No tenemos que salvar a la filosof¨ªa. Es la filosof¨ªa la que nos debe salvar a nosotros
Es falso que esta disciplina est¨¦ en peligro de extinci¨®n: aunque le espere una nueva Edad Media, seguir¨¢ avanzando enmascarada hasta volver a renacer. Pero para ello necesita aire fresco, no respiraci¨®n artificial
La filosof¨ªa no es un oso blanco al borde de la extinci¨®n haciendo equilibrios sobre un trozo de hielo. La filosof¨ªa vio desaparecer el mundo griego, el Imperio Romano y la Edad Media, y ahora espera a ver, con divertida curiosidad, en qu¨¦ nuevo delirio se transforma nuestro mundo. La filosof¨ªa tampoco es una anciana consagrada a enterrarnos a todos gracias a su mala salud de hierro. Es un caballo de batalla que salta sobre las cabezas de aquellos que le clavan sus lanzas. S¨®crates fue condenado, Hipatia masacrada, Bruno quemado, Spinoza anatemizado, Diderot encarcelado. Y aun as¨ª nadie recuerda los nombres de aquellos pr¨ªncipes o sacerdotes que los hostigaron, y a¨²n menos el de los banqueros, soldados o celebridades que los ignoraron. Aunque a la filosof¨ªa le espere una nueva Edad Media, seguir¨¢ avanzando enmascarada hasta que vuelva a renacer, como Atenea, pertrechada con todas sus armas.
?Quiere decir esto que no debemos defender su presencia en primaria, en secundaria y en la universidad, por no decir en la prensa, en los Parlamentos y en las calles? Para nada, debemos hacerlo. Pero no por las razones que solemos aducir. Primero, porque, como acabamos de ver, es falso que la filosof¨ªa est¨¦ en peligro de extinci¨®n (y la falsedad, por muy efectiva que pueda parecer en t¨¦rminos propagand¨ªsticos, es un bumer¨¢n que acaba regresando desde el ¨¢ngulo m¨¢s inesperado, y doloroso). Segundo, porque ni siquiera es efectivo, pues ?a qui¨¦n puede parecerle atractiva una actividad cuyos defensores no hacen m¨¢s que llorar en procesi¨®n tras sus reliquias? Eso podr¨ªa despertar la compasi¨®n de la gente, mas no su deseo. La filosof¨ªa necesita aire fresco, no respiraci¨®n artificial. Y para d¨¢rselo ser¨ªa bueno abrir de par en par una nueva perspectiva: que no es la filosof¨ªa la que debe ser salvada por nosotros, sino que somos nosotros los que debemos ser salvados por la filosof¨ªa.
A muchos les sonar¨¢ raro el t¨¦rmino ¡°salvaci¨®n¡± (si bien el mismo nombre de Epicuro fue traducido como ¡°el que socorre¡± o ¡°el que salva¡±). Lo cierto es que, en sus or¨ªgenes, la filosof¨ªa era concebida como una soteriolog¨ªa laica; esto es, como una teor¨ªa y una pr¨¢ctica de la salvaci¨®n, entendida como el arte de buscar en esta vida una cierta felicidad, individual y colectiva, sin la ayuda de los dioses, sino s¨®lo gracias a nuestra raz¨®n y a nuestro esfuerzo. Para lograrlo, la filosof¨ªa ofrec¨ªa toda una serie de pr¨¢cticas que hab¨ªan de servir para incorporar las ideas filos¨®ficas que uno deseaba para s¨ª. Hoy en d¨ªa, esas pr¨¢cticas, como la conversi¨®n, el examen de conciencia o la ejercitaci¨®n existencial, nos suenan religiosas, pero, tal y como aprendimos leyendo a Pierre Hadot, en la Antig¨¹edad eran competencia casi exclusiva de la filosof¨ªa o la pol¨ªtica. In illo tempore, la religi¨®n no reclamaba para s¨ª la interioridad de las personas, como s¨ª lo har¨ªa m¨¢s adelante el cristianismo, quien se apropi¨® de todos esos m¨¦todos existenciales. Despojada de su funci¨®n principal, la filosof¨ªa se convirti¨® en esclava de la teolog¨ªa, esto es, en una actividad meramente te¨®rica, reducida a demostrar unos dogmas intangibles fijados a priori por la religi¨®n.
