C¨®mo llegar a las Minas del Rey Salom¨®n
Alcanzar el legendario lugar puede parecer un reto demasiado ambicioso para 2021, pero no si tienes el mapa
Mi prop¨®sito para este a?o es salir pitando en cuanto nos dejen en busca de las Minas del Rey Salom¨®n, el legendario lugar en el ?frica m¨¢s ignota inmortalizado por la c¨¦lebre novela de H. Rider Haggard, hito de la literatura de aventuras. Parecer¨¢ un objetivo solo al alcance de los m¨¢s audaces, Allan Quatermain -el cazador protagonista- o el que mejor le ha dado vida en la gran pantalla, Stewart Granger (de la versi¨®n con Richard Chamberlain mejor olvidarlo todo excepto a Sharon Stone). Pero yo tengo un puntazo a mi favor: el mapa.
Efectivamente, por circunstancias que ahora explicar¨¦ poseo el mapa que conduce a las m¨ªticas minas de las que el sabio Salom¨®n extrajo grandes riquezas. Salom¨®n, tercer rey de Israel y de Jud¨¢ y que hizo aquello de tanta sabidur¨ªa de amenazar con partir al ni?o, no me cae muy bien. Prefiero a su padre, David, gran instrumentista, al que le gustaba bailar, empez¨® desde abajo y se le fue la olla con Betsab¨¦. Pero no se puede negar que Salom¨®n sab¨ªa c¨®mo vivir y hacer templos y su opulencia se hizo proverbial, por no hablar de la reina de Saba, que acudi¨® al reclamo de su sabidur¨ªa y regres¨® embarazada, y que tambi¨¦n era opulenta, como dio fe a su manera Gina Lollobrigida en Solomon & Sheba. El rey, cuentan las Escrituras, import¨® numerosos bienes como oro, plata, marfil, maderas de calidad, sustancias arom¨¢ticas y monos (la verdad, como producto de lujo parece mejor un R¨®lex que un mono), y explot¨® minas en sitios lejanos como Ofir y Tarsis, que nadie sabe a ciencia cierta d¨®nde estaban.
Las Minas del Rey Salom¨®n, las que salen en la novela de Ridder Haggard y que son las de m¨¢s pedigr¨ª, no solo por el libro y las pel¨ªculas, sino porque la riqueza que atesoran incluye oro, diamantes y el marfil de millares de colmillos de elefante -de los que se hizo sin duda el fastuoso trono de Salom¨®n que se describe en la Biblia (1 Reyes, 10:18-21)-, est¨¢n en ?frica, continente que el escritor, que hab¨ªa intimado con los zul¨²es, conoc¨ªa bien. Las minas propiamente dichas hace tiempo que no funcionan, pero en ellas se encuentran almacenados todos esos bienes en un misterioso recinto dentro de una enorme cueva llena de maravillas y muchos sustos. El acceso a esa c¨¢mara del tesoro de Salom¨®n, con elaboradas puertas de madera pintada, est¨¢ protegido de una manera que r¨ªete t¨² de las trampas del templo del grial de Indiana Jones y la ¨²ltima cruzada. Para llegar hasta all¨ª (y convertirse en la persona m¨¢s rica del mundo) hay que enfrentar innumerables peligros y pasarlas realmente canutas.
Y tener un mapa.
Y yo lo tengo. De 1590, est¨¢ dibujado con sangre sobre un trozo de tela de lino desgarrada y muestra s¨®lo unas pocas indicaciones topogr¨¢ficas (entre ellas el r¨ªo Kalukawe, el desierto de las 40 leguas y las monta?as animosamente denominadas ¡°los pechos de Saba¡±), pero que son suficientes, si le a?ades valor, para encontrar las minas. El mapa, y la sangre, pertenecen a Dom Jos¨¦ da Silvestra, un explorador portugu¨¦s que lleg¨® hasta el lugar aunque luego a la vuelta sufri¨® un serio percance, vamos que muri¨®. El mapa, conservado por su fiel esclavo fue entregado a la familia del aventurero que lo conserv¨® durante generaciones hasta que un descendiente con ganas de ver mundo y hacerse rico, Jos¨¦ Silvestre, lo utiliz¨®. Desgraciadamente su expedici¨®n tambi¨¦n fracas¨® y el hombre regres¨® hecho un gui?apo para morir pr¨¢cticamente en brazos de Allan Quatermain, que as¨ª se enter¨® de todo el asunto.
En la novela, Quatermain sostiene que ¨¦l tiene el mapa, y de hecho llega a las minas (espero que siendo la novela de 1885 y existiendo al menos cinco adaptaciones cinematogr¨¢ficas, incluida una miniserie con Patrick Swayze, no est¨¦ haciendo esp¨®iler). Pero quiz¨¢ fuera una copia. El mapa que poseo yo y que repaso todos los d¨ªas, para ir ambient¨¢ndome de cara a que pase la pandemia, tiene todos los visos de ser el aut¨¦ntico si exceptuamos una notita al pie que reza ¡°facs¨ªmil¡± y en la que no hay por qu¨¦ fijarse. S¨¦ al menos de la existencia de otro mapa que es el que compr¨® en un tenderete en Jerusal¨¦n Tahir Shah, el autor de In search of King Solomon Mines (John Murray, 2002), uno de los libros de viajes m¨¢s divertidos y entretenidos que he le¨ªdo. Shah, coleccionista de una miscel¨¢nea de objetos dudosos que incluye una mand¨ªbula de perezoso amaz¨®nico, una espada de verdugo sudan¨¦s y un bumer¨¢n comprado en Marruecos que supuestamente perteneci¨® a Jim Morrison, lo adquiri¨®, el mapa, en un tenderete en Jerusal¨¦n y pag¨® por ¨¦l 600 sheckels, unos 115 euros. Puede parecer poco para el mapa de unas minas con cuantiosas riquezas, pero una pasta cuando te enteras de que al volver a pasar el escritor por la tienda (Ali Baba Tourist Emporium), el sagaz due?o ya exhib¨ªa otro.
