Jackie Stewart, historia de ¡°un pobre idiota¡± que se convirti¨® en h¨¦roe de la F¨®rmula 1
El documental ¡®Stewart¡¯ ahonda en la vida del escoc¨¦s y su evoluci¨®n de ni?o disl¨¦xico a piloto de leyenda que pele¨® por conseguir m¨¢s seguridad para sus compa?eros
Los momentos m¨¢s crudos de Stewart, el espl¨¦ndido documental sobre el piloto escoc¨¦s de F¨®rmula 1 Jackie Stewart (Dunbartonshire, Escocia, 1939) que se estrena en cines en Espa?a el 6 de octubre, son los que muestran los accidentes mortales que padecieron compa?eros de profesi¨®n y amigos como Roger Williamson, Pier Courage, Jim Clark, Fran?ois Cevert, Jochen Rindt y Lorenzo Bandini. Courage muri¨® en 1970 al volante de un De Tomaso, un b¨®lido que los expertos consideraban inestable y excesivamente pesado, y en un circuito, el de Zandvoort, en los Pa¨ªses Bajos, que se cobr¨® cuatro vidas en apenas cinco a?os.
Isabelle Lopez, periodista de ESPN, atribuye ese reguero de muertes prematuras a la ¡°inexplicable mentalidad de circo romano¡± que presidi¨® la F¨®rmula 1 hasta bien entrados los a?os setenta. Por entonces, era frecuente referirse a los pilotos como ¡°gladiadores¡± y se consideraba que la contrapartida l¨®gica a la vida de glamur y privilegios de que disfrutaban era poner su integridad en juego un domingo tras otro, en circuitos con medidas de seguridad indignas de tal nombre.
Eso explicar¨ªa la funesta cosecha que se registr¨® entre 1960 y 1970, la d¨¦cada negra de este deporte, con 18 pilotos fallecidos, empezando por tres de los anteriormente citados (Williamson muri¨® despu¨¦s, en 1973). El profesional en activo que m¨¢s contribuy¨® a alterar ese estado de cosas, casi el ¨²nico, en realidad, que plant¨® cara con firmeza in¨¦dita a la siniestra omert¨¢ de los promotores sin escr¨²pulos, los aficionados morbosos y los pilotos adictos al riesgo y la adrenalina fue Jackie Stewart.
Tambi¨¦n fue el reducto de la sensatez, la discreci¨®n y el pragmatismo de la clase media en un entorno en que abundaban los playboys tronados y los arist¨®cratas bohemios. Para Stewart, la F¨®rmula 1 siempre fue una profesi¨®n atractiva y bien remunerada que no ten¨ªa por qu¨¦ revestirse de epopeya macabra. Sus predecesores en el t¨ªtulo de campe¨®n del mundo, leyendas como Jack Brabham, Denny Hulme y Graham Hill, hab¨ªan contribuido, tal vez sin propon¨¦rselo, a difundir la idea de que los grandes pilotos eran seres excepcionales cuya convivencia cotidiana con la muerte los situaba por encima del bien y del mal. En consecuencia, resultaba tolerable que tratasen a prensa y aficionados con un punto de altanero desd¨¦n, que fuesen juerguistas impenitentes, exiliados fiscales, golfos, mujeriegos y canallas. Eran novios de la muerte, pod¨ªan permitirse ciertas licencias.
Stewart rompi¨® con ese patr¨®n. Su primer t¨ªtulo mundial, en 1969, supuso la consagraci¨®n de un hombre corriente, que se expresaba con sencillez y sin pretensiones, con un cerrado acento escoc¨¦s, felizmente casado con la que ven¨ªa siendo su novia desde los d¨ªas de instituto. Un hombre, adem¨¢s, que nunca se resign¨® del todo a que el peaje del ¨¦xito consistiese en competir en condiciones demenciales y asistir a continuaci¨®n al funeral de tus compa?eros.
El infierno son los otros
Pero el punto de inflexi¨®n decisivo en la vida de Jackie Stewart se hab¨ªa producido mucho antes, cuando la futura leyenda del automovilismo ten¨ªa apenas nueve a?os. Insisten en ello sus bi¨®grafos, Timothy Collins y Peter Manso. Hasta ese d¨ªa de septiembre de 1948, el peque?o Jackie hab¨ªa conseguido pasar desapercibido en el darwinista entorno de la escuela Hartfield de educaci¨®n primaria, en Dumbarton, cerca de Glasgow. Era un ni?o rubicundo y afable, con una cierta facilidad para los deportes de equipo y que tend¨ªa a llevarse bien con todo el mundo, pese a que no hablaba mucho.
