Por qu¨¦ ¡°pijo¡± se ha convertido en el insulto m¨¢s temido por los m¨²sicos
De Rigoberta Bandini a Carolina Durante, pasando por Bad Gyal o BB Trickz o los artistas de La Movida, los or¨ªgenes acomodados de artistas que cantan sobre la calle y el abismo siempre han hecho que muchos oyentes cuestionen si se puede cantar con convicci¨®n sobre algo que no se ha vivido
El tema que Punkteras Rosas, una min¨²scula banda de punk ir¨®nico con apenas 10 maquetas en Bandcamp, ha dedicado a Rigoberta Bandini est¨¢ ganando oyentes. En la canci¨®n, que dura menos de minuto y medio, las punkteras acusan a la cantante catalana de ¡°no ser del pueblo¡± y le piden por favor que ¡°deje de cantar o de estar comprometida¡±. ¡°No lo quieras todo, deja algo para el resto¡±, suplican con sorna a la autora de Ay Mam¨¢. De fondo, una de las acusaciones que m¨¢s se repiten sobre los m¨²sicos que triunfan en los escenarios y festivales presuntamente independientes (y, en realidad, no tanto porque dependen de marcas y multinacionales para todo): por m¨¢s que defiendan discursos progresistas, son personas de origen acomodado y eso, de alguna manera, los desacredita.
Ha sucedido tambi¨¦n con Bad Gyal o con Diego Ib¨¢?ez, voz de Carolina Durante, que est¨¢ tan cansado de hablar sobre esa etiqueta que declina amablemente participar en este reportaje. Le ha ocurrido a BB Trickz. Tambi¨¦n al cantante de Maneskin. Y no es un fen¨®meno nuevo ni est¨¢ sucediendo solo en Espa?a. Por un lado, ya durante los a?os ochenta se acusaba a los m¨²sicos relacionados con la Movida Madrile?a de ser unos ¡°ni?os de Pap¨¢¡±, y los datos biogr¨¢ficos sobre los padres de figuras tan dispares como el Maestro Reverendo o (la marquesa) Ana Torroja no ayudan a desmentirlo.
Por otro, esta tendencia de rastrear or¨ªgenes familiares nobles o adinerados en Wikipedia (¡±Puedo cruzar toda la Wikipedia/pinchando en nombres de tus familiares¡±, cantan las Punkteras rosas a Rigoberta) se est¨¢ dando en todo el mundo y tiene conexi¨®n con la de los llamados nepo babies: artistas que han heredado la posici¨®n de sus padres dentro de determinada industria, como sucede en Hollywood (algo menos frecuente en nuestro pa¨ªs, donde los privilegios tienen m¨¢s que ver con la seguridad econ¨®mica o los sesgos de clase). En cualquier caso, a medida que las oportunidades desaparecen o se estrechan para las mayor¨ªas (figuras como el cantautor ingl¨¦s Billy Bragg opinan que cada vez es m¨¢s dif¨ªcil que triunfe un grupo de rock de clase obrera), los privilegios de las ¨¦lites generan m¨¢s recelo.
Eso s¨ª, aunque todos entendamos que determinados comentarios son una simplificaci¨®n que tiene m¨¢s que ver con el mecanismo de las redes sociales (o con el resentimiento colectivo) que con la humillaci¨®n personal, e incluso aunque quienes los emiten con actitud faltona suelen reconocer que lo que censuran son discursos, miradas o posicionamientos, y no el origen de nadie; cabe preguntarse hasta qu¨¦ punto tiene sentido responsabilizar a alguien del entorno en el que nace. Y, yendo un poco m¨¢s all¨¢, qu¨¦ valor tiene ese concepto de autenticidad tan invocado por quienes se quejan de determinados profesionales de un campo tan relacionado con la ficci¨®n, el espect¨¢culo y el disfraz.
Subversi¨®n y autenticidad: un conflicto eterno
En su ensayo La m¨²sica, una historia subversiva (Turner, 2020), el cr¨ªtico y music¨®logo Ted Gioia defiende que la m¨²sica popular, siempre y en todas las sociedades a lo largo de la historia, ha estado llena de ¡°referencias sexuales expl¨ªcitas, celebraci¨®n de la violencia, alusiones a estados mentales alterados (sean producidos por estupefacientes o sean visiones cham¨¢nicas) y a la magia, superstici¨®n y otras cuestiones indecorosas¡± y, por lo tanto, ha resultado, como m¨ªnimo, inc¨®moda para cualquier poder organizado. Algo m¨¢s adelante, el propio Gioia explica que cuando la grabaci¨®n y difusi¨®n de algunos g¨¦neros de m¨²sica popular dio lugar a toda una industria, sus directivos se enfrentaron a una contradicci¨®n fundamental que comenz¨® a manifestarse en los a?os del country, el blues, y el g¨®spel y ha seguido vigente durante las d¨¦cadas del rock y el hip-hop: ¡°?Por qu¨¦ la m¨²sica obligaba a los cazatalentos a desplazarse a localidades sumamente humildes y a ambientes pobres, rurales y sure?os para encontrar nuevos estilos y g¨¦neros innovadores? Es el dilema de quienes dominan la industria: buscan sonidos novedosos y emocionantes que hagan temblar el sistema, pero ellos son el sistema¡±, concluye el autor estadounidense.
