Una palmera muy familiar
La variante datilera, que ha alimentado a generaciones, se da sobre todo en los tr¨®picos por las temperaturas c¨¢lidas y la alta humedad
Si nos paramos a pensar en alguna imagen b¨ªblica, es muy posible que aparezca alguna palmera en nuestra memoria. Un bel¨¦n navide?o es menos bel¨¦n si le faltan un pu?ado de estas palmeras, de varias alturas, salpicadas por el nacimiento. Son pura elegancia. Normalmente nos las imaginamos con un tronco alto y esbelto, coronado por un penacho de hojas gr¨¢ciles y muy est¨¦ticas, pero son m¨¢s variadas en sus formas de lo que cabe esperar. A su tronco tambi¨¦n le podemos llamar est¨ªpite, y son muy diferentes, dependiendo de cada especie.
Al contrario que los troncos de los ¨¢rboles propiamente dichos, el est¨ªpite de las palmeras no suele engrosar con cada nuevo a?o, y mantiene un grosor uniforme en toda su longitud. Su di¨¢metro se suele ver incrementado por la base de las hojas, y en ocasiones puede portar una mara?a peluda o incluso espinas, como medidas de protecci¨®n frente al clima o a los depredadores de sus hojas o de sus frutos. La palmera que crece de forma m¨¢s abundante en el imaginario colectivo es la cocotera (Cocos nucifera), y la pensamos al borde del mar, en playas paradis¨ªacas de arena blanca. De ella comemos con deleite su fruto, el coco.
Pero la que nutri¨® a la humanidad durante siglos, y a¨²n lo hace, es la palmera datilera (Phoenix dactylifera). Desde que comenz¨® a cultivarse con fines alimenticios en la regi¨®n del Golfo P¨¦rsico (se piensa que alrededor del cuarto milenio antes de Cristo), esta palmera ha acompa?ado a diversas civilizaciones en su expansi¨®n hacia el oeste. El mundo ¨¢rabe consideraba que la palmera era una criatura viviente que hab¨ªa sido originada junto con el hombre el mismo d¨ªa de la Creaci¨®n, tal era la veneraci¨®n que sent¨ªan por ella. Y como estamos en los d¨ªas que estamos, vamos a visitar un lugar en Madrid que nos conduce instant¨¢neamente a aquellos parajes b¨ªblicos, en una ¨¦poca remota: el templo de Debod. Este regalo del gobierno egipcio a Espa?a permanece expuesto a la intemperie, rodeado de una vegetaci¨®n de lo m¨¢s particular.
El ajardinamiento que acompa?a a este edificio de piedra es un gui?o a su pa¨ªs de origen, donde las palmeras son parte de la vegetaci¨®n dominante. Como ocurre en la pen¨ªnsula ib¨¦rica, muchas fueron introducidas con fines ornamentales. Sin embargo, mientras que Egipto cuenta con tres palmeras aut¨®ctonas, en nuestro pa¨ªs solo encontramos una especie nativa: el palmito (Chamaerops humilis). Es la palmera que crece m¨¢s al norte de todas las que habitan el planeta, y la ¨²nica originaria de la Europa continental, desde Portugal hasta Italia, principalmente. La gran mayor¨ªa de las palmas se encuentran en las proximidades de los tr¨®picos, acostumbradas como est¨¢n a disfrutar de temperaturas m¨¢s c¨¢lidas y de humedades ambientales elevadas.
Un rasgo del palmito que llama mucho la atenci¨®n es su habitual ramificaci¨®n a ras del suelo, con varios pies creciendo de un mismo punto. Sus troncos est¨¢n recubiertos de una fibra intrincada y espesa, y sus hojas palmeadas guardan unas terribles espinas en su base, a lo largo de todo el peciolo. La dureza de sus tejidos le ha llevado a ser utilizada para tejer cestas, cuerdas y escobas de gran resistencia. Esta caracter¨ªstica se debe a su fortaleza intr¨ªnseca, al ser capaz incluso de rebrotar sin problema despu¨¦s de ser arrasada por un incendio. Si bien su porte y su elegancia ya son suficientes para decantarse por su cultivo, tambi¨¦n guarda peque?os detalles de gran valor est¨¦tico, como sus inflorescencias primaverales, de un bello color dorado.
Adem¨¢s, ah¨ª encontramos otra peculiaridad de esta especie: esas inflorescencias carecen de fragancia, pero las hojas que las rodean generan un compuesto qu¨ªmico arom¨¢tico que atrae a ciertos polinizadores. Tambi¨¦n sus brotes tiernos nos atraen a nosotros, puesto que son el famoso palmito comestible. Ese uso como planta culinaria hizo que sus poblaciones naturales se redujeran en extremo, ya que para conseguir el anhelado palmito se deb¨ªa cosechar el ¨²nico punto por el que la planta genera nuevas hojas: su yema apical. Afortunadamente, parece que los palmitos y otras palmeras de este enclave madrile?o gozan de buena salud, impert¨¦rritas ante el fr¨ªo y la contaminaci¨®n. Estos d¨ªas, si paseamos por las inmediaciones de este jard¨ªn, quiz¨¢s nos crucemos con una familia montada en burrito, camino de Egipto. ?Qui¨¦n sabe!
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