Pero ese d¨ªa infausto, por primera vez en su corta vida, Stewart fue invitado por la maestra a leer un texto en voz alta. Puesto en pie ante sus compa?eros de clase, el ni?o sufri¨® un ataque de p¨¢nico. Aunque era capaz de leer, no sin dificultad, en momentos de calma, en aquella ocasi¨®n las letras se convirtieron para ¨¦l en ¡°una jungla de tinta impenetrable¡±. Balbuce¨® alg¨²n sonido inconexo esforz¨¢ndose por contener las l¨¢grimas.
Collins explica que aquella fue, tal vez, la primera manifestaci¨®n p¨²blica de una dislexia aguda que no le ser¨ªa diagnosticada hasta mucho tiempo despu¨¦s, ya en edad adulta. Pero la maestra lo interpret¨® como un incomprensible acto de rebeld¨ªa, perpetrado, adem¨¢s, por uno de los escasos alumnos cuya conducta hasta el momento hab¨ªa resultado mod¨¦lica. Sus compa?eros llegaron a una conclusi¨®n igual de err¨®nea pero bastante m¨¢s cruel: pese a su aparente simpat¨ªa, Jackie Stewart era, despu¨¦s de todo, un pobre imb¨¦cil incapaz de leer ni una l¨ªnea a la edad de nueve a?os. El tonto de la clase, un blanco leg¨ªtimo para las burlas m¨¢s desconsideradas y atroces.
Y esa fue la injusta reputaci¨®n que arrastr¨® tanto en Hartfield como en su posterior destino acad¨¦mico, la Dumbarton Academy, hasta que, ya con 16 a?os, sus padres se rindieron a la evidencia y le permitieron, por fin, dejar los estudios. Por entonces, sus maestros ya hab¨ªan concluido que Jackie Stewart era un muchacho con buena predisposici¨®n, cort¨¦s y obediente, pero que segu¨ªa en una situaci¨®n de ¡°analfabetismo funcional¡± debido a sus muy limitadas cualidades intelectuales.
Las m¨¢scaras del h¨¦roe
Stewart ha dicho en m¨²ltiples ocasiones que su fracaso escolar es la (parad¨®jica) explicaci¨®n de su ¨¦xito en la vida. Le oblig¨® a elevar el list¨®n de autoexigencia. Le inculc¨® una ambici¨®n, una disciplina y un instinto competitivo que eran contrarios a su naturaleza y que ¡°no hubiese desarrollado de ning¨²n otro modo¡±.
Con 12 a?os descubri¨® que se le daba mejor que bien el tiro al plato, disciplina muy popular en Escocia y ya ol¨ªmpica por entonces, y se aferr¨® a ella en un intento de demostrarse a s¨ª mismo que ¡°serv¨ªa para algo¡±, que no estaba condenado a una vida de humillaciones y fracaso cr¨®nico. En dos a?os de intensa dedicaci¨®n, se convirti¨® en un precoz ganador de competiciones amateur, a las que su padre, propietario de un concesionario de autom¨®viles de lujo, le acompa?aba orgulloso.
El deporte de competici¨®n fue para Jackie la herramienta que le permiti¨® restaurar su autoestima. Pese a todo, acab¨® qued¨¢ndose a un pelda?o de la gloria como tirador de ¨¦lite. Tras convertirse en uno de los integrantes m¨¢s j¨®venes de la selecci¨®n de Gran Breta?a y proclamarse campe¨®n en torneos en Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda, compiti¨® por una plaza en los Juegos Ol¨ªmpicos de Roma. Se clasificaban los dos primeros y el qued¨® tercero, tras un par de rivales mucho m¨¢s veteranos y experimentados.
Este rev¨¦s le situ¨® en una nueva encrucijada vital. Con 20 a?os reci¨¦n cumplidos, se hab¨ªa quedado a un cent¨ªmetro escaso de la excelencia en un deporte exigente, pero con el que no resultaba muy factible ganarse la vida. Su novia de siempre, Helen McGregor, le hab¨ªa propuesto que se casasen, pero los ¨²nicos ingresos estables de la pareja eran el sueldo de Jackie como aprendiz de mec¨¢nico en el negocio de su padre.
