Crisis que exigen valent¨ªa pol¨ªtica
En coyunturas de crisis sist¨¦micas los gobernantes han de elegir: o impulsar un cambio controlado, que puede ser doloroso, o dejar que la propia crisis haga los ajustes de forma descontrolada, con consecuencias peores
Parece que haya pasado un siglo, pero solo hace tres a?os que sal¨ªamos de casa por primera vez despu¨¦s de casi un mes de confinamiento general en el que vivimos la experiencia colectiva m¨¢s extra?a e inquietante de nuestra vida. La covid-19 era una grave amenaza: en apenas dos meses el virus hab¨ªa paralizado la econom¨ªa, hab¨ªa colapsado el sistema sanitario y la gr¨¢fica de las muertes nos encog¨ªa el coraz¨®n. Tres a?os despu¨¦s, justo cuando la OMS acaba de dar por finalizada la emergencia sanitaria internacional, sorprende la rapidez con la que hemos olvidado aquella situaci¨®n tan traum¨¢tica.
El olvido es un mecanismo defensivo que nos ayuda a pasar de una crisis a otra. Nos apresuramos a pasar p¨¢gina sin darnos cuenta de que la normalidad a la que tratamos de volver es cada vez menos normal. Nada m¨¢s salir de la fase aguda de la pandemia tuvimos que afrontar la emergencia inesperada de una guerra en el coraz¨®n de Europa. Y una aceleraci¨®n del cambio clim¨¢tico con un aumento de las temperaturas que est¨¢ teniendo graves consecuencias, entre ellas un exceso de mortalidad por calor que se est¨¢ convirtiendo en un nuevo problema de salud p¨²blica. Sin darnos cuenta nos hemos adentrado en un nuevo escenario de crisis globales sist¨¦micas que se encabalgan. Igual que ocurri¨® con la pandemia y con la crisis energ¨¦tica derivada de la guerra de Ucrania, las cada vez m¨¢s frecuentes y err¨¢ticas manifestaciones extremas del clima suponen un continuo test de estr¨¦s para los poderes p¨²blicos.
La sequ¨ªa que ahora nos golpea es un buen ejemplo del tipo de desaf¨ªos que estas crisis representan. Ser¨ªa un error tratarla como un fen¨®meno coyuntural que se puede resolver solo con medidas de urgencia. Por supuesto habr¨¢ que acordar inversiones millonarias para revisar las conducciones de abastecimiento, cambiar los sistemas de riego, construir nuevas desalinizadoras y crear infraestructuras de reutilizaci¨®n del agua, pero eso no bastar¨¢. Sabemos que en nuestra latitud nos encaminamos a un nuevo escenario de escasez h¨ªdrica permanente que pondr¨¢ en cuesti¨®n el actual modelo productivo. Por ejemplo, los cultivos intensivos de regad¨ªo que han proliferado en los ¨²ltimos a?os, excesivamente dependientes del agua y de los fertilizantes qu¨ªmicos, o el sistema de ganader¨ªa intensiva, que genera tal cantidad de purines que est¨¢ destrozando los acu¨ªferos a causa de la contaminaci¨®n por nitratos.
El abandono de las tierras de cultivo y la dejadez en la que se encuentran los bosques ha aumentado exponencialmente el riesgo de incendios devastadores. Es evidente que la gesti¨®n de esta amenaza exige algo m¨¢s que aumentar indefinidamente el parque de bomberos. Tarde o temprano el estr¨¦s h¨ªdrico obligar¨¢ a revisar tambi¨¦n un modelo de turismo que consume una cantidad desmesurada de agua y que depende en exceso de unas playas menguantes y cada vez m¨¢s saturadas. La principal caracter¨ªstica de las crisis sist¨¦micas es que provocan efectos irreversibles. En este tipo de coyunturas los gobernantes han de elegir: o impulsar un cambio controlado, que puede ser doloroso, o dejar que la propia crisis haga los ajustes de forma descontrolada, en cuyo caso, las consecuencias ser¨¢n siempre peores y m¨¢s injustas. ?Tendr¨¢n esa valent¨ªa, los actuales gobernantes?
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