El viaje terrible que acaba en Melilla
Amir, uno de los refugiados que salt¨® la valla el pasado 24 de junio, atraves¨® ?frica en una odisea de dos a?os. Trabaj¨® de minero y de alba?il, fue desvalijado varias veces e interceptado en alta mar
Amir se encontraba tirado en el suelo de un puesto fronterizo, asfixiado por gases lacrim¨®genos que lanzaba sin parar la polic¨ªa marroqu¨ª. Tras dos a?os de viaje desde Sud¨¢n, lo ¨²nico que pensaba era que, ya que iba a morir ah¨ª aplastado, que fuera cuanto antes. Amir, de 23 a?os, cuenta que no pod¨ªa respirar ni ten¨ªa fuerzas para seguir, pero que al ver c¨®mo decenas de compatriotas alcanzaban la alambrada y lograban saltar al lado espa?ol, se levant¨®. Anestesiado por una mezcla de adrenalina, miedo y euforia, trep¨®. Logr¨® entrar en Melilla y se puso a correr. Un guardia civil casi le tumb¨® de un porrazo en la espalda. Pero, por una vez, tuvo suerte: ¡°Se distrajo pegando a otro y escap¨¦¡±. Huy¨® a toda velocidad con las l¨¢grimas recorri¨¦ndole la cara. ¡°Me emocion¨¦ mucho, no tanto por haber entrado en Espa?a, sino por estar vivo¡±. Despu¨¦s pens¨® en su madre, Khadija.
El pasado 24 de junio en la frontera de Nador con Melilla, cerca de 1.700 personas entraron descontroladamente en el puesto fronterizo. Murieron 23. Amir fue uno de los 133 que lo logr¨®. Y hacerlo se convirti¨® uno de los momentos m¨¢s dif¨ªciles de una vida en la que nada ha sido f¨¢cil.
Desde los cuatro a?os se acostumbr¨® a esconderse en Sud¨¢n de los janjaweed, milicias ¨¢rabes que, desde 2003, arrasan las aldeas de las tribus subsaharianas a fin de quedarse con sus tierras y con su ganado y violar a sus mujeres . A los 20 a?os, en un campo de refugiados de Darfur donde una bomba hab¨ªa matado a su hermano menor, cansado de huir, advirti¨® a su madre de que se ir¨ªa de ah¨ª. ¡°Le pregunt¨¦ por qu¨¦ yo no pod¨ªa tener una vida como la de todo el mundo. Quer¨ªa saber qu¨¦ se sent¨ªa al vivir con seguridad¡±. Se march¨® con lo puesto, con 30 euros y un bonito anillo que la madre le hab¨ªa regalado al acabar el instituto. No ten¨ªa ning¨²n destino particular. ¡°Solo quer¨ªa un pa¨ªs para vivir en paz¡±, a?adi¨®.
Los primeros cuatros meses alejado de su familia los pas¨® explotado en una mina de oro clandestina en el norte de Chad. Como muchos otros migrantes en situaci¨®n irregular que tratan de conseguir el dinero para saltar a Europa. A Amir no le fue muy bien: durante esos cuatro meses apenas reuni¨® cuatro gramos de oro. Las condiciones de vida eran inhumanas. Los guardias que les vigilaban iban armados y no dudaban en pegarles cuando protestaban porque no les pagaban por el trabajo. ¡°Tambi¨¦n ah¨ª me sent¨ªa en peligro. No era lo que buscaba. Hab¨ªa muy poca comida y era complicado conseguir agua, pod¨ªa estar sin ducharme un mes¡±, recuerda. As¨ª que tom¨® sus cuatro pepitas de oro, el anillo de su madre y se pas¨® a Libia con la ayuda de un traficante. Tampoco entonces ten¨ªa un destino claro.
Lleg¨® a Tr¨ªpoli. Trabaj¨® en la construcci¨®n, de siete de la ma?ana a siete de la tarde, por 14 euros al d¨ªa, sin tiempo apenas para comer. Viv¨ªa en una habitaci¨®n min¨²scula compartida con otros cuatro hombres. Una vez lo detuvieron y su jefe tuvo que ir a sacarlo de la c¨¢rcel. Tampoco era eso lo que se imaginaba cuando so?aba con otra vida en el campo de refugiados de Darfur. As¨ª que decidi¨® arriesgarse a llegar a Europa. Libia es el trampol¨ªn para saltar a Italia o Malta y pens¨® que deb¨ªa aprovecharse de eso. Ocho meses despu¨¦s de entrar en Libia, pagaba 500 euros por subirse en una barca neum¨¢tica y cruzar el Mediterr¨¢neo junto a otro centenar de personas. Pero la guardia costera libia, financiada por la UE para frenar la inmigraci¨®n irregular, localiz¨® la embarcaci¨®n en alta mar y entreg¨® a todos sus ocupantes a una milicia que controlaba un centro de detenci¨®n. ¡°Estoy seguro de que los traficantes y los guardacostas estaban compinchados¡±, mantiene.
