C¨®mo la Expo 92 inici¨® debates sobre el clima y el colonialismo que tardamos 30 a?os en entender
Entre el derroche y lo visionario, las decisiones arquitect¨®nicas y urban¨ªsticas tomadas en el dise?o de la Exposici¨®n Universal de Sevilla ofrec¨ªan respuestas a cuestiones hoy m¨¢s vivas que nunca
En 1992, Espa?a era una fiesta. Montserrat Caball¨¦ y Freddie Mercury se dejaban las cuerdas ante las fuentes de Montj¨¹ic para anunciar las Olimpiadas de Barcelona. Madrid, Capital Europea de la Cultura, instauraba su tur¨ªstico tri¨¢ngulo del arte (Prado, Thyssen, Reina Sof¨ªa) y sumaba su propio desfile de celebridades-reclamo: Carla Bruni sobre la pasarela Cibeles, Michael Jackson en el Vicente Calder¨®n y los protagonistas de Sensaci¨®n de vivir haci¨¦ndose fotos con Jes¨²s Gil. Y la capital andaluza desplegaba la colorida cresta de Curro sobre la Isla de la Cartuja, hasta entonces un erial de m¨¢s de 400 hect¨¢reas a orillas del Guadalquivir. Ya lo anunciaba la voz de Paco Rabal en el spot: ¡°El mundo se va a encontrar en Sevilla¡±.
La Expo 92 tiraba sin complejos 500 a?os despu¨¦s de aquel otro logro hist¨®rico espa?ol, la conquista de Am¨¦rica, bajo el lema La era de los descubrimientos. En palabras de nuestro em¨¦rito Juan Carlos I durante su inauguraci¨®n el 20 de abril de 1992, pretend¨ªa ¡°transmitir a sus visitantes la idea de la diversidad y riqueza de las culturas que el hombre ha creado, la idea de la capacidad innovadora del ser humano y tambi¨¦n la idea de la tolerancia, del respeto a la pluralidad, de la solidaridad internacional¡±. Un discurso que solo el tiempo se ha encargado de matizar, no necesariamente en positivo.
Lo recoge la reciente reformulaci¨®n de la colecci¨®n permanente del Museo Nacional Reina Sof¨ªa, que incluye una sala dedicada al macroevento sevillano. Junto con la glorificaci¨®n de lo fara¨®nico y el desparrame presupuestario, con muchas de sus decisiones urban¨ªsticas y arquitect¨®nicas esa exposici¨®n universal tambi¨¦n adelant¨® algunos debates sobre sobre la emergencia clim¨¢tica y las secuelas de la explotaci¨®n colonial. As¨ª lo explica Lluis Alexandre Casanovas Blanco, comisario de arquitectura en el Reina Sof¨ªa: ¡°Con sus aciertos y desaciertos, la Expo 92 supuso la consolidaci¨®n de la llamada arquitectura bioclim¨¢tica, que replica procesos clim¨¢ticos naturales para lograr condiciones de confort¡±. Lo primordial para adecuar el recinto fue mitigar los efectos de la can¨ªcula sevillana sobre los futuros visitantes. ¡°?Y cu¨¢l era el p¨²blico que se pod¨ªa permitir viajar a un evento como este por aquel entonces? Un turista del norte global: de Europa, Norteam¨¦rica o Jap¨®n. Es decir: con cuerpos y pieles poco preparadas para el inclemente sol sevillano¡±, puntualiza Casanovas Blanco.
La persistencia del imaginario colonial prevalec¨ªa en las propuestas urban¨ªsticas para La Cartuja. Desde la Escuela T¨¦cnica Superior de Sevilla, con F¨¦lix Escrig y Antonio Saseta al frente, se imagin¨® la isla como una fortificaci¨®n precolombina con distintas condiciones higrot¨¦rmicas que recog¨ªan tanto la humedad como las temperaturas ¨®ptimas para el confort humano. En los bocetos, bosquejados a partir de las cartas de navegaci¨®n atl¨¢ntica de la ¨¦poca colonial, se ve¨ªa un enorme sol (en referencia al imperio donde nunca se pon¨ªa el ¨ªdem) se?alando la que, de haber salido el proyecto elegido, habr¨ªa sido la c¨²pula m¨¢s grande jam¨¢s construida. Incluso en una esquina del dibujo se ve¨ªa un grupo de conquistadores con lanzas a caballo sometiendo a los salvajes. Sin cortarse.
