La falsa vidorra del periodista gastron¨®mico

Cuando hablamos del periodista gastron¨®mico, nos encontramos con un imaginario popular que est¨¢ repleto de t¨®picos, a medio camino entre la sofisticaci¨®n y la petulancia. De repente, evocamos a Grimod de La Reyni¨¨re paseando por Par¨ªs y organizando mesas de cata. O a un despiadado inspector de la Gu¨ªa Michelin, cuya identidad es secreta, que retira la estrella de un restaurante porque la sopa est¨¢ fr¨ªa. La caricatura m¨¢s reciente es Anton Ego, el cr¨ªtico de la pel¨ªcula Ratatouille, que aunque pertenece al g¨¦nero de animaci¨®n, ha consolidado entre el p¨²blico la idea de que en esta profesi¨®n somos engre¨ªdos y esnobs, o que vamos por la vida mirando por encima de las gafas y con una bufanda anudada al cuello. Tambi¨¦n es habitual que se confundan los t¨¦rminos: no es igual un periodista que un blogger, ni un cr¨ªtico que un inspector.

Mientras escribo este art¨ªculo, estoy en mi casa, con una taza de caf¨¦ y una tostada de at¨²n sobre el escritorio. Ninguna copa de vino tinto a la vista. Tampoco entra en mis previsiones cenar ostras con champ¨¢n, aunque estar¨ªa dispuesta a dejarme arrastrar a cualquier italiano sencillito. Pienso en todas las veces que alguien ha intentado impresionarme con una invitaci¨®n a un restaurante de "tapas creativas", dos palabras que me dan picor en la piel. Todas en las que no se han atrevido a pedir platos humildes, puede que la mar de ricos, creyendo que no son suficientemente selectos. Pues yo me rindo ante un buen tomate y descubr¨ª la velout¨¦ antes de ayer, pero la pregunta m¨¢s habitual al hablar sobre mi trabajo es: "?Entonces t¨² comes gratis en todos esos sitios pijos?".

Los periodistas gastron¨®micos atesoran infinidad de an¨¦cdotas de este tipo, que en numerosas ocasiones se ponen sobre la mesa, pero pocas sobre las teclas, contribuyendo a alimentar las leyendas sobre la profesi¨®n. Esta vez, queremos compartir la tertulia con los lectores, por aquello de desmontar t¨®picos. Porque ni todos gozamos de la fama de los cr¨ªticos de renombre, ni siempre nos dedicamos a hablar de alta cocina en nuestros medios; y tampoco agitamos ning¨²n cetro, ni nos creemos dioses con potestad para decidir lo que deben comer los mortales. Por descontado, nuestra vida no es una sucesi¨®n de fiestas de post¨ªn, trajes de chaqueta y c¨®cteles Old Fashioned, al estilo del Gran Gatsby: tambi¨¦n hacemos la compra en el s¨²per que hay debajo de casa.

?Comemos gratis en los restaurantes?

Volvamos atr¨¢s. "?Entonces t¨² comes gratis en todos esos sitios pijos?". No, no siempre. A los periodistas nos suelen invitar a comidas de prensa, que evidentemente son gratuitas, pero no sucede lo mismo si visitas los restaurantes por iniciativa propia. El dat¨¢fono est¨¢ ah¨ª, y se agradece. "Que la gente crea que nuestro trabajo consiste en comer gratis y viajar a sitios guays me hace mucha gracia. Es muy dif¨ªcil que yo me deje invitar en un restaurante si voy a escribir sobre ¨¦l: asegurar la independencia de mi criterio me parece b¨¢sico", aclara M¨®nica Escudero, coordinadora de El Comidista. ?C¨®mo valorar si algo vale lo que pagas¡­ si no pagas? "Tampoco digo nunca donde trabajo, as¨ª de entrada, y si tengo que escribir una rese?a, lo comento despu¨¦s para pedirles un contacto. Tiendo al perfil bajo, hago mi trabajo lo mejor que puedo, y ya", afirma.