Espoleado de nuevo por la voluntad de superaci¨®n y la sed de reconocimiento, se propuso convertirse en piloto profesional. Al volante de un ¡°modest¨ªsimo¡± Austin A30 con tapicer¨ªa de cuero que le cost¨®, seg¨²n recordaba cinco d¨¦cadas m¨¢s tarde, unas irrisorias 375 libras obtenidas ahorrando el dinero de las propinas, empez¨® a hacer pr¨¢cticas de conducci¨®n por carreteras des¨¦rticas. Barry Filer, cliente de la familia y propietario de una colecci¨®n privada de autom¨®viles de carreras, comprob¨® la destreza con la que se manejaba el muchacho al volante de su ¡°tartana¡±. Le propuso que se convirtiese en piloto de pruebas de una serie de prototipos que quer¨ªa inscribir en las carreras de aficionados del circuito ingl¨¦s de Oulton Park.
Stewart vio en aquel encargo informal la oportunidad de su vida. Al volante de un Marcos, un esbelto cup¨¦ artesanal de fabricaci¨®n brit¨¢nica, acab¨® participando en varias carreras y ganando cuatro de ellas. A partir de ah¨ª, empez¨® a quemar etapas a velocidades de v¨¦rtigo. Tal y como explica el redactor de The Guardian Giles Richards, su debut en F¨®rmula 3 al volante de un Tyrrell caus¨® sensaci¨®n. Pocos d¨ªas despu¨¦s de su primera victoria, en marzo de 1964 en el circuito de Snetterton, Cooper, un equipo de meritorios en fase de expansi¨®n, le estaba ofreciendo ya dar el salto a la F¨®rmula 1. Prefiri¨® aplazarlo un a?o y acab¨® fichando, ya en invierno de 1965, por BRM, que le ofreci¨® un contrato de 4.000 libras. Pocas semanas antes hab¨ªa tenido la oportunidad de debutar en la m¨¢xima categor¨ªa al volante de un Lotus, como suplente de ¨²ltima hora del lesionado Jim Clark.
Los ra¨ªles que conducen a la cumbre
Stewart gan¨® su primer gran premio en Monza, en septiembre de 1965. Su estilo de conducci¨®n s¨®lido y preciso ya se hab¨ªa hecho popular. Tambi¨¦n triunfaba su imagen, de un juvenil desali?o, con su melena revuelta que le hac¨ªa parecer un quinto Beatle sobre ruedas. Se esperaba de ¨¦l que aspirase al t¨ªtulo a muy corto plazo, en cerrada pugna con el veterano Clark (campe¨®n en 1963) y otra joven promesa, su compa?ero de equipo Graham Hill. Pero el accidente que sufri¨® meses despu¨¦s en Spa-Franchorchamps, durante el Gran Premio de B¨¦lgica, trajo un brusco par¨®n a su carrera. El joven piloto vio la muerte muy de cerca. Pas¨® un interminable minuto atrapado, cabeza abajo, en la cabina de su veh¨ªculo, empapado de gasolina, hasta que dos compa?eros, Hill y Bob Bondurant, acudieron al rescate.
La traum¨¢tica experiencia le hizo embarcarse en una quijotesca y casi solitaria campa?a para que se incrementase la seguridad en los grandes premios. Su programa de cuatro exigencias b¨¢sicas (habilitar ¨¢reas de salida, reforzar las barreras, disponer de equipos de evacuaci¨®n profesionales a pie de pista y retirar obst¨¢culos ¡°inveros¨ªmiles¡± como los postes de tel¨¦grafo presentes a¨²n en algunos de los circuitos) le convirtieron en el rebelde oficial del gran circo del automovilismo, un piloto inc¨®modo, enfrentado a la alta jerarqu¨ªa de su deporte.
Esta incursi¨®n en el sindicalismo de ¨¦lite, que incluy¨® una llamada a boicotear los dos circuitos en que se compet¨ªa en peores condiciones, Spa y N¨¹rburgring, acab¨® pas¨¢ndole factura. Pese al apoyo inicial de su patr¨®n, Louis Stanley, no tard¨® en perder la confianza de BRM, que le ve¨ªa m¨¢s centrado en sus reivindicaciones que en la lucha por el t¨ªtulo. As¨ª que intent¨® encontrar acomodo en equipos como Matra y March y prob¨® suerte en otras competiciones automovil¨ªsticas, como las 500 millas de Indian¨¢polis o las 24 horas de Le Mans. En diciembre de 1967 lleg¨® a decirle a su esposa que estaba considerando retirarse de las carreras e invertir sus ahorros en una ampliaci¨®n del negocio familiar en Dumbarton. Se mostr¨® dispuesto a renunciar a la ambici¨®n y conformarse con ¡°una vida tranquila¡±. Pero no lo hizo. La terca determinaci¨®n adquirida en sus a?os de acoso escolar le forz¨®, una vez m¨¢s, a perseverar.