Otro proyecto, el del argentino Emilio Ambasz, apelaba directamente a la expedici¨®n colombina. Con tres grandes lagunas concatenadas inundando la isla en representaci¨®n simb¨®lica del Atl¨¢ntico, ese espacio de encuentro y comunicaci¨®n entre civilizaciones, y pabellones ef¨ªmeros flotando como carabelas, con el p¨²blico movi¨¦ndose en vaporettos de uno a otro. Su idea: que la inercia t¨¦rmica de las grandes masas de agua mitigara las altas temperaturas en la superficie de las orillas.
Ambasz venci¨® ex aequo con la ret¨ªcula urbana de inspiraci¨®n cartesiana de Jos¨¦ Antonio Fern¨¢ndez Ord¨®?ez. Pero en el ejercicio de s¨ªntesis de ambas la presencia de agua qued¨® reducida a un lago y un canal, dando prioridad a la instalaci¨®n de grandes infraestructuras permanentes que acabar¨ªan transform¨¢ndose o cayendo en desuso tras el magno evento. Hoy La Cartuja es un parque tecnol¨®gico, empresarial y cient¨ªfico. Tambi¨¦n alberga el parque tem¨¢tico Isla M¨¢gica. Tan solo se conservan 32 de los 102 pabellones que hubo. El Tribunal de Cuentas cifr¨® las p¨¦rdidas acumuladas en m¨¢s de 35.000 millones de pesetas (unos 2.100 millones de euros). Como dec¨ªa Emilio Ambasz, ¡°la historia de las exposiciones universales ense?a que la mayor parte de ellas han dejado atr¨¢s s¨®lo ruinas¡±.
La sombra y el agua se convirtieron en elementos clave. La Rotonda Bioclim¨¢tica, concebida por los arquitectos Manuel Laffarga, ?ngel D¨ªaz Dom¨ªnguez y Jaime L¨®pez de Asiain, estaba presidida por una ic¨®nica esfera ¨Ctraducci¨®n material del logotipo de la Expo¨C colocada en la avenida principal que utilizaba cientos de rociadores autom¨¢ticos expulsando agua micronizada para refrescar el paseo. El Palenque, un ¨¢rea de descanso cubierta de m¨¢s de 8.000 metros cuadrados que albergaba un escenario rodeado de fuentes para acoger espect¨¢culos, segu¨ªa el principio de enfriamiento vertical con circulaciones de aire. El arquitecto vallisoletano Jos¨¦ Miguel de Prada Poole la pens¨® originalmente con una cubierta de lona transparente refrescada por 1.500 pulverizadores de agua controlados por ordenador cuya niebla, adem¨¢s, permit¨ªa regular la luminosidad del espacio. Un sistema tan caro que se modific¨® por una c¨¢mara de aire contenida entre dos l¨¢minas de tefl¨®n blanco y un sistema de riego en cubierta para evitar el sobrecalentamiento y mantener la lona limpia. El resultado: la disminuci¨®n en m¨¢s de 10 grados de la temperatura exterior. A pesar de las m¨²ltiples protestas por su desmontaje, se derrib¨® para construir unas oficinas.
Tal y como recuerda Casanovas Blanco, ¡°por entonces la relaci¨®n resultaba m¨¢s difusa, pero hoy lo vemos clar¨ªsimo: no podemos hablar de crisis clim¨¢tica sin hablar de pasado colonial. Como han apuntado distintos autores, es imposible historizar el cambio clim¨¢tico actual sin abordar la extracci¨®n de recursos iniciada por la colonizaci¨®n de Am¨¦rica Latina¡±. Es lo que se ha dado en llamar capitaloceno o capital antropoceno, que se?ala que la era geol¨®gica y clim¨¢tica de la Tierra empez¨® a cambiar radicalmente con el expolio de las colonias alrededor del mundo y con la depredaci¨®n continua de recursos. Algo que durante la Expo 92, en plena cultura del pelotazo, a¨²n viv¨ªamos como una celebraci¨®n.
