Sean Connery en taparrabos: c¨®mo ¡®Zardoz¡¯ se convirti¨® en una de las pel¨ªculas m¨¢s extra?as de la historia
50 a?os despu¨¦s de su estreno, una de las obras m¨¢s inclasificables de la ciencia ficci¨®n sigue dividiendo a los cin¨¦filos: o bien una epopeya fallida con ansias filos¨®ficas o bien una obra maestra incomprendida sobre el conformismo y la violencia
Un mostacho, un taparrabos, un t¨®tem volador y uno versos de Eliot. Con ingredientes as¨ª se cocin¨® todo un cl¨¢sico de la ciencia ficci¨®n artesanal y con coartadas intelectuales, la que predominaba antes de la triunfal irrupci¨®n de Star Wars. Aunque, por supuesto, no todo el mundo se mostrar¨¢ dispuesto a adjudicarle la etiqueta de cl¨¢sico a un artefacto tan peculiar como Zardoz, que estos d¨ªas cumple su primer medio siglo de existencia (y de controversia).
En febrero de 1974, hace ahora (casi) 50 a?os, el cineasta brit¨¢nico John Boorman se recluy¨® en la campi?a irlandesa para acabar de digerir el peor fracaso de su por entonces incipiente carrera. Zardoz, su primer proyecto tras el ¨¦xito internacional de Defensa (Deliverance, 1972), fracasaba en taquilla pese a su holgado presupuesto, un guion del que Boorman estaba particularmente orgulloso y la presencia en su cartel de un Sean Connery en la c¨²spide de su fama.
?Qu¨¦ hab¨ªa salido mal? En palabras del prestigio cr¨ªtico Gene Siskel, pr¨¢cticamente todo. Empezando por la ¡°ceguera narcisista¡± que hab¨ªa llevado al director ingl¨¦s a intentar convertir una epopeya de ciencia ficci¨®n ¡°perfectamente trivial¡± en una ¡°confusa exhortaci¨®n al libertinaje y una desquiciada apolog¨ªa de la muerte¡±. Boorman, en opini¨®n de Siskel, hab¨ªa contra¨ªdo dos de las peores enfermedades cinematogr¨¢ficas, la autoindulgencia y la desmesura. Zardoz era, para ¨¦l, un fiasco narrativo y est¨¦tico.
Medio siglo despu¨¦s, la opini¨®n de Siskel, como la de Pauline Kael, Jay Cocks, Roger Ebert y tantos otros profesionales que aborrecieron la pel¨ªcula sin apenas matices y se obstinaron en ridiculizarla, causa una cierta perplejidad. Nos hemos acostumbrado a considerar que la de Boorman es una obra ¡°de culto¡±, es decir, una rareza para cin¨¦filos de paladar desprejuiciado y emp¨¢tico, un discreto fest¨ªn para minor¨ªas, en la estela de Calles de fuego (Walter Hill, 1984), The Wicker Man (Robin Hardy, 1973), Gran golpe en la peque?a China (John Carpenter, 1986) o El hombre que cay¨® a la Tierra (Nicolas Roeg, 1976). Como dir¨ªa el cr¨ªtico Jonathan Rosenbaum, somos tan posmodernos que hemos perdido la costumbre de tomarnos el cine al pie de la letra, habituados como estamos a lecturas en clave esquinada, condescendiente o ir¨®nica, y Zardoz se presta perfectamente a ese tipo de lecturas.
Boorman iba en serio
Pero el caso es que Boorman no ten¨ªa intenci¨®n de perpetrar una simple gamberrada . S¨ª pretend¨ªa que su pel¨ªcula fuese tomada en serio. Era consciente de estarle a?adiendo al cocido una dosis inmisericorde de kitsch contracultural y esoteria delirante, pero no por ello renunciaba a que Zardoz supusiese un nuevo pelda?o evolutivo en esa ciencia ficci¨®n ¡°metaf¨ªsica¡± inaugurada por Stanley Kubrick con 2001: Odisea del espacio.
