As¨ª acaban 2020 los protagonistas de nuestros reportajes
Conocimos a Bel¨¦n cuando iba a quimio en plena cuarentena; hablamos con Yosel¨ªn en las colas del hambre, y asistimos al parto de Pablo. Ahora, volvemos a charlar con ellos para saber qu¨¦ ha sido de sus vidas
La pandemia lleg¨® y les trastoc¨® por completo. Por eso contaron sus historias. Bel¨¦n tuvo que sortear el estado de alarma para no faltar a sus sesiones de quimioterapia en un hospital atenazado por el virus. Pablo naci¨® en una habitaci¨®n cuasi plastificada con su madre soportando las contracciones con la mascarilla puesta. Yosel¨ªn acudi¨® por primera vez a una cola del hambre a pedir comida mientras so?aba con seguir estudiando. Hoauri esquiv¨® la UCI de milagro y gracias a eso salv¨® su carrera como tenor en el coro del Teatro de la Zarzuela¡ Son algunas de las vidas alteradas que se asomaron a EL PA?S en el momento m¨¢s duro del a?o. Ahora, al final de un 2020 negro, comprobamos qu¨¦ ha sido de algunos de ellos, c¨®mo han sobrevivido a un golpe que les ha tocado pero no hundido.
Adri¨¢n, de 10 a?os, perdi¨® a su abuela por covid. En el recreo ha aprendido a jugar a cosas nuevas.
Como para otros miles de ni?os, la vuelta al cole de Adri¨¢n, de 5? de Primaria, ha sido distinta este curso. Entre las normas para tratar de convivir con la pandemia est¨¢n las vallas que separan a los alumnos por clases como si fueran reba?os en el patio. Esta frontera les ha obligado a reinventar un nuevo recreo. Nada de bal¨®n. Nada de pandillas con compa?eros de otra clase u otro curso. Como mucho, charlar con ellos de parcela a parcela.
El entretenimiento ha adquirido una nueva diversi¨®n y se ha adaptado a los nuevos tiempos. Por un lado, cuenta este chaval de 10 a?os, juegan al Among Us, un famoso videojuego que ellos, lejos de la pantalla, reconvierten a la vida real. ¡°Hacemos unos papelitos para que a cada uno le toque el personaje y as¨ª jugamos en persona. Tambi¨¦n hacemos luchas y carreras de caballitos¡±, explica. ¡°Antes era f¨²tbol, f¨²tbol, f¨²tbol. Ahora son m¨¢s creativos¡±, a?ade su madre, Silvia Revuelto.
Adri¨¢n envi¨® el 22 de marzo una carta a su abuela Celia, que acababa de ser ingresada en el hospital de La Paz. Aquella misiva, que public¨® EL PA?S, terminaba con un esperanzador ¡°?todo va a salir bien!¡±, junto a un dibujo del coronavirus. Ella le respondi¨® a trav¨¦s del tel¨¦fono con un mensaje: ¡°La he recibido, Adri¨¢n. Me ha hecho mucha ilusi¨®n¡±. Celia, madre de Silvia, no super¨® la enfermedad y acab¨® muriendo a los 79 a?os el 29 de marzo.
En un gesto similar a aquella carta, que fue un trabajo de Lengua durante las semanas en que no asist¨ªan de manera presencial al colegio, Adri¨¢n y sus compa?eros han escrito estos d¨ªas felicitaciones de Navidad para las pacientes de coronavirus que van a pasar las fiestas ingresadas en centros hospitalarios. ¡°Hola buenas. Siento que no puedas pasar la Navidad con tus seres queridos. Espero que intentes pas¨¢rtelo bien aunque no puedas estar con la gente que quieres. Espero que te recuperes pronto. Lo siento mucho¡±.
