Cuando todo pide m¨¢s de nosotros
Buena parte de nuestra felicidad proviene de saber hacer de nuestra soledad un espacio de libertad

El novelista Anthony Trollope dej¨® dicho que deb¨ªa todo su ¨¦xito en las letras a una sola persona: aquel viejo criado que, a las 5.30, lo sacaba de la cama ¡°sin misericordia¡± para ponerse a escribir. Con estos h¨¢bitos, Trollope iba a conseguir novelas memorables y, al mismo tiempo, una reputaci¨®n de filisteo: al fin y al cabo, de un escritor solemos esperar borracheras hom¨¦ricas, unas deudas corrosivas o, como m¨ªnimo, una vida sexual rica en arabescos. La moderaci¨®n, la disciplina o la templanza son ¡ªqu¨¦ le vamos a hacer¡ª virtudes poco narrativas: liquidar el IVA trimestral dista de ser algo ¡°sublime sin interrupci¨®n¡± y, puestos a novelar, un matrimonio feliz s¨®lo puede oponer bostezos ante los ¨¦xtasis y tormentos de un adulterio m¨²ltiple. Extra?a poco, por tanto, que para encontrar en nuestros d¨ªas expresiones como ¡°dominio de s¨ª¡± tengamos que rebuscar en el catecismo del abuelo.
Al leer Las torres de Barchester, sin embargo, no es dif¨ªcil pensar que aquella sobriedad trollopiana quiz¨¢ le rindi¨® m¨¢s ¡ªy nos aprovech¨® mejor¡ª que haber echado cada noche los cierres del pub. Y tambi¨¦n resulta inevitable concluir que hoy el novelista lo hubiera pasado peor: antes de ponerse a escribir, tendr¨ªa que sortear las llamadas a sembrar de ¡°me gustas¡± en su Instagram, a?adir una pieza maestra a sus wasaps completos o retuitear a esa chica que ha dado en ¡°favearte¡± un par de veces. Otro escritor, Jonathan Franzen, no tiene criado que le levante pero, para centrarse, arranca el cable de internet.
No hace falta ser un Trollope o un Franzen para vernos cada d¨ªa asediados de aquello que el moralismo menos sexy llamaba tentaciones. La tarjeta de cr¨¦dito hace posible el ¡°lo quiero todo y lo quiero ahora¡±, y Amazon nos lo deja en la puerta de casa. El chino de la esquina favorece la ¡°muerte por chocolate¡± a nada que uno tenga un antojo: si estamos en el sof¨¢, el antojo nos llega en 17 minutos por Deliveroo. Una buena racha en Tinder ya te cualifica para dar consejos de seducci¨®n a Casanova, y no falta el que, hora feliz tras hora feliz, se ha levantado un d¨ªa con un problema de alcoholismo. Si nos sentimos mal, todo se puede reconducir a los genes, la psicolog¨ªa evolutiva o una qu¨ªmica cerebral que nos lavar¨¢ de toda culpa. Pero a veces somos solo nosotros, y no una causa remota, los que pedimos el extra de nata o compramos los zapatos que nos tendr¨¢n tres meses a arroz blanco.
En buena parte, hablamos de problemas maravillosos: mejor luchar contra la segunda cervecita que por conseguir agua potable. Y quiz¨¢ algunos d¨ªas terminamos viendo v¨ªdeos de un coreano hablando euskera, pero otro d¨ªa nos metemos Novecento de un tir¨®n. Es c¨¦lebre la frase de Pascal: todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitaci¨®n. Hoy podemos decir que buena parte de nuestra felicidad proviene de saber quedarnos en un cuarto. De hacer de nuestra soledad un espacio de libertad. De proteger el sagrado de nuestra atenci¨®n cuando todo nos reclama. De contener y modular cuando todo pide m¨¢s de nosotros: de las redes a las relaciones, de la comida a las compras, del cr¨¦dito al tabaco. ¡°Todo a lo que me entrego se hace rico y me desgasta¡±. Es un verso que tiene 100 a?os pero suena a profec¨ªa.
¡°Nuestra carne¡±, escribe Larkin, ¡°nos rodea con sus propias decisiones¡±. Quiz¨¢ nunca m¨¢s que ahora. Si en otro tiempo, Oscar Wilde escandaliz¨® al proferir que su ¨²nica manera de acabar con la tentaci¨®n era caer en ella, su boutade est¨¢ ahora al alcance de cualquiera: desde luego, cuando ¡°yo lo valgo¡±, hay muy pocas cosas que me est¨¦n vedadas. El exceso se ha hecho democr¨¢tico sin dejar de ser rom¨¢ntico, hasta convertirse en problema y forzarnos a tomar esas decisiones que antes eran atarse al m¨¢stil o quemar las naves y ahora quiz¨¢ sea desinstalar una app. Hace mucho, Gustave Flaubert, muy a contracorriente, recomendaba a los escritores una vida ordenada para que la pasi¨®n y la violencia se reconcentraran en la pluma. Como a Trollope, a ¨¦l tampoco le vino mal esa idea de carcamal que era poner el autocontrol un poco antes que la autoestima.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
