Apoyar a Assange, luchar por una prensa libre
Diez a?os despu¨¦s de la filtraci¨®n de 250.000 cables diplom¨¢ticos de EE?UU impulsada por el fundador de WikiLeaks, el exdirector de ¡®The Guardian¡¯ Alan Rusbridger critica la indiferencia ante su detenci¨®n
Fue un d¨ªa de mucho drama y casi de comedia bufa. Docenas de periodistas en cinco pa¨ªses se dispon¨ªan a publicar la mayor filtraci¨®n de documentos secretos de la historia. Era una operaci¨®n meticulosa y precisa¡ hasta que todo empez¨® a salir mal.
Ocurri¨® el 28 de noviembre de 2010, hace [el pr¨®ximo s¨¢bado] 10 a?os. La idea era que los peri¨®dicos colaboradores ¡ªThe Guardian, El Pa¨ªs, Der Spiegel, The New York Times y Le Monde¡ª publicaran simult¨¢neamente los cables diplom¨¢ticos proporcionados por WikiLeaks a las 21.30.
Nunca hab¨ªa habido algo parecido a esta filtraci¨®n: millones de documentos clasificados de las profundidades de la Administraci¨®n de Estados Unidos. Hab¨ªan hecho falta meses de trabajo paciente para llegar a aquel momento en el que los periodistas pod¨ªan compartir con el mundo las decenas de historias elaboradas por sus equipos.
Y entonces, en el colmo de la iron¨ªa, la operaci¨®n fue objeto de su propia filtraci¨®n. Unos cuantos ejemplares de Der Spiegel se pusieron en venta por equivocaci¨®n a primera hora de la ma?ana en una tranquila estaci¨®n de tren cerca de Basilea. Un periodista local empez¨® a tuitear, euf¨®rico, las sensacionales historias que estaba leyendo y de pronto hubo que adelantar la publicaci¨®n: cinco directores hicieron historia un poco antes de lo previsto.
Diez a?os despu¨¦s, hemos visto varios casos de colaboraciones y filtraciones similares en todo el mundo. El antiguo empleado de la NSA Edward Snowden facilit¨®, como es sabido, una filtraci¨®n a¨²n mayor de secretos de Estados Unidos en 2013. La era digital hace que sea mucho m¨¢s dif¨ªcil mantener la informaci¨®n a buen recaudo y, desde entonces, hemos podido saber sobre amplios expedientes de datos embarazosos y reveladores relacionados con evasiones de impuestos y malas pr¨¢cticas financieras.
En teor¨ªa, los periodistas deben creer en la transparencia, y creo que la mayor¨ªa de mis colegas de todo el mundo aplaudieron el ejemplo colectivo que sentamos hace 10 a?os, un ejemplo pionero de la capacidad de distintos medios para colaborar en el manejo de un inmenso volumen de datos. Los periodistas est¨¢n entrenados para competir, pero en el siglo XXI estamos aprendiendo a compartir.
Sin embargo, los ¨²ltimos 10 a?os tambi¨¦n han tenido un lado negativo. Quiz¨¢ era inevitable que se produjera una reacci¨®n y as¨ª fue. Varios pa¨ªses han propuesto leyes m¨¢s duras que har¨ªan casi imposible la labor informativa, en particular sobre cuestiones relacionadas con la seguridad nacional.
Hasta ahora, Australia es el pa¨ªs que ha ido m¨¢s lejos, pero en el Reino Unido hay propuestas para aumentar las condenas de prisi¨®n para periodistas no solo por escribir sobre secretos de Estado, sino simplemente por recibir y poseer material que el Estado considere secreto.
Mientras tanto, los dos personajes que tuvieron la m¨¢xima responsabilidad de la filtraci¨®n de los cables diplom¨¢ticos ya han sufrido la suerte que tal vez aguarda a muchos directores y periodistas en el futuro. La fuente de los documentos, Chelsea Manning, fue condenada a prisi¨®n y ha sufrido acoso constante. Y Julian Assange, fundador de WikiLeaks, espera hoy en la c¨¢rcel a que se celebre la vista para decidir si es extraditado a Estados Unidos, con la perspectiva de cumplir una larga condena en una prisi¨®n de m¨¢xima seguridad.
Assange era una figura compleja ya cuando trabajamos con ¨¦l hace 10 a?os. No es ning¨²n secreto que hubo tensiones entre los cinco directores y este personaje esquivo, a partes iguales informante, filtrador, editor, pirata inform¨¢tico, periodista, activista, empresario y anarquista de la informaci¨®n.
Enfrentamientos y desconfianza
Hubo peleas, enfrentamientos y largos periodos de desconfianza mutua y silencio. Me es dif¨ªcil defender algunos de sus comportamientos desde 2016, pero me parece m¨¢s f¨¢cil que a otros periodistas, por lo visto, pensar que es malo para la causa de la libertad de expresi¨®n que ahora nos encojamos de hombros ante su destino.
No cabe duda de que, con sus m¨²ltiples identidades, es f¨¢cil renegar de Assange: ¡°En realidad no es de los nuestros¡±, se justifica la indiferencia. Los periodistas se sienten asediados e inseguros en todo el mundo. No les gusta demasiado la revoluci¨®n digital que parece haber degradado econ¨®micamente su profesi¨®n. No les gustan los blogueros, los aficionados ni los bocazas de las redes sociales. Parece cada vez m¨¢s importante definir la labor de los periodistas profesionales, no hacer causa com¨²n con cualquier guerrero de ordenador.
Pero hacemos mal en ser indiferentes a la suerte de Assange. Muchas cosas de las que le acusan ¡ª animar a una fuente a que le diera m¨¢s materiales o ayudarle a ocultar su identidad¡ª las har¨ªan casi todos los buenos periodistas.
Adem¨¢s, tenemos el inc¨®modo precedente de que Estados Unidos persiga judicialmente a un ciudadano australiano en un tribunal brit¨¢nico por revelar asuntos que considera confidenciales. ?Qu¨¦ pasar¨ªa si un periodista espa?ol residente en Londres tuviera problemas por escribir sobre un programa nuclear secreto en Pakist¨¢n o Israel, por ejemplo? Que Assange sea o no ¡°uno de los nuestros¡± es indudablemente menos importante que el terreno resbaladizo que podr¨ªa abrir su caso para quienes se consideran ¡°verdaderos¡± periodistas.
Por eso, si bien hay que recordar y celebrar la colaboraci¨®n que permiti¨® la publicaci¨®n, hace 10 a?os, de un material muy importante, el proyecto sirve tambi¨¦n como recordatorio punzante de que la libertad de expresi¨®n es una batalla que nunca hay que dar por ganada.
El privilegio de ser periodista ¡ªy, me atrevo a decir, lector de estas revelaciones¡ª va de la mano de la responsabilidad de continuar la lucha centenaria por una prensa libre. Y Julian Assange, al margen de lo que nos parezca personalmente, es hoy parte central de esa lucha.
Alan Rusbridger fue director de ¡®The Guardian¡¯ durante 20 a?os. Hoy preside el Reuters Institute for the Study of Journalism de Oxford y recientemente ha sido escogido para formar parte del Consejo Supervisor de Facebook.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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