Esto va de sincerarse: claro que hay excepciones. Por ejemplo, cuando te invitan a probar la carta de un establecimiento. O por sorpresa, cuando el chef se empe?a en no sacarte la cuenta. Admite Jordi Luque, compa?ero de este medio, que come de gorra "muchas, demasiadas, veces". "Por un lado, es algo que no me gusta, pero por otra parte, pienso que es l¨®gico: para los restaurantes es una herramienta de marketing bastante econ¨®mica", contrapesa. Sin embargo, aprovecha este momento para revelar un secreto deshonroso de la profesi¨®n, que sigue demasiado resguardado. "La cuenta de lo que comemos cuando vamos de misiones la deber¨ªa pagar el medio para el que trabajamos; ni el periodista ni el restaurante. Esto solo ocurre a veces, la mayor¨ªa te descubres pagando para trabajar", lamenta. Se soporta porque somos aut¨®nomos y tenemos superpoderes.

Carlos G. Cano, periodista de Cadena Ser, admite que se dedica a esto por casualidad. Un d¨ªa le encargaron un tema como becario y, al a?o, estaba montando la secci¨®n gastro de la radio. Viviendo en Madrid y trabajando en un medio de cierto impacto, un periodista gastron¨®mico podr¨ªa comer y cenar gratis todos los d¨ªas. "Pero jam¨¢s he pretendido tal cosa, porque una invitaci¨®n o un regalo siempre comprometen, y los acepto a cuentagotas. A menudo, pensando en que a los periodistas deportivos, de cine o de m¨²sica tampoco les cobran por entrar", compara. "Si haces la cuenta, despu¨¦s de una d¨¦cada en la gastronom¨ªa, he comido gratis muchas veces, ?pero he pagado muchas m¨¢s!".

Esos picaflores que siempre cenan fuera

"Aunque apenas participe de esos pesebres, me importa un bledo que me consideren un vividor que come siempre de ga?ote", asegura Mikel L¨®pez Iturriaga, el director supremo de El Comidista. "Las comidas de prensa y las invitaciones a eventos resultan excitantes si est¨¢s empezando, pero el ser humano se acostumbra a todo y acaban convirti¨¦ndose en rutina, cuando no directamente en un aburrimiento supino. Se consideran trabajo, es decir, algo de lo que te escaqueas en cuanto puedes". Admite que algunos lugares comunes se cumplen en ciertos periodistas/influencers, "aut¨¦nticos depredadores de la comida gratuita con m¨¢s est¨®mago que Alf", pero por lo que ¨¦l ha visto, "el compadreo y la complacencia acr¨ªtica con los cocineros son males bastante m¨¢s extendidos que el gorroneo".

Cuando sube fotos de sus comidas a las redes sociales como parte de su trabajo, pocos periodistas se libran de que alg¨²n amigo, conocido o desconocido escriba el comentario de rigor: "Qu¨¦ bien vives". ?Tan bien vivimos? "Es una profesi¨®n agradecida, y si la comparamos con otras m¨¢s duras, nos deber¨ªa dar un poco de verg¨¹enza quejarnos", afirma L¨®pez Iturriaga. Pero tambi¨¦n tiene su parte no tan maravillosa: "Muchos viajes con gente que ni fu ni fa, muchas noches fuera de casa, muchos fines de semana trabajando, muchas comidas interminables en las que te quedas por educaci¨®n -no porque te apetezca-, jornadas de mucho m¨¢s que ocho horas... Y, en general, poco reconocimiento profesional", afirma Carlos G. Cano. El p¨²blico nunca nos situar¨¢ al mismo nivel que a un periodista econ¨®mico o pol¨ªtico, porque hablamos de vinos y de platos.

Si voy con mis amigos, no estoy trabajando

Cuenta Rodrigo Varona, cofundador de Brandelicious y ex director de la revista Tapas, que a¨²n anda digiriendo la cena de anoche, compuesta por una decena de platos fuertes en un restaurante afrancesado, con caza, foie y salsas. "La cosa se supone que no iba a ser as¨ª, ni mucho menos, era una cena entre amigos para relajarse tras un d¨ªa de trabajo. Pero claro, al vernos entrar en el restaurante, el amable due?o no pudo evitar ponernos el festival que 'nos merec¨ªamos'. Yo creo que m¨¢s bien era su ego el que se lo merec¨ªa", relata. "El desenlace fueron cuatro horas de cena, docenas de visitas para saber si todo est¨¢ bien -no, todo no estaba bien, pero nos lo callamos porque quer¨ªamos seguir hablando de nuestras cosas-, 100 euros menos en la cuenta por cabeza y una noche de culebreo en la cama intentando que aquello bajara", termina. ?Es un crimen que merezca denunciarse ante la ONU? Pues seguramente no, pero dram¨¢tico s¨ª que suena.