Nacido a orillas del T¨¢mesis, en Shepperton, muy cerca de Londres, en enero de 1933 (acaba de cumplir 91 a?os), Boorman creci¨® leyendo libros de manera compulsiva en la trastienda del pub que regentaban sus padres, una pareja de clase media sin estudios superiores. A los 20 a?os se enrol¨® en el ej¨¦rcito brit¨¢nico. Acab¨® ejerciendo de instructor y estuvo a punto de ser enviado a la guerra de Corea.
Su gran an¨¦cdota de juventud es que fue sometido a un consejo de guerra por ¡°fomentar la deserci¨®n y el derrotismo¡± entre los soldados a los que adiestraba, con comentarios cr¨ªticos sobre la pol¨ªtica exterior de su pa¨ªs y su subordinaci¨®n vergonzante al proyecto imperial de los Estados Unidos. En su defensa esgrimi¨® que gran parte de las opiniones expresadas en el cuartel se basaban en art¨ªculo de The Times, un diario respetable y que no pod¨ªa ser tildado de antipatri¨®tico. Fue absuelto.
Tras abandonar la vida castrense, trabaj¨® en una lavander¨ªa y empez¨® a formarse en el oficio de realizador televisivo, primero en Southern Television y despu¨¦s en la BBC. Con 30 a?os firm¨® un documental de ¨¦xito, Six Days to Saturday (1962), centrado en las rutinas cotidianas de un club de f¨²tbol, el Swindon Town, por entonces en la Segunda Divisi¨®n Inglesa.
Catch Us If You Can (1965), un extra?o y sugerente veh¨ªculo al servicio del grupo de pop Dave Clark Band, fue su primer largometraje. Luego vendr¨ªan A quemarropa (1967), un thriller elegante y amoral, protagonizado por un Lee Marvin espl¨¦ndido en su papel de sicario a sueldo con un parad¨®jico sentido de la justicia, y la no menos notable Infierno en el Pac¨ªfico, de nuevo con Marvin a bordo.
Con 35 a?os y apenas tres pel¨ªculas en las alforjas, Boorman se hab¨ªa labrado ya una s¨®lida reputaci¨®n de profesional vers¨¢til y con buen gusto. United Artists le ofreci¨® la oportunidad de embarcarse en su primer proyecto ¡°de autor¡±, trabajando en un guion propio y sin apenas injerencia creativas, y aquello cristaliz¨® en la muy estimable Leo el ¨²nico (1970), un particular homenaje al cine de Federico Fellini con Marcello Mastroianni en el papel de un heredero ocioso y aficionado a la ornitolog¨ªa que intenta intervenir, con m¨¢s voluntad que criterio, en las vidas de los habitantes de un modesto vecindario londinense. Obtuvo el premio a la Mejor Direcci¨®n en el Festival de Cannes y, con ¨¦l, carta blanca para embarcarse en proyectos a¨²n m¨¢s personales.
La inquietante Defensa, con Jon Voight, Burt Reynolds y Ned Beatty descendiendo en piragua al m¨¢s enconado infierno de la Am¨¦rica rural, le mostr¨® capaz de aunar prestigio cr¨ªtico con ¨¦xito en taquilla. Aunque obtuvo tres nominaciones (infructuosas) a los Oscar, al final, los 46 millones recaudados se convertir¨ªan, como reconoc¨ªa ¨¦l mismo pocos a?os despu¨¦s, en su mejor aval, el cheque en blanco que le elev¨® al nivel de las primeras espadas de la industria.