Shah no compite con nosotros, con Quatermain y conmigo, pues considera que las minas del rey Salom¨®n no est¨¢n donde marca el mapa y hay que buscarlas (y a eso dedica su libro) en Etiop¨ªa, y as¨ª de paso puedes encontrar la perdida Arca de la Alianza y tienes el lote completo. Seg¨²n Shah, Rider Haggard se dej¨® fascinar por el descubrimiento de las ruinas del Gran Zimbabue en 1870 y la quimera victoriana de que ese era el reino de Ofir de la Biblia, y por eso situ¨® sus minas de Salom¨®n en una regi¨®n inexplorada al sur de ?frica. Con gran ecuanimidad, el filme de Hollywood de 1950 con Stewart Granger y Deborah Kerr, transcurre en Kenia. Recientemente se ha tratado de ubicar las minas en territorio de los edomitas (no confundir con los sodomitas).
Mi mapa lo encontr¨¦ en Lisboa, lo que le da una p¨¢tina de autenticidad, y a diferencia del de Shah no me cost¨® ni un duro, pues lo sustraje. No me da apuro confesarlo porque fue hace a?os y habr¨¢ prescrito y si algo perdonar¨¢ Dios en su infinita misericordia es robar un mapa del tesoro. Tambi¨¦n Jim Hawkins mang¨® el suyo del ba¨²l de Billy Bones. El caso es que me encontraba en la capital portuguesa de viaje con unos amigos que solo pensaban en patearse el Barrio Alto bebi¨¦ndoselo todo cuando me met¨ª en la librer¨ªa Da Costa y me puse a revolver libros viejos. Entre las p¨¢ginas de una antigua (y car¨ªsima) edici¨®n de Las Minas del Rey Salom¨®n encontr¨¦ el mapa. Prometi¨¦ndome que en cuanto hallara el tesoro volver¨ªa para comprar el libro (el detalle me honra) y mientras mis camaradas Evelio P. y Josemari R., que hab¨ªan confundido la librer¨ªa con una licorer¨ªa, distra¨ªan al dependiente, me met¨ª el mapa en el bolsillo.
Por la noche lo desplegu¨¦ temblando de emoci¨®n. Ah¨ª estaba todo. Los pechos de Gina, uh, Saba, el kraal real, la carretera de Salom¨®n, Leu, el pozo, los ¨ªdolos, y la boca de la cueva del tesoro. Y la larga anotaci¨®n al pie, tambi¨¦n en portugu¨¦s: ¡°¡estou mourrendo de fome, com meus proprios oihos v¨¦ os diamantes guardados nas c¨¢maras do thesouro de Salomao, mas nada poderia levar, e apenas a minha vida¡¡±. Y traduzco el final: ¡°Ah¨ª quedan las riquezas para quien siga el mapa¡±.
En fin que no hay m¨¢s que esperar a que acabe el confinamiento municipal, pertrecharse, montar una expedici¨®n (con suficientes rifles), atravesar el terrible desierto, lidiar con un elefante furioso, ascender el pecho izquierdo de Saba hasta encontrar el paso bajo la cima con forma de pez¨®n (Silvestra dixit), adentrarse en Kukuanalandia, enfrentarse a los fieros lanceros kukuanas -primos feroces de los Matabele- del rey Twala, el Tuerto, el Negro, el Terrible; a la malvada hechicera Gagool, llegar a los montes de las Tres Brujas y al Gran Agujero, pasar ante los Silenciosos -las tres grandes estatuas de extra?os dioses del Antiguo Testamento-, descender a la gran cueva, entrar al Vest¨ªbulo de la Muerte y saludar a los caudillos petrificados; y por ¨²ltimo: acceder a la c¨¢mara del tesoro de Salom¨®n. Vamos, est¨¢ hecho.
Como acompa?antes llevar¨¦ a los mismos Evelio y Josemari, como Quatermain llev¨® a Sir Henry Curtis y al capit¨¢n John Good (en la novela, a diferencia de en las pel¨ªculas, no van mujeres, que en el safari la l¨ªan: v¨¦ase Mogambo). Har¨¢ falta llevar tambi¨¦n un camuflado aspirante al trono kukuana como Umbopa/ Ignosi, ya veremos de d¨®nde lo saco. Quiz¨¢ Jordi Serrallonga, que conoce el terreno y es alto. El plan est¨¢ listo, el camino trazado. Y solo me queda a?adir que iremos a trav¨¦s de todo lo que nos echen hasta el final, dulce o amargo, y que si hemos de recibir algunos golpes en la cabeza no ser¨¢ sin que hayamos pegado algunos tiros antes, pues estamos acostumbrados a arrostrar peligros y no nos volveremos atr¨¢s, de ning¨²n modo. Y ahora, just for luck, you know, voto por ir al bar (cuando abran), extender el mapa sobre la barra, y brindar, anticipadamente, por todo ello.
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