La dif¨ªcil relaci¨®n entre un Rey y un rey em¨¦rito
La resistencia de Juan Carlos I a abdicar tens¨® las relaciones con su heredero, que nada m¨¢s llegar al trono intent¨® poner distancia entre los dos reinados
En las dos ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo pasado, e incluso en los primeros a?os del actual, era frecuente escuchar esta frase.
¨CYo no soy mon¨¢rquico, yo soy juancarlista.
Era una postura c¨®moda, pragm¨¢tica, un vamos a llevarnos bien que evitaba una discusi¨®n a fondo sobre la monarqu¨ªa, pero que reconoc¨ªa la figura de Juan Carlos I, que ha comunicado este lunes su decisi¨®n de abandonar Espa?a, y su papel en la transici¨®n entre el r¨¦gimen franquista y la democracia. El gran inconveniente, que entonces ni se vislumbraba, era que aquella comodidad escond¨ªa tambi¨¦n un gran peligro: todo se hab¨ªa apostado a una carta. Si en alg¨²n momento, por cualquier circunstancia, la figura de Juan Carlos I se derrumbaba, la instituci¨®n mon¨¢rquica y por tanto la Jefatura del Estado correr¨ªa un gran peligro. Pero ni los partidos pol¨ªticos, ni los sucesivos Gobiernos ¨Cora del PSOE, ora del PP¨C creyeron en ning¨²n momento conveniente trazar un plan para fortalecer la instituci¨®n m¨¢s all¨¢ de la figura de aquel Monarca que entonces se percib¨ªa tan simp¨¢tico y campechano.
Lo que nunca se pens¨® que pod¨ªa suceder, sucedi¨® en 2010. La explosi¨®n del caso N¨®os, que pasados los a?os sentar¨ªa en el banquillo a la infanta Cristina y conducir¨ªa a la c¨¢rcel a su marido, I?aki Urdangarin, abri¨® una rendija por la que se terminaron colando las primeras sospechas del mal uso de la instituci¨®n mon¨¢rquica. Aunque, a tenor de lo que se ha sabido despu¨¦s, ¡°ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada¡±, seg¨²n ha calificado el propio Juan Carlos I, aquello pudiera parecer ahora insignificante ¨Clas tretas de un yerno para enriquecerse a la sombra de su suegro el Rey¨C, en el imaginario de una buena parte de la ciudadan¨ªa supuso un antes y un despu¨¦s. ?D¨®nde estaba la ejemplaridad? ?Ser¨ªa suficiente con podar la rama corrupta para que el ¨¢rbol siguiera dando sombra? Pronto se supo que no. Cada mes que pasaba, el horizonte parec¨ªa m¨¢s oscuro, y a pesar de que el juancarlismo se iba desplomando a pasos agigantados, ninguna instituci¨®n, incluyendo la Corona, parec¨ªa interesada en promover un debate serio y, a ser posible, sosegado sobre el futuro de la instituci¨®n.
El principal perjudicado no era Juan Carlos I, que a¨²n viv¨ªa de las rentas de sus d¨¦cadas de gloria como Rey y todav¨ªa aspiraba a ocupar un lugar confortable en la historia de Espa?a, sino su hijo y heredero, quien alg¨²n d¨ªa tendr¨ªa que acceder al trono con el nombre de Felipe VI y que contemplaba en primera fila, aunque sin margen de maniobra, la demolici¨®n del prestigio de la Monarqu¨ªa. La relaci¨®n entre el padre y el heredero corr¨ªa peligro de resentirse. Los tiempos y las circunstancias son muy distintas, pero el rey Juan Carlos ya hab¨ªa vivido en carne propia un desgarro parecido. Para que ¨¦l fuera Rey con todas las de la ley, su padre, don Juan de Borb¨®n y Battemberg, hijo y heredero de Alfonso XIII, tuvo que plegarse primero a los designios del general Francisco Franco ¨Cque se encarg¨® de la formaci¨®n del pr¨ªncipe Juan Carlos en Madrid¨C y renunciar despu¨¦s a los derechos din¨¢sticos que hab¨ªa guardado en su exilio de Lisboa durante 36 a?os. Felipe de Borb¨®n, con solo nueve a?os, asisti¨® el 14 de mayo de 1977 a un sencillo acto en el Palacio de la Zarzuela en el que su abuelo, el conde de Barcelona, daba un paso al lado y se desped¨ªa definitivamente de sus aspiraciones a ser rey de Espa?a. ?Durante cu¨¢nto tiempo esper¨® en vano Felipe de Borb¨®n a que su padre, cada vez m¨¢s cuestionado por sus enredos financieros y sus amistades peligrosas, diera el paso que s¨ª dio su abuelo cuando los intereses de la Corona as¨ª se lo demandaron?
