La ¨¦pica tarea del profesor John Rawls, el pensador que quiso redise?ar la justicia
El pensador estadounidense, uno de los grandes fil¨®sofos pol¨ªticos del siglo XX, cumplir¨ªa ahora 100 a?os
John Rawls hubiera cumplido 100 a?os este 21 de febrero. Una cifra redonda. Lo son tambi¨¦n los 50 a?os que tiene la obra que le hiciera mundialmente famoso, su Teor¨ªa de la justicia, aparecida a finales de 1971, algo que se dispone a celebrar el establishment acad¨¦mico a lo largo y ancho del globo. Para quienes ya conocen al pensador estadounidense, uno de los grandes fil¨®sofos pol¨ªticos del siglo XX, ese es un recordatorio simp¨¢tico y sin duda merecido; para aquellos a los que dicho nombre no les dice nada, basten un par de brochazos y una advertencia. Empezando por lo ¨²ltimo: no se les ocurra encargar el libro sin m¨¢s, son casi 600 p¨¢ginas de densa filosof¨ªa moral y pol¨ªtica anal¨ªtica; no se deja leer, solo estudiar. A pesar de ello, ha vendido ya m¨¢s de 400.000 ejemplares en su versi¨®n inglesa y est¨¢ traducido a todas las lenguas cultas del mundo.
El misterio de tan extraordinario ¨¦xito lo sac¨® a la luz el historiador Isaiah Berlin cuando dijo de ¨¦l que hab¨ªa que retrotraerse a John Stuart Mill para encontrarse con algo semejante, y que Teor¨ªa de la justicia resucit¨® a la teor¨ªa moral y pol¨ªtica de su letargo. ?Y tanto que lo fue! A partir de esta obra ya nadie pudo practicar la filosof¨ªa pol¨ªtica sin tenerlo como referente, ya fuera para alabarlo o criticarlo. Su gran impacto se explica menos por el contenido de la teor¨ªa, sus conclusiones, que por la forma en la que las fundamenta; por la econom¨ªa con la que establece las distinciones b¨¢sicas y la cantidad de pensamiento complejo que es capaz de filtrar a trav¨¦s de ellas. Desde entonces, la reflexi¨®n sobre esas cuestiones est¨¢ enmara?ada en la red conceptual tejida por Rawls.
La met¨¢fora que mejor define a Rawls es la del mec¨¢nico que encuentra un motor averiado despu¨¦s de d¨¦cadas de mal funcionamiento, lo despieza y lo reconstruye reorganizando de nuevo todas sus partes e incorporando algunos elementos nuevos. Ese viejo motor es el liberalismo, arrinconado entonces por el empuje del neomarxismo y su influencia sobre los movimientos estudiantiles de los sesenta, la explosi¨®n de los derechos civiles y su b¨²squeda de nuevas formas de participaci¨®n pol¨ªtica. Tambi¨¦n por las cr¨ªticas a un sistema pol¨ªtico inmerso en la guerra de Vietnam y sujeto a at¨¢vicas discriminaciones raciales y al poder del dinero. El contexto sociopol¨ªtico es decisivo porque Teor¨ªa de la Justicia busca ofrecer una respuesta al estado de cosas desde la filosof¨ªa pol¨ªtica. Lo que no imaginar¨ªa el t¨ªmido y concienzudo profesor es que su teor¨ªa acabar¨ªa trascendiendo lo acad¨¦mico para convertirse en objeto de debate p¨²blico.