¡°Hoy el t¨¦rmino m¨²sica popular se puede referir tanto a la m¨²sica concebida para todos los p¨²blicos como a esa m¨²sica de ra¨ªz que pertenece al pueblo, casi sin autor¨ªa y que se sol¨ªa transmitir de forma oral¡±, a?ade Derek V. Bulcke, artista sonoro e investigador murciano detr¨¢s de Flamante, un proyecto de flamenco-noise. ¡°Esta ¨²ltima, en todas las partes del mundo, ha pertenecido a los pueblos hist¨®ricamente oprimidos, y proporciona una libertad que tambi¨¦n es un mecanismo de supervivencia. Transmite libertad sexual, rabia y una capacidad casi m¨ªstica para desarrollar una identidad. El conflicto llega cuando el sistema absorbe estos c¨®digos para convertirlos en algo que vender y continuamos llam¨¢ndolo m¨²sica popular. As¨ª que aparece esa dualidad: aunque la m¨²sica popular ya no es siempre revolucionaria, siempre existe un caldo de cultivo de origen subversivo¡±.
La cuesti¨®n de la autenticidad, relacionada con los or¨ªgenes del m¨²sico, pero, sobre todo, con su actitud y su forma de defender un tema, tambi¨¦n tiene mucho que ver con este debate. Carlos Gal¨¢n, fundador y CEO del sello Subterfuge, cree que tiene sentido hablar de ella porque no es un concepto vac¨ªo: ¡°El santo y se?a de una composici¨®n no deja de ser ese, por m¨¢s que se mezclen el espect¨¢culo y la ficci¨®n. La autenticidad en la interpretaci¨®n siempre es parte del valor de una canci¨®n¡±. En cuanto a los comentarios m¨¢s pol¨¦micos sobre determinados artistas, Gal¨¢n es tajante: ¡°Que alguien sea pijo o no, o si puede hablar de unos temas u otros dependiendo del sector social del que provenga, es una cuesti¨®n muy peliaguda. Es evidente que, en ejemplos extremos, como el del Sonido Ca?o Roto de las barriadas, con Los Chichos o Los Chunguitos, aquello ten¨ªa sentido porque eran sus ra¨ªces y hubiera quedado muy raro que lo hiciese alguien del Barrio de Salamanca, pero al final, si sabes transmitir con autenticidad o con personalidad en las interpretaciones, la denominaci¨®n de origen del artista no deber¨ªa ser relevante¡±.
Bulcke no lo tiene tan claro, y es que ha sido testigo de c¨®mo ciertos c¨®digos, cuando alcanzan a un p¨²blico masivo, se cristalizan y generan est¨¦ticas superficiales. Pone el ejemplo del punk y del trap: ¡°Empieza a ser posible hacer punk sin actitud punk, o lanzar un sonido trap sin actitud trap. Si alguien se sube al carro cinco a?os despu¨¦s de que algo lo pete, como se hace desde algunos ambientes acomodados o acad¨¦micos, no se ha dado un proceso org¨¢nico ni una evoluci¨®n natural y entiendo que moleste a quien est¨¢ ah¨ª desde el principio. Sobre todo, porque, por qu¨¦ no decirlo, para algunos grupos sociales sus formas de expresi¨®n art¨ªstica son sagradas¡±. ¡°Aunque la copia, el pastiche o la referencia pueden hacer tu obra m¨¢s rica y son s¨ªntomas de la contemporaneidad¡±, contin¨²a Bulcke, ¡°cuando te apropias de un elemento cultural debes tener en cuenta al colectivo o la persona del que lo tomas. Se trata de que el origen de algo no est¨¦ invisibilizado por miradas o lecturas interesadas, como la que hizo el franquismo del flamenco; lograr eso es un acto de resistencia y una responsabilidad tanto del artista como del p¨²blico¡±.
La creaci¨®n: coto privado ?de qui¨¦n?