Algunas puestas en escena lo evidenciaron de manera muy gr¨¢fica. La apote¨®sica acci¨®n de Chile era, tal y como titul¨® The New York Times, ¡°para quedarse helado¡±. Y tambi¨¦n respond¨ªa a la l¨®gica extractivista y poscolonial, transportando en barco un iceberg de 200 toneladas desde la Ant¨¢rtida hasta Sevilla escoltado por la armada para exhibirlo como escultura en una jaula refrigerada a entre cinco y diez grados bajo cero frente a la temperatura exterior de 40 grados a la sombra. Un gesto hoy improbable. ¡°Aparte de un gasto energ¨¦tico brutal, a la gente le daban anoraks para entrar y todo. Un show. Es interesante que aquello pasara promovido por el gobierno post-Pinochet para posicionarse en el mundo. La gente olvida que la alianza entre izquierda y ecologismo es muy reciente¡±, reflexiona Casanovas Blanco. Su mensaje: ¡°Somos un pa¨ªs fr¨ªo y eficiente¡±, en contraposici¨®n a los pa¨ªses tropicales subdesarrollados ¡°con palmeras y dictadores¡±. ¡°Si podemos transportar este hielo, podemos transportar productos frescos chilenos, como frutas o salm¨®n, a cualquier parte del mundo¡±, defend¨ªa el gobierno. Guillermo Tejeda, director art¨ªstico del proyecto, lo justificaba desde otro extremo: ¡°El hielo es el ¨²nico bot¨ªn que los europeos no fueron capaces de llevarse de Am¨¦rica, porque no pudieron¡±. Los ecologistas chilenos, en cambio, alzaron su voz: esta no era m¨¢s que una actualizaci¨®n del trasiego colonial que ¡°incita a saquear¡± los recursos naturales de Am¨¦rica Latina. La leyenda oficial dice que, tras los 176 d¨ªas de la muestra, se lo llevaron de vuelta a la Ant¨¢rtida. La oficiosa, que qued¨® derretido all¨ª mismo. Suiza quiso levantar tambi¨¦n una torre de 40 metros de hielo (bajo el t¨ªtulo Swice), con el reto t¨¦cnico de mantenerla a pesar del t¨®rrido verano hispalense, pero tras la movilizaci¨®n de los ecologistas suizos se opt¨® por una prudente torre de papel reciclado.
El pabell¨®n de M¨¦xico era expl¨ªcitamente colonial: cuando Juan Carlos I lo visit¨®, se encontr¨® a su entrada con un mural donde se desplegaba una relaci¨®n entre la devastadora disminuci¨®n de la poblaci¨®n mesoamericana tras el desembarco de los conquistadores en contraste con el aumento de las riquezas (esencialmente oro y plata) en Europa en el siglo XVI. Don Juan Carlos se gir¨® hacia el arquitecto: ¡°?Era esto necesario?¡±. Ram¨ªrez V¨¢zquez respondi¨® devolvi¨¦ndole la pregunta: ¡°?Era necesario, majestad?¡±. Entre los m¨²ltiples agasajos que tuvo durante el evento, el rey em¨¦rito recibi¨® de la antigua Nueva Espa?a un caballo de raza azteca. Tambi¨¦n quisieron regalarle un card¨®n cardinal, un enorme cactus milenario de unos 15 metros de alto y 18 toneladas de peso cuyo desplazamiento hasta La Cartuja desde Baja California fue una odisea. Hoy la planta resiste junto a las ruinas de lo que fue ese pabell¨®n, abandonada a su suerte rodeada de pavimento en mitad de un parking.
La artista Patricia Esquivias, que ha recogido en un v¨ªdeo el periplo imposible de esta joya bot¨¢nica, considera que ¡°estamos ante uno de tantos excesos que se hac¨ªan en la Expo. De hecho, hay una ciudad cercana al sitio de donde se llevaron el cactus, Mexicali, que a?os antes consider¨® poner un card¨®n en la plaza de su ayuntamiento. Pero era tan complicado y caro transportarlo que acabaron erigiendo una r¨¦plica en hormig¨®n. Sin embargo, luego no escatimaron esfuerzos y gastos en traerlo a Espa?a, en un trayecto accidentad¨ªsimo a contrarreloj. Todo era as¨ª, cada pabell¨®n con lo suyo. Si ven¨ªa el presidente de M¨¦xico, se llenaba con 10.000 pensamientos, aunque al d¨ªa siguiente tiraran esas flores. Un derroche¡±.