C¨®mo dilapidar tu prestigio en dos pel¨ªculas
En 1972 dio la espalda a Warner Bros, distribuidora de Defensa, para firmar un a¨²n m¨¢s lucrativo contrato con 20th Century Fox. Poco antes hab¨ªa estado a punto de llegar a un acuerdo con United Artists para embarcarse en una fara¨®nica adaptaci¨®n de El Se?or de los Anillos destinada, desde su punto de vista, a sacar a flote todo el sustrato metaf¨ªsico de la obra de Tolkien y convertirlo en un espect¨¢culo cinematogr¨¢fico ¡°que hiciese pensar¡±.
Ese inter¨¦s por ambientar una historia de amplio calado intelectual en un entorno de fantas¨ªa acabar¨ªa cristalizando en Zardoz, guion escrito a cuatro manos con su viejo amigo Bill Stair. Inspir¨¢ndose en la poes¨ªa m¨ªstica de T.S. Eliot, el ciclo de leyendas art¨²ricas y la literatura juvenil de Frank L. Baum (El mago de Oz), Boorman y Stair imaginaron un planeta Tierra en las postrimer¨ªas del siglo XXIII arrasado por una cat¨¢strofe nuclear y en el que conviven dos especies de supervivientes humanos, los Eternos, una casta superior recluida en un pareja id¨ªlico (el V¨®rtice, la ¨²nica zona verdaderamente habitable del planeta) a la que el progreso cient¨ªfico ha permitido alcanzar la inmortalidad, y los Brutales, reducidos a una existencia precaria y troglod¨ªtica en un vasto p¨¢ramo conocido como las Tierras Exteriores.
A los ejecutivos de la Fox no les entusiasmaba el guion, pero decidieron confiar en un Boorman que parec¨ªa en estado de gracia y les hab¨ªa garantizado, adem¨¢s, que una de las estrellas del momento, Burt Reynolds, iba a protagonizar la pel¨ªcula. La operaci¨®n estuvo a punto de descarrilar en la pen¨²ltima curva cuando Reynolds decidi¨® rechazar el papel de Zed, l¨ªder de los Brutales y presunto mes¨ªas de este universo dist¨®pico, alegando problemas de agenda, pero guiado, en realidad, por su instinto y por la opini¨®n de su agente, que no ten¨ªan claro que una pel¨ªcula de planteamiento tan abstruso fuese a llegar a buen puerto.
Tras un tenso comp¨¢s de espera, lleg¨® el golpe de suerte que hizo que todas las piezas encajasen: Sean Connery, que acababa de dar la espalda, tras Diamantes para la eternidad (1971), a su etapa de diez a?os en la serie James Bond, buscaba nuevos retos interpretativos y ten¨ªa muchas ganas de trabajar con Boorman. En realidad, el actor escoc¨¦s de por entonces 42 a?o a?os hubiese trabajado con cualquiera que se mostrase dispuesto a contratarlo. Tras un corto periodo sab¨¢tico, hab¨ªa comprobado los efectos perversos de su larga asociaci¨®n con el agente 007: al mundo le resultaba dif¨ªcil imaginarlo en ning¨²n otro papel. Impulsado por este miedo al encasillamiento extremo, Connery acept¨® sin apenas cuestion¨¢rselo el papel que le ofrec¨ªa Boorman, por m¨¢s que implicase peajes tan onerosos como dejarse crecer un mostacho de sargento prusiano o enfundarse un poco menos que inveros¨ªmil taparrabos con tirantes en forma de cruz, que se convertir¨ªa en la imagen m¨¢s recordada de la pel¨ªcula y, a¨²n hoy, motivo de mofa.
La pel¨ªcula se rod¨® en la Rep¨²blica de Irlanda, en los estudios Ardmore de Bray, cerca de Dubl¨ªn, y en varias localidades de los alrededores. Boorman cont¨® tambi¨¦n con la presencia de otra actriz de fuste, Charlotte Rampling, que muy pronto estrenar¨ªa tambi¨¦n la pel¨ªcula que iba a acabar de consagrarla, Portero de noche (1974).