Un estudio de 2022 llevado a cabo por varios soci¨®logos brit¨¢nicos demostraba que las industrias creativas no son una excepci¨®n y que el proceso generalizado de p¨¦rdida de movilidad social (esa que permit¨ªa, mediante los estudios o la carrera profesional, ascender de clase) tambi¨¦n afecta a los artistas. En definitiva, actualmente solo un 8% de los brit¨¢nicos que ejercen profesiones creativas habr¨ªan nacido en familias de clase obrera y ¡°las oportunidades de obtener un trabajo creativo est¨¢n repartidas de manera muy desigual en t¨¦rminos de clase¡±. La situaci¨®n es similar en todas las econom¨ªas desarrolladas y afecta tanto a m¨²sicos como a escritores o a creadores de cualquier tipo.
Yaiza Berrocal es guionista, dramaturga y autora de Curling (Hurtado & Ortega, 2022), una novela sobre el trabajador de una ¨®pera que atraviesa decenas de situaciones delirantes durante su vida profesional. Berrocal siempre ha estado interesada por la relaci¨®n entre trabajo cultural y clase, y ha reflexionado mucho al respecto: ¡°Los contactos son esenciales en cualquier sector que se juegue su valor en el capital simb¨®lico, y la cultura lo es¡±, expone la autora. ¡°Pero tambi¨¦n existe una tranquilidad de base: ese colch¨®n emocional que te da que tu posici¨®n en el mundo no est¨¦ cuestionada continuamente. Por supuesto, el tiempo es importante, de ah¨ª que la primera reivindicaci¨®n que tenemos que hacer a favor de la cultura sea una lucha por ¨¦l, por liberarnos del trabajo asalariado. Pero tambi¨¦n hay una cuesti¨®n de imaginaci¨®n y de expectativa. C¨®mo se imagina a s¨ª misma la clase dominante y qu¨¦ es lo m¨¢ximo que podemos imaginar desde la clase obrera¡±.
Esta ¨²ltima cuesti¨®n enlaza con el debate sobre el m¨²sico acomodado que, de alguna manera, estar¨ªa ocupando o usurpando espacios que no le corresponden, y se ha discutido de forma id¨¦ntica para el panorama literario y su circuito de charlas y conferencias: ¡°Veo ateneos libertarios y librer¨ªas cooperativas invitando a autores provenientes de la aristocracia m¨¢s rancia que ocultan sus or¨ªgenes y sus condiciones materiales y que no han hecho ning¨²n ejercicio de cr¨ªtica ni de deconstrucci¨®n de su lugar en el mundo¡±, observa Berrocal. ¡°El problema no es en ning¨²n caso la clase social en la que has nacido. Eso no lo eliges. La cuesti¨®n es la toma de conciencia de tu lugar de enunciaci¨®n, de la explotaci¨®n de los dem¨¢s en la que se sustenta, y las acciones que uno toma para responsabilizarse de ello y cambiarlo, no perpetuarlo. Esto pasa por dejar de copar espacios y hacer hueco a voces infrarrepresentadas, pero, sobre todo, por darse cuenta de que es momento de dejar de pensar que la experiencia de la clase alta nos apela a los dem¨¢s¡±.
As¨ª que, m¨¢s all¨¢ de unos cuantos exabruptos en X, existe la impresi¨®n en ciertos ¨¢mbitos de que las clases altas no solo aprovechan sus privilegios a nivel laboral o econ¨®mico, sino que tambi¨¦n recurren a ellos para ocupar los espacios o apropiarse de los c¨®digos que podr¨ªan servir como v¨ªa de escape o como herramienta de transformaci¨®n social a las clases populares. Berrocal es muy tajante al respecto: ¡°Llamar pijo al pijo es una obligaci¨®n ciudadana¡±. Mientras, otros autores como el soci¨®logo C¨¦sar Rendueles reclaman en muchos de sus textos ¡°que todo eso que identificamos con el arte y la cultura no sea tan a menudo un reflejo inmediato de los gustos de las clases altas o de los estantes del supermercado¡±.
Por cierto, ?y qu¨¦ ocurre con el proceso inverso, ese que todav¨ªa se da de tanto en tanto y que puede provocar que los artistas que vienen de abajo, es decir, del barrio, terminen siendo considerados unos ¡°traidores¡± o ¡°vendidos¡± por los suyos? Responde Bulcke: ¡°Hay una gran diferencia entre venderse y dejarse comprar. Venderse ser¨ªa adaptar tu m¨²sica para que sea m¨¢s comercial y pueda llegar a m¨¢s p¨²blico. Para m¨ª en cuanto dejas el arte a un lado y pasas a ser un empresario, empiezas a perder potencial e inter¨¦s. Pero, por otro lado, recibir dinero por tu trabajo, intentar vivir dignamente de ello y dignificar tambi¨¦n el trabajo de tu equipo y de quienes te rodean, me parece un logro. Parte de la subversi¨®n consiste en estar en el sistema haciendo lo que quieres. Tiene sentido estar en el sistema, pero no basar la creaci¨®n en sus requisitos. As¨ª que: venderse nunca; dejarse comprar, siempre¡±.
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