Silvia destaca el hecho de que tanto Adri¨¢n como su hermano peque?o, Guillermo, ¡°aceptan totalmente¡± lo que para ella, con el paso de los meses, no deja de seguir siendo ¡°una pel¨ªcula de ciencia ficci¨®n¡±. El otro d¨ªa incluso, apunta la madre, a Adri¨¢n le llam¨® la atenci¨®n mientras ve¨ªa en la tele la pel¨ªcula de La m¨¢scara del Zorro, de Antonio Banderas, que los personajes se acercaban entre ellos y no llevaban mascarilla.
Bel¨¦n vence al c¨¢ncer durante la pandemia
¡°El c¨¢ncer me ha ense?ado cosas maravillosas¡±. Bel¨¦n Couso ya ha recuperado el cabello, aunque ella casi no se ha despeinado bajo el terremoto de la pandemia. Ha cargado estos meses con preocupaciones mayores que el confinamiento y la distancia social. Las sesiones de quimioterapia y las de radioterapia son ya ex¨¢menes superados. Hoy, a sus 35 a?os, es una mujer m¨¢s fuerte, m¨¢s segura de s¨ª misma y dispuesta a devorar la vida.
Puedo salir a la calle, aunque no pueda celebrar como me hubiese gustado que estoy bien
¡°Ahora tengo pelazo¡±, cuenta mientras acaricia a Mil¨², el gato de raza foldex que le regal¨® su hermana. Bel¨¦n es un vendaval de optimismo al recordar su cabeza cubierta por un pa?uelo al salir del hospital de la Princesa cuando fue fotografiada para EL PA?S en la segunda quincena de marzo. ¡°Me cost¨® salir de ah¨ª¡±. Fueron meses oscuros, rememora, en los que ten¨ªa que acudir de manera cotidiana al hospital con el miedo de contagiarse del virus mientras se trataba del c¨¢ncer.
La cuarentena y la medicaci¨®n mediante corticoides hincharon su cuerpo y gan¨® siete kilos. ¡°Pero la pandemia no es nada al lado de la quimio. Ahora me dicen los m¨¦dicos que tengo buenas defensas y puedo salir a la calle, aunque no pueda celebrar como me hubiese gustado que estoy bien. Tampoco viajar como me habr¨ªa gustado, pero la recuperaci¨®n y encontrarme bien, f¨ªsicamente y mentalmente, me ayuda a estar mejor que nunca¡±.
¡°Todo lo que se puede hacer con sentido com¨²n, lo hago¡±. Sale a la calle con normalidad, queda con amigos y, desde septiembre, se ha reincorporado, aunque teletrabajando, a su puesto en una multinacional tras 14 meses de baja. Al principio se le hizo duro el tener que asistir a sucesivas reuniones desde casa, pero lo echaba tanto de menos desde que termin¨® el tratamiento al comienzo del verano que no le ha costado adoptar esta nueva rutina laboral. Sorprende escuchar el relato de su dura experiencia mientras la balanza de su testimonio se inclina sin dudar hacia el lado positivo.
Bel¨¦n acude todav¨ªa a revisiones trimestrales a la Princesa y tambi¨¦n al hospital universitario Santa Cristina para el seguimiento ginecol¨®gico. Su meta ahora es dejar pasar los cinco a?os recomendados para pensar en la maternidad. De momento, ha de seguir durante un tratamiento mediante el que le inducen la menopausia y le anulan la funci¨®n ov¨¢rica, ya que su c¨¢ncer es hormonal. Como ya cont¨® a EL PA?S en marzo, en una nevera permanecen criopreservados Gonal, Cetrocide y Bemfola. As¨ª, con el nombre rar¨ªsimo de las inyecciones que tuvo que pincharse, es como bautiz¨® a algunos de los 23 ¨®vulos que le extrajeron nada m¨¢s comunicarle en el verano de 2019 que padec¨ªa c¨¢ncer.
