Una sombra en la biblioteca
Dos mudanzas de libros me recuerdan que nos ense?an a vivir y nos dicen qu¨¦ somos y de qu¨¦ adolecemos
Ni tan siquiera la batalla contra el pulpo gigante. Lo que me subyugaba de Veinte mil leguas de viaje submarino era que en aquella m¨¢quina condenada al movimiento sinf¨ªn en los fondos abisales cuberter¨ªa y platos llevaran la inicial del anfitri¨®n, parados en comedor de roble y ¨¦bano. Y, claro, los 12.000 vol¨²menes de la biblioteca, que deja anonadado al invitado forzoso, el profesor Aronnax. ¡°Son los ¨²nicos lazos que me ligan a la tierra¡±, le confiesa el capit¨¢n Nemo. Me ocurre lo mismo. Y comparto tambi¨¦n con el mis¨¢ntropo marino que de mis anaqueles est¨¢ proscrita toda obra de econom¨ªa pol¨ªtica, hastiados de los tiempos y espec¨ªmenes que nos han tocado en suerte en este viaje.
Tengo tres ediciones distintas de la novela de Verne. Una es pura nostalgia: es de 1970, con sospechosa coincidencia entre adaptador (S. Soriano) e ilustrador (?Soriano!), en la biblioteca juvenil Roma de la Editorial¡ ?Roma!, en otra no menos inquietante concomitancia. Deber¨ªa haber sospechado, pero ten¨ªa siete a?os y era mi primer Julio Verne. La ¨²ltima edici¨®n, con las ilustraciones cl¨¢sicas de Edouard Riou, me permiti¨® desfacer el entuerto que arrastr¨¦ a?os: cre¨ªa haber le¨ªdo la obra, hasta que al ver esa me percat¨¦ de que entre una y otra distaban 480 p¨¢ginas. No, no me he desecho de la primera: es un momento de mi vida y tiene unas coordenadas espec¨ªficas de espacio y tiempo y esp¨ªritu. Y as¨ª con todos los libros, lo que explica que algunos hayan mudado ya seis veces de piso conmigo.
Esa misma raz¨®n es la que hace que tenga cuatro o cinco de un autor que hoy me sorprende que me sedujera. Su tiempo pas¨® para m¨ª, pero por respeto a la fecha que pongo al final de cu¨¢ndo los he le¨ªdo, tras segundos de titubeo vuelven al anaquel, luego de soplar el polvo y remover sus hojas. Tras ello suelen aparecer recortes de prensa sobre autor y obra, dibujos furtivos de mis hijos o hasta una pluma de las que se ponen en la mona de Pascua. Quiz¨¢ no recuerdo aspectos de la trama, pero puedo fijar con exactitud de entom¨®logo enfermizo si fue regalado o adquirido y cu¨¢ndo, d¨®nde y en qu¨¦ circunstancias an¨ªmicas lo le¨ª.
La conservaci¨®n de los ejemplares y su asentamiento por cualquier rinc¨®n de la casa puede intelectualizarse, incluso. Por ejemplo: ?para qu¨¦ quiero dos ediciones del Tristram Shandy, de Laurence Sterne? Pues porque ante la versi¨®n de Joaquim Mallafr¨¦ o la de Javier Mar¨ªas me es imposible discernir la mejor y descartar la otra. Es irresoluble. Ergo, se quedan las dos¡ Y as¨ª, hasta donde quieran a partir de ediciones originales, con o sin pr¨®logos o notas, ilustradas o no...
En principio, la biblioteca no deber¨ªa expandirse infinitamente como el universo, pero lo hace. Y ello, a pesar de que hay un centenar de ejemplares a¨²n envueltos en su celof¨¢n, o sea, no ya por leer sino por estrenar. La teor¨ªa esgrimida cuando ya no me dejan entrar en casa con m¨¢s es doble. Una es que estoy esforz¨¢ndome en los arcanos del Tsundoku (arte japon¨¦s de comprar muchos libros y no leerlos). No suele colar. La otra, que es tan o m¨¢s importante poseer el libro que se va a consumir inmediatamente como uno que tardar¨¢ en serlo. Tengo comprobado que tendr¨¢ su momento. O sea, estamos por la compra impulsiva y compulsiva, m¨¢xime cuando a menudo un ejemplar puede no volver a cruzarse en la vida de uno. Y as¨ª habremos perdido la posibilidad de entendernos un poco m¨¢s a nosotros mismos.