Esta va por ti, querido hostelero. D¨¦jame elegir los platos, d¨¦jame hablar con mis amigos. Hace mucho que no nos vemos, es domingo, y he venido a escuchar las desdichas de mi madre. Es una buena mujer y no se merece que le saques el vino m¨¢s caro de la carta, entre otras cosas porque no le gusta el vino. Todo periodista gastron¨®mico ha vivido situaciones inc¨®modas de este tipo y, por ley de Murphy, suelen coincidir con aniversarios y cumplea?os. Como recuerda Varona, "ciertos cocineros no entienden que tus amigos no quieren dejarse 120 euros, ni est¨¢n ah¨ª para escuchar sus teor¨ªas. Yo tampoco quiero dejar de escuchar sus historias, mejores o peores, para que me cuentes por qu¨¦ has cambiado la sal del Himalaya por la de Ibiza. Ya volver¨¦ ma?ana y me lo cuentas, a m¨ª me interesa", indica. La tercera copa del s¨¢bado no es un buen momento.

Curiosamente, el fen¨®meno tambi¨¦n se produce a la inversa: amigos que creen que el periodista tiene que prepararles la experiencia culinaria del a?o cada vez que quedan. "A m¨ª no me molesta elegir restaurante o vino cuando voy con familia y amigos. De hecho, lo prefiero: no me gusta correr riesgos innecesarios y con cero modestia afirmo que suelo estar mejor informado que mis acompa?antes. Suena arrogante y gilipollas, lo s¨¦, pero es as¨ª", se sincera Jordi Luque. "Tambi¨¦n espero que mi amigo fontanero me aconseje sobre qu¨¦ caldera comprar cuando estalla la que ten¨ªa, lo que ocurre es que la explosi¨®n solo pasa muy de vez en cuando", prosigue. Para nuestro colaborador, lo que s¨ª es desagradable es que sus acompa?antes le miren de soslayo y crean que est¨¢ juzgando constantemente la comida, cuando solamente quiere hablar de otras cosas.

"Cuando voy a comer con gente, voy a disfrutar de la compa?¨ªa y la conversaci¨®n, no a hacer un an¨¢lisis de los platos. Aunque a veces me lo piden, cosa que no entiendo. Eso tambi¨¦n le pasa a mi amigo fontanero: cuando vamos a comer no le pregunto por la grifer¨ªa del restaurante ni le menciono que la cisterna pierde, porque le enfada", en un ejercicio de l¨®gica aplastante, pero poco frecuente. De hecho, eso de "uy, pues a ver d¨®nde vamos, porque viene Jordi y ya sabes c¨®mo es" tambi¨¦n est¨¢ de m¨¢s. "Efectivamente, me gusta comer bien, pero s¨¦ aceptar la derrota de un mal ¨¢gape con deportividad. No se me ocurrir¨ªa decirle a alguien que me lleva a comer que ha elegido un sitio de mierda, porque soy una persona educada y dede que empec¨¦ con el yoga intento ser amable. Si voy a comer de civil, no valoro la comida, sino la compa?¨ªa", zanja.

El esnobismo se sienta a la mesa

Entre los mayores hedonistas de este pa¨ªs se encuentra Jes¨²s Terr¨¦s, director, por ende, de una muy inspiradora Gu¨ªa Hedonista, autor del libro de relatos Nada importa y contador de historias para diferentes revistas. Veinte a?os de profesi¨®n le han servido para enfrentarse a todo tipo de cr¨ªticas, que nunca le han impedido seguir practicando los placeres que disfruta. "Me gusta comer bien, mejor dicho: me gusta vivir bien. Lo tengo grabado a fuego: vivir bien es la mejor venganza", defiende. ?Esto acaso significa pedir el vino m¨¢s caro de la carta? Pues en realidad se trata de pedir el vino que, en ese momento, te haga feliz. "A los m¨ªos siempre les digo: con la gastronom¨ªa -tambi¨¦n- hay que ser ego¨ªsta y elegir lo que a uno le rota. Y si son unas patatas fritas en un gastron¨®mico, pues p¨ªdelas, que a un restaurante se va a ser feliz, no a pasar lista", responde.