¡°Una de las maravillas de esta enfermedad es el tiempo que te regala y con ¨¦l puedes hacer lo que quieras. Parar mi vida ha sido un privilegio. Aqu¨ª estoy conmigo y con mis circunstancias. Salgo incre¨ªblemente reforzada, mejor conmigo misma, m¨¢s acostumbrada a la soledad. Antes me costaba mucho estar sola y ahora estoy en un estado maravilloso¡±. Bel¨¦n se deshace en arrumacos con su ¡°mantita¡±, Mil¨², mientras espera delante del ordenador a conectarse para una nueva reuni¨®n. Con su rostro radiante, la luz del flexo la ilumina peinada ¡°a lo gar?on¡±, como cantaba Joaqu¨ªn Sabina en Peces de ciudad.
¡°Hoy puedo decir que me siento muy afortunada¡±, deja claro. ¡°Qu¨¦ importante ha sido para m¨ª todo el calor, la atenci¨®n y la dedicaci¨®n que he recibido de mi familia, de mis amigos y de todo el equipo m¨¦dico que me ha ayudado en esta camino y m¨¢s a¨²n cuando al final del sendero encima nos hemos encontrado al coronavirus. Gracias a los que me han acompa?ado en esta historia que, a d¨ªa de hoy, ya tiene un final feliz¡±.
Yosel¨ªn, de recibir a ayudar en la cola de alimentos
Y sin embargo, todo ha cambiado. All¨¢ por abril, en la cima m¨¢s alta de la pandemia, una estudiante madrile?a de segundo de Bachillerato que se coloc¨® en silencio en una fila con cientos de personas en Vallecas. Era la primera vez que hac¨ªa algo as¨ª en su vida. ¡°Que en mi casa tengamos que pedir comida lo llevo como puedo, no es algo que sea f¨¢cil de asimilar¡±, dec¨ªa a sus 18 a?os. Se llama Yosel¨ªn Sarmiento. Su familia era una de las miles que viv¨ªan al d¨ªa en la capital de Espa?a. Su madre, que trabajaba como limpiadora, dej¨® de hacerlo. A su padre, un conserje de unos vecinos en el centro de Madrid, le redujeron la jornada a la mitad. De contar con tres empleos en casa, a la mitad de uno. De 1.380 euros a no llegar a 400. Los ingresos disminuyeron de un plumazo. Los gastos, no. Yosel¨ªn estaba abatida: ¡°Hemos llamado al casero porque no podemos pagar mayo. Nos ha dicho que al menos paguemos la mitad¡±, dec¨ªa antes de recoger la comida que le ten¨ªa preparada el p¨¢rroco de una de las parroquias del barrio. Israel Garc¨ªa, un lector de EL PA?S de 48 a?os, ley¨® su historia desde Alemania. Se puso en contacto con ella: ¡°Estudia, Yosel¨ªn. No pierdas la ilusi¨®n porque ser¨¢s una gran ingeniera. De Vallecas se sale yendo a la universidad. No te preocupes por el ahora porque entre todos conseguiremos salir de esta¡±. Les abon¨® tres meses de alquiler en la cuenta: 2.400 euros. Medio a?o despu¨¦s, la vida ha cambiado para bien en la familia Sarmiento.
Se han cambiado de casa hace solo un mes. Ahora, pagan lo mismo, 800 euros, pero por un piso m¨¢s c¨®modo en el barrio. Los padres de Yoselin ya trabajan de nuevo a tiempo completo. ¡°Gracias a Dios hemos logrado salir adelante¡±, dice su madre por tel¨¦fono. ¡°En aquel entonces est¨¢bamos en una situaci¨®n fatal. Pens¨¦ que nunca volver¨ªa a trabajar. Mi marido y yo ten¨ªamos que hacer maravillas para llegar a final de mes¡±. Su hija, Yosel¨ªn, so?aba en abril con empezar Telecomunicaciones en septiembre. De hecho, aprob¨® selectividad con una gran nota, pero se qued¨® a las puertas. ¡°Me falt¨® solo un punto¡±, lamenta. Ha apostado por hacer un m¨®dulo de FP durante un a?o para empezar el a?o que viene la carrera que sue?a.