Durante el Renacimiento, el humanismo intent¨® devolverle a la filosof¨ªa sus competencias originales. ¡°Lo que le das a los hombres se lo quitas a Dios¡±, le espet¨® Lutero a Erasmo. Los Ensayos de Montaigne son a la vez una conversi¨®n, un examen de conciencia y unos ejercicios espirituales (en este caso, epic¨²reos y esc¨¦pticos). Aquejada de un s¨ªndrome de Estocolmo de m¨¢s de 1.000 a?os, la filosof¨ªa moderna regres¨® velozmente al redil de la teor¨ªa, y le devolvi¨® la esfera de la pr¨¢ctica a la religi¨®n, primero, y a la psicolog¨ªa y a la autoayuda, despu¨¦s. Desde entonces, salvo algunas excepciones, la filosof¨ªa acad¨¦mica ha languidecido entregada a lo te¨®rico y a lo abstracto, cuando no directamente a lo abstruso. Valga como prueba el hecho de que buena parte de la gran filosof¨ªa de los ¨²ltimos siglos se haya hecho en libertad, fuera de los zool¨®gicos acad¨¦micos: Erasmo, Montaigne, Spinoza, Hume, Diderot, Nietzsche, Emerson, Camus.
Pero no se trata s¨®lo de una cuesti¨®n religiosa o acad¨¦mica, sino tambi¨¦n pol¨ªtica. Pues el capitalismo tambi¨¦n se acab¨® interesando por ese conjunto de pr¨¢cticas existenciales con las que ha logrado conformar un verdadero sistema de adoctrinamiento. As¨ª, frente a la salvaci¨®n laica de la filosof¨ªa, entendida como b¨²squeda de la felicidad individual y social, el capitalismo ha impuesto su propia happycracia, que sirve para hiperresponsabilizar a los individuos e invisibilizar el poder, tal y como han estudiado Cabanas e Illouz. Frente a las virtudes cl¨¢sicas, como la sabidur¨ªa pr¨¢ctica, el autocontrol, la persistencia y la justicia, que buscan la liberaci¨®n de los individuos respecto de los sometimientos exteriores e interiores, el capitalismo ha difundido las virtudes de la emprendedur¨ªa, la creatividad, la reinvenci¨®n y la asertividad, que han transformado nuestra existencia en un medio de producci¨®n. ?Pero todo esto no es filosof¨ªa? ?La idea de fin de la historia no es filosof¨ªa de la historia? ?La concepci¨®n del hombre como un ser interesado y ego¨ªsta no es antropolog¨ªa filos¨®fica? ?La pr¨¢ctica de la posverdad no implica toda una epistemolog¨ªa? ?Y la noci¨®n de mano invisible del mercado o el Volksgeist no son pura metaf¨ªsica?
La verdad es que nunca ha habido m¨¢s filosof¨ªa que hoy en d¨ªa. Lo ¨²nico es que ha ca¨ªdo, de nuevo, en las manos de los poderosos, que parecen ser los ¨²nicos en darse cuenta de su utilidad, pues, gracias a ella, su dominio se ha vuelto invisible e ¨ªntimo, casi religioso. Por eso la quieren s¨®lo para ellos, y ya les va bien que sigamos defendi¨¦ndola como una disciplina te¨®rica, algo arcaica e in¨²til, aunque muy valiosa. Pero mientras no dejemos de represent¨¢rnosla como un jarr¨®n chino, ¨¦sta no cambiar¨¢ de manos (o se romper¨¢ en el forcejeo). Por eso, adem¨¢s de una mayor presencia de la filosof¨ªa en el sistema educativo, necesitamos tomar conciencia de los modos ¡°filos¨®ficos¡± con los que el poder nos domina, y asumir que no es la filosof¨ªa la que debe ser salvada, sino que somos nosotros los que debemos salvarnos por la filosof¨ªa. Qui¨¦n nos iba a decir que ¨¦ramos nosotros el oso blanco que hac¨ªa equilibrios sobre el trozo de hielo de la filosof¨ªa. Si le prend¨¦is fuego, nos hundiremos. Una pena por nosotros. ?Y la filosof¨ªa? Ya resurgir¨¢ con el invierno.
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