En 1969 lleg¨® el gran ¨¦xito que ven¨ªa persiguiendo desde su juventud. Ese a?o, Matra hab¨ªa puesto en sus manos un b¨®lido extraordinariamente competitivo, el hoy m¨ªtico MS-10 Cosworth, y un Stewart en plena madurez como piloto supo exprimirlo de manera magistral. Sus abrumadoras victorias en los circuitos de Montju?c, Clermont-Ferrand y Silverstone convirtieron al rebelde descarriado en el l¨ªder de la parrilla. Aunque Rindt, Hulme, el neozeland¨¦s Bruce McLaren y, sobre todo, el joven belga Jacky Ickx fueron huesos duros de roer, Stewart acabar¨ªa proclam¨¢ndose campe¨®n del mundo con seis victorias en 11 carreras y un total de 63 puntos, 26 m¨¢s que Ickx. Pudo incluso permitirse el lujo de no tentar a la suerte y retirarse en los grandes premios de Estados Unidos y Canad¨¢, con el t¨ªtulo ya a buen recaudo.
La victoria le convirti¨® tambi¨¦n en interlocutor privilegiado de los jerarcas de la F¨®rmula 1, que aceptaron por fin hacerse eco de algunas de sus peticiones. Kristin V. Shaw, redactora de la revista especializada The Drive, se?ala que Stewart fue ¡°pionero de una cruzada por la seguridad que reemprender¨ªa pocos a?os despu¨¦s, a¨²n con mayor contundencia y con bastante m¨¢s ¨¦xito, el austr¨ªaco Niki Lauda¡±. Stewart ganar¨ªa a¨²n otro par de t¨ªtulos, siempre en a?o impar, en 1971 y 1973, antes de retirarse a una edad temprana, 34 a?os.
Giles Richards opina que el detonante definitivo de este nuevo alarde de sensatez terrenal fue ¡°la muerte de su amigo y compa?ero de equipo Fran?ois Cevert, que se produjo en la ¨²ltima carrera de la temporada 1973, durante los entrenamientos en el circuito neoyorquino de Watkins Glen¡±. Cevert era un triunfador precoz, que hab¨ªa ganado su primer gran premio a los 25 a?os. Su muerte deprimi¨® a Stewart. Tal y como cont¨® a Will Buxton en el libro de entrevistas My Greatest Defeat, le hizo darse cuenta de que ¨¦l mismo llevaba ¡°muchos a?os esquivado el desastre¡±, pero que cada nueva carrera le acercaba un palmo m¨¢s a un fallecimiento prematuro. Como dijo a Buxton, no ten¨ªa ¡°vocaci¨®n de m¨¢rtir¡±. Ya hab¨ªa saboreado el triunfo. No necesitaba inmolarse.
En a?os posteriores, Stewart ha ejercido de comentarista deportivo en cadenas de televisi¨®n estadounidenses (como la ABC o la NBC), australianas, canadienses y brit¨¢nicas. En 1997 se convirti¨® en propietario del equipo profesional Stewart Grand Prix, que ha contado con pilotos de tan alto nivel como Johnny Herbert o Rubens Barrichello. Su buen amigo George Harrison le dedic¨® en 1977 una canci¨®n, Faster.
Pese a todo, Stewart afirma en su autobiograf¨ªa que uno de los momentos de genuina felicidad que ha experimentado en la vida fue cuando, cumplidos ya los 40 a?os, le confirmaron que sufr¨ªa dislexia: ¡°No podr¨ªa describir lo humillante que fue para m¨ª convertirme en diana de las burlas de mis compa?eros. Nunca fui capaz de leer en p¨²blico e incluso me exig¨ªa un esfuerzo ag¨®nico deletrear mi apellido. Los otros ni?os me fustigaban sin piedad, dec¨ªan que era tonto, corto de entendederas, un pobre idiota, y yo mismo, a falta de una explicaci¨®n mejor, acab¨¦ asumiendo que ten¨ªan raz¨®n. Hoy s¨¦ que sufr¨ªa un trastorno de aprendizaje que, muy probablemente, podr¨ªa haberse corregido con un tratamiento adecuado¡±.
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