El Hierro se resigna a ser la puerta de atr¨¢s de Europa
La isla canaria menos poblada se ha convertido en el principal puerto de llegada de la inmigraci¨®n irregular a la UE, superando en desembarcos a Italia y Grecia. Los habitantes aprenden a convivir con un fen¨®meno que ya es estructural y que, a veces, sienten que afrontan solos
Las historias se cruzan y descruzan en El Hierro. Con 11.000 habitantes, la isla menos poblada del archipi¨¦lago canario se ha convertido en el principal destino europeo de embarcaciones con migrantes y refugiados. En lo que va de a?o, ha recibido unas 6.500 personas, m¨¢s que Italia e incluso Grecia, seg¨²n datos de la Organizaci¨®n Internacional para las Migraciones (OIM). Todo en la isla desde hace meses parece girar en torno al fen¨®meno de la inmigraci¨®n. Por eso, no es raro ver en la misma ma?ana de domingo y en la misma playa a un grupo de turistas noruegos aficionados al submarinismo al lado de un pelot¨®n de ni?os africanos que juegan en la arena vigilados por dos educadores.
Los submarinistas llegaron de Europa en avi¨®n; los ni?os, que no superan el metro y medio de altura, salieron de Mal¨ª, Gambia o Senegal y viajaron en cayuco. Lo hicieron solos, sin madres o padres o parientes, y consiguieron as¨ª culminar una traves¨ªa en la que compatriotas suyos han ca¨ªdo muertos o desfallecidos. La d¨¢rsena, resguardada de las olas, tiene ahora otro significado. Tras jugar en la playa, los educadores condujeron a los ni?os a recorrer el muelle en direcci¨®n al barco naranja de Salvamento Mar¨ªtimo que les rescat¨® en medio del mar. Luego, se subieron a las letras gigantes que a los turistas les gusta tanto fotografiar y que indican el lugar en el que se encuentran: La Restinga, un peque?o pueblo pesquero convertido ahora en la puerta de atr¨¢s de Europa.
El mal tiempo, el viento y la estatura de las olas complican la navegaci¨®n estos d¨ªas. Pocos se atreven a adentrarse en el oc¨¦ano en estas condiciones. Y con el mar agitado, en tierra reina cierta calma: varios d¨ªas seguidos sin cayucos que no se viv¨ªan desde octubre.
Pero eso no quiere decir que no salten de vez en cuando las alarmas. Un mensaje de WhatsApp empez¨® a pitar simult¨¢neamente en decenas de m¨®viles de la isla a las 8.20 del mi¨¦rcoles. Un velero hab¨ªa avistado lo que parec¨ªa ser un cayuco a unas 35 millas n¨¢uticas (67 kil¨®metros) al sur de El Hierro. En el barco, ya sin rumbo, hab¨ªa 43 personas, entre ellos 12 menores. Llevaban cinco d¨ªas sin comer. Polic¨ªas, voluntarios, m¨¦dicos, enfermeras y personal de la Cruz Roja se pusieron de nuevo en guardia. Una vez m¨¢s.
Con el mar embravecido por el viento, la navegaci¨®n hasta la embarcaci¨®n en apuros llevar¨ªa al menos cinco horas de ida y otras cinco de vuelta. La Guardamar Tal¨ªa, de Salvamento Mar¨ªtimo, la misma que ve¨ªan los menores en su salida dominical, sali¨® en b¨²squeda del barco perdido. Solo dispon¨ªa de unas coordenadas aproximadas. Adem¨¢s, no se ve¨ªa nada con la muralla de olas. Fue un helic¨®ptero el que consigui¨® encontrar la embarcaci¨®n. ¡°Se iban hacia Am¨¦rica, estaban a la deriva¡±, explic¨® despu¨¦s el capit¨¢n del buque. ¡°Ha sido un rescate dif¨ªcil¡±, a?adi¨®. Otro rescate dif¨ªcil, nada nuevo.
Casi 12 horas despu¨¦s de que saltara el aviso, a las siete de la tarde, los n¨¢ufragos llegaron al puerto. Los miembros de la Cruz Roja, los polic¨ªas y los guardias civiles tuvieron que agarrar a cada uno de los rescatados para evitar que cayesen al suelo de puro agotamiento. Un ritual repetido. Con una diferencia esta vez: el despliegue, de casi una treintena de efectivos, es muy diferente al modesto equipo que se ve¨ªa hace cuatro meses, cuando se dispararon las llegadas a la isla. Hay hasta un hospitalito de campa?a, ba?os y carpas con sillas para sentarlos. Antes, solo era asfalto a la intemperie.
