, desnudo y con los ojos vendados. Es un ni?o eterno, porque nunca aprende y nunca crece. Y no aprende porque no ve. Va ciego por la vida, revoloteando como un moscard¨®n sonrosado y rollizo y d¨¢ndose de bruces con las paredes de la realidad. Como ha demostrado hace unas semanas el tr¨¢gico, trist¨ªsimo, demoledor crimen triple de Morata de Taju?a, el de los hermanos septuagenarios, ?ngeles (76), Amelia (71) y Pepe (79), que padec¨ªa una discapacidad ps¨ªquica.
Y lo m¨¢s tremendo para m¨ª no es ya el feroz y violent¨ªsimo final, sino el acongojante y largu¨ªsimo proceso de autodestrucci¨®n en el que se sumieron las hermanas. Como saben, durante casi ocho a?os creyeron estar enamoradas de dos falsos militares norteamericanos destinados en Afganist¨¢n. Fueron sac¨¢ndoles dinero con diversas excusas y empez¨® la ca¨ªda. Las dos mujeres consumieron primero sus ahorros, luego vendieron un piso que ten¨ªan, despu¨¦s mandaban las pensiones ¨ªntegras y, como eso ya no era bastante, pidieron dinero prestado a los vecinos con tanta frecuencia que la gente acab¨® por evitarlas. Una loca humillaci¨®n que dur¨® demasiado. Lo m¨¢s alucinante es que, cuando ya nadie las cre¨ªa, consiguieran convencer a Dilawar Hussain para que les prestase 50.000 euros (por los que pagar¨ªan 100.000) a cuenta de una herencia que los supuestos novios iban a recibir. Sobre todo me duele imaginar el a?o final: a principios de 2023, Dilawar pas¨® a la acci¨®n. Un d¨ªa abofete¨® a Amelia, poco despu¨¦s le dio tres martillazos en la cabeza. Lo metieron en la c¨¢rcel, pero sali¨® en unos meses. Intuyo la angustia, el miedo de esas hermanas, su soledad de apestadas. Las rid¨ªculas del pueblo. Dos mujeres cultas, con carrera. Amelia anticuaria, ?ngeles profesora. No eran tontas, sino fr¨¢giles. Dos personas ¨¢vidas del amor pasional, que es una de las drogas m¨¢s potentes que hay en el mundo. Y cuando caes en ella, en esa adicci¨®n, todos los caminos te llevan al infierno, de la misma manera que el adicto al juego contin¨²a jugando m¨¢s y m¨¢s cuanto m¨¢s pierde. Ellas ten¨ªan que seguir creyendo y seguir pagando, para poder mantener el espejismo. Todos llevamos dentro nuestra propia posible perdici¨®n.
Vi en Antena 3 el primer mensaje de Facebook que mand¨® el estafador a las hermanas. El t¨ªpico blablabl¨¢ de qu¨¦ guapa eres y me gustar¨ªa tenerte como amiga. Desde hace un par de a?os bloqueo una treintena de mensajes as¨ª al mes en mi Facebook, no dirigidos a m¨ª, sino a las personas que me escriben. Siempre han existido las estafas amorosas; hay un programa de televisi¨®n estadounidense, Catfish, que he visto algunas veces y que desconsuela por la candidez suicida, por el empe?o en dejarse enga?ar que muestra la gente, tanto hombres como mujeres. Pero se dir¨ªa que, en los ¨²ltimos a?os, este tipo de trampas han aumentado. Han corrido como la p¨®lvora entre los malos porque son rentables, porque funcionan. Y es que el amor pasional, en realidad, siempre tiene algo de estafa autoinducida, es decir, de mentira, de espejismo. Siempre cerramos los ojos y nos inventamos al amado. Los apasionados amamos el amor, como dec¨ªa san Agust¨ªn: es decir, amamos la sensaci¨®n de intensidad que produce. El subid¨®n de la droga. Tambi¨¦n lo dec¨ªa el pobre Nietzsche, que sufri¨® toda su vida un batacazo sentimental tras otro: ¡°Llegamos a amar nuestro deseo y no el objeto de este¡±. ?Qui¨¦n no ha aullado como un lobo bajo la luna el dolor de un desamor, para luego, 10 a?os despu¨¦s, no entender qu¨¦ pudiste haber visto en esa persona? S¨ª, hay casos extremos; gente que cree que les est¨¢ escribiendo Brad Pitt (?y pidi¨¦ndoles dinero!), pero, insisto, antes de llegar a ese momento de enajenaci¨®n seguro que ha habido mucho dolor, mucha destrucci¨®n emocional, mucha necesidad de la droga amorosa. No somos idiotas: somos ni?os ciegos estrell¨¢ndonos una y otra vez contra los muros.
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