Amo el pat¨¦ barato del s¨²per
La elaboraci¨®n me la ense?¨® a hacer Mari, una feriante de pro que fre¨ªa y despachaba churros y porras en la churrer¨ªa ambulante, de d¨ªa, y que atend¨ªa la taquilla de los autos de choque de la feria, de noche
Darse el capricho de instalarse unos autos de choque en el patio trasero puede salir por entre 120.000 y 135.000 euros, aunque podr¨ªamos conseguir alg¨²n descuento en caso de que hubiese una feria m¨¢s o menos estable montada o en ruta por las cercan¨ªas, o de que s¨®lo quisi¨¦ramos alquilarlos por unos d¨ªas. A m¨ª, invocar el olor empalagoso de los churros y de las manzanas de caramelo, los bufidos de los compresores de los amortiguadores del Maxi Pulpo y los bocinazos que anuncian el arranque del Tokito Guay me sali¨®, el otro d¨ªa, por el m¨®dico precio de cinco euros.
El oto?o es mi estaci¨®n del a?o favorita. No porque sea cocinera y esta sea la temporada de las setas por excelencia (total, con esta sequ¨ªa, ni setas ni setos). Tampoco porque sea especialmente amante de calabazas, boniatos ni casta?as, que s¨ª, pero no. Lo es porque por fin llega el fr¨ªo y, con ¨¦l, el tiempo de encender la chimenea en casa.
Yo soy de comer poco y a menudo, m¨¢s que de sentarme y pegarme el gran atrac¨®n. Tener el fuego cerca, para m¨ª, es un goloseo constante las 24 horas del d¨ªa: ahora una patatita, ahora una berenjena, ahora una tostada, ahora unas espalditas de conejo. Me paso el d¨ªa royendo y tecleando. Tengo el port¨¢til pringoso que da pena. La otra tarde me vine arriba y me pas¨¦ asando patatas. Hice suficientes como para dar de cenar a toda la familia, y sobraron unas cuantas. A la ma?ana siguiente, al mirarlas de cerca, me acord¨¦ de una receta que, sorprendentemente, hac¨ªa m¨¢s de 10 a?os que no preparaba, siendo una de mis favoritas. Me vino a la cabeza la primera receta que aprend¨ª a cocinar siendo consciente de ello: las patatas rellenas de pat¨¦.
Me las ense?¨® a hacer Mari, una feriante de pro que fre¨ªa y despachaba churros y porras en la churrer¨ªa ambulante que se instalaba cada invierno en la plaza del pueblo en el que nac¨ª, de d¨ªa, y que atend¨ªa la taquilla de los autos de choque de la feria, de noche. Uno de esos inviernos, Mari combin¨® el hacer de churrera y taquillera con el dar clases de cocina para ni?os por la tarde en mi colegio. Sus clases, el HeroQuest y el primer Super Mario Bros fueron lo mejor de la primaria, de largo. Del centenar de chavales a los que se les ofreci¨® el cursillo, s¨®lo nos apuntamos ocho o nueve. Esos ocho o nueve tuvimos, los mi¨¦rcoles de noviembre y diciembre, de siete a ocho de la tarde, cuando ya era totalmente de noche, la inmensa nave del comedor escolar donde cada mediod¨ªa se sentaban m¨¢s de doscientos ni?os a comer, a gritar y a berrear, para nosotros solos, y permiso para usar cuchillos. Creo que un d¨ªa hicimos galletas, otro algo parecido a macarrones, pero de la clase en que hicimos las patatas rellenas, recuerdo cada detalle: las lavamos bien en la pica y las hervimos enteras y con piel hasta que estuvieron blanditas. Partimos cada uno su patata, con un cuchillo, y vaciamos cada mitad con una cucharita y con cuidado, para hacer dos cazuelitas. Como ¨¦ramos peque?os y los peque?os tienden a estrujar demasiado las mitades de patatas y las cosas fr¨¢giles destinadas a ser cazuelitas, hicimos fundas de papel de aluminio con las que sostener las medias patatas magulladas. Echamos la pulpa de las patatas en un bol grande y Mari se sac¨® del bolso un par de latas verdes de las grandes de pat¨¦ Mina de h¨ªgado de cerdo. Vaci¨® la pasta ros¨¢cea que conten¨ªan en el bol, lo mezclamos bien aplast¨¢ndolo con tenedores, y el bol fue pasando de manita en manita para que cada uno rellenase sus dos medias patatas con esa pasta divina. Colocamos las patatas rellenas en ristra en una bandeja de horno, las cubrimos con emmental rallado y un dado de mantequilla, las gratinamos en uno de esos grandes hornos de gas ¡°quemapiernas¡± que hab¨ªa a ras de suelo en la cocina, y cuando las sacamos nos pareci¨® estar viendo salir el sol por primera vez. Me acuerdo perfectamente de esa receta porque fue la primera vez que nos comimos lo que hab¨ªamos cocinado en vez de meterlo entre dos platos de pl¨¢stico y llev¨¢rnoslo a casa de cualquier manera para endos¨¢rselo a nuestras madres.
El otro d¨ªa, a la vista de las patatas asadas, corr¨ª a la alacena a buscar pat¨¦, y lo ¨²nico que encontr¨¦ fue una lata de pat¨¦ de h¨ªgado de oca de la cesta de Navidad del a?o pasado. ¡°Van a quedar de lujo¡± pens¨¦, y me li¨¦ con el cuchillo a partir patatas, y con la cucharita a vaciar cazuelitas. No hizo falta el invento del papel de plata: al ser asadas, la piel y la pulpa de las patatas, pese a estar bien cocinada, estaba mucho m¨¢s firme y, por qu¨¦ no admitirlo, 25 a?os de oficio tienen que valer para vaciar patatas con un m¨ªnimo de solvencia o, cuanto menos, mejor de lo que lo har¨ªa un ni?o de 11 a?os. Rellen¨¦ mis cazuelitas y las gratin¨¦ con buen queso y buena mantequilla. Las saqu¨¦ del horno, me serv¨ª un par en un plato y me dispuse a viajar a la infancia y a la feria. Di el primer bocado, y no pas¨® nada. Estaban ricas, pero la experiencia fue un fracaso.
Lo dej¨¦ todo tirado. Cog¨ª la chaqueta y las llaves, cog¨ª el coche y al cabo de una hora y media de probar suerte logr¨¦ dar con el pat¨¦ Mina en un supermercado. Compr¨¦ m¨¢s patatas. De vuelta, en casa, las ech¨¦ a las brasas con ansia. Una vez asadas, las abr¨ª, las rellen¨¦, las gratin¨¦, ahora s¨ª, siguiendo estrictamente las indicaciones de Mari de 30 a?os atr¨¢s, y las bocinas de los autos de choque retumbaron en el sal¨®n.
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