Ya de noche, con la niebla cubriendo el pueblo de San Andr¨¦s, los migrantes entraron en el campamento policial, donde los adultos pueden pasar 72 horas hasta que se les identifique y sean trasladados a otros campamentos en Tenerife. Los m¨¢s peque?os son llevados cuanto antes a un centro de acogida para menores. Al salir del autob¨²s, uno de los voluntarios tuvo que sostener a un ni?o que se tambaleaba, de la misma altura que los menores que tres d¨ªas atr¨¢s jugaban en la playa. El peque?o aprovech¨® el gesto del hombre para abrazarlo fuerte por unos segundos. De nuevo los destinos que se unen y se separan.
¡°Estamos recargando pilas, porque andamos muy cansados y no tenemos ayuda de ning¨²n tipo¡±, confiesa Francis Mendoza, coordinador de Protecci¨®n Civil, el ej¨¦rcito de 47 voluntarios que asiste a los reci¨¦n llegados. Desde que el repunte de llegadas cambi¨® las rutinas de la isla, Mendoza, que tantas veces ha empalmado la recepci¨®n de un cayuco de madrugada con su turno de trabajo en una ferreter¨ªa, ha adelgazado 34 kilos. ¡°Todos hemos perdido peso. No duermes bien, no comes bien y psicol¨®gicamente es complicado¡ Pero nos gusta lo que hacemos¡±, cuenta. Al equipo no le pagan ni la gasolina, pero ellos renuncian a sus vacaciones para ir al puerto y compran medicamentos de su bolsillo. Ahora, despu¨¦s de 26 a?os, Francis, dejar¨¢ la ferreter¨ªa para trabajar en un centro de acogida de menores. ¡°Mi relaci¨®n con la inmigraci¨®n era cero patatero, verlo por la tele y ya est¨¢, pero ahora quiero estar m¨¢s en contacto con esto¡±, explica.
Adem¨¢s del mal tiempo, hay otra explicaci¨®n detr¨¢s del descenso de cayucos. ¡°Los millones que le hemos soltado a Mauritania¡±, aluden fuentes policiales en referencia a los 500 millones de euros en control migratorio e inversiones que anunciaron Pedro S¨¢nchez y la presidenta de la Comisi¨®n Europea, Ursula von der Leyen, el pasado 8 de febrero en Nuakchot. No fue una visita casual: Mauritania ha sido el origen de cerca del 80% de las personas llegadas a las islas este a?o. El presidente tambi¨¦n visit¨® Marruecos el 21 de febrero para anunciar nuevas inversiones. Dos viajes que se suman al que ya hizo en octubre el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, a Senegal, para pedir m¨¢s cooperaci¨®n.
Pero incluso la calma es tensa. Todos saben que en cualquier momento otro barco aparecer¨¢ de nuevo por la bocana. De hecho, se esperaba que en estos d¨ªas llegasen dos cayucos que, al parecer, partieron de Senegal. Ninguno es el del mi¨¦rcoles, que sali¨® de Mauritania. As¨ª que o aparecen, o habr¨¢ que lamentar una nueva desgracia. La ruta hacia las islas se cobr¨® el a?o pasado casi 1.000 vidas, y, en estos dos meses, se han registrado 11 fallecimientos, seg¨²n la cuenta a la baja de la OIM. Pero hay decenas de desaparecidos m¨¢s, seg¨²n las familias que les perdieron la pista al echarse al mar.
Algunos de estos muertos acaban en el cementerio de El Pinar, donde nunca faltan flores para las tumbas sin nombre y sin fotos de los n¨¢ufragos que murieron en el intento de emigrar. Desde hace unos meses, un grupo de mujeres peregrina por los cementerios de la isla para que esos nichos an¨®nimos no caigan en el olvido absoluto. Asisten a los entierros y embellecen las l¨¢pidas. A veces consiguen incluso darles nombre. Haridian Marichal, una periodista que ni cree demasiado en Dios y a quien tampoco le gustan las flores, se emociona al hablar de esta tarea. ¡°Intentamos que se vayan de este mundo con una despedida como merecen. Hay quien reza, quien recita poemas, quien lee el Cor¨¢n¡ Yo traigo flores. Donde quiera que est¨¦ su familia, que sepa que les estamos cuidando¡±, explica.
