El timo de Malasa?a
Tengan cuidado con los Carlos, cualquiera es susceptible de picar (y se han detectado pr¨¢cticamente en todos los barrios del centro de la ciudad)
Hace m¨¢s de una d¨¦cada, cuando apenas llevaba un mes en la Villa y Corte, se acerc¨® a m¨ª despu¨¦s de un concierto en un bar de Malasa?a un chico mon¨ªsimo, al que llamaremos Carlos, que no dej¨® de darme animado palique en toda la noche. Le dije que yo era periodista y ¨¦l recogi¨® el guante y me cont¨® que su padre hab¨ªa sido acad¨¦mico de la RAE con sill¨®n propio. Imagino que mi fascinaci¨®n por ese dato no le desagrad¨®.
Para otra gente, a lo mejor, lo realmente excitante habr¨ªa sido entablar conversaci¨®n en un garito con Miguel ?ngel Silvestre, quien por aquel tiempo hac¨ªa el papel de El Duque, pero para eso tendr¨ªa que haber ido a salir a La Latina y adem¨¢s a m¨ª, que era una plumilla ilusionada y a¨²n sent¨ªa respeto por los diccionarios, el encuentro con aquel descendiente de arist¨®cratas de la palabra, que manifestaba una labia admirable, me pareci¨® m¨¢s rom¨¢ntico que un poema de Neruda, quien tambi¨¦n vivi¨® en Madrid.
Iba el chaval con una camiseta de los Smiths y militaba en una banda cuyas canciones de letras ir¨®nicas, que mezclaban alta cultura con delirios pop, estaban pensadas para poner a prueba la inteligencia y cultura general de sus seguidores, que conmigo ya ser¨ªan cuatro. En mi imaginaci¨®n, el muchacho se hab¨ªa pasado toda su juventud limpiando, fijando y dando esplendor a una impresionante colecci¨®n de discos que alg¨²n d¨ªa me ense?ar¨ªa. No hube de esperar mucho. Ese mismo d¨ªa me invit¨® a su casa, ubicada, como no pod¨ªa ser de otra manera, en el Barrio de las Letras.
Recuerdo como si fuese hoy la ilusi¨®n que sent¨ª subiendo las empinadas escaleras que conduc¨ªan a su ¨¢tico abuhardillado en Echegaray: ?c¨®mo pod¨ªa haber tenido la suerte de haber encontrado a alguien tan genial? Me pareci¨® que las estanter¨ªas Kallax estaban llenas de vinilos, aunque no me dio tiempo a examinar lo que hab¨ªa a mi alrededor, porque en cuanto nos sentamos en el sill¨®n, se abalanz¨® sobre m¨ª como un puma. Tuve ocasi¨®n, eso s¨ª, de ver varias veces la misma cara que pon¨ªa al tocar solos de guitarra.
Cuando amaneci¨® yo a¨²n me acordaba de que, antes del frenes¨ª, me hab¨ªa hablado de unas rarezas que se hab¨ªa comprado en un viaje a Praga. Buscando su complicidad, le ped¨ª que me las ense?ase. Me mir¨® asqueado, como si le hablase en cualquier idioma fuera del ¨¢mbito de regulaci¨®n de la Real Academia Espa?ola. Despu¨¦s de unos cuantos silencios inc¨®modos me dijo que hab¨ªa quedado en ir a comer con sus padres en Conde de Orgaz y me pidi¨® que me fuera. De todas las estafas que hab¨ªa le¨ªdo que eran habituales al llegar a Madrid, el timo de Malasa?a era el ¨²nico del que no hab¨ªa o¨ªdo hablar. Tengan cuidado con los Carlos. Cualquiera es susceptible de volver a picar.
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