El rodaje implic¨® una serie de inconvenientes menores, como las protestas de los lugare?os por las escenas de desnudo rodadas al aire libre o el estricto control impuesto en Irlanda a la importaci¨®n de armas de fuego, consecuencia de las actividades del IRA. Pero acab¨® resultando, en l¨ªnea generales, un proceso de producci¨®n pl¨¢cido, gracias al estilo relajado y dialogante de Boorman. Connery se instal¨® en Bray, disfrutando de la sensaci¨®n de estar apartado del mundo, disfrutando de los peque?os placeres cotidianos y de su reencuentro con la profesi¨®n m¨¢s all¨¢ del circo extenuante en que se hab¨ªan convertido las pel¨ªculas de James Bond.
Boorman ech¨® el resto a rengl¨®n seguido, en un proceso de posproducci¨®n muy intenso en el que implic¨®, por ejemplo, en el proceso de composici¨®n de una partitura vanguardista (¡°genuina m¨²sica del siglo XXIII¡±, dir¨ªa ¨¦l) por parte del erudito David Munrow del Early Music Consort. El uso discrecional de la Sinfon¨ªa n? 7 de Beethoven complet¨® un paisaje ac¨²stico que Boorman pretend¨ªa que fuese ¡°abrumador¡±.
La pel¨ªcula se estren¨® en invierno del 74, a?o de grandes taquillazos, como Sillas de montar calientes, El coloso en llamas, Aeropuerto 75 o El jovencito Frankenstein, y no tuvo, ni mucho menos, el impacto esperado. Peor, fue objeto de escarnio y de parodia. El taparrabos y el pecho desnudo (y piloso) de Connery no pasaron desapercibidos.
Kyle Anderson, experto en cine lis¨¦rgico y de culto, considera pasmoso que John Boorman recibiese cerca de dos millones de d¨®lares para gast¨¢rselos con total impunidad en una pel¨ªcula tan loca, desnortada y orgullosamente kitsch como esta, aunque le reconoce aciertos ¡°sublimes¡± como el Zardoz del t¨ªtulo, la cabeza de piedra gigante que sobrevuela las Tierras Exteriores y es reverenciada por la facci¨®n m¨¢s violenta de los Brutales, una caterva de asesinos que extermina a sus cong¨¦neres como su fuesen alima?as al grito de: ¡°Pistolas s¨ª, penes no¡±.
El mensaje, en opini¨®n de Anderson, no es m¨¢s que una jerigonza desconcertante, un canto a la vida y una invitaci¨®n feroz a evitar el conformismo y la abulia que se traduce en misticismo demente, violencia irracional y sexo m¨®rbido e inc¨®modo. Ingredientes, en fin, del todo incomprendidos en su ¨¦poca pero que hoy dan p¨¢bulo a un culto retrospectivo que ha agrandado su aura.
Tras su retiro espiritual en Irlanda, una vez resta?adas las heridas que este ¨¦pico fracaso dej¨® en su ego, Boorman bajar¨ªa otro pelda?o firmando la secuela de El exorcista, (El exorcista II: el hereje, 1977) una pel¨ªcula que incluso el mismo detesta, y luego recuperar¨ªa el cr¨¦dito con la tan asombrosa como, en el fondo, vacua Exc¨¢libur (1981).
A?os despu¨¦s, el director recordar¨ªa que Zardoz hab¨ªa supuesto para ¨¦l una ¡°escuela de fracaso¡± y una cura de humildad. ¡°Cuando te sientes en la cima del mundo, es cuando m¨¢s probable resulta que te despe?es¡±, declar¨®. Aunque, para su inmensa suerte, no hay fracaso que no pueda convertirse en objeto de culto si cuenta con munici¨®n mit¨®mana de tan grueso calibre como Sean Connery correteando semidesnudo con un rev¨®lver en la mano o una cabeza voladora sobrevolando un sinestro p¨¢ramo de fantas¨ªa.
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