Es curioso que vivir la gastronom¨ªa con libertad, con hedonismo, siempre venga aparejado de las acusaciones de esnobismo: lo dicho, patatas fritas. Un periodista gastron¨®mico tiene la capacidad de llorar ante un plato de David Mu?oz y la suerte de brindar con champ¨¢n Selosse Substance, pero tambi¨¦n se conmueve con los macarrones de su madre y baja a comprar al supermercado del barrio, que no El Club del Gourmet. Paula Pons, tambi¨¦n redactora de Gu¨ªa Hedonista, se declara una mujer de gustos sencillos. "Flipo con unos huevos con patatas fritas y unas sardinas a la brasa. Claro que me gusta el caviar, la langosta y la trufa, pero este tipo de alimentos son para contadas ocasiones. Aunque me dedique al periodismo gastron¨®mico, sigo siendo periodista, con lo que ello conlleva", y as¨ª es como desliza el tema del bajo presupuesto frente al supuesto lujo.

"Yo, cuando estoy en casa, soy feliz con lo cotidiano", afirma Carmen Ordiz, creadora de G de Gastronom¨ªa y diplomada en Ciencias Gastron¨®micas, sin que eso le haya conferido un don para identificar cualquier tipo de uva. "Una cosa es que tengas buen olfato y otra cosa es que seas una en¨®loga de La Rioja", anota. Cuenta que aquellas semanas en las que apenas para en casa, su mayor momento de placer es sentarse en el sof¨¢ con un sandwich mixto. "La gente debe imaginarnos entre bandejas de plata y manteles de lino, en vez de bebiendo de vasos de Ikea", contrasta. Tambi¨¦n le sorprende que en las cenas de grupo, las no profesionales, haya quien presuponga que va a criticar como Alberto Chicote cuando sujeta una croqueta con los dedos. "Se quedan pillados, como si les diera verg¨¹enza pedir ciertos platos. Si yo fuera dentista, tampoco os iba a estar mirando los dientes. As¨ª que pedid lo que quer¨¢is, y si es sencillo, mejor", tranquiliza.

"?Por qu¨¦ no engordas, cabr¨®n?"

Dice Jes¨²s Terr¨¦s que la pregunta a la que m¨¢s veces se ha enfrentado desde su condici¨®n de gastr¨®nomo es esta. "?Por qu¨¦ no engordas, cabr¨®n?". Como si pudiera responderla, o al menos en un sentido diferente al resto de mortales. Sucede que para dedicarse a la gastronom¨ªa no hace falta ser un tragaldabas, sino todo lo contrario. Es importante (por tu bien) que te guste comer, y hay pocos compa?eros que se declaren abstemios. Pero como casi todo en la vida, la cuesti¨®n es la calidad, no la cantidad, y en la medida que seas selectivo, ir¨¢s encontrando tu equilibrio. Habr¨¢ men¨²s de muchos pases, que a veces agradecer¨¢s, y otras te har¨¢n implorar piedad. Te acusar¨¢n de sibarita e intentar¨¢n meterte la comida por los ojos, por lo que debes escuchar a tu est¨®mago.

L¨®pez Iturriaga al habla: "Hay muchas personas que me preguntan con asombro: c¨®mo puedo estar as¨ª de delgado dedic¨¢ndome a esta profesi¨®n. Que cu¨¢l es el secreto. Como si fuera cosa de hechicer¨ªa estar todo el santo d¨ªa zampando foie, chuletones, tartas y guisos pantagru¨¦licos y no estar como Pavarotti. Les explico que yo no como tanto en restaurantes, que en mi vida normal trato de alimentarme de manera saludable, que comer bien no significa apiporrarte... Pero da igual: la miradita de resentimiento por no pagar el precio de tanto hedonismo no te la quita nadie". Lo ideal es dosificar y asistir a las comidas que realmente sean imprescindibles, las que realmente tengan inter¨¦s para tu trabajo y las que -joder, faltar¨ªa m¨¢s- te hagan ilusi¨®n como gastr¨®nomo.

