Los nazis robaron a los jud¨ªos hasta la identidad
Los oficiales de las SS sab¨ªan que el sistema que destruye a su v¨ªctima antes de que suba al pat¨ªbulo es el mejor, escribe Hannah Arendt en su texto sobre el juicio a Eichmann, incluido en un recopilatorio de su obra que adelanta ¡®Ideas¡¯
Los periodistas asistieron a las sesiones durante dos semanas, y, luego, la composici¨®n del p¨²blico cambi¨® radicalmente. Se dijo que el p¨²blico estar¨ªa integrado por israelitas que, debido a su juventud, desconoc¨ªan la triste historia vivida por sus mayores, y por otros, como los jud¨ªos orientales, que jam¨¢s tuvieron informaci¨®n al respecto. Se pretend¨ªa que el juicio sirviera para demostrarles lo que significaba vivir entre no jud¨ªos, para convencerlos de que los jud¨ªos tan solo pod¨ªan vivir con dignidad en Israel. A los corresponsales de prensa se les explic¨® esta lecci¨®n mediante un folleto, gratuitamente repartido, sobre el ordenamiento jur¨ªdico israelita. Su autora, Doris Lankin, citaba una sentencia del Tribunal Supremo, en cuya virtud dos hombres que hab¨ªan ¡°secuestrado a sus respectivos hijos, y los hab¨ªan trasladado a Israel¡±, fueron obligados a devolver los ni?os a sus madres, quienes viv¨ªan en el extranjero, ya que a estas correspond¨ªa la custodia legal de los menores. La autora, tan orgullosa de esta r¨ªgida aplicaci¨®n de la ley, como el fiscal Hausner lo estaba de sus deseos de incluir en la acusaci¨®n los asesinatos de individuos no jud¨ªos, a?ad¨ªa que la sentencia referida se hab¨ªa dictado ¡°pese a que al dar a las madres la custodia de los ni?os, estos se ver¨ªan obligados a vivir en t¨¦rminos de desigualdad, entre elementos hostiles, en la Di¨¢spora¡±. Al irse los corresponsales, el p¨²blico no qued¨® formado por gente joven, ni tampoco por israelitas, sino que lo integraron los ¡°supervivientes¡±, gentes maduras o de edad avanzada, emigrantes llegados de Europa, como yo misma (¡), que en modo alguno necesitaban presenciar el juicio para extraer sus conclusiones. Mientras los testigos, interminablemente, relataban escenas de horror, los asistentes escuchaban el relato p¨²blico de historias que no hubieran podido soportar si sus protagonistas se las hubieran contado cara a cara. A medida que iba revel¨¢ndose la magnitud ¡°de las penalidades sufridas por el pueblo jud¨ªo en la presente generaci¨®n¡±, y a medida que la ret¨®rica de Hausner adquir¨ªa m¨¢s ampulosidad, la figura del hombre en el interior de la cabina de vidrio se hac¨ªa m¨¢s p¨¢lida y fantasmal. Aquella figura no daba signos de vida, ni siquiera cuando el dedo acusador lo se?alaba [al acusado, Adolf Eichmann], y la voz indignada clamaba: ¡°?Y aqu¨ª est¨¢ sentado el monstruo responsable de lo ocurrido!¡±.
El relato de las escalofriantes atrocidades produjo el efecto de anular el aspecto teatral del juicio. Todo juicio p¨²blico se parece a una representaci¨®n dram¨¢tica, por cuanto uno y otra se inician y terminan bas¨¢ndose en el sujeto activo, no en el sujeto pasivo o v¨ªctima. Un juicio teatral, espectacular, necesita mucho m¨¢s que un juicio ordinario un claro y bien definido relato de los hechos, y del modo en que fueron ejecutados. El elemento central de un juicio tan solo puede ser la persona que cometi¨® los hechos ¡ªen este aspecto es como el h¨¦roe de un drama¡ª, y si tal persona sufre, debe sufrir por lo que ha hecho, no por los sufrimientos padecidos por otros en virtud de sus actos. Y entre todos los presentes, el presidente del tribunal era quien mejor sab¨ªa lo que acabamos de decir, pese a que tuvo que ver c¨®mo el juicio se transformaba en una sucesi¨®n de relatos atroces, en ¡°un nav¨ªo sin tim¨®n, a merced de las olas¡±. (¡)
El juicio nunca lleg¨® a ser un drama, pero el espect¨¢culo que David Ben Gurion [entonces primer ministro israel¨ª] se propuso ofrecer al p¨²blico s¨ª tuvo lugar, o, para decirlo de otro modo, las ¡°lecciones¡± que pretend¨ªa dar a jud¨ªos y gentiles, a israelitas y ¨¢rabes, al mundo entero, efectivamente se dieron (¡). Ben Gurion las hab¨ªa esbozado, antes de que el juicio comenzara, en varios art¨ªculos period¨ªsticos encaminados a explicar por qu¨¦ Israel hab¨ªa raptado al acusado. Una de las lecciones estaba dirigida al mundo no jud¨ªo: ¡°Queremos dejar bien sentado ante todas las naciones que millones de personas, por el solo hecho de ser jud¨ªos, y millones de ni?os, por el solo hecho de ser ni?os jud¨ªos, fueron asesinados por los nazis¡±. O dicho con las palabras de Davar, ¨®rgano del movimiento Mapai de Ben Gurion: ¡°Queremos que la opini¨®n p¨²blica sepa que no solo la Alemania nazi fue la culpable de la destrucci¨®n de seis millones de jud¨ªos europeos¡±. Sirv¨¢monos de nuevo de las palabras de Ben Gurion: ¡°Queremos que todas las naciones sepan (¡) que deben avergonzarse¡±.
