Por qu¨¦ ir al mercado con la lista de la compra es un error
Siempre me ha parecido curiosa esta costumbre tan extendida de salir de casa con una lista hecha, m¨¢s all¨¢ de los art¨ªculos de fondo de armario y de los productos no perecederos.
Comer es fundirse con la naturaleza y esto, claro est¨¢, es m¨¢s f¨¢cil observarlo cuando se vive en el monte y se es un tej¨®n. En su acepci¨®n m¨¢s chiquitita, clara y sencilla, cocinar no es m¨¢s que la acci¨®n de preparar los ingredientes para ser comidos, y lo hacemos porque ninguno de nosotros somos ni cabras salvajes, ni caracoles, ni orugas, y no podemos simplemente pararnos a mordisquear la primera ramita u hoja que veamos brotar en un margen o un parterre. Ni en las ciudades hay hierba para todos, ni nuestros aparatos digestivos est¨¢n preparados para eso.
Estando lejos del monte, nuestra acci¨®n de alimentarnos empieza por recopilar ingredientes del medio natural, llev¨¢rnoslos a casa y, all¨ª, almacenarlos, para finalmente, cocinarlos, comerlos, y devolver los restos metamorfoseados al medio para que sean de provecho para otro ser vivo.
La distancia a la que vivamos de ese medio natural determinar¨¢ cu¨¢n complejo tiene que ser el mecanismo que abarque todos y cada uno de los pasos intermedios que van desde que un tallo es arrancado en un campo remoto hasta que alguien le pega un mordisco a una rebanada de pan con tomate a la hora de la cena, pero nuestro sistema agroalimentario no es m¨¢s que una versi¨®n complicada de lo que hace una cabra desde que atisba una rama de durillo hasta que roe su corteza, y cocinar no es m¨¢s que poner en funcionamiento una suerte de aparato digestivo externo que transforma lo que la tierra ofrece y hace que sea m¨¢s f¨¢cil de asimilar en nuestro interior. Cocinar nos integra en el gran sistema alimentario que es la Naturaleza, nos hace porosos a ella, esta red inmensa de relaciones en la que todo es susceptible de comer o de ser comido.
La lejan¨ªa del monte, el desarraigo del mundo natural, tanto puede ser f¨ªsico, si vivimos en una gran ciudad, por ejemplo, y los alimentos tienen que ser necesariamente transportados hasta nosotros recorriendo largas distancias; como mental, porque se puede vivir en el campo a base de ultraprocesados fabricados en el otro lado del mundo, mientras el vecino de al lado cultiva tomates y calabacines.
Y a m¨ª se me ocurre que el camino hacia un modelo agroalimentario m¨¢s sostenible puede no ser tanto el de las antorchas, el desmantelamiento de las grandes metr¨®polis y la vuelta al contacto directo con el medio natural en taparrabos, como el de recordar qui¨¦nes somos e imbuirnos, al abordar la tarea de alimentarnos, del estado de esp¨ªritu de aquel que se adentra en el bosque canturreando y con un cesto colgando del antebrazo.
Y es que el bosque es de una manera que uno tiene que estar dispuesto a entrar en ¨¦l en busca de setas y salir contento de haber encontrado esp¨¢rragos, porque no queda otra. Al bosque le importa poco o nada lo que uno quiera, va a lo suyo, florece, crece y se forma en base a sus propias circunstancias y sinergias, y no hay mejor ba?o de humildad para un esp¨¦cimen de humano medio, criado en el marco mental del ¡°pide y se te dar¨¢¡±, que ir en marzo a por colmenillas y ser condenado a volver con poco m¨¢s que pi?as verdes y un ramo de hinojo para la sopa de pescado. Hay abriles sin esp¨¢rragos y febreros sin flores de almendro.
El espejismo de estar en lo alto de una cadena tr¨®fica se desvanece de un plumazo al encontrarse uno, una ma?ana de domingo, encaramado tristemente a un ¨¢rbol raqu¨ªtico durante el encuentro fortuito con una hembra de jabal¨ª reci¨¦n parida. En ese contexto, es asombrosamente f¨¢cil sentirse un saco de ingredientes andante, por m¨¢s que sigamos insistiendo obsesivamente y neur¨®tica en poner un pl¨¢stico, una pantalla, una distancia artificial y palpable, entre nosotros y todo lo que pueda recordarnos que debajo del cemento est¨¢ la tierra y que de ella venimos y a ella volveremos, nos guste o no. Y seremos comidos.
?C¨®mo ser¨ªa ir al mercado como quien va al bosque, abandonando el ¡°yo quiero¡± caprichoso, medieval y antropoc¨¦ntrico, propio de los berrinches de la infancia, que ve en la naturaleza una especie de despensa a su servicio, a la que explotar y exprimir; y abrazar el ¡°qu¨¦ puedo hacer yo con esto que he encontrado¡±, poni¨¦ndose uno mismo en disposici¨®n de hacer lo m¨¢ximo posible con lo que la naturaleza cercana ofrezca? ?C¨®mo ser¨ªa, de paso, no renunciar a dejarnos sorprender?
Siempre me ha parecido curiosa esta costumbre tan extendida de salir de casa con una lista de la compra hecha. M¨¢s all¨¢ de los art¨ªculos de fondo de armario y de los productos no perecederos. ?C¨®mo puedo decidir qu¨¦ verdura voy a comprar sin haber visto qu¨¦ ha recolectado el pay¨¦s cercano? ?C¨®mo puedo saber antes de salir por la puerta qu¨¦ pescado voy a cenar si no s¨¦ qu¨¦ ha tra¨ªdo el pescador en su barca? Nadando en reflexiones de este tipo me vienen a la cabeza Ricard Camarena y su ¨²ltima ponencia en Madrid Fusi¨®n: ¡°?Qu¨¦ hacer con 50 kilos de cortezas naranja o 19.000 kilos de cosecha de calabazas que no han salido lo dulces que tendr¨ªan que ser?¡±, ¡°Nuestro mayor prop¨®sito es que los proyectos sean sostenibles y para ello no tenemos que hacer lo que nos gustar¨ªa, sino trabajar con lo que tenemos.¡± Esta frase me parece poderos¨ªsima.
Camarena es de los pocos grandes chefs del panorama internacional que ha entendido de verdad que ser sostenible no significa tener un huerto en el patio trasero del restaurante, sino estar a merced de la huerta de tu alrededor, de los productores de tu entorno; que en las llamadas de tel¨¦fono al proveedor tiene que haber tiempo para una lista de peticiones, s¨ª, pero tambi¨¦n tiempo para escuchar.
En lo que a sostenibilidad se refiere, no basta con comulgar con la idea de comprar productos de proximidad. Es necesario que ese ¡°yo quiero¡± sea menos r¨ªgido y dictatorial. Hay que ir al mercado inflamado de emoci¨®n y capacidad de sorpresa, emprender la tarea de alimentarse con el esp¨ªritu de quien sale a dar un paseo por el bosque con un cesto colgando del antebrazo. Cocinar es dar un paseo por el bosque
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