Terapia grupal para quienes ven morir a los ancianos en residencias: ¡°Culpa, ira, rabia, frustraci¨®n...¡±
Los psic¨®logos de la cl¨ªnica L¨®pez Ibor trabajan las emociones con los cuidadores de los centros de mayores para amortiguar el s¨ªndrome de estr¨¦s postraum¨¢tico tras m¨¢s de 4.000 muertes por la Covid-19
Residencia de ancianos en La Moraleja, Madrid. 14.30. Dos psic¨®logos de la cl¨ªnica psiqui¨¢trica L¨®pez Ibor tienen enfrente, acomodados en sillas, a los trabajadores del centro. La sesi¨®n arranca con una arenga:
¡ªSois la primera l¨ªnea de combate. Despu¨¦s vienen todas las dem¨¢s. Sin embargo, no sent¨ªs ese agradecimiento que s¨ª reciben otros servicios de salud.
¡ªEstamos siendo atacados por la sociedad, responde uno de los trabajadores.
¡ªEs una sensaci¨®n que no hemos vivido antes y se lleva mal, a?ade otro.
Un tercero cava un poco m¨¢s profundo:
¡ªTe matas a trabajar. Despu¨¦s sales de aqu¨ª y oyes comentarios. Que si no estamos preparados, que si no estamos atendiendo a sus padres. Nos est¨¢n atacando mucho desde fuera.
¡ª?Qu¨¦ emociones sent¨ªs cuando os dicen eso?, insisten los psic¨®logos.
¡ªImpotencia.
Los terapeutas piden que alce la mano quien no haya experimentado esa sensaci¨®n desde que el virus fuera detectado hace un mes en las residencias.
Nadie lo hace. Sin embargo, una mujer toma la palabra:
¡ªYo tengo rabia, ira, frustraci¨®n, pena, l¨¢stima. De todo.
El grupo se anima poco a poco. Otra mujer apunta:
¡ªSiento tristeza por la gente que se est¨¢ yendo. Porque les tenemos cari?o y no puedes hacer nada. Luego llegas a casa y le das vueltas y vueltas. Por las noches no puedes dormir, a?ade la empleada.
La gente que ¡°se est¨¢ yendo¡±. No hay muertes en las residencias. Ese es un concepto tab¨² aqu¨ª. Los ancianos entran un d¨ªa por la puerta y tarde o temprano ¡°se van¡±. Ahora se van muchos a la vez. De golpe. Hombres y mujeres con los que han convivido durante a?os agonizan sin que ellos puedan hacer nada. Telefonean a la ambulancia y la ambulancia no viene. Los hospitales est¨¢n saturados. Despu¨¦s avisan a la funeraria para que recoja el cad¨¢ver y tambi¨¦n se demora. No hay suficientes hornos en la ciudad para quemar sus cuerpos.
Esas im¨¢genes no les dejan pegar ojo.
Algunos asienten. S¨ª, s¨ª, exacto. Es lo mismo que les ocurre a ellos. Las noches se hacen largas. A veces amanece y todav¨ªa no han conciliado el sue?o.
Ahora toca abordar un tema espinoso.
¡ª?Hay alguna emoci¨®n detr¨¢s de lo que no hab¨¦is podido hacer?
¡ªCulpa.
Dice alguien en alto, muy convencido. Otros no est¨¢n de acuerdo. Se genera una peque?a discusi¨®n. Los expertos aprovechan para indagar sobre esa asunci¨®n de responsabilidad:
¡ªEs f¨¢cil caer en esa distorsi¨®n. Y verlo desde la culpa, de que sois responsables. Llev¨¢is haciendo este trabajo durante muchos a?os y ahora ha pasado esto. La responsabilidad no puede caer encima de ese trabajador que sigue haciendo lo mismo de antes. La emoci¨®n de la culpa tenemos que sentirla, es normal que lo sintamos, pero si nos paramos a analizarla, toda esa culpa no tiene raz¨®n de ser.
Lo que los psic¨®logos Ester Silva y Pedro Neira tienen ante s¨ª es un grupo de trabajadores de las residencias Orpea golpeados por la pandemia. Cuidadores, sanitarios, limpiadores, bedeles, a los que nadie aplaude a las ocho de la tarde desde los balcones. Viven en ¡°primera l¨ªnea de combate¡±, pero pocos se lo reconocen como un m¨¦rito. A menudo, se enfrentan a la ira y la frustraci¨®n de hijos que se despidieron de sus padres hace 30 d¨ªas, cuando el Gobierno prohibi¨® las visitas, y la pr¨®xima vez que se encontraron fue en un cementerio.