Las historias de la inmigraci¨®n tambi¨¦n se cruzan con otras en ese cementerio rodeado de roca volc¨¢nica. La tumba de un hermano de la abuela de Marichal, que vivi¨® en El Aai¨²n y que muri¨® en el 82, est¨¢ al lado de ¡°inmigrante T1¡å, as¨ª, sin m¨¢s. Y en la fila superior de la l¨¢pida de su otro t¨ªo, Juan, que era pescador, hay enterrado un ni?o que lleg¨® sin vida en un cayuco en 2021. ¡°?Cu¨¢ntos aviones se llenar¨ªan con los que se han muerto en esta ruta?¡±, cuestiona Joke Volte, una holandesa de 70 a?os de melena canosa, que acompa?a a Marichal. ¡°Cuando se cae un avi¨®n, montamos monumentos y aniversarios, pero aqu¨ª solo hay silencio¡±.
Tras los repuntes de 2020 y 2021 y el pico de llegadas de 2023, que bati¨® todos los r¨¦cords, hay, por fin, una m¨ªnima estructura para gestionar los desembarcos. La isla responde ya de otra manera a las emergencias. Desde finales de octubre, los n¨¢ufragos ya no son atendidos en el suelo del muelle por los cuatro voluntarios que acud¨ªan por su cuenta a la llamada, aunque el Defensor del Pueblo que acudi¨® el viernes pasado a la isla sugiere que se dote de duchas y acceso a agua corriente. Adem¨¢s, se ha montado un campamento policial que cuenta con calefacci¨®n y duchas con agua caliente. Est¨¢ ubicado en un pueblo donde te come la niebla, pero al menos los inmigrantes ya no pasan las primeras horas en un polideportivo sin techo o en el patio de un monasterio improvisado. Tambi¨¦n hay un equipo m¨¦dico espec¨ªfico para atender las emergencias de los que llegan. Y los traslados a Tenerife y, despu¨¦s, a la Pen¨ªnsula, para evitar la saturaci¨®n de las islas siguen siendo constantes: la vida de los que viven en El Hierro apenas se cruza con los que la ven como un trampol¨ªn hacia Europa.
El problema, como en todas las islas, son los menores. M¨¢s de 5.500 ni?os y adolescentes permanecen acogidos por el Gobierno canario, casi 300 en El Hierro. Es un n¨²mero inasumible, pero las comunidades aut¨®nomas siguen sin hacerse responsables de un reparto m¨¢s equitativo. El Ejecutivo local negocia un cambio en la ley para que la solidaridad sea obligatoria, pero est¨¢ por ver en qu¨¦ acaba. En 2018, cuando los menores extranjeros no acompa?ados coparon titulares porque algunas comunidades aut¨®nomas denunciaban que no ten¨ªan recursos para acogerlos, hab¨ªa apenas 7.000 en toda Espa?a.
Mientras, El Hierro se mantiene en un equilibrio escaso. La asombrosa entrega de muchos vecinos, que incluso acogen a los reci¨¦n llegados en sus casas, convive con ramalazos de racismo. Con bulos alimentados con dosis altas de crueldad. El ¨²ltimo asegura que ahora los tiburones atacan a los submarinistas porque se han acostumbrado a comer la carne de los cad¨¢veres que caen de los cayucos. ¡°Esto de la inmigraci¨®n hay que pararlo como sea¡±, lanza Manuel, el due?o de un bar de la isla, un hombre amable, pero a la vez cabreado con el tema de todos los d¨ªas.
¡ª Y ?c¨®mo se para?
¡ª Que pregunten a Rajoy.
¡ª ?A Rajoy?
¡ª S¨ª, que con ¨¦l no ven¨ªan.
Gilberto Carballo, voluntario de Protecci¨®n Civil, ha dejado de relacionarse con parte de su entorno. ¡°La ignorancia te cierra la mente y los ojos. La decepci¨®n ha sido tan grande que ya no bajo al pueblo por no o¨ªr barbaridades¡±, lamenta.
Pero todos, vecinos, voluntarios y personal m¨¦dico, polic¨ªas y guardias civiles, funcionarios y las autoridades de las instituciones locales, comparten un mismo agotamiento ante una situaci¨®n que se prolonga. Y que sienten que, a veces, afrontan en solitario. Los m¨¦dicos querr¨ªan m¨¢s recursos; los voluntarios sue?an con no tener que comprar ropa y pomadas con su dinero; los centros de menores con enviar a los ni?os a la Pen¨ªnsula; y los residentes con tener a los doctores de su ambulatorio siempre disponibles y descansados¡ La chispa no ha saltado, pero la yesca est¨¢ ah¨ª.
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