La palabra turista
Es un ser contradictorio, ejemplo del modelo actual: cultura de masas con pretensiones de exclusiva
Hay palabras que dan toda la vuelta y terminan, dichosas, all¨ª donde empezaron. La palabra turista apareci¨® en el ingl¨¦s del 1700 para nombrar a aquellos muchachitos de alta cuna que, tras unos a?os de fiestas lluviosas en Oxbridge, bajaban hacia el sol. Se lo hab¨ªan ganado a fuerza de ser hijos de pap¨¢ y, gracias a eso, recorr¨ªan en carroza ¡°el continente¡± ¡ªFrancia, Italia, a veces Austria o Grecia¡ª visitando ruinas, palacios y prost¨ªbulos en eso que llamaban el Grand Tour, de donde el nombre de tourists y todo lo dem¨¢s.
Con el tiempo, otros ricos y menos ricos de los pa¨ªses ricos se volvieron turistas. Los balnearios, las playas, las monta?as, incluso los museos fueron la meta de los que pod¨ªan. Primero los paquebotes y los trenes, y despu¨¦s por supuesto los aviones y coches llenaron ciertos lugares de turistas y ahora, lo sabemos, hay regiones que rebosan de ellos.
(Llamamos turista a quien viaja sin m¨¢s justificaci¨®n que el propio viaje. No viaja para educarse o educar, no para hacer negocios, no para escribirlo, no para ver amigos o amores o enemigos o amores enemigos, no para someterse a un m¨¦dico o un brujo o alguno de esos monjes; no, hacer turismo es viajar para nada en particular y tanto al mismo tiempo. Viajar para viajar: el viaje, digamos, en su forma m¨¢s pura, m¨¢s inane.)
Hace poco m¨¢s de medio siglo que el turismo se volvi¨® una ¡°industria¡± ¡ªcon perd¨®n¡ª decisiva y se democratiz¨®, dentro de un orden. El a?o pasado 1.300 millones de turistas cruzaron fronteras, engendraron el diez por ciento del producto bruto mundial ¡ªtanto como la agricultura o el petr¨®leo¡ª y causaron uno de cada diez empleos.
En esta industria sudorosa Espa?a es l¨ªder: el segundo pa¨ªs m¨¢s visitado del planeta, tras Francia, y el primero en turistas por habitante ¡ªy no paran. En 2023 llegaron 85 millones: el sol, la paella, la sangr¨ªa, la marcha, la sonrisa y los precios siguen siendo imbatibles. Siete u ocho millones de espa?oles viven de ellos.
El turismo es una gran met¨¢fora de nuestras sociedades: una actividad impetuosa, omnipresente, que podr¨ªa no existir y no pasar¨ªa nada. El turista es un ser contradictorio, ejemplo del modelo actual: cultura de masas con pretensiones de exclusiva. El turista suele creer que no lo es: que ¨¦l no es como ¨¦sos. El turista, cuando lo es y cuando no lo es, desde?a a los turistas. S¨®lo que ese desd¨¦n tranquilo del local por el turista se ha convertido, ¨²ltimamente, en algo parecido al odio: el enemigo que te arruina la vida. O al estallido de los instintos propietarios: basta de estos extra?os que vienen a usarme lo que es m¨ªo.
Pero ya no queda claro qu¨¦ es de qui¨¦n. El turista obliga a sus destinos a parecerse m¨¢s y m¨¢s a la imagen que tiene de ellos, a volverse m¨¢s t¨ªpicos, m¨¢s t¨®picos, m¨¢s tontos ¡ªa renunciar a sus peculiaridades y sus cambios para amoldarse a la postal. Culturas que se banalizan, se pierden, poblaciones que ya no inventan, sino maneras de servir. Y, de forma muy brutal, la transformaci¨®n de los barrios m¨¢s bonitos de las ciudades m¨¢s apetecidas en parques tem¨¢ticos cuyas viviendas se alquilan por horas: barrios que pierden no solo su sabor sino tambi¨¦n a sus habitantes, que no pueden pagar esos precios. Entonces reaccionamos: esto no puede seguir as¨ª. Y la soluci¨®n que m¨¢s se oye es acabar con el ¡°turismo de masas¡±, el que llena nuestras calles y nuestras playas, para recuperar un ¡°turismo de calidad¡± ¡ªo sea, m¨¢s caro. ¡°La masificaci¨®n tur¨ªstica no solo afecta a la calidad de vida de quienes residen en los destinos, sino que tambi¨¦n deteriora la experiencia del visitante, en especial de aquellos con mayor capacidad de gasto, quienes podr¨ªan acabar evitando destinos congestionados¡±, dec¨ªa una columna reciente en este diario.
Hay que cuidar el ¡°producto¡±, e incluso a los vecinos, y se discute c¨®mo hacerlo: si cobrar una buena entrada a las ciudades con demanda, si crear un impuesto espec¨ªfico, si cerrar los alojamientos baratos, si prohibir que desembarquen los pasajeros de cruceros, turistas que escatiman.
Se precisan, sin duda, soluciones, pero todas estas giran sobre la misma idea: salvar a nuestras ciudades ¡ªde los pobres. Es una variante del sistema por el cual solo los coches caros y nuevos pueden ir al centro; los viejos y baratos, no. Es la consagraci¨®n de la desigualdad empedrada de buenas intenciones: respeto, empleo, ecolog¨ªa. Y es, en ¨²ltima instancia, la recuperaci¨®n de una palabra: el turista, al principio, era un ni?o rico; ahora muchos querr¨ªan que volviera a serlo.
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