As¨ª era Am¨¦rica antes de que Col¨®n la descubriera
La idea de que el continente estaba asilvestrado hasta que llegaron los conquistadores es obsoleta, escribe el periodista Charles C. Mann. Hab¨ªa grandes ciudades con agua corriente gracias al comercio
Imaginemos, por un momento, un viaje imposible: tomamos un avi¨®n y despegamos del este de Bolivia, pero estamos en el a?o 1000 d. C., y realizamos un vuelo de reconocimiento a lo largo de todo el hemisferio occidental. ?Qu¨¦ ser¨ªa visible desde las ventanillas del aparato? Hace cincuenta a?os, la mayor parte de los historiadores habr¨ªan dado una respuesta muy simple a esta pregunta: dos continentes absolutamente asilvestrados, poblados muy escasamente por bandas dispersas cuyo modo de vida apenas habr¨ªa cambiado nada desde la ¨²ltima glaciaci¨®n. Las ¨²nicas excepciones ser¨ªan M¨¦xico y Per¨², donde los mayas y los ancestros de los incas avanzaban casi a rastras hacia los comienzos de la Civilizaci¨®n.
Hoy, la idea que tenemos es completamente distinta en casi todos los sentidos. Imaginemos que ese avi¨®n del primer milenio vuela hacia el oeste, desde los p¨¢ramos del Beni (Bolivia) a las cumbres de los Andes. Nada m¨¢s iniciar el trayecto, se encuentran los caminos elevados y los canales que se ven actualmente, con la peculiaridad de que est¨¢n en perfectas condiciones y repletos de gente. (Hace cincuenta a?os, esos trabajos de preparaci¨®n del terreno realizados en tiempos prehist¨®ricos eran casi del todo desconocidos incluso para quienes viv¨ªan en las inmediaciones). Al cabo de poco m¨¢s de ciento cincuenta kil¨®metros, el avi¨®n gana altura para salvar las monta?as, y la panor¨¢mica de la historia vuelve a cambiar. Hasta hace relativamente poco, los investigadores habr¨ªan dicho que las tierras altas, en el a?o 1000, estaban ocupadas por peque?as localidades muy diseminadas, y que solo hab¨ªa dos o tres grandes ciudades con s¨®lidas construcciones de piedra. Las m¨¢s recientes investigaciones arqueol¨®gicas han servido para revelar que en esta ¨¦poca en los Andes exist¨ªan dos Estados en la monta?a, cada uno de ellos mucho m¨¢s extenso de lo que previamente se supon¨ªa.
El Estado m¨¢s cercano al Beni ten¨ªa su centro en torno al lago Titicaca, una masa de agua andina de ciento ochenta kil¨®metros de longitud, a caballo entre la frontera de Per¨² y Bolivia. La mayor parte de esta regi¨®n se encuentra a una altitud de 3.600 metros, tal vez m¨¢s. Los veranos son cortos; los inviernos, l¨®gicamente, largos. Esta ¡°tierra desolada, g¨¦lida ¡ªcomo escribi¨® el aventurero Victor von Hagen¡ª era a todas luces el ¨²ltimo lugar en el que uno podr¨ªa dar por hecho que se hubiera desarrollado una cultura¡±. Lo cierto es que el lago y sus alrededores son relativamente templados, y que la tierra circundante est¨¢ menos expuesta a las heladas que las zonas altas que la rodean. Aprovech¨¢ndose de ese clima m¨¢s o menos benigno, la poblaci¨®n de Tiahuanaco, uno de los muchos asentamientos que han existido alrededor del lago, comenz¨® a florecer despu¨¦s del a?o 800 a. C. con el drenaje de los humedales que flanqueaban los r¨ªos que iban a dar al lago, casi todos procedentes del sur. Mil a?os despu¨¦s, la poblaci¨®n hab¨ªa crecido hasta el punto de ser sede de un extenso sistema de gobierno, una suerte de ciudad-Estado, tambi¨¦n llamado Tiahuanaco.
