Thomas Mann se indign¨® ante el apoyo internacional a Franco. Se lee en este texto que qued¨® olvidado
Un libro del escritor franc¨¦s Jean-Pierre Barou recupera un texto perdido del Nobel alem¨¢n en el que el autor de ¡®La monta?a m¨¢gica¡¯ se indigna con los intelectuales que callaron
Todos los grandes cr¨ªmenes de este mundo se cometen en nombre de los intereses, que no tienen escr¨²pulos en sus ¡°acciones¡±. Esto es lo que estamos viendo en estos momentos en Espa?a. ?Qui¨¦n podr¨ªa ocupar el papel de oponer las reivindicaciones de la conciencia a todos esos intereses, que no dejan de ser mezquinos aunque se pongan una m¨¢scara solemne, sino el poeta, el hombre de juicio libre? ?l es quien debe alzar la voz y protestar contra un m¨¦todo que sit¨²a al crimen en la base de la pol¨ªtica, violando todos los sentimientos humanos.
No existe desprecio m¨¢s f¨¢cil que aquel con que se cubre al ¡°poeta que baja al ruedo pol¨ªtico¡±. En el fondo, son los intereses los que hablan en estos t¨¦rminos. No quieren una vigilancia que pueda enturbiar sus acciones e invitan al intelectual a recluirse amablemente en ¡°lo espiritual¡±. A cambio, se le permite considerar la pol¨ªtica como algo indigno de su atenci¨®n. ?No debe percibir ¨¦l sin duda que ese falso honor es una recompensa por su complicidad con los intereses a trav¨¦s de su abstenci¨®n? En nuestro tiempo, retirarse a una torre de marfil carece de sentido. Es imposible no darse cuenta de ello en los tiempos que corren.
De hecho, la democracia se concreta en cada uno de nosotros, pues la pol¨ªtica se ha convertido en el asunto de todo el mundo. Nadie puede escapar a ella, pues la presi¨®n inmediata que ejerce sobre cada individuo es demasiado fuerte. ?No es cierto que el hombre al que o¨ªmos decir, como a¨²n sucede, ¡°A m¨ª no me interesa la pol¨ªtica¡± nos parece un ser ¡°chapado a la antigua¡±? No solo nos parece ego¨ªsta e irreal, sino adem¨¢s una falsedad bastante est¨²pida. No es tanto una prueba de ignorancia como de una indiferencia moral. (¡) Quiz¨¢ me pregunten qu¨¦ entiendo por ¡°esp¨ªritu¡± o por ¡°intereses¡±. Pues bien, lo espiritual, considerado desde el punto de vista pol¨ªtico y social, es la aspiraci¨®n de los pueblos a mejorar sus condiciones de vida, a hacerlas m¨¢s justas y felices, mejor adaptadas a la dignidad humana. Lo espiritual es la aprobaci¨®n de ese deseo por parte de los hombres de buena voluntad. (¡) El bando de los intereses est¨¢ interviniendo en Espa?a y la destruye con una falta de pudor desconocida hasta la fecha.
Lo que viene sucediendo en ese pa¨ªs desde hace meses constituye el esc¨¢ndalo m¨¢s inmundo de la historia humana. ?Pero es que el mundo no se da cuenta? Me temo que no, porque los intereses asesinos no saben hacer nada mejor que volver al mundo est¨²pido, ocultar su verdadero car¨¢cter. El otro d¨ªa me lleg¨® esta informaci¨®n desde el lugar m¨¢s sombr¨ªo de Europa: Alemania. ¡°?Qui¨¦n habr¨ªa podido imaginar que, cayendo del cielo azul, los Rojos de Espa?a fueran capaces de tales horrores?¡±. ?Los Rojos! ?Cayendo del cielo azul!