No es vergonzoso, pero no es nada bonito venir a por alimentos. Yo trataba de relacionarme con ellos, de decirles que yo estaba ah¨ª hace nada.
Yosel¨ªn estuvo cerca de dos meses yendo a las colas del hambre de la parroquia del barrio. En junio, cuando su madre encontr¨® trabajo, se present¨® en el despacho del cura Jos¨¦ Manuel Horcajo, el encargado del reparto de comida para miles y miles de vallecanos. ¡°Le dije que ya no vendr¨ªa m¨¢s porque nos iba bien, pero que quer¨ªa ser voluntaria para devolverle el favor prestado¡±. As¨ª fue. Iba todos los d¨ªas. De lunes a domingo. Estaba tan entregada, que el padre le hizo encargada de supervisar todo el reparto. Decenas de voluntarios escuchaban sus ¨®rdenes. ¡°Cada d¨ªa la cola era m¨¢s grande y m¨¢s jodida. Yo me sent¨ªa por un lado bien, pero por otro mal, ve¨ªa que mucha gente estaba pasando por los mismos momentos que yo tambi¨¦n pas¨¦. No es vergonzoso, pero no es nada bonito venir a por alimentos. Yo trataba de relacionarme con ellos, de decirles que yo estaba ah¨ª hace nada. A algunos, a veces, los veo por Vallecas y me dicen: ¡®Ey, Yosel¨ªn, ?qu¨¦ tal est¨¢s?¡¯ " Lo peor, cuenta, era cuando algunos le ped¨ªan m¨¢s alimentos. ¡°La gente me dec¨ªa: ¡®Dame m¨¢s pan por favor, que tengo dos ni?os peque?os o, m¨¦teme un yogur m¨¢s, solo uno m¨¢s, por favor¡¯¡±. Ten¨ªa la orden de que el pan estaba limitado. ¡°Pero yo se lo daba sin que me vieran, ?qu¨¦ iba a hacer? Era muy duro. Para m¨ª era un bumer¨¢n porque yo pas¨¦ por eso¡±.
Cuando su rostro sali¨® en el peri¨®dico, un compa?ero de clase envi¨® el link al grupo de WhatsApp que tienen los alumnos: ¡°?Esa eres t¨², Yoselin?¡±, pregunt¨® el joven. ¡°Mi primera reacci¨®n fue no responder. No sab¨ªa qu¨¦ hacer. A los dos d¨ªas, le dije que s¨ª, que esa era yo. Algunos se burlaron y otros me preguntaron si me estaba yendo bien, otros, incluso, se apuntaron de voluntarios en la parroquia¡±. Israel Garc¨ªa, el lector de peri¨®dicos que les abon¨® tres meses de alquiler, ha seguido en contacto con la familia. Mantienen muy buena relaci¨®n. ¡°Me felicit¨® por mi cumplea?os y me dijo que si necesit¨¢bamos m¨¢s dinero para el alquiler, pero ya no, ya estamos bien, mis padres han vuelto a encontrar trabajo¡±.
Pablo, uno de los beb¨¦s nacidos en la pandemia
Pablo tiene buenos pulmones. Lo demostr¨® al nacer el 24 de abril, en plena pandemia, en un paritorio de Alcal¨¢ de Henares ante un personal enfundado en mascarillas y guantes, y lo demuestra ocho meses despu¨¦s en su casa, en Villanueva de la Torre (Guadalajara). De sonrisa f¨¢cil y car¨¢cter imponente cuando no le dejan a su aire, Pablo se muestra con la inocencia de un ni?o que no sabe que ha nacido en un a?o lleno de rarezas. La pandemia ha provocado que sus primeros meses de vida sean relativamente diferentes a los de sus hermanos Carla y Daniel, de cuatro y siete a?os. En primer lugar, la distancia social impuesta, por imperativo legal de la casa, a todas las personas ajenas al n¨²cleo familiar, incluidos los abuelos. Un hito en toda regla conseguido gracias a Elsa, madre y enfermera de urgencias, que sabe de la importancia de cumplir a rajatabla ciertos h¨¢bitos sanitarios.