Por su propia modestia nunca lleg¨® a verse a s¨ª mismo ni como estrella acad¨¦mica ni como intelectual p¨²blico a lo Habermas. Lo suyo era encerrarse en el taller para ensayar c¨®mo alcanzar un cada vez mejor engranaje de las piezas de su teor¨ªa y cumplir con sus deberes universitarios ¡ªcon un tacto exquisito, como algunos pudimos comprobar¡ª. Porque la tarea que se hab¨ªa encomendado era ciertamente ¨¦pica. Ni m¨¢s ni menos que dise?ar una teor¨ªa de la justicia para las democracias avanzadas. Lo que se suele ignorar es que detr¨¢s de este objetivo no solo late la curiosidad o la ambici¨®n intelectual; hay tambi¨¦n algo m¨¢s profundo, anclado en una especie de proyecto vital personal, algo movido por el esc¨¢ndalo de la injusticia: la necesidad de poder imaginar que la justicia es posible entre los hombres y que, por tanto, gracias a ella pueda dotarse de sentido a la vida para que cobre as¨ª un verdadero valor. Como le confesara a su disc¨ªpulo T. Pogge, el que esta posibilidad exista y podamos conseguirla nos redime ya con el mundo. No hay que caer en la resignaci¨®n o el cinismo, sino esforzarnos por perseguir esta utop¨ªa realista: dise?ar una concepci¨®n de la justicia ideal pero lo suficientemente cercana a los datos reales como para poder trasladarla despu¨¦s efectivamente a la sociedad.
Su objetivo se cumpli¨® a medias. M¨¢s que por fallos del dise?o, por la propia evoluci¨®n social, que fue apart¨¢ndose cada vez m¨¢s del ideal. El modelo de Rawls, que ha pasado a servir de paradigma de lo que despu¨¦s se llamar¨ªa ¡°liberalismo igualitario¡±, presupone una sociedad en la que existe una radical igualdad de hecho en la garant¨ªa y ejercicio de las libertades, igualdad de oportunidades asegurada y una distribuci¨®n de los recursos econ¨®micos que solo admite pautas de desigualdad si de esta se benefician los sectores menos aventajados. Estos ¨²ltimos tienen una especie de derecho de veto respecto de qu¨¦ asimetr¨ªas econ¨®micas son admisibles. Como criterio hermen¨¦utico que permite asegurar que estas condiciones se cumplen, Rawls a?ade la necesidad de salvaguardar el ¡°autorrespeto¡±, que nadie pueda sentirse preterido en su valor moral. Aboga, por tanto, por una democracia liberal avanzada con un fuerte Estado de bienestar. No es, como bien sabemos, lo que ahora nos describen economistas como Piketty o Milanovic.
A esto se a?ade la existencia de un Estado neutral respecto del pluralismo de concepciones del bien que caracteriza a cualquier sociedad compleja, pero unificado gracias a estos principios de la justicia. Habr¨ªa acerca de estos principios un consenso superpuesto desde la pluralidad de visiones morales, religiosas y filos¨®ficas. Y una uni¨®n respecto de la concepci¨®n de justicia social b¨¢sica, compatible con discrepancias en todo lo dem¨¢s. Por eso ser¨ªa tambi¨¦n una concepci¨®n de la justicia pol¨ªtica.
Lo m¨¢s fascinante es la forma en la que Rawls llega a estas conclusiones, mediante la creaci¨®n de un sofisticado contraf¨¢ctico, la ¡°posici¨®n original¡±, desde la que elegir¨ªamos la m¨¢s adecuada entre diferentes concepciones de la justicia. Su dise?o no es arbitrario, sino que se corresponder¨ªa con las convicciones morales realmente existentes. Uno de los constre?imientos que influyen sobre la elecci¨®n es el ya c¨¦lebre ¡°velo de la ignorancia¡±: en dicha situaci¨®n hipot¨¦tica las partes que adoptan la decisi¨®n desconocen sus caracter¨ªsticas personales espec¨ªficas, aunque s¨ª conocen los rasgos fundamentales de lo que significa vivir en sociedad, la psicolog¨ªa humana y las bases de la organizaci¨®n social.
Como dec¨ªamos al principio, la poderosa fuerza anal¨ªtica del modelo no lo exime de cr¨ªticas ni se ajusta ya a las caracter¨ªsticas de una sociedad globalizada. Pero su proyecto vital lo cumpli¨® con creces: ofrecernos el horizonte de lo que significa vivir en una sociedad justa y c¨®mo acceder a ella. Ahora nos toca a nosotros aproximarla a la realidad. Aunque tengan que pasar otros 50 a?os.
Fernando Vallesp¨ªn es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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