17 a?os de nave en nave
Cambiar de edificio ocupado es el pan de cada d¨ªa para los habitantes del inmueble incendiado en Badalona
No hay plan b. El plan b es otro plan b. Y lo que esta semana ha conmocionado a la opini¨®n p¨²blica, el incendio de una nave ocupada en Badalona, en la que murieron tres personas el mi¨¦rcoles, para ellos es m¨¢s de lo mismo. Joseph Keita, senegal¨¦s, lleva 17 a?os de nave en nave. Cruza el puente que hay sobre lo que alguien plane¨® que fuera una marina de lujo. Ha salido del edificio industrial donde le han hecho un sitio sus compatriotas, y camina hacia otra f¨¢brica donde le facilitar¨¢n ropa y un caf¨¦ caliente. ¡°Estoy bien. Bueno, mal. Pero bien. Siempre pienso que hay quien est¨¢ peor¡±.
Tiene 39 a?os y mucha mili cambiando de sitio. Y memoria para enumerar las calles de los asentamientos donde ha vivido en Barcelona: Puigcerd¨¤, plaza de les Gl¨°ries, Maresme, Bes¨°s¡ De esta ¨²ltima nave tuvo que marcharse hace dos semanas por otro incendio. No sali¨® en ning¨²n peri¨®dico. En ninguna tele. Eran 40 personas y muchas acabaron en el edificio incendiado del barrio del Gorg de Badalona. De Senegal, Camer¨²n, Mauritania, Gambia...
Keita lleg¨® ¡°en patera en 2004¡±. A Canarias. Antes de jugarse el tipo en una barcaza desde Marruecos lo intent¨® desde Libia. ¡°Camin¨¦ tres meses desde Senegal, Mauritania, Mal¨ª, Argelia hasta Libia. Cuando llegu¨¦ al puerto libio y me pidieron 6.000 euros para llegar a Lampedusa, di la vuelta. Volv¨ª a casa para trabajar en el campo con mi t¨ªo y ahorrar para pagarme el viaje desde Marruecos¡±. Primero, Canarias. Luego, Ja¨¦n. De ah¨ª a Matar¨® y Barcelona. Ha trabajado ¡°de todo, reformas, pintar, mudanzas¡¡±. Pero 17 a?os despu¨¦s sigue sin papeles. ¡°Trabaj¨¦ para un restaurador durante ocho a?os y me dio la patada sin nada¡±. No parece que guarde rencor. Est¨¢ acostumbrado a que nada salga bien.
Desde entonces sobrevive b¨¢sicamente de la chatarra. El kilo de hierro, 0,55 euros; de aluminio, 0,60; de acero, 0,75; de cable, 1,20 ¨® 0,90, ¡°seg¨²n de lo que compren en China, suben o bajan los precios¡±, dice. Y lo m¨¢s preciado, el cobre, entre 2,50 y 3,20 euros el kilo. Fue rebuscando en un contenedor donde se clav¨® un hierro que le ha deformado un dedo. ¡°Me dol¨ªa, pero antes de ir al hospital quer¨ªa terminar la chabola, para poder poner una puerta con candado y guardar mis cosas antes de la operaci¨®n¡±. La infecci¨®n empeor¨® durante los d¨ªas de las obras.
No todo el mundo es tan amable como Keita en los edificios fabriles donde se han realojado los habitantes de la nave incendiada. ¡°Hay muchas razones para vivir con rabia, son a?os, d¨¦cadas, sin que nadie te ayude¡±, justifica este senegal¨¦s que camina tieso y ligero como solo hacen los que se han criado cargando peso en la cabeza. No quiere que se le vea la cara en la foto, pero no le importa que aparezca su nombre y apellido: ¡°Joseph Keita es como Paco P¨¦rez, hay miles¡±.
Las dos naves donde han recalado las v¨ªctimas del incendio est¨¢n en el mismo barrio. Tres im¨¢genes describen la zona: f¨¢bricas, solares vac¨ªos y edificios que buscan descaradamente ser de alto standing. Y al fondo, los palos de los veleros del puerto deportivo. En una de las naves, a la que se entra por un gran patio donde hay ropa tendida, se han alojado Keita y tambi¨¦n Tamba.
Tamba es de Gambia y se ha metido en la chabola de su compatriota Lamine. ¡°Estaba solo, ahora somos seis¡±, dice Lamine sin perder la sonrisa mientras intenta que una placa de inducci¨®n se aguante sobre una caja de madera. Para comer tienen cordero. Tamba relata que los incendios eran su obsesi¨®n en todas las naves donde ha vivido: ¡°Siempre he construido una ventana en las chabolas, para salir corriendo¡±. La noche del incendio salv¨® a varios compatriotas que saltaban del tercer piso al segundo, donde viv¨ªa ¨¦l. Arrastr¨® un colch¨®n para que cayeran encima. Uno de los que salt¨® es uno de los heridos m¨¢s graves, primo de una mujer que falleci¨®: ¡°Se rompi¨® la espalda¡±, cuenta Tamba.
La nave es como siempre son estas naves. Lo que alguien llam¨® infravivienda, una palabra demasiado glamurosa para lo que describe. Pegadas a las paredes, una veintena de chabolas hechas con trozos de madera. Banderas del Bar?a y muchas antenas parab¨®licas. En medio, sillas de mil modelos, sillones y sof¨¢s, bolsas con ropa, tendederos, cocinas que dir¨ªas que no funcionan, un gran mont¨®n de bicicletas, electrodom¨¦sticos y maletas que desaf¨ªan la gravedad¡ Y tambi¨¦n una gran cocina en la que un nigeriano vende platos a tres euros, cuenta Lamine.
¡°Aqu¨ª nos cuidamos unos a otros, no hay tiempo ni hora¡±, presume Tamba. Se ha tirado un buen rato hablando con sus parientes por tel¨¦fono. Tiene familia en Blanes, Matar¨® y Lleida, cuenta. Ahora lo que m¨¢s le preocupa es que en el incendio perdi¨® un env¨ªo de regalos que estaba preparando para su familia. ¡°Y toda la documentaci¨®n¡±.
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