Roma, marzo de 2013. Embajada de Espa?a ante la Santa Sede. Los pr¨ªncipes Felipe y Letizia han asistido en el Vaticano a la entronizaci¨®n del papa Francisco en representaci¨®n de Juan Carlos I, que se encuentra a¨²n convaleciente de su accidente en Botsuana y del consiguiente esc¨¢ndalo al descubrirse que se encontraba cazando elefantes en compa?¨ªa de su amante, Corinna Larsen. Durante la recepci¨®n organizada en la embajada, los pr¨ªncipes tienen la oportunidad de saludar al cuerpo diplom¨¢tico y a representantes de distintas ¨®rdenes religiosas. En conversaci¨®n informal con algunos viejos conocidos, Felipe y Letizia reflejan una cierta sensaci¨®n de desolaci¨®n. Son m¨¢s conscientes que nadie de que el decorado se viene abajo. En ese momento, primavera de 2013, el bar¨®metro del Centro de Investigaciones Sociol¨®gicas (CIS) se?ala que la confianza de los espa?oles en la Monarqu¨ªa es de solo de un 3,6 sobre 10. En los tres ¨²ltimos a?os, la Corona ¨Cque en los noventa lleg¨® a cosechar un apoyo de 7,5 sobre 10¨C se hab¨ªa convertido en la instituci¨®n que m¨¢s prestigio hab¨ªa perdido ante los ciudadanos. Y, aun consciente de esa situaci¨®n, el pr¨ªncipe Felipe tambi¨¦n sabe que no puede hacer nada, m¨¢s all¨¢ de poner buena cara y sonre¨ªr.
No tiene otra opci¨®n. En otras monarqu¨ªas, como la sueca, la Constituci¨®n establece que cuando el rey no puede cumplir sus tareas como jefe de Estado, puede ser sustituido por su heredero, que asume las tareas de ¡°regente temporal¡±. En Espa?a eso no es posible. Lo explica de forma muy gr¨¢fica la periodista Soledad Gallego-D¨ªaz en un art¨ªculo titulado Una instituci¨®n en manos del rey publicado en la revista Claves en marzo de 2014: ¡°Seg¨²n la Constituci¨®n espa?ola, las funciones del Rey como jefe de Estado no pueden ser realizadas por el pr¨ªncipe Felipe, de manera que cuando don Juan Carlos est¨¢ de viaje [o convaleciente de un accidente o una enfermedad] nadie le puede reemplazar en territorio espa?ol. Y si es el Pr¨ªncipe el que viaja al exterior en representaci¨®n de su padre, no dispone de ning¨²n estatus especial, por lo que en cada ocasi¨®n es necesario que el Gobierno dicte un decreto por el que le asimila, al menos, a la funci¨®n de embajador. 76 viajes realizados hasta ahora por el pr¨ªncipe Felipe, 76 decretos¡±.
