El llanto del bosque
Hay d¨ªas en que no cabe un alma, hasta el punto de que la gesti¨®n de la gente se presenta tan complicada como la de la masa forestal
¡°Atiende y ver¨¢s, querido Ramon!¡±.
El sonido del m¨®vil me avisa de una notificaci¨®n de WhatsApp de un conocido de Barcelona.
Aparece despu¨¦s la imagen de un peque?o cesto de setas que busca un emoticono de admiraci¨®n y tambi¨¦n de frustraci¨®n por haber preferido un buen almuerzo a acompa?ar a mi vecino de ciudad en su expedici¨®n por una ruta micol¨®gica relativamente popular del Llu?an¨¨s.
Tengo que meditar la respuesta porque quien se siente afortunado no sabe distinguir una lleterola de un rovell¨® y no es ni siquiera consciente de que ha encontrado un ou de reig que sobresale entre algunos fredelucs, una especie que para mi gusto ha perdido su gracia desde que ya no se pueden guisar en el Collet de Sant Agust¨ª.
Hace tiempo que voy de fonda en fonda ¡ªprefiero que me den de comer a ir a por comida¡ª y que dej¨¦ de pisar el bosque, incluso el m¨¢s pr¨®ximo a Perafita. Hoy, ya mayor, siento el mismo miedo que de peque?o con una diferencia insalvable: entonces tuve a quien me acompa?¨® y ayud¨® a vencer el p¨¢nico que significaba viajar a un escenario tan fascinante como desconocido, mientras que ahora me veo incapaz de instruir a quien ya naci¨® ense?ado y camina por el bosque como si anduviera por La Rambla.
El bosque no est¨¢ concebido para pasear, ni siquiera con la compa?¨ªa de un m¨®vil, sino que su visita requiere una cierta iniciaci¨®n que pasa por saber orientarse, descubrir por d¨®nde sale y se pone el sol y tambi¨¦n por recordar el camino en el que se ha dejado el coche, si no es que se va a pie, salvo que se conf¨ªe en el instinto personal o en el de la masa que se mueve de forma dispersa por los bosques de Catalu?a.
No solo hay algunos avezados buscadores de setas que se alejan de los muchos principiantes, la mayor¨ªa rendidos finalmente a los encontradizos mercaderes, sino tambi¨¦n viejos cazadores que andan a la gre?a con los legisladores y los j¨®venes animalistas porque les quieren dejar sin perros, estigmatizados ¨²ltimamente por abatir corzos, jabal¨ªes y conejos con animales de compa?¨ªa cuando antes presum¨ªan de cumplir una funci¨®n social.
Las motos y algunos quads se abren paso igualmente mientras aumenta sin parar la circulaci¨®n de las bicicletas de monta?a, se mantiene el n¨²mero de excursionistas y hay codazos para el footing, un gent¨ªo que pone en alerta a los payeses que de buena o mala manera defienden las mas¨ªas que a¨²n no se han convertido en casas rurales, el negocio de muchos pueblos a los que en cuanto puede se escapa como terapia la gente del ¨¢rea metropolitana de Barcelona.
Hay d¨ªas en que no cabe un alma en el bosque, hasta el punto de que la gesti¨®n de la gente se presenta tan complicada como la de la masa forestal que cada verano alimenta el debate social cuando los incendios alcanzan las peque?as urbanizaciones, furtivas o legales, ganadas siempre con mucho esfuerzo y pocos ahorros.
No es f¨¢cil poner orden, ni siquiera en los parques naturales se?alados y regulados, porque la multitud cree que el bosque es suyo, cada colectivo se otorga el derecho de pernada y todos le meten mano, con o sin guardas forestales de por medio, un colectivo que aspira a ganarse con el tiempo la credibilidad de los bomberos.
Aunque parezca mentira, quiz¨¢ no quede m¨¢s remedio que etiquetar a cada grupo con chalecos de distintos colores a fin de que sean visibles y evitar as¨ª males mayores, o en caso contrario puede que se imponga expedir carn¨¦s o tener que pagar tambi¨¦n por cazar setas como ya se da en alg¨²n sitio. Los bosques tienen propietarios, individuales o mancomunados, que se quejan de la falta de civismo de muchos visitantes y de la poca rentabilidad que supone explotar la madera a pesar de que aumentan los pedidos de le?a por la crisis energ¨¦tica a causa de la guerra europea.
El abandono de los bosques ha sido propiciado por el desamparo de las casas de pay¨¦s y la extinci¨®n de los pastos en un momento en que, por contra, la tala de un ¨¢rbol se considera un sacrilegio en los sectores ecologistas m¨¢s radicales. La masa combustible se levanta como una pira, se proh¨ªben las quemas prescritas, los caminos de trashumancia y con derecho de paso se difuminan, los agricultores cercan con vallas y cables sus terrenos para el ganado y la mierda gana al agua en la carrera hacia la riera Gavarresa o Els Sorreigs.
El polvor¨ªn queda dispuesto para la cerilla de cualquier aventurero porque el equilibrio resulta imposible para suerte de quienes se ganan la vida con la industria c¨¢rnica y los caballos. El galope se impone como la soluci¨®n m¨¢s natural al caos y al ruido de unos bosques que nacieron en silencio cuando era un ni?o y me abr¨ªa paso de la mano de vecinos entra?ables como el Garduxeres. Aprend¨ª entonces a diferenciar un pino de un roble, el canto un jilguero al de un pinz¨®n, el vuelo de una perdiz al de una t¨®rtola, el tallo del centeno al del trigo, el olor del tomillo al del romero y las diferencias entre las propiedades de la flor de sa¨²co a las de la cola de caballo. El bosque era una fuente de riqueza, sabidur¨ªa y negocio porque daba vida a muchos oficios y su cuidado era tan importante como su disfrute: hab¨ªa que arreglar el terreno con o sin cabras, a veces con ovejas y hasta asnos, para que los senderos olieran a limpio y no hubiera p¨¦rdida para encontrar las fuentes de agua cristalina como el Gorg Negre.
Hace a?os que no reconozco aquel bosque y ya no voy ni a por setas con los amigos de Barcelona. Me alcanza con decir que no recuerdo, como hacen los aut¨¦nticos buscadores que jam¨¢s ense?an su trofeo, y me limito a aplaudir a los que presumen de haber encontrado un tesoro despu¨¦s de gui?ar el ojo al cocinero para que se haga cargo del cesto sin preguntar y disponga de un gran almuerzo micol¨®gico; as¨ª todos contentos y enga?ados.
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