Al ser no tanto un Estado centralizado como un conjunto de ayuntamientos unidos por la ¨¦gida religioso-cultural del centro de los mismos, Tiahuanaco se benefici¨® de las diferencias ecol¨®gicas extremas que tienen lugar entre la costa del Pac¨ªfico, las monta?as escarpadas y el altiplano, y lleg¨® a crear una tupida red de intercambios: pescado del mar, llamas del altiplano y frutas, verduras y cereales de los campos que rodeaban el lago. Gracias a la acumulaci¨®n de la riqueza, la ciudad de Tiahuanaco lleg¨® a ser una maravilla de pir¨¢mides en terrazas y grandes monumentos. Los muelles y diques de piedra se adentraban en las aguas del lago Titicaca, y a sus costados se api?aban las barcas de alta proa, hechas de ca?as y juncos. Dotada de agua corriente, de una red de alcantarillas cerrada, de paredes pintadas de colores chillones, Tiahuanaco lleg¨® a contarse entre las ciudades m¨¢s impresionantes del mundo.
Alan L. Kolata, arque¨®logo de la Universidad de Chicago, realiz¨® sucesivas excavaciones en Tiahuanaco durante la d¨¦cada de 1980 y a comienzos de la de 1990. Ha escrito que alrededor del a?o 1000 la ciudad ten¨ªa una poblaci¨®n de unos 115.000 habitantes, junto con otro cuarto de mill¨®n en los campos circundantes. Son cifras que Par¨ªs, por ejemplo, tardar¨ªa todav¨ªa cinco siglos en alcanzar. La comparaci¨®n no parece un disparate. En aquel entonces, el territorio que ocupaba el pueblo tiahuanaco ten¨ªa m¨¢s o menos el tama?o de la Francia actual. Otros investigadores creen que esta estimaci¨®n de la poblaci¨®n es demasiado elevada. Es m¨¢s probable que fueran 20.000 o 30.000 en la ciudad, seg¨²n Nicole Couture, arque¨®loga de la Universidad de Chicago que contribuy¨® a editar la publicaci¨®n definitiva de la obra de Kolata en 2003. Y, en su opini¨®n, el n¨²mero de pobladores de los campos circundantes ser¨ªa similar.
?Cu¨¢l de los dos planteamientos es el correcto? Si bien Couture se mostraba plenamente segura de sus estimaciones, afirm¨® que tendr¨ªa que pasar a¨²n ¡°otra d¨¦cada¡± hasta que se pudiera zanjar el asunto. Sea como fuere, el n¨²mero exacto no afecta a lo que ella considera el punto crucial de la cuesti¨®n. ¡°Construir una ciudad tan grande en un lugar como este es algo realmente ins¨®lito ¡ªdijo¡ª. Me doy perfecta cuenta cada vez que vuelvo all¨ª¡±.
Al norte y al oeste de Tiahuanaco, en lo que hoy es el sur de Per¨², se encontraba el Estado rival de Huari, que abarcaba por entonces m¨¢s de mil quinientos kil¨®metros por la columna de la cordillera andina. Organizados de manera m¨¢s f¨¦rrea, y con una mentalidad militar mayor que la de Tiahuanaco, los gobernadores de Huari idearon una especie de fortalezas que construyeron con arreglo a un mismo patr¨®n y distribuyeron a lo largo de sus fronteras. La capital, llamada tambi¨¦n Huari, se encontraba a gran altura, cerca de la moderna ciudad de Ayacucho. Con una poblaci¨®n tal vez cercana a los 70.000 habitantes, Huari era un denso laberinto, lleno de callejuelas, con templos amurallados, patios ocultos, tumbas reales y edificios de viviendas de hasta seis plantas de altura. La mayor¨ªa de los edificios estaban recubiertos de yeso blanco, con lo cual la ciudad resplandec¨ªa al sol de las monta?as.
Charles C. Mann (1955) es periodista. Este extracto es un adelanto de su libro ‘1491. Una nueva historia de las Américas antes de Colón’, de la editorial Capitán Swing, que se publica el próximo 20 de junio.
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