Contra las cenas de empresa
No hay mejor motivaci¨®n que unas condiciones de trabajo en las que no haya nada que (re)compensar
A estas alturas todos tenemos claro que cualquier propuesta gastron¨®mica que quiera ser tomada en serio debe aspirar a ser sostenible y ce?irse a criterios estrictos de temporada: casta?as, setas, uvas y calabazas son de oto?o. Habas, esp¨¢rragos, colmenillas y guisantes, de primavera. Los tomates, las sand¨ªas y el pesca¨ªto frito son para el verano. Los dos meses previos a la Navidad son temporada de cenas de empresa.
Las mejores cenas de empresa de mi vida las daba uno de los peores jefes que he conocido. Sus saraos eran memorables. Un a?o, nos carg¨® a la treintena de trabajadores de la plantilla en un autocar de lujo y nos descarg¨® en un chalet en un paisaje pirenaico de pesebre a pasar el d¨ªa esquiando con r¨¦gimen de todo incluido. Al a?o siguiente, nos llev¨® de romer¨ªa nocturna a trav¨¦s de las discotecas m¨¢s selectas y despertamos, al albor de la ma?ana, en un spa urbano ambientado a modo de ba?os ¨¢rabes a base de cenefas cinceladas en pladur.
Definitivamente, era el mejor organizando fiestas. Pero de todo el tiempo que pas¨¦ en su restaurante como jefa de cocina, nunca consegu¨ª que ninguno de los empleados a mi cargo, ni yo misma, cobrara la n¨®mina el d¨ªa uno. Lo normal era cobrar el 50% el d¨ªa cuatro y el 50% restante repartido en c¨®modas cuotas semanales a lo largo del mes. Eso ya era mejor que las condiciones en las que estaban los proveedores.
Hoy es habitual que las empresas organicen actividades alternativas para recompensar a sus plantillas; de entre ellas, la cena de empresa tiene car¨¢cter tot¨¦mico. Eso pasa, precisamente, porque hay algo que (re)compensar. Juan Julio, un dominicano que trabajaba conmigo en esos tiempos, no ven¨ªa nunca a estos eventos. Sabiamente dec¨ªa: ¡°Se?orita Maria, trabajo es trabajo¡±.
Las cenas de empresa son el buey gordo del que habla Richard Lee, profesor de la Universidad de Toronto y eminencia mundial en el ¨¢mbito de la antropolog¨ªa, en una de sus conferencias m¨¢s c¨¦lebres: Man the Hunter o ¡°El hombre cazador¡±, que dio en 1966 en la Universidad de Chicago. En ella, ahonda en el significado del intercambio rec¨ªproco entre seres humanos que se consideran iguales entre s¨ª.
El antrop¨®logo llevaba meses siguiendo y observando los bosquimanos a trav¨¦s del desierto del Kalahari. Eran un pueblo amable y atento y quiso mostrarles su gratitud ofreci¨¦ndoles algo grande que no alterara su dieta normal ni se apartase de su modo de vida. Sabiendo que en invierno los bosquimanos se acercar¨ªan a las tribus vecinas para proveerse de carne, se le ocurri¨® donarles un buey como cena de Navidad. Fue aldea por aldea en busca del ejemplar m¨¢s grande que pudiera comprar hasta dar con un animal espectacular por su envergadura y por estar cubierto con una gruesa capa de grasa por encima de la carne y de los huesos. Como sucede con muchos pueblos de cazadores recolectores, las presas que capturan son normalmente animales fibrosos, de carne enjuta y correosa. Ese buey gordo ser¨ªa sin duda un regalo magn¨ªfico, pens¨® Lee.
Al volver al campamento, exultante, reuni¨® a los bosquimanos para darles la buena nueva. Les cont¨® uno a uno la gran sorpresa. El primer hombre se alarm¨®. Pregunt¨® a Lee d¨®nde hab¨ªa comprado el buey, de qu¨¦ color era, cu¨¢nto med¨ªan sus cuernos, y sacudi¨® la cabeza con desd¨¦n. ¡°Conozco ese buey¡±, dijo ¡°?S¨®lo es huesos y pellejo! ?Tienes que haber estado borracho para comprarlo!¡± Convencido de que su amigo se estaba confundiendo, Lee se lo fue explicando al resto de los bosquimanos, para recibir respuestas semejantes: ¡°?Has comprado este animal sin ning¨²n valor? Naturalmente, nos lo comeremos¡±, soltaban, con aire resignado, ¡°pero no nos saciar¨¢. Comeremos y nos iremos a casa a dormir con las tripas rugiendo¡±. Lee no entend¨ªa nada.
Lleg¨® Navidad, se sacrific¨® el buey, y la bestia result¨® un ¨¢gape verdaderamente espl¨¦ndido. Hubo carne y grasa m¨¢s que suficientes para el regocijo de todos. Asombrado, el antrop¨®logo se dirigi¨® a la tribu exigiendo una explicaci¨®n. ¡°Claro que supimos desde el principio de qu¨¦ buey estabas hablando y cu¨¢n magn¨ªfica era su carne¡±, admiti¨® un bosquimano. ¡°Pero cuando un joven sacrifica mucha carne, llega a creerse alguien importante y considera a los dem¨¢s como sus servidores o sus inferiores. No podemos aceptar eso¡±, continu¨®. ¡°Rechazamos al que se jacta, porque alg¨²n d¨ªa su orgullo le llevar¨¢ a matar a alguien. De ah¨ª que siempre hablemos de la carne que aporta como si fuera despreciable. De esta manera ablandamos su coraz¨®n y le hacemos amable.¡± As¨ª transcribe Richard Lee la conversaci¨®n.
Esta forma de ver los regalos o los banquetes es com¨²n entre muchos grupos diferentes de cazadores y recolectores, tribus cuya supervivencia depende directamente del vigor de su entorno natural. Si un miembro de la tribu decide, de repente, capturar m¨¢s animales y arrancar m¨¢s plantas de lo normal, podr¨ªa romper el equilibrio, dejar a sus vecinos con menos bayas y gacelas disponibles, y hacer la vida de sus semejantes peor.
Eso de que la vida humana dependa de la salud y el equilibrio de su entorno natural ¡ªsorpresa¡ª tambi¨¦n nos ata?e a nosotros. Eso es, literalmente, la sostenibilidad ecol¨®gica. Luego est¨¢ la otra sostenibilidad, la financiera, que ata?e al hecho evidente de que el dinero que costea la cena de empresa, la actividad de paintball motivacional o el retiro para que los empleados estrechen lazos y fraternicen sale del mismo caj¨®n que guarda el dinero para las n¨®minas. Juan Julio dec¨ªa ¡°trabajo es trabajo¡±. Yo a?ado: en mi tiempo libre mando yo. No hay mejor motivaci¨®n que unas condiciones de trabajo en las que no haya nada que (re)compensar. Eso es, justas y limpias, regidas por un contrato entre personas que se consideran iguales entre s¨ª.
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