Los jud¨ªos de la Di¨¢spora deb¨ªan recordar que el juda¨ªsmo, ¡°con cuatro mil a?os de antig¨¹edad, con sus creaciones en el mundo del esp¨ªritu, con sus empe?os ¨¦ticos, con sus mesi¨¢nicas aspiraciones¡±, se hab¨ªa enfrentado siempre con un ¡°mundo hostil¡±; que los jud¨ªos hab¨ªan degenerado hasta el punto de dirigirse obedientemente, como corderos, hacia la muerte; y que tan solo la formaci¨®n de un Estado jud¨ªo hab¨ªa hecho posible que los jud¨ªos se defendieran, tal como lo hizo Israel en su guerra de independencia, en la aventura de Suez, y en los casi cotidianos incidentes de las peligrosas fronteras israelitas. Y si bien los jud¨ªos que viv¨ªan fuera de Israel tendr¨ªan ocasi¨®n de ver la diferencia entre el hero¨ªsmo israelita y la abyecta obediencia judaica, tambi¨¦n era cierto que los jud¨ªos de Israel aprender¨ªan una lecci¨®n distinta: ¡°La generaci¨®n de israelitas formada despu¨¦s del holocausto¡± estaba en peligro de perder su sentido de vinculaci¨®n al pueblo jud¨ªo y, en consecuencia, a su propia historia: ¡°Es necesario que nuestra juventud recuerde lo ocurrido al pueblo jud¨ªo. Queremos que sepa la m¨¢s tr¨¢gica faceta de nuestra historia¡±. Finalmente, otro de los motivos de juzgar a Eichmann era el de ¡°descubrir a otros nazis y otras actividades nazis, como, por ejemplo, las relaciones existentes entre los nazis y algunos dirigentes ¨¢rabes¡±. (¡)
El contraste entre el hero¨ªsmo de Israel y la abyecta obediencia con que los jud¨ªos iban a la muerte ¡ªllegaban puntualmente a los puntos de embarque, por su propio pie, iban a los lugares en que deb¨ªan ser ejecutados, cavaban sus propias tumbas, se desnudaban y dejaban ordenadamente apiladas sus ropas, y se tend¨ªan en el suelo uno al lado del otro para ser fusilados¡ª parec¨ªa un excelente argumento, y el fiscal le sac¨® todo el partido posible al formular a los testigos, uno tras otro, preguntas como: ¡°?Por qu¨¦ no protest¨®?¡±, ¡°?Por qu¨¦ subi¨® a aquel tren?¡±, ¡°All¨ª hab¨ªa quince mil hombres, y solo unos centenares de guardianes, ?por qu¨¦ no los arrollaron?¡±. Pero la triste verdad es que el argumento carec¨ªa de base, debido a que, en aquellas circunstancias, cualquier grupo de seres humanos, jud¨ªos o no, se hubiera comportado tal como estos se comportaron.
Hace diecis¨¦is a?os, cuando a¨²n nos hall¨¢bamos bajo la reciente impresi¨®n que los acontecimientos causaron en nosotros, David Rousset, quien hab¨ªa estado recluido en Buchenwald, describi¨® lo que ocurr¨ªa en los campos de concentraci¨®n: ¡°El triunfo de las SS exig¨ªa que las v¨ªctimas torturadas se dejaran conducir a la horca sin protestar, que renunciaran a todo hasta el punto de dejar de afirmar su propia identidad. Y esta exigencia no era gratuita. No se deb¨ªa a capricho o a simple sadismo. Los hombres de las SS sab¨ªan que el sistema que logra destruir a su v¨ªctima antes de que suba al pat¨ªbulo es el mejor, desde todos los puntos de vista, para mantener a un pueblo en la esclavitud, en total sumisi¨®n. Nada hay m¨¢s terrible que aquellas procesiones avanzando como mu?ecos hacia la muerte¡± (Les Jours de notre mort, 1947).
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