Hasta que no tuvo todas las vacunas puestas, nadie ajeno al hogar, por mucho que lo desearan, pudo cogerlo en brazos. Hay otra norma de la que el ni?o no es consciente, pero que ha cambiado radicalmente desde su llegada. Los cinco miembros de la familia entran por el garaje de un adosado de tres plantas, se desinfectan, desvisten, descalzan y entran en casa listos para respirar, tranquilos, de un espacio libre de virus. ¡°Eso tambi¨¦n ha hecho que los primeros meses se creara un v¨ªnculo muy bonito en casa. Los ni?os no iban al cole, as¨ª que aprendieron a integrar a su hermano perfectamente en sus vidas y a aprender todo con ¨¦l¡±, explica Elsa, una mujer generosa que en abril dej¨® a EL PA?S presenciar su tercer parto en el Hospital Universitario Pr¨ªncipe de Asturias, en Madrid, donde decidi¨® parir porque ah¨ª permit¨ªan entrar a su marido. ¡°En Guadalajara no, y me parec¨ªa inhumano. ?Y si pasaba algo y ten¨ªa que decidir algo en ese momento? Me dec¨ªan que no pensara en eso, pero claro que lo pensaba, y sab¨ªa que yo no iba a estar en condiciones para decidir nada¡±.
Los primeros meses tambi¨¦n tuvieron inconvenientes a?adidos. Con todo el pa¨ªs en estado de alarma, a Elsa y a Carlos, su marido, les cost¨® Dios y ayuda recopilar toda la documentaci¨®n necesaria para presentarla y poder cogerse el permiso por maternidad y paternidad. Tambi¨¦n inscribir a Pablo en el registro civil se convirti¨® en un dolor de muelas. ¡°Pero ahora hay dos ni?os y una ni?a en casa. Necesitamos otra hermana¡±, se le ocurri¨® decir a Carla en aquel momento. ¡°?Pero tu est¨¢s loca? ?Menudo papeleo!¡±, respondi¨® Daniel. Ahora, por fin, la vida es un poco m¨¢s parecida a la de antes. Los mayores ya van al colegio, Carlos al trabajo y Elsa se reincorpor¨® a las urgencias el 19 de octubre, eso s¨ª, llena de miedos por todo lo que hab¨ªa vivido a distancia. ¡°Yo tuve suerte porque me dieron la baja en las Navidades pasadas, as¨ª que he visto lo que sufr¨ªan mis compa?eros a trav¨¦s de WhatsApp¡±, admite. Ahora, de vuelta, tienen un plan bajo el brazo por si se infecta en el trabajo, cuenta Carlos. ¡°Me he dejado vacaciones pendientes por si viene el virus y me tengo que hacer cargo de la tropa¡±.
Carmen Pati?o trata de sacar adelante su restaurante
Carmen despide a dos clientas de su restaurante dese¨¢ndoles feliz a?o. Son vecinas, sanitarias, aunque una de ellas est¨¢ ya jubilada y algo delicada, as¨ª que debe cuidarse. Les abre la puerta y, acto seguido, se dirige a la otra mesa que le queda. Otras dos personas del barrio. Los cuatro, que han estado convenientemente separados, han sido los ¨²nicos clientes de un viernes desapacible de diciembre que parece calcado al jueves, al mi¨¦rcoles, al martes¡ y a los d¨ªas de los meses que los preceden.