No solo cr¨ªtica, no solo Michelin

Se puede hablar de restaurantes finolis. Nos gustan los restaurantes finolis. Pero la cr¨ªtica de alta cocina es un peque?o reducto en el universo del periodismo gastron¨®mico que, por lo que sea, tal vez por el brillo, termina eclipsando todo lo dem¨¢s. Y claro, m¨¢s all¨¢ del afortunado se?or que va a los Estrella Michelin, hay toda una infanter¨ªa que se recorre la trinchera con vocaci¨®n de servicio, para ofrecer informaci¨®n de utilidad. Desde gu¨ªas de bares en tu ciudad, a reportajes de peque?os productores (muchos de los cuales no pueden pagarse una agencia de comunicaci¨®n que los coloque en los medios). Tambi¨¦n es importante hablar de la precariedad laboral en el sector o de las pr¨¢cticas contra el comensal que no deber¨ªan permitirse.

"La gente se olvida que para descubrir sitios nuevos y para escribir sobre gastronom¨ªa tambi¨¦n has tenido que comer mucha basura y correr el riesgo de morir de salmonela en alg¨²n que otro bar infecto. Supongo que le pasa lo mismo al cr¨ªtico de cine o de m¨²sica", reflexiona Paula Pons, que habitualmente recorre barrios y mercados para sus art¨ªculos "Como si la gastronom¨ªa se redujera a los Estrella Michelin y no existieran los productos, la cocina dom¨¦stica, la restauraci¨®n no lujosa, la pol¨ªtica alimentaria o el mundo de la alimentaci¨®n con sus mil derivadas. Que de eso tambi¨¦n hablamos o escribimos muchos periodistas gastron¨®micos, y no de las exquisiteces que hemos comido en Berasategui, en DiverXO o en el local de moda del momento", secunda Mikel.

?Estamos poco valorados los periodistas de trinchera? "Es posible, pero la satisfacci¨®n que da cada vez que un cocinero de un restaurante poco conocido o el due?o de una parada del mercado te llama para agradecerte lo que has escrito y te dice lo emocionado que est¨¢, eso alimenta m¨¢s que cualquier men¨² de un estrella Michelin", responde Paula Pons.

As¨¢ltame como puedas

Contrasta que, a pesar de ser picaflores que siempre cenan fuera, la gente recurra a nosotros como fuentes inagotables de la sabidur¨ªa omnisciente. "Es frecuente que te confundan con Google Maps y crean que conoces todos los restaurantes del mundo. Para algunos puede resultar muy ofensivo que no sepas recomendarles un sitio para comer en Bangalore o Villanueva de Gormaz", advierte M¨®nica Escudero. Mikel Iturriaga lo ha sufrido en sus carnes: "Me llama la atenci¨®n ese lector que va a hacer un recorrido de Camasobres a Olaberria, pasando por Pobe?a, y te pide recomendaciones de restaurantes buenos, bonitos, baratos, con cocina local y que admitan perros. Juro que esto me ha pasado". Una m¨¢s, esta de Rodrigo: ¡°Disculpa, ?podr¨ªas decirme los ocho mejores restaurantes de carne en Estocolmo? Gracias. Esta fue el otro d¨ªa, y tal cual".

Estas peticiones, azarosas y peregrinas, pueden llegar a cualquier hora del d¨ªa y desde cualquier parte del mundo, mediante todos los canales tecnol¨®gicos conocidos por el ser humano. Es decir, en forma de WhatsApp de un amigo de un amigo, o como mensaje directo a tus redes sociales. "No, no me s¨¦ los mejores restaurantes chifa en Castell¨®n. No me suena el vino que hace tu suegro, ni he probado el queso de tu comarca (quiz¨¢ por una buena raz¨®n). Pero si tu te quedas m¨¢s tranquilo, espera que miro en Google y te aconsejo lo mismo que podr¨ªas haber encontrado t¨²", dice el director de Brandelicious. Claro, luego est¨¢n quienes, lejos de buscar sugerencias gastron¨®micas, pasan a la disertaci¨®n, el reproche, el lamento, o lo que sea que no te importa.

Despu¨¦s de escribir sobre algunos temas pol¨¦micos para El Comidista, como el racismo de los Conguitos o el machismo en la gastronom¨ªa, no han sido pocos los que se han valido de las redes sociales para enviarme mensajes privados donde manifestaban lo equivocado de mi postura y lo acertado de la suya. Me parece bien, yo siempre he sido muy defensora de Tripadvisor y del sufragio universal; pero oye, que es domingo y estoy ocupada. Hasta aqu¨ª nada que no se corresponda con cualquier otra vertiente del periodismo, excepto por lo fascinante que resulta ver a alguien furibundo, al borde de la embolia, porque las cantidades en la receta de la bechamel no son lo suficientemente espec¨ªficas.