Su recuerdo del centro de detenci¨®n es similar al que describen todos los que han pasado por all¨ª: ¡°Nos encierran a un mont¨®n de personas en un espacio muy peque?o, apenas te dan de comer y los guardias te dan palizas constantemente. Te graban en un v¨ªdeo para envi¨¢rselo a tu familia y que pague un rescate por ti, pero yo me negu¨¦ a darles ning¨²n contacto¡±. Asegura que llegaron a ponerle una pistola en la sien si no daba un n¨²mero de tel¨¦fono, pero que resisti¨®. ¡°Prefiero que me mat¨¦is a que tortur¨¦is a mi familia, que no tiene nada¡±, les replic¨®. Logr¨® escaparse un mes despu¨¦s, destroz¨¢ndose el tobillo en la huida. Tras fugarse de la c¨¢rcel, deb¨ªa dejar Libia cuanto antes.
Pas¨® unos meses trabajando de alba?il de nuevo a fin de reunir algo de dinero. Despu¨¦s cruz¨® la frontera de Argelia. Fue el 21 de julio de 2021. Recuerda las fechas clave del viaje con una sorprendente exactitud. ¡°Las tengo grabadas. Son importantes y muy tristes para m¨ª¡±, explica. Para salir de Libia necesit¨® de nuevo acudir a los traficantes de personas porque no pod¨ªa arriesgarse a cruzar el pa¨ªs solo o a atravesar la frontera sin su ayuda. A los ojos de las autoridades, Amir no era un refugiado, sino un inmigrante sin papeles, sin dinero y sin derechos al que se puede perseguir, extorsionar, apalear o deportar.
En Argelia durmi¨® en las calles de cuatro ciudades distintas hasta diez d¨ªas despu¨¦s de haber entrado en el pa¨ªs, alcanz¨® la localidad de Maghnia, el punto caliente y poroso de la frontera con Marruecos, cerrada desde 1994. Le pidieron 200 euros por mostrarle el mejor sitio para cruzar, un trecho con una valla de unos cuatro metros y un foso que sorte¨® sin dificultad. Lleg¨® a Oujda, donde cientos de sudaneses han pasado en los ¨²ltimos dos a?os de camino hacia la frontera espa?ola. La ruta constituye una novedad porque la inmensa mayor¨ªa de sudaneses llegaba hasta ahora a Europa por Libia. Las razones del cambio no est¨¢n del todo claras. ¡°El motivo principal es que tememos los encarcelamientos en Libia. ?ltimamente, se ha convertido en un negocio no solo para los traficantes, sino tambi¨¦n para la polic¨ªa¡±, explica Amir.
En Oujda pidi¨® cita para solicitar asilo y que Marruecos le reconociese como refugiado. Para ello era necesario esperar tres meses. Durmi¨® muchos d¨ªas debajo de un puente, pero al final desisti¨® y decidi¨® continuar hacia adelante. ¡°Conoc¨ª a otras personas a las que les hab¨ªan concedido el asilo y hab¨ªan sido deportadas a Argelia igualmente. No quise quedarme a perder el tiempo¡±, recuerda.
La etapa final del viaje es a¨²n m¨¢s fren¨¦tica y angustiosa. Desde septiembre de 2021 hasta el pasado 24 de junio, el d¨ªa de la intentona final, Amir trat¨® de colarse en Espa?a 12 veces. Primero por Melilla, luego por Ceuta, luego otra vez por Melilla. Solo en una ocasi¨®n consigui¨® pisar suelo ceut¨ª, pero fue devuelto en caliente. Tras cada fracaso, era detenido, por las autoridades marroqu¨ªes. La mayor¨ªa de las veces lo encerraban en un centro de detenci¨®n. Antes, le desvalijaban. A lo largo del viaje, a Amir le robaron siempre que le detuvieron. Le quitaban el dinero y todo lo que tuviera de valor. Pero siempre logr¨® ocultar el anillo de su madre a los ojos de los guardianes. Es milagroso que pueda exhibirlo mientras relata su aventura.
Del centro de detenci¨®n lo sub¨ªan despu¨¦s a un autob¨²s con destino a cualquier parte de Marruecos. Tres veces le expulsaron a Beni Melal, a 600 kil¨®metros al sur. Otras dos a Chichaoua, a 900 kil¨®metros al suroeste. Tambi¨¦n le abandonaron en Fakih Benim Saleh, a 600 kil¨®metros de la valla de Melilla, o en El Kelaa des Sraghna, a nueve horas de viaje en coche. Las autoridades marroqu¨ªes acostumbran a conducir a los migrantes y refugiados a estas ciudades perdidas y pobres a fin de alejarlos de las fronteras espa?olas, para cansarlos, dispersarlos y obligarlos a abandonar. Pero ellos siempre vuelven. Y Amir tambi¨¦n. ¡°No pod¨ªa echarme atr¨¢s, no me quedaba otra que volverlo a intentar. Por mi cabeza nunca ha pasado volver a Sud¨¢n¡±.
En estos dos a?os de viaje en torno al precipicio, Amir ha perdido a muchos amigos en el camino. Asegura no haberse enamorado nunca y se lo explica aludiendo a la vida terrible que ha llevado. Ahora, en Melilla, pedir¨¢ asilo y acabar¨¢, con mucha probabilidad, en la Pen¨ªnsula. A ¨¦l, lo vuelve a repetir, le da igual el sitio, siempre y cuando pueda vivir tranquilo. El d¨ªa en que se ahogaba por el gas en el paso fronterizo de Nador y lleg¨® a desear la muerte, se convirti¨®, parad¨®jicamente, en el m¨¢s afortunado. Cuando cruz¨® la ¨²ltima frontera se palp¨® la ropa y pens¨® que a¨²n contaba con tres cosas necesarias para ganar: su propia vida, un futuro en Europa y el anillo de su madre.
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