Qu¨¦ man¨ªa con hacer lecturas intelectuales de ¡®Peppa Pig¡¯ y otros fen¨®menos de la cultura pop
?Tiene sentido citar a pensadores como Michel Foucault o a Walter Benjamin para analizar el ¨²ltimo estreno de la Marvel, o una pel¨ªcula comercial como ¡®Dune¡¯?
Cuando sali¨® de ver la nueva versi¨®n de Dune, de Denis Villeneuve, el columnista del Financial Times Janan Ganesh se sent¨® al ordenador y mand¨® una pieza a su peri¨®dico, como seguramente hicieron tantos y tantos colegas suyos. Empez¨® resumiendo el argumento, pero se detuvo abruptamente: ¡°No, lo siento, no puedo seguir¡±, escribi¨®. Despu¨¦s de componer cientos de comentarios parecidos sobre la pel¨ªcula o la serie del a?o, Ganesh dio un golpe en la mesa y se pregunt¨® qu¨¦ diablos estaba haciendo su generaci¨®n ¡ªlos mileniales o cuarentones¡ª con la cultura pop. ?Iba a contribuir ¨¦l mismo al farfulleo con otra rese?a llena de claves, citas, referencias, contextos e interpretaciones? Acababa de ver Dune y le hab¨ªa gustado, pero eso no era motivo para escribir sobre ella como si fuese una ¨®pera de Schoenberg o la refutaci¨®n de la fenomenolog¨ªa de Hegel. Era una peli divertida y entretenida que no aspiraba m¨¢s que a divertir y entretener: ?por qu¨¦ intelectualizarla tanto?
El art¨ªculo de Ganesh lleva un t¨ªtulo imperativo y militante (Dejad de intelectualizar la cultura pop) y abre una espita inc¨®moda en el debate cultural. Por un lado, nos obliga a preguntarnos si toda esa ret¨®rica con la que hablamos de la tele (como fen¨®meno popular por antonomasia), los c¨®mics, el pop y el cine que no quiere ser arte ni ensayo no es m¨¢s que pedanter¨ªa vacua para elevar a experiencias est¨¦ticas sublimes los placeres culpables. Por otro lado, esa man¨ªa de hacer lecturas intelectuales hasta de Peppa Pig tal vez sea s¨ªntoma de un cierto analfa?betismo cultural: la erudici¨®n sobre Los Simpson puede tapar lagunas graves en cine y literatura. Se presume mucho de saberlo todo sobre dibujos animados para adultos para disimular que nunca se ha abierto un libro de Dickens.
El humor de los Monty Python se basaba en dislocar los c¨®digos de la pedanter¨ªa. Eran recurrentes sus parodias de eruditos que analizaban cualquier tonter¨ªa con la seriedad y la pompa propias de un catedr¨¢tico de Cambridge. Un chiste verde se trataba como si fuera un soneto de Shakespeare. ?Nos hemos convertido en esos personajes de los Monty Python? Cada vez que alguien cita a Michel Foucault o a Walter Benjamin para anali?zar el ¨²ltimo taquillazo de Marvel, o recurre al concepto de la banalidad del mal de Hannah Arendt para interpretar la docuserie de true crime de moda, ?no est¨¢ haciendo el mismo rid¨ªculo que John Cleese con un mon¨®culo parodiando al cr¨ªtico literario del Times?
La pregunta es tanto m¨¢s pertinente cuanto la catedr¨¢tica m¨¢s famosa de Cambridge hoy, Mary Beard, es una se?ora llana y risue?a que recorre los yacimientos arqueol¨®gicos en bici, con deportivas de colores y contando chistes sobre las costumbres fecales de los romanos. Quiz¨¢, cuando todo el mundo se toma en serio y se las da de erudito, a los verdaderos eruditos no les queda m¨¢s remedio que ser sencillos y populares, pero inquieta mucho que haya tanto friki experto en Star Wars con ¨ªnfulas de sabio solemne y tanto sabio de letras cl¨¢sicas con el aspecto del vecino del sexto cuando sale a tender al patio.
