?Podemos seguir viviendo juntos?
El odio, el desprecio y la intolerancia ganan terreno. No s¨®lo en las redes. El fen¨®meno va m¨¢s all¨¢ de la esfera virtual
Giovannino Guareschi no fue un hombre conciliador. Cat¨®lico, mon¨¢rquico, conservador y ferozmente anticomunista, despu¨¦s de combatir en la Segunda Guerra Mundial y pasar a?os en campos de concentraci¨®n de Polonia y Alemania volvi¨® a Italia m¨¢s rabioso que nunca. Fue condenado dos veces (1950 y 1954) por difamar a los suyos, los dem¨®cratas cristianos que gobernaban. Le parec¨ªan deshonestos y no lo bastante cat¨®licos. Lleg¨® a cumplir m¨¢s de un a?o de c¨¢rcel. A los comunistas, y a la izquierda en general, les dedicaba las m¨¢s sangrantes de sus s¨¢tiras.
Guareschi se hab¨ªa hecho popular tras la publicaci¨®n, en 1948, de Don Camilo, la primera de una serie de novelas sobre el conflicto entre un p¨¢rroco conservador y un alcalde comunista, Giuseppe Bottazzi, conocido como Peppone. El astuto Don Camilo y el pat¨¢n Peppone viv¨ªan en un pueblecito de la llanura del Po, el territorio donde hab¨ªa nacido el propio Guareschi, el mismo donde hace ahora un siglo se registr¨® la peque?a guerra civil entre los socialistas revolucionarios y los Fascios de Combate. Vencieron los fascistas de Benito Mussolini, respaldados por la alta burgues¨ªa y las clases medias.
Los personajes de Guareschi se llevaban mal. Era siempre el p¨¢rroco Don Camilo quien ganaba las escaramuzas contra Peppone y sus compa?eros comunistas. Pero lo interesante del asunto es que Don Camilo y Peppone eran capaces de aliarse para resolver problemas colectivos. No s¨®lo eso: el p¨¢rroco consideraba que Peppone era un hombre equivocado pero bueno, y el alcalde ve¨ªa a Don Camilo como un enemigo noble. El humorista hab¨ªa experimentado en carne propia las cosas terribles que acaban ocurriendo cuando se desprecia y se odia al adversario.
Guareschi muri¨® con 60 a?os en 1968, justo antes de que una nueva generaci¨®n, que no hab¨ªa conocido directamente la gran violencia, empezara a romper las precarias costuras con que se hab¨ªan cerrado las heridas b¨¦licas. La matanza en la milanesa Piazza Fontana, el 12 de diciembre de 1969, de la que nunca se conocieron los autores (una sentencia de 2005 atribuy¨® el atentado a neofascistas desconocidos protegidos por miembros ignotos de los servicios secretos), inaugur¨® una ¨¦poca atroz. El terrorismo, de inspiraci¨®n muy diversa, floreci¨® en Italia, Alemania Federal, Espa?a, Reino Unido, Argentina, Jap¨®n¡ En Latinoam¨¦rica imperaban las dictaduras militares fomentadas desde Washington. La Guerra Fr¨ªa entr¨® en su fase final.
La Uni¨®n Sovi¨¦tica cay¨® en 1989. El mundo pareci¨® calmarse.
?Qu¨¦ nos ocurre ahora? Termin¨® la gran confrontaci¨®n ideol¨®gica del siglo XX, la humanidad ha vivido (pese a las crisis, pese a las grav¨ªsimas insuficiencias) las d¨¦cadas m¨¢s pr¨®speras de su historia, y, sin embargo, dominan las fuerzas disgregadoras. La din¨¢mica dominante es centr¨ªfuga. Los grandes proyectos conciliadores, como la Uni¨®n Europea, muestran s¨ªntomas de decadencia. La sensatez no rinde electoralmente. La polarizaci¨®n no es nueva y resultan evidentes los fallos de gobernanza: hay que adaptar los sistemas a la realidad conformada por la tecnolog¨ªa. Pero existe un problema de base: el odio, el desprecio y la intolerancia ganan terreno. No s¨®lo en las redes. El fen¨®meno va m¨¢s all¨¢ de lo virtual. Estamos declarando la guerra a la historia, a la cultura, a la realidad. A eso que llam¨¢bamos civilizaci¨®n.
No es que la iron¨ªa y el escepticismo, instrumentos muy ¨²tiles para la convivencia, hayan dejado de funcionar. Es a¨²n m¨¢s grave: para muchos, se trata de conceptos incomprensibles; para otros, m¨¢s listos o m¨¢s perversos, son simplemente inaceptables.
Sospecho que en el mundo de hoy no podr¨ªa hacerse popular una serie como la que escribi¨® Guareschi. Para obtener ¨¦xito comercial, el relato deber¨ªa terminar ya en la primera novela, con el linchamiento de Peppone o de Don Camilo. La maldici¨®n de las dos Espa?as que han de helar el coraz¨®n del espa?olito parece extenderse por otras geograf¨ªas e infiltrarse en otros ¨¢mbitos.
Conviene que cada uno se haga una pregunta muy simple: ?podemos seguir viviendo juntos? Si la respuesta es afirmativa, esforc¨¦monos un poco en conseguirlo. Si la respuesta es negativa, disfrutemos mientras podamos. Estas juergas suelen terminar con l¨¢grimas.
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