Aquella noche de 2013 en la Embajada espa?ola ante la Santa Sede, el pr¨ªncipe Felipe ten¨ªa ya 43 a?os, y aunque un grupo de monjas se acercaron a decirle que estaban rezando mucho por su padre, estaba seguro de que la ¨²nica posibilidad de frenar el declive del prestigio de la Corona no era que Juan Carlos I se recuperara del batacazo en Botsuana, sino que de una vez por todas tomara la decisi¨®n que, a solo unos metros de all¨ª, acababa de tomar Benedicto XVI. Cansado y enfermo, sinti¨¦ndose incapaz de sostener el peso de una Iglesia lastimada por los casos de pederastia, Joseph Ratzinger renunci¨® al papado. El pr¨ªncipe a¨²n tendr¨ªa que esperar m¨¢s de un a?o a que su padre, ya entre la espada y la pared, se decidiera a abandonar el trono.
Una vez que la abdicaci¨®n se produce, el 19 de junio de 2014, el rey Felipe VI empieza a emitir se?ales visibles de que una ¨¦poca ha terminado y empieza otra. Aunque durante todos estos a?os las informaciones que llegaban del Palacio de la Zarzuela es que padre e hijo se llevan bien, el nuevo Rey toma una serie de decisiones que incomodan a su antecesor. En la primavera de 2018, a cuenta del incidente entre las reinas Sof¨ªa y Letizia tras la misa del Domingo de Resurrecci¨®n en la catedral de Palma, un mon¨¢rquico partidario de don Juan Carlos se lamentaba de que, tras su proclamaci¨®n, el rey Felipe intent¨® romper todos los lazos con el padre. ¡°Quiso eliminar su legado¡±, explicaba, ¡°intentando as¨ª borrar los ¨²ltimos a?os, tan pol¨¦micos, del rey Juan Carlos. Tal vez no se daba cuenta de que as¨ª tambi¨¦n borraba los 30 anteriores, que para muchos espa?oles ¨Cmon¨¢rquicos o no¨C siguen siendo los mejores de la historia de Espa?a¡±.
A trav¨¦s de sus amigos, el rey Juan Carlos hizo saber que le hab¨ªa sentado muy mal que su hijo le quitase la presidencia de la Fundaci¨®n Cotec para la Innovaci¨®n, que consideraba una creaci¨®n suya, y tambi¨¦n que hubiera despose¨ªdo a la reina Sof¨ªa de la presidencia de la Fundaci¨®n de Ayuda a la Drogadicci¨®n. Pero lo que ya colm¨® el vaso de la irritaci¨®n de Juan Carlos I fue su exclusi¨®n, en junio de 2017, de la celebraci¨®n en el Congreso de los Diputados del 40? aniversario de la Constituci¨®n de las Cortes. Unos d¨ªas antes del acto, Felipe VI le comunic¨® a su padre que, por razones de protocolo, solo podr¨ªa asistir desde la tribuna de invitados. Don Juan Carlos, airado, le respondi¨®: ¡°No pienso estar en el gallinero¡±. Tras ver el acto por televisi¨®n, su enfado fue a m¨¢s y as¨ª se lo coment¨® a su c¨ªrculo de amigos: ¡°Estaban hablando de m¨ª como si me hubiera muerto. No ten¨ªan sitio para m¨ª, pero hab¨ªan invitado hasta a las nietas de la Pasionaria¡±. El ¨²ltimo intento por dar la impresi¨®n de una familia unida en medio de la tempestad fue precisamente el Domingo de Resurrecci¨®n de 2018, pero el resultado fue justo el contrario, un enfrentamiento de las dos reinas ante las c¨¢maras.
Ahora, como si se tratara de una nueva maldici¨®n de los Borbones, Felipe VI se ha visto obligado a hacer lo que Juan Carlos I hizo al principio de la Transici¨®n, eliminar al padre. Don Juan entendi¨® su papel en aquella encrucijada y, tras renunciar a sus derechos din¨¢sticos, volvi¨® al silencio en el que siempre hab¨ªa vivido. No se sabe si Juan Carlos volver¨¢ a hablar en p¨²blico o ante los tribunales, pero las consecuencias de sus ¨²ltimos a?os de reinado constituyen ya una pesada herencia para su hijo y para el futuro de la monarqu¨ªa.
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