Ha llegado el momento de ponerme fatuo yo mismo y convocar la autoridad de los fil¨®sofos. En el fondo, este debate indica que a estas alturas del siglo XXI tenemos el XX a medio digerir. M¨¢s de 70 a?os despu¨¦s de que Theodor Adorno y Max Horkheimer escribiesen Dial¨¦ctica del iluminismo, m¨¢s de 80 desde que Walter Benjamin escribiera La obra de arte en la ¨¦poca de su reproductibilidad t¨¦cnica y casi 100 despu¨¦s de que Ortega y Gasset se adelantase a los fil¨®sofos alemanes con La deshumanizaci¨®n del arte, seguimos dando vueltas al mismo molino. El canon, el buen gusto y el criterio siguen siendo objeto de dispu?ta: hoy como entonces, nos peleamos por acotar qu¨¦ es cultura y qu¨¦ no lo es. En apariencia, la frontera con muros, vigilantes y garitas que hab¨ªa entre la alta cultura y la cultura popular hace tiempo que se derrib¨®, y cualquier persona culta puede mezclar en una conversaci¨®n sus entusiasmos por los pasajes ensay¨ªsticos de Guerra y paz con su admiraci¨®n por El madrile?o, de C. Tangana, y solo un estirado elitista de la peor y m¨¢s rancia estofa se atrever¨¢ a afearle la combinaci¨®n. Pero esta armon¨ªa entre las cejas altas y las bajas es solo una pose. Siguiendo a Bourdieu (el ¨²ltimo fil¨®sofo recurrente que quedaba por citar), se presume de cultura pop para estar a tono con la sociedad y la clase social a la que se pertenece. Hoy aporta m¨¢s distinci¨®n (y permite ligar m¨¢s) citar frases de las novelas policiacas de Mankell que una estrofa de La tierra bald¨ªa [de T. S. Eliot].
?Debemos dejar de intelectualizar la cultura pop? De ninguna manera. Por m¨¢s que esa intelectualizaci¨®n produzca toneladas de impostura, pedanter¨ªa, ignorancia y prejuicios, el an¨¢lisis serio de la cultura popular contempor¨¢nea es una conquista intelectual irrenunciable. Aguantar a frikis marisabidillos es un peque?o precio a cambio de iluminar y comprender la importancia y la influencia de unas creaciones sin las que no se entender¨ªa nada de nuestra ¨¦poca. Sin duda, George Lucas no quer¨ªa subvertir los l¨ªmites del arte con sus pelis de naves espaciales, pero su influencia ha sido tan descomunal que merece una atenci¨®n id¨¦ntica a la que se dedica a Homero, que tampoco pensaba en romper los esquemas de la literatura de vanguardia cuando compil¨® esos versos populares que los aedos cantaban de pueblo en pueblo.
Conviene no olvidar que el romancero, las leyendas medievales e incluso las tragedias de Shakespeare fueron la cultura popular de su tiempo. Se concibieron para el disfrute irreflexivo y espont¨¢neo de todo tipo de p¨²blicos. En muchos casos, han pasado al canon de la ceja alta por el mero transcurrir de los siglos, as¨ª como los edificios feos y anodinos se hacen admirables y dignos de estudio cuando devienen ruinas. Si los poetas gallitos y se?oritingos de hace 100 a?os no hubieran abordado el cante jondo con la misma admiraci¨®n con que escuchaban a Mozart, hoy el flamenco no ser¨ªa el arte indiscutible que es y sus estrellas no saldr¨ªan en las p¨¢ginas de cultura de este peri¨®dico. La misma suerte habr¨ªa corrido el jazz sin los intelectuales que lo sublimaron en Par¨ªs en los a?os cincuenta, y tal vez el cine no ser¨ªa arte (ni siquiera el s¨¦ptimo) sin el entusiasmo plasta de la redacci¨®n de Cahiers du Cin¨¦ma. Hay que intelectualizar, porque las chorradas de hoy son los monumentos culturales de ma?ana.
Suscr¨ªbete aqu¨ª a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.