"Que alguna gente en redes crea que eres su consultora-personal-gratuita-y-rapidito es una de las cosas que m¨¢s me fascina. Normalmente intento responder a todo el mundo, pero si alg¨²n d¨ªa se me pasa porque estoy fuera, desconectada del m¨®vil o con 40 de fiebre y gripe, siempre hay alguien que te echa en cara que no le has respondido a su duda sobre la cocci¨®n de las jud¨ªas verdes, los pepinos de mar o las codornices en escabeche", se asombra Escudero, que es la gran recetista de la casa. A?ade: "Que gente que me saca 12 a?os me pida que les adopte tambi¨¦n me deja bastante picueta, sobre todo teniendo en cuenta que suelo explicar c¨®mo se hace lo que cocino: preferir cambiar de madre que arremangarse y hacer un arroz seco, el musical".

?Sabemos fre¨ªr un huevo?

Cuando te dedicas al periodismo gastron¨®mico, la gente tiene dos posibles pensamientos: A) eres un virtuoso de la cocina y el vino, capaz de agitar la copa y acertar la cosecha B) eres un vividor y un mentecato, que no ha cogido una sart¨¦n en su vida salvo para espantar mosquitos. A Mikel le pasa m¨¢s lo segundo: ¡±A veces me preguntan: ?t¨² cocinas? Once a?os publicando recetas con mi firma, cientos de v¨ªdeos en los que aparezco guisando y tres libros de cocina despu¨¦s, todav¨ªa hay quien me ve como un gourmet picaflor que habla de esto sin haber tocado una cazuela en su vida". O al contrario: "Tambi¨¦n est¨¢n los que piensan que has probado todos los robots, cazuelas, sartenes y cuchillos del mercado, y que si no les recomiendas una marca y un modelo es por puro ego¨ªsmo".

La vida de M¨®nica consiste en pasarse un mes haciendo kimchi y fermentando verduras en casa para escribir un art¨ªculo. Lo s¨¦, una estafa para quienes se la imaginaban flotando en r¨ªos de cava. "Como siempre estoy preparando berenjenas de chorricientas maneras, contando que puedes meterle queso o bacon a un c¨®ctel con un fat wash o explicando todo lo que puedes hacer con un huevo, en mi caso, lo que se da por sentado es que yo soy la que cocino cuando quedamos", cuenta. Con gran pesar, es la amiga a la que todos miran para preparar la cena, y ella est¨¢ dispuesta a pringar, aunque se esperen espumas y esferificaciones.

La abultada billetera del gastr¨®nomo

Vaya, seguramente nos imaginabas en nuestra lujosa mansi¨®n, sirvi¨¦ndonos copas de Borgo?a cuando cae la noche. Pero oye, ?y si resulta que fuera un pisito corriente, sin extravagancias ni lujos? Para entender esta realidad, hay que volver al primer punto. Los periodistas gastron¨®micos no podemos ser ricos si gastamos una media de entre 200 y 1.000 euros al mes en restaurantes. Es que ni de co?a, las cr¨®nicas no dan para tanto, y muchos compa?eros elaboran hojas de Excel mensuales donde llevan el recuento de sus gastos que, seg¨²n el mes, dejan cortos los 1.000 euros. As¨ª que, con m¨¢s frecuencia de la que deber¨ªamos, nos vemos obligados a complementar nuestra labor con otros trabajos: gesti¨®n de redes sociales, redacci¨®n publicitaria, asesoramiento de marcas, periodismo de otras especialidades y hasta conozco a gente que se ha montado su bar. S¨ª, ha cruzado la l¨ªnea en esto de las profesiones de riesgo; de perdidos al r¨ªo.

Lo explica muy bien Rodrigo Varona, con quien nos despedimos, para que pueda terminar de hacer la digesti¨®n . "Seg¨²n el momento, esto es una afici¨®n absorbente o un trabajo muy mal pagado y al que no le puedo dedicar el tiempo que me gustar¨ªa. En mi caso, tengo mis empresas, que se llevan el 90% de mi dedicaci¨®n, y esto es tan solo una afici¨®n que me roba m¨¢s tiempo del que deber¨ªa, ?pero no es lo que sucede con casi todas las buenas aficiones?".