Esquivias considera a¨²n m¨¢s vergonzoso el abandono total de lo que se bautiz¨® como Jard¨ªn Americano. En palabras de Benito Vald¨¦s, botanista de la Universidad de Sevilla y responsable del proyecto de ajardinamiento de la Expo 92, ¡°se prest¨® una mayor atenci¨®n a las plantas americanas, que su presencia dominase sobre la de otros pa¨ªses¡± como un ejercicio de diplomacia cultural. As¨ª naci¨® el programa Ra¨ªces: 1.653 plantas nativas pertenecientes a 423 especies procedentes de 24 pa¨ªses iberoamericanos. El proyecto promet¨ªa que, tras su aclimataci¨®n y multiplicaci¨®n, se contribuir¨ªa a la introducci¨®n de nuevas especies en los jardines espa?oles, en los que hasta entonces solo se utilizaban 12 de ellas. Qued¨® abandonado y los posteriores intentos por recuperarlo no han logrado devolverle su esplendor.
Buganvillas tra¨ªdas de Brasil proporcionaban sombra encaramadas sobre las p¨¦rgolas desmontables creadas por el arquitecto F¨¦lix Escrig para recubrir las avenidas peatonales. ¡°Hoy los herrajes que formaban las zonas bioclim¨¢ticas de los caminos se pueden ver todos tirados por ah¨ª en un almac¨¦n al pasar el puente del Cachorro. Algunos han sido reaprovechados para aclimatar alg¨²n otro puente, pero pocos. Una pena, porque habr¨ªa sido un disfrute para otras zonas verdes de Sevilla¡±, se lamenta Laureano Seco, actual portavoz parlamentario de Los Verdes de Andaluc¨ªa. Por entonces ya un comprometido activista, Seco form¨® parte del movimiento Desenmascaremos el 92, una reacci¨®n contra el nuevo modelo de capitalismo avanzado que enarbolaba la gran fiesta del 92 y que serv¨ªa de puerta al Mercado ?nico Europeo. Entre sus acciones, un contradesembarco ind¨ªgena simb¨®lico a los pies de la Torre del Oro condenando la destrucci¨®n de estas culturas tras el Descubrimiento o bajarse los pantalones frente al Ministerio de Obras P¨²blicas y Transportes para protestar por el alt¨ªsimo coste ecol¨®gico y econ¨®mico que supuso la construcci¨®n del tren de alta velocidad Madrid-Sevilla. En los traseros desnudos en l¨ªnea de los participantes se pod¨ªa leer: ¡°Tren s¨ª, AVE no¡±. Se dispar¨® de los 77.000 a los 450.000 millones de pesetas (unos 2.700 millones en euros), un esfuerzo de inversi¨®n que absorbi¨® el presupuesto destinado a otras mejoras en el conjunto de la red ferroviaria espa?ola y, en concreto, en Andaluc¨ªa.
El AVE se construy¨® de manera express, arrasando con reservas naturales y destruyendo modos de econom¨ªa local. Incluso supuso la destrucci¨®n del mayor palacio conocido del Imperio Romano, un complejo de ocho hect¨¢reas construido por el emperador Maximiano Herc¨²leo en el siglo III, para edificar la estaci¨®n a su paso por C¨®rdoba. Como concluye Lluis Alexandre Casanovas Blanco: ¡°Estos grupos ecologistas ya apuntaban a finales de los ochenta de una manera muy intuitiva algo que ahora nos puede sonar evidente: que las l¨®gicas de poder de depredaci¨®n de la ciudad son muy parecidas a las l¨®gicas de colonizaci¨®n de depredaci¨®n del territorio. Es algo que ejemplific¨® el AVE, planificado r¨¢pido y sin ning¨²n estudio de impacto ambiental. Nadie puede oponerse a un proyecto como el AVE, que prob¨® ser una mejora en la infraestructura de transportes necesaria, pero se puede hacer como fatal o se puede hacer bien¡±. Imposible rebobinar, pero al menos hoy tenemos m¨¢s herramientas para reflexionar sobre la huella en el medio ambiente o la importancia de decolonizar nuestra mirada para actualizar el relato hist¨®rico.
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