La tristeza de las ensaladas prefabricadas
Una ensalada de bolsa es una muestra de desprecio por la cocina y por quien se la va a comer. ?Por qu¨¦ nos las sirven en los restaurantes?
¡®M¨¢s triste que una lechuga de bolsa¡¯.
Esta frase ¨Cen la que triste puede intercambiarse por inane, ins¨ªpido, f¨²til¡¨C podr¨ªa ser la mejor aportaci¨®n a la cultura popular de las lechugas plastificadas. Me resulta dif¨ªcil justificar su existencia por la comodidad que supone abrir una bolsa de atm¨®sfera protegida con verdes y verterla en el plato. Su funci¨®n en el mundo es ilustrar la languidez mental de quienes alguna vez la usamos.
Sumemos a esta lechuga unos granitos de ma¨ªz de lata, zanahoria rallada de bote, presunto at¨²n al natural o en aceite refinado, alg¨²n producto c¨¢rnico que represente la idea plat¨®nica de ¡¯embutido¡¯, aceitunas gomosas en l¨¢minas, cebolla pasada por agua y un chorret¨®n de crema bals¨¢mica. Quiz¨¢ alg¨²n palmito de corcho. ?Qu¨¦ tenemos?
La mezcla resultante es una ensalada verde o una ensalada mixta de restaurante. No hablo de restaurantes con cierta pretensi¨®n culinaria ¨Ctodos deber¨ªan tenerla¨C sino del restaurante medio de barrio, el restaurante de men¨² de mediod¨ªa, el restaurante m¨¢s extendido y m¨¢s utilizado por las ciudadanas y ciudadanos de este pa¨ªs.
La nota media de las ensaladas de este pa¨ªs se acerca a la que sacar¨ªa Donald Trump en un cursillo de empat¨ªa y buenos modales. Tiende a muy deficiente.
?A qu¨¦ se debe?
La mala factura de un plato podr¨ªa explicarse por la dificultad que entra?a su preparaci¨®n. ?Es dif¨ªcil preparar una ensalada? Creo que no merece la pena discutir sobre el tema: no.
Entonces podr¨ªa deberse al precio de la materia prima. Como todos sabemos, la lechuga, los tomates, la cebolla y la zanahoria son algunos de los ingredientes m¨¢s caros de la despensa gourmet, junto al caviar de beluga iran¨ª y la trufa blanca de Alba.
No. Que no, vamos, ni hablar.
Otra hip¨®tesis: la caducidad de los ingredientes obliga a una gesti¨®n loqu¨ªsima de su almacenaje y ante tal complejidad, los restaurantes se arrugan.
?Se escuchan las risas desde el otro lado de la pantalla? Tampoco es eso.
La bondad de una ensalada se mide por la calidad ¨Cmuy asequible¨C de sus ingredientes y a dedicar cinco minutos ¨Cde reloj¨C a combinarlos y ali?arlos con acierto.
As¨ª que la ¨²nica explicaci¨®n de que nos endosen p¨¦simas ensaladas en este pa¨ªs de huerta lozana es que los sicarios que las perpetran son unos vagos de mucho cuidado. No hay otra explicaci¨®n posible ni excusa que valga.
El indignante fen¨®meno de las ensaladas que matan de aburrimiento y tristeza se suma al de las patatas fritas congeladas, los caf¨¦s requemados y los aceites rancios de sobremesa. ?Son dramas de primer mundo, como cabe pensar?
En parte, s¨ª lo son. Est¨¢ claro que si solo buscamos llenar la panza cualquier comestible deber¨ªa satisfacer nuestras expectativas. Pero si eso es todo lo que buscamos, ?acudiremos a un restaurante?
Lo exigible en un restaurante, por humilde que sea y como en cualquier otro negocio, es que sepan lo que hacen, que lo hagan con honestidad y que lo hagan lo mejor posible.
Una buena ensalada es una exaltaci¨®n del producto fresco y de temporada. As¨ª que una ensalada de bolsa ¨Cpodr¨ªamos llamarla ya, antiensalada¨C es una muestra de desprecio por la cocina y, lo m¨¢s grave, por quien se la va a comer.
En un restaurante en el que te sirven una ensalada de este estilo cabe preguntarse, ?qu¨¦ no har¨¢n con platos m¨¢s complejos?
La respuesta es evidente. Y lo mejor que uno puede hacer en un sitio as¨ª es salir corriendo. Y no volver.
Jordi Luque se ha formado como cocinero, bartender y publicista, pero no ejerce. Simula ser periodista gastron¨®mico y es socio de Unto, la productora de v¨ªdeo de El Comidista. A veces se gana las copas como guionista. Es sagitario.
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