Las semanas pasan sin pena ni gloria en Francisca, el restaurante de comida tradicional abierto desde 1982 en la calle Bail¨¦n que regenta Carmen Pati?o, una mujer de 68 a?os vitalista por naturaleza y endeudada hasta las trancas. A mediados de marzo, el virus le pill¨®, como a todo el mundo, con el pie cambiado. Y poco despu¨¦s de que se cerraran todos los negocios no esenciales, dobl¨® los manteles y guard¨® la comida en arcones sin saber qu¨¦ iba a ser de ella, o de la ¨²nica empleada a la que paga un salario o de un local que ya arrastraba una deuda descomunal desde la crisis que arras¨® el planeta en 2008. No confiaba mucho en las ayudas que en aquel momento promet¨ªan para los aut¨®nomos y a la vez quer¨ªa creer, quiz¨¢ por ingenua o porque ¡°si no tenemos un poco de esperanza nos vamos al carajo¡±.
Le dio vueltas a la cabeza, cogi¨® su agenda de correo donde guarda las direcciones de 1.600 clientes y mand¨® un mensaje: La Francisca lleva comida a domicilio
Han pasado nueve meses de aquellos d¨ªas aciagos y ha vivido un poco de todo. Lo bueno, que tambi¨¦n ha habido, tiene que ver con esa cartera de clientes de toda la vida. No tuvo m¨¢s remedio que arreglar los papeles para que su empleada se acogiera a un ERTE y ella se qued¨® sola al mando de todo. Le dio vueltas a la cabeza, cogi¨® su agenda de correo donde guarda las direcciones de 1.600 clientes y mand¨® un mensaje: La Francisca lleva comida a domicilio.
Los correos empezaron a llegar y ella a cocinar, empaquetar, a coger su viejo Hyundai destartalado y a recorrer Madrid de una punta a otra. Ahora no lo repetir¨ªa porque fue un trabajo tan descomunal para una sola persona, que llegaba tarde a casi todas las casas. Pero gracias a ese esfuerzo, su crisis sigue siendo crisis, pero un poco menos. ¡°Ha habido un movimiento tremendamente cari?oso¡±. Menos mal, porque las ayudas escasearon. ¡°Solo recib¨ª del Gobierno central una especie de salario para aut¨®nomos que dur¨® unos meses. Intent¨¦ pedir un ICO y ni de broma. El Estado dio una moratoria de tres meses, eso fue un descanso. Y la Comunidad de Madrid, todo mentira. Propon¨ªa una ayuda a los aut¨®nomos que era inaccesible. Me dijeron en la gestor¨ªa que era solo para sociedades limitadas, as¨ª que nada¡±.
Cansada de restar deudas, tiene ganas de jubilarse, pero se siente atada a un negocio que comparte con el banco y con su cu?ado, que le ha dejado dinero m¨¢s de una vez. Mientras piensa en nuevas f¨®rmulas, se marcha a la cocina mirando el reloj. Va a preparar ensaladilla rusa, ocho canap¨¦s diferentes y una ensalada de frutas. Es para un cliente muy especial, de m¨¢s de 70 a?os, que antes de la pandemia iba a cenar all¨ª cada viernes con una amiga, ¡°una persona con la que se ha reencontrado con el tiempo, ?sabes?¡±. Ahora, con el coronavirus, ya no se sientan en una de las mesitas del local, pero piden la comida casera de La Francisca a domicilio para continuar con sus reencuentros. Carmen se alimenta de estas historias porque conoce a la gente de toda la vida y se siente, m¨¢s que nunca, parte de una comunidad. Cuesti¨®n de esperanza para no irse al carajo.
Hoauri, el tenor que temi¨® perder su voz
Houari L¨®pez se sienta en el sal¨®n de su casa, en Fuenlabrada, con un mensaje claro: siente que ha vuelto a nacer, literalmente, aunque parezca una frase hecha. Pero es la pura verdad. Sobre todo lo pens¨® cuando volvi¨® del hospital despu¨¦s de estar un mes esquivando entrar en la UCI, algo que le aterraba: que lo intubaran significaba, casi con seguridad, que se le da?aran m¨ªnimamente las cuerdas vocales, su instrumento m¨¢s preciado ¨Djunto a los pulmones¨D para cantar en el coro del Teatro de la Zarzuela. Gracias a su tenacidad, a la de los m¨¦dicos y a cierta dosis de suerte, consigui¨® salvar su vida y su profesi¨®n. Pero el recuerdo de todo aquello todav¨ªa lo machaca, sobre todo cuando escucha a determinadas personas creerse bulos sobre la ineficacia de la vacuna o cuando minimizan los efectos de este virus por el que todav¨ªa tiene alguna secuela f¨ªsica, como una acidez de est¨®mago que se le ha ido atenuando muy poco a poco.
