La delicada vida del melocot¨®n m¨¢s mimado del mundo
El cultivo del melocot¨®n de Calanda es tan exigente que gran parte de la cosecha de esta fruta exquisita se pierde en el camino de la DOP. Y con ella, los m¨¢rgenes de beneficio de los agricultores
?C¨®mo miran los melocotones clonados de supermercado a sus parientes de Calanda? ?Con asombro? ?Con envidia? ?Con ti?a? Ser un melocot¨®n de Calanda equivale a representar a Ernesto en la obra de Oscar Wilde: un protagonista exquisito y ¨²nico, mimado desde el nacer, protegido casi entre algodones, recolectado a mano en el momento justo por jornaleros que lo palpan con el cuidado de una comadrona. Posteriormente colocado en una caja junto a otros quince hermanos gemelos salidos de lo mejor de Teruel, para recorrer el mundo con el orgullo henchido de una Denominaci¨®n de Origen Protegida. Ser un melocot¨®n de Calanda cuesta mucho dinero -unos 75 c¨¦ntimos de gasto agr¨ªcola por kilo- y mucho esfuerzo (todo el proceso se realiza a mano).
Cinco motivos hacen especial al melocot¨®n calandino. Primero: es el ¨²nico que puede disfrutarse cuando el verano ya se ha acabado. Segundo: su formidable tama?o, con un m¨ªnimo de 73 mil¨ªmetros, que le confiere una carne firme pero jugosa, suficiente para componer una merienda por s¨ª sola y que adem¨¢s hace que aguante m¨¢s tiempo antes de madurarse en exceso. A?ade a esa durabilidad un dulzor especial, suave, y con pocas calor¨ªas. Su color es amarillo, en lugar de naranja, con una piel de fino terciopelo como aquellas telas suntuosas que enloquec¨ªan a Oscar Wilde y las vitaminas C y A, el potasio y una buena cantidad de fibra. Te gustar¨¢ m¨¢s o menos, pero lo innegable de este melocot¨®n, como en el caso de Ernesto, es su distinci¨®n: de las 2.000 variedades del mundo, esta es ¨²nica por sus atributos.
En algunas fruter¨ªas pijas de Madrid o Barcelona el kilo alcanza los nueve o diez euros. Mucha pasta. ?Pero cu¨¢nto recoge en limpio el campesino turolense? ¡°Si ganamos ochenta c¨¦ntimos por kilo, casi nos damos con un canto en los dientes¡±, calcula Ram¨®n Gonz¨¢lez, presidente de la cooperativa La Calandina. Esta agricultura manual y delicada re¨²ne buena parte de las paradojas de nuestra alimentaci¨®n actual; pero primero veamos por qu¨¦ hablamos de un alimento exquisito, y luego ya analizaremos su rentabilidad.
Una delicia tard¨ªa
El melocot¨®n de Calanda, amarillo o tard¨ªo, se llama as¨ª porque se cosecha a mediados de septiembre, hasta bien entrado octubre. Es el ¨²ltimo de su especie, y tambi¨¦n el resultado de un proceso de eliminaci¨®n tan inmisericorde como el de los espermatozoides o el de los soldados espartanos. La DOP (Denominaci¨®n de Origen Protegida), con una quincena de productores adscritos, admite tres clones (Calante, Yesca y Evaisa) a los que a?ade unos requisitos exigentes que empiezan por el ¡®clareo¡¯, siguen con el embolsado y acaban en el tama?o, sabor, aroma, apariencia y propiedades saludables. Una carrera de fondo en cuyo discurrir desaparecen un mont¨®n de candidatos.
¡°Para empezar, si cada ¨¢rbol puede tener 1.500 o 2.000 frutos, con el clareo inicial dejamos solo unos 400, para as¨ª poder sacar un buen calibre. Con el clareo, que empieza en mayo, quitamos casi todo: se tira al suelo y se queda como materia org¨¢nica¡±, indica Ram¨®n. Si eres un melocot¨®n reci¨¦n nacido y superas esa primera criba, empezar¨¢s a crecer como un pr¨ªncipe con una habitaci¨®n propia: el hermano m¨¢s cercano en el ¨¢rbol estar¨¢ a un m¨ªnimo de 20 cent¨ªmetros de distancia. Adem¨¢s, te embolsar¨¢n entero en papel para que engordes protegido de insectos y plagas, lo que te permitir¨¢ madurar grande, naranja, duro y sabroso. Bien pancho. Te arrancar¨¢n cuando te vean perfectamente rollizo, perfecto, presto al mordisco; cuando seas una joya agraria. Sin embargo, ni con esas te habr¨¢s ganado la denominaci¨®n comercial de ¡°etiqueta negra¡±.