Viene todo esto a cuento porque, en dos semanas, el azar me ha enfrentado con la necesidad de ordenar y jibarizar tanto la biblioteca profesional como la personal. En el primer caso, para facilitar la limpieza de la oficina para los compa?eros, entra?ables liquidadores de Chern¨®bil que han decidido regresar, a?orados, a la redacci¨®n. Para resumir, la raz¨®n sanitaria se ha impuesto al argumentario de que me era dif¨ªcil desprenderme de nada porque no sab¨ªa cu¨¢ndo me podr¨ªa ser ¨²til.
En casa ha sido distinto: se trataba de forzar al hijo mayor a fusionar su ya notable biblioteca con la de su progenitor. La operaci¨®n deb¨ªa ser r¨¢pida y permitir una purga de t¨ªtulos repetidos. Nada. A fracasar en lo primero contribuy¨® que no hay ejemplar que no contenga marcas. Lejos de un sacrilegio, es un homenaje: los libros nos ense?an a vivir, son manuales de uso de la existencia y nos dicen qu¨¦ somos, de qu¨¦ adolecemos. Proyectan nuestra sombra. Lo dijo mejor el poeta Jos¨¦ Emilio Pacheco: ¡°No leemos a otros; nos leemos en ellos¡±. Y porque no queremos olvidarlo, lo subrayamos. Los c¨®digos de mis huellas de lectura han mutado: empec¨¦ con un respetuoso, por casi invisible, subrayado; luego, como Borges, notas en letra min¨²scula en las guardas. Con los a?os, el atrevimiento a aplaudir (v¨ªa asteriscos) o a un m¨ªnimo di¨¢logo con el autor, en los m¨¢rgenes de las p¨¢ginas.
La conservaci¨®n de los ejemplares y su asentamiento por cualquier rinc¨®n de la casa puede intelectualizarse<CW-12>La conservaci¨®n de los ejemplares y su asentamiento por cualquier rinc¨®n de la casa puede intelectualizarse
Todo lo resaltado, que uno pronto no recuerda, se antoja justificado y vital. ¡°Lo heroico no es un acto, es la constancia; no es un punto luminoso, sino una fina l¨ªnea indestructible en su modestia¡±, resalt¨¦ del Victus de S¨¢nchez Pi?ol. ¡°Necesito tratar con buenas personas¡±, destaqu¨¦ del pobre pr¨ªncipe Myshkin de El idiota, de Dostoievsky¡ Mir¨¦ al azar. ¡°En suma, la vida tiene un elemento de diab¨®lica coincidencia que las personas demasiado inclinadas hacia lo prosaico no llegar¨¢n a percibir nunca¡±, hace reflexionar Chesterton al padre Brown. Pura casualidad encontrarlo ahora. O no: quiz¨¢ es la prueba de la coherencia de toda biblioteca, del di¨¢logo secreto que los libros de uno mantienen entre s¨ª.
Un inventario aleatorio constata 11 libros de Graham Greene, 12 de Kafka, 18 de Mars¨¦, 22 de Pla y 41 (estante monogr¨¢fico, doble fondo) entre los vecinos Vargas Llosa y V¨¢zquez Montalb¨¢n. No s¨¦ qu¨¦ dice de uno todo esto. En cualquier caso, contemplarla me recuerda qui¨¦n quise ser, qui¨¦n soy y d¨®nde he estado y, cuando tenga tiempo (dos terceras partes est¨¢n por leer), me indicar¨¢ ad¨®nde quiero ir y en qu¨¦ me habr¨¦ equivocado hasta ahora.
No hice purga. Tampoco acab¨¦ uniendo las dos bibliotecas: de ejecutarlo, habr¨ªa difuminado la personalidad del mayor. Le debo otra disculpa.
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