Su pesadilla empez¨® en marzo. Cree que se contagi¨® en un ensayo en el Teatro de Zarzuela, como una treintena de sus compa?eros, y enseguida se empez¨® a encontrar fatal. Era raro. No suele enfermarse, es tenor y se cuida en extremo por su profesi¨®n. Pero le toc¨®, como le pod¨ªa tocar a cualquiera. Cuando empez¨® a notar los efectos del coronavirus, mand¨® a su mujer, que en aquel momento estaba embarazada de cinco meses, y a su suegra a Cantabria, donde vive su familia pol¨ªtica. No las quer¨ªa cerca. Le aterraba que les pasara algo. Vanessa, su pareja, recuerda ahora junto a ¨¦l que no quer¨ªa marcharse porque sab¨ªa que aquello pod¨ªa complicarse m¨¢s de lo que pensaban. Aquella despedida los rompi¨® en dos y ambos la rememoraron una y otra vez en sus cabezas durante los meses que estuvieron sin verse, pero sobre todo durante los d¨ªas que no pudieron comunicarse. ¡°Al menos le he dado un beso¡±, pensaba ella. ¡°No lo ten¨ªa que haber hecho, era peligroso. Pero despu¨¦s, en el hospital, tambi¨¦n me alegraba de que nos hubi¨¦ramos despedido as¨ª¡±, admite ahora ¨¦l.
?l acab¨® ingresado y recuerda que pas¨® d¨ªas en los que estaba 15 horas boca abajo, para liberar sus pulmones. Su compa?ero de habitaci¨®n, un yudoca relativamente joven ¡°muy emp¨¢tico¡± con el que conect¨® perfectamente, le sirvi¨® de muleta y desahogo. En realidad fue algo mutuo. Por eso, tiempo despu¨¦s se tomaron una cerveza juntos a trav¨¦s de una videollamada y se han prometido otra cara a cara. Houari sonr¨ªe cuando habla de las cosas positivas que le ha tra¨ªdo este virus. Cuando le dieron el alta, lleg¨® a su casa vac¨ªa con 10 kilos menos y una debilidad extrema que lo postr¨® en la cama durante un tiempo largo. Solo en casa, sobrevivi¨® gracias a varios amigos que le hac¨ªan la compra y a unos vecinos, ya mayores, que le dejaban las medicinas que necesitaba de la farmacia o un t¨¢per de comida en el felpudo. ¡°Son maravillosos¡±.
A ellos les estar¨¢ eternamente agradecido y, por supuesto, a Vanessa, que desde la distancia le mandaba ecograf¨ªas e im¨¢genes de su barriga movi¨¦ndose. ¡°Deb¨ªa de tener el m¨®vil a reventar¡±, sonr¨ªe, ¡°pero era una manera de mantenerlo con nosotros y que se animara¡±. Cuando cogi¨® fuerzas, en junio, viaj¨® a Cantabria. Y a finales de julio naci¨® Gabriel, que lleva el nombre de un arc¨¢ngel y que significa fuerza, h¨¦roe, fortaleza de Dios. ¡°Ahora no duermo por las noches, pero no puedo ser m¨¢s feliz¡±. Tras un permiso por paternidad, se reincorpora al trabajo en enero. Le queda poquito ya y tiene sentimientos encontrados. ¡°Amo ese sitio, la profesionalidad de su gente, todo¡ pero all¨ª me contagi¨¦ y no puedo evitar sentir cierto miedo¡±.
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