Todo el mundo sabe lo poco revolucionarias que eran las reformas del Frente Popular espa?ol, esa alianza de republicanos y socialistas sellada por una victoria electoral decisiva y leg¨ªtima. ?Es que ya no tenemos coraz¨®n? ?Ni raz¨®n? (...) De hecho, [los intereses] ocultan los instintos m¨¢s bajos bajo la m¨¢scara de ideas de cultura, de Dios, de orden y de patria. Un pueblo que vive bajo el yugo de una explotaci¨®n de las m¨¢s reaccionarias desea una existencia m¨¢s clara y humana, un orden social que cree que le permitir¨¢ ser m¨¢s digno de su propia humanidad. Para este pueblo la libertad y el progreso no son a¨²n nociones ro¨ªdas por la iron¨ªa y el escepticismo. Cree en ellas como los valores m¨¢s altos y dignos de su esfuerzo. Incluso ve en ellas las condiciones de su honor como naci¨®n. Este pueblo se ha proporcionado un gobierno que se propone remediar¡ª procediendo con prudencia y teniendo en cuenta las circunstancias particulares¡ª los abusos m¨¢s indignantes. ?Qu¨¦ sucede a continuaci¨®n? Estalla una rebeli¨®n de generales al servicio de las antiguas potencias explotadoras, estalla con la complicidad del extranjero. La rebeli¨®n fracasa, est¨¢ a punto de perder, y entonces los gobiernos extranjeros, enemigos de la libertad, acuden en su ayuda y, a cambio de promesas de ventajas econ¨®micas en caso de victoria, proporcionan a los insurgentes dinero, hombres y material de guerra. Gracias a estos alimentos, la lucha sangrienta prosigue, engendrando en ambos bandos una crueldad cada d¨ªa m¨¢s implacable. Contra el pueblo que lucha desesperadamente por su libertad y sus derechos humanos, se lleva a la batalla a tropas de sus propias colonias. Los bombarderos extranjeros destruyen las ciudades, asesinan a los ni?os. Y todos esos se hacen llamar ¡°nacionales¡±. Esos cr¨ªmenes que claman al cielo se llevan a cabo en nombre de Dios, del orden y de la belleza. Si las cosas hubiesen sucedido conforme a los deseos de la prensa de los intereses, hace tiempo que la capital del pa¨ªs deb¨ªa haber ca¨ªdo y las ¡°bandas marxistas¡± deb¨ªan haber sido vencidas. Pero la capital, medio destruida, a¨²n se mantiene en pie, al menos en el momento en que estas l¨ªneas se escriben, y las ¡°bandas rojas¡±, seg¨²n el nombre que prefiere la prensa de los intereses, es decir, el pueblo espa?ol, defienden su vida y los valores en los que creen con una valent¨ªa sobrehumana, una valent¨ªa en la que los m¨¢s embrutecidos escuderos de los intereses deber¨ªan encontrar la materia de reflexi¨®n que podr¨ªa llevarlos a descubrir las fuerzas morales que est¨¢n en juego.
El derecho de los pueblos a definirse a s¨ª mismos goza hoy del mayor respeto oficial. Incluso nuestras dictaduras y Estados totalitarios se emplean a fondo en hacernos creer que tienen entre el 90% y el 98% del pueblo de su lado. Pues bien, si una cosa est¨¢ clara es la siguiente: los oficiales rebeldes sublevados contra la Rep¨²blica espa?ola no tienen al pueblo con ellos. Y por el momento no pueden cambiar ese punto. De entrada, est¨¢n obligados a crear la posibilidad de cambiar esa informaci¨®n con la ayuda de ¨¢rabes y de soldados extranjeros. Si bien no podemos decir con exactitud qu¨¦ es lo que quiere el pueblo espa?ol, s¨ª podemos decir lo que no quiere: la dictadura del general Franco. La cuesti¨®n es que los gobiernos europeos, interesados en ver morir la libertad, han reconocido el poder de ese rebelde como el ¨²nico legal, y esto en plena Guerra Civil, esa guerra que a¨²n contin¨²a gracias a su apoyo, si es que no la han provocado ellos. Ellos, que en sus pa¨ªses muestran en todo lo relativo a la alta traici¨®n cierta dureza ¡ªes lo m¨ªnimo que podemos decir¡ª, apoyan a un hombre que entrega su propio pa¨ªs al extranjero. Ellos, que se hacen llamar ¡°nacionalistas¡±, ponen todo en marcha para llevar al poder a un partisano que no se preocupa por la independencia del pa¨ªs, siempre que ¨¦l consiga abatir la libertad y los derechos humanos. Este general declara que prefiere la muerte de dos tercios antes que ver reinar al marxismo, es decir, antes de contemplar la llegada de un orden mejor, m¨¢s justo y humano. Dejando de lado cualquier sentimiento de humanidad: ?es esto nacional? ?Qu¨¦ partido tiene m¨¢s derecho a hacerse llamar nacional? Me llamar¨¢n bolchevique, pero no puedo no pronunciarme en favor del derecho en el conflicto entre el derecho y la fuerza.
Este texto olvidado del escritor Thomas Mann (Lubeca, 1875-Zurich, 1955), Nobel de Literatura de 1929, est¨¢ incluido en el libro ¡®La guerra de Espa?a: reconciliar a los vivos y los muertos¡¯, de Jean-Pierre Barou, que la editorial Arpa publica el 3 de febrero.
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