Madrid ha cifrado en 4.750 los ancianos que han muerto en los 710 centros de la Comunidad desde que estall¨® la crisis del coronavirus. 781 han sido registrados oficialmente como v¨ªctimas del Covid19, ya que a ellos s¨ª se les hab¨ªa hecho el test. El resto presentaba s¨ªntomas, aunque no se les hizo. No hab¨ªa suficientes. Eso quiere decir que miles de familias han enterrado a los suyos con la sombra de la duda.
La magnitud del problema ha erosionado el estado emocional de los empleados de estos centros. Orpea, con 22 residencias en la capital y 49 en toda Espa?a, ha sido la primera empresa del sector en ofrecer ayuda psicol¨®gica a sus trabajadores. ¡°Escuch¨¦ decir a un m¨¦dico del 12 de Octubre que esto era un 11-M continuo. Me pareci¨® acertado. Todos los d¨ªas los cuidadores se han enfrentado a una tragedia, con una vulnerabilidad incre¨ªble¡±, se?ala Neira, uno de los psic¨®logos que imparte la terapia.
Su compa?era, Ester Silva, explica que est¨¢n descubriendo que en los cuidadores existe una negaci¨®n y un distanciamiento emocional respecto a lo vivido. En el momento en el que ponen nombre a sus verdaderos sentimientos comienzan a aflorar las emociones. En los primeros encuentros insisten mucho en la psicoeducaci¨®n, en la manera en la que funcionan las emociones y lo importante que es sentirlas en plenitud, sin sustitutivos. Pasa por no temer el pedir ayuda ni creerse juzgados por la empresa o sus compa?eros. ¡°Muchos de ellos las reprimen a modo de mecanismo de defensa. No procesar el duelo puede derivar en un posible estr¨¦s postraum¨¢tico¡±, a?ade Neira.
El psiquiatra Vicente Ezquerro no tiene ninguna duda de que muchos profesionales del sector sufrir¨¢n ese trastorno. ¡°Que se te muera a mansalva gente con la que has establecido v¨ªnculos emocionales es muy duro. Se est¨¢n enfrentando a situaciones de mucha angustia. Si ese estr¨¦s lo va a tener gente que est¨¢ en su casa, imagina los que se han enfrentado a la muerte y al miedo cara a cara¡±, explica el doctor por tel¨¦fono.
Mientras se lleva a cabo la terapia de grupo en uno de los salones de la residencia, dos sanitarios aparcan la ambulancia en la puerta. Parece que no hay ni un momento de tregua. Los visitantes se protegen con los equipos de protecci¨®n (EPI) y acceden al interior. Tienen la misi¨®n de recoger a uno de los ancianos que ha empeorado de salud, pero a los 20 minutos salen de all¨ª de vac¨ªo. A ¨²ltima hora se ha cancelado el traslado.
Los psic¨®logos de la L¨®pez Ibor a menudo se topan con profesionales que no terminan de asimilar lo vivido. En uno de los centros un grupo de trabajadores entr¨® a la sesi¨®n entre risas. En el momento en el que se les pregunt¨® por sus emociones les cambi¨® el semblante. Esa disonancia tambi¨¦n se hace presente en Orpea La Moraleja:
¡ª?Qu¨¦ m¨¢s hab¨¦is sentido?, pregunta Silva.
¡ª?Alegr¨ªa!, responde uno.
Durante unos segundos, el grupo se queda en silencio.
Bego?a, una auxiliar cl¨ªnica, renunci¨® al cuarto d¨ªa de aceptar un trabajo en una residencia del centro de Madrid. La morgue, en el s¨®tano del edificio, estaba saturada. Los cuerpos de los ¨²ltimos en morir permanec¨ªan durante d¨ªas en las habitaciones, ocultos bajo una s¨¢bana blanca. Dos ventiladores conectados trataban de disipar el olor, pero lo que hac¨ªan era esparcirlo por los pasillos. ¡°No aguant¨¦ m¨¢s. Present¨¦ mi renuncia¡±, cuenta por tel¨¦fono.
En el lugar donde se celebra la terapia una mujer con alzheimer perdi¨® a su marido de manera fulminante por el coronavirus. Se le cuenta lo que ha ocurrido, pero la se?ora lo olvida. Los trabajadores evitan informarle cada d¨ªa para evitar un duelo diario, para ella y para ellos mismos. ¡°Todo eso nos lo hemos comido nosotros solos¡±, resume Noelia Ortega, la directora del centro, de 42 a?os.
Pasan las tres de la tarde. La sesi¨®n de grupo est¨¢ a punto de finalizar. Neira les propone cerrar los ojos un minuto para conectar con el sentimiento m¨¢s profundo que alberguen en ese momento:
¡ª?Qu¨¦ sent¨ªs?
¡ª?Hambre!, le contestan.
No hay tiempo para m¨¢s. Los trabajadores, en bata, guantes, mascarillas y gorros de pl¨¢stico, regresan a la rutina con sus fantasmas a cuestas.
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