En el camino hacia la caja de la DOP, el 40% de esos melocotones aristocr¨¢ticos caen antes de tiempo del ¨¢rbol y son destinados para zumo. Est¨¦n como est¨¦n. Del 60% restante -los que siguen felices en la rama-, m¨¢s de la mitad tampoco cumplir¨¢ el calibre, color, dulzor y dem¨¢s condiciones estrictas de la ¡°etiqueta negra¡±. As¨ª que la selecci¨®n final entre los que superaron el clareo de mayo resulta igual de brutal en octubre: de los 400 frutos no arrancados en el ¨¢rbol, apenas unos 120 lucir¨¢n la DOP despu¨¦s de la recolecci¨®n. Siempre que las heladas, el granizo y la escasez de mano de obra no mermen la cifra todav¨ªa m¨¢s, como suceder a menudo.
?C¨®mo distingues el resultado? Si es una fruta ¡°etiqueta negra¡±, ha de venir con la bolsa de papel biodegradable en la que ha crecido. Su piel no puede mostrar ni una m¨¢cula -abolladuras o manchas-, am¨¦n de cumplir con su gran tama?o y mostrarse firme al tacto, casi duro. Al hincarle el diente, claro, tiene que desplegar esa distinci¨®n, ese dulzor suave pero voluptuoso que lo hace ¨²nico. Que cada melocot¨®n sea un Ernesto desde el primer bocado hasta el ¨²ltimo, cuando asoma el enorme hueso.
Tambi¨¦n faltan brazos
Hace un sol del carajo este 11 de octubre, v¨ªspera del Pilar, pero de lo primero que habla Javier Gonz¨¢lez, el hijo de Ram¨®n, es de la m¨¢quina para ahuyentar granizadas. Un ca?¨®n con bombonas de acetileno que, media hora antes de aparecer una tormenta ominosa, dispara un ruido infernal al cielo para deshacer el pedrisco en cuanto aparece en una aguanieve inofensiva, que caer¨¢ en radio de un kil¨®metro alrededor de la finca, protegiendo la cosecha de su mayor amenaza junto con las heladas. En 2022, casi la mitad de todo el melocot¨®n se perdi¨® por el pedrisco y la congelaci¨®n: ni las m¨¢quinas lo evitaron.
Javier tiene 25 a?os, mirada firme y recio acento de Teruel como su padre, de 65. Ambos insisten en el tercer h¨¢ndicap de futuro: ¡°El problema de la mano de obra es muy grave. Este a?o hemos tenido que dejar variedades tempranas porque no ten¨ªamos gente para embolsar. Para coger s¨ª encontramos trabajadores, pero para embolsar y para el clareo, no¡±. Ni siquiera en una comarca, el Bajo Arag¨®n, donde la migraci¨®n es abundante.
?Pagan poco por el clareo, el embolsado o la recolecci¨®n? ¡°Once euros por hora brutos: eso es lo que nos cuesta a nosotros. Al trabajador le quedan unos 8,5 euros por hora limpios. Pero casi todos los que empiezan lo dejan a los pocos d¨ªas¡±, se?ala Javier. A diferencia de en otros sectores, los contratos los realiza la cooperativa, para asegurar la faena a los jornaleros y las cuadrillas a los socios.
Un futuro complicado
La DOP espera una cosecha de cuatro millones de kilos. Se est¨¢n vendiendo ya, porque salen directos al minorista en cuanto se recolectan, sea tienda peque?a o cadena de supermercados, ya que mantienen acuerdos con algunas de ellas. Una parte, variable seg¨²n el a?o, se exporta, sobre todo a Suiza y Alemania. La parte del le¨®n del beneficio, como en casi todos los mercados, se las lleva el intermediario: la distribuci¨®n.
Ram¨®n y Javier r¨ªen de nuevo pensando en que alg¨²n a?o lleguen a sacar un euro de beneficio por cada kilo. ¡°No creo que suceda, la verdad. Con las multinacionales entrando en el sector es muy dif¨ªcil que sobrevivamos, porque adem¨¢s no hay casi relevo generacional¡±. La cooperativa La Calandina suma unos 150 socios, pero que exploten realmente sus tierras, apenas cincuenta. Muchos se est¨¢n centrando en el aceite -de la variedad empeltre-, o sobre todo en el almendro, que requiere menos dedicaci¨®n que el melocot¨®n.
Miras las fincas al sol, con cada melocot¨®n embolsado, las cuadrillas cosechando firmes pero despacio, pieza a pieza, es inevitable pensar que, incluso en las fruter¨ªas m¨¢s pijas, el precio de esta delicia artesanal sigue siendo m¨¢s barato que el de un kilo de gominolas. Que tambi¨¦n vienen en bolsa, s¨ª, pero bien distinta (como tambi¨¦n lo es su contenido).
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