Paolo y otros burros de pel¨ªcula
En esa extra?a dicotom¨ªa hemos crecido: el burro, animal inteligente y noble, simboliza la mofa y la burla

Los burros me ponen alegre y triste al mismo tiempo. Imagino que es inevitable para los que crecimos bajo el signo de Platero y yo. Aunque si soy sincera, tanto como el burrito de algod¨®n de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez me marcaron los de la serie sobre Pinocho que hizo Luigi Comencini a finales de los setenta o el cuento Piel de Asno, de Charles Perrault, que tambi¨¦n tuvo su versi¨®n cinematogr¨¢fica de la mano de Jacques Demy.
Con la m¨²sica de Fiorenzo Carpi para la serie de Comencini de aterrador fondo, la ternura por aquel animal dio paso a la inquietud y a las orejas de burro como ubicuo castigo psicol¨®gico. En esa extra?a dicotom¨ªa hemos crecido: el burro, animal inteligente y noble, simboliza la mofa y la burla, la falta de progreso y la pobreza.
El cine siempre mostr¨® querencia por este animal. La m¨¢s c¨¦lebre es, por supuesto, la pel¨ªcula de Robert Bresson Al azar de Baltasar (1966). Pero hace dos a?os lleg¨® la maravillosa EO, del veterano cineasta polaco Jerzy Skolimowski, y ahora lo hace la ¨²ltima joya del navarro Oskar Alegr¨ªa, Zinzindurrunkarratz, una road movie a lomos de un burro cuyo viaje arranc¨® en la cima de los festivales-boutique, el de Telluride, en las Monta?as Rocosas de Estados Unidos, acaba de pasar por el de documentales de Punto de Vista (Pamplona) y llegar¨¢ a finales de mayo a la Cineteca de Madrid. Con esa mezcla tan suya de diario po¨¦tico-etnogr¨¢fico, Alegr¨ªa se acerca a trav¨¦s de una vieja c¨¢mara de Super 8 al mundo perdido de los pastores de Artazu, en la Sierra de And¨ªa, para practicar el ¡°companaje¡± (llevarles pan y vino), como hac¨ªa su abuelo.
El director de La casa Emak Bakia y Zumiriki, en la que ya asomaba la vida de los viejos pastores, convierte su camino en burro en un conmovedor viaje a la memoria, al origen del cine y de la vida, en el que la pantalla en blanco se transforma en el sudario con el que el cineasta tambi¨¦n despide a su madre. Y todo esto, que no es poco, con la mirada c¨®mplice y serena del bueno de Paolo. Alegr¨ªa eligi¨® a Paolo por motivos algo profanos para un experto: le gustaron sus orejas, la manera en las que las mov¨ªa, y tambi¨¦n su quietud, ¡°su manera elegante y emotiva de estar en la tierra¡±. Aprendi¨® de ¨¦l cosas curiosas, como su manera de ¡°pensar en zigzag¡± o su relaci¨®n frugal con la comida. Por eso cuando Alegr¨ªa vuelve al prado de Arostegui a visitar a Paolo lo hace con zanahorias tra¨ªdas de todo el mundo, de Italia a Jap¨®n, en un ritual de agradecimiento hacia el animal que le ense?¨® tanto del camino.
Hace unos d¨ªas, en la presentaci¨®n de la revista anual de cr¨ªtica de cine de la Escuela de Escritores, descubr¨ª que una alumna, Pilar Merino, profesora de instituto, hab¨ªa escrito sobre burros y cine incluyendo un poema de Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo. Despu¨¦s de la presentaci¨®n charlamos brevemente: cosas de la vida, ambas hab¨ªamos sido alumnas suyas de lat¨ªn. Titulado Al burro muerto, el poema es una eleg¨ªa al animal que mat¨® un coche (¡°...me hace clamar que no ha muerto, que lo han matado, y que ha sido / quien mata el amor¡±) el d¨ªa que se escap¨® a la carretera detr¨¢s de unos caballos. Me temo que es inevitable, los burros nos ponen alegres y tristes, y tal vez solo quepa el consuelo de la letan¨ªa final de Juan Ram¨®n: ¡°Platero, t¨² nos ves, ?verdad?¡±.
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