Cristina Kirchner, una mujer en pie de guerra
La vicepresidenta argentina vive d¨ªas de v¨¦rtigo. Una petici¨®n de condena puede inhabilitarla de por vida. Para la mitad del pa¨ªs es v¨ªctima de una persecuci¨®n. Para la otra, representa la decadencia
Recoleta es un barrio de ricos. Sus edificios de estilo franc¨¦s y las tiendas de lujo dan a este sector de Buenos Aires ese aire parisiense que tanto enor?gullece a los argentinos. Desde hace una semana, un centenar de personas acampa en la esquina de Uruguay y Juncal. Son en su mayor¨ªa muy j¨®venes. Esperan a Cristina Fern¨¢ndez de Kirchner, la vicepresidenta, que vive en un quinto piso con ventanas a las dos calles. Cuando Kirchner llega o se va, la multitud se enciende. ¡°Si la tocan a Cristina, qu¨¦ quilombo se va a armar¡±, cantan euf¨®ricos. Alzan las manos con dos dedos en V, gesto ic¨®nico del peronismo, y hasta lanzan alguna pirotecnia. Kirchner disfruta del ba?o de masas y pierde alguna l¨¢grima. Los vecinos se horrorizan ante ese espect¨¢culo tan ruidoso y desordenado, digno de sitios menos elegantes. Con el tiempo se han acostumbrado a que ¡°la chorra¡±, la forma m¨¢s despectiva posible de decirle ¡°ladrona¡±, viva entre ellos. Pero esto ya es demasiado. Desde la muerte de Juan Domingo Per¨®n en 1974, no hay pol¨ªtico argentino que levante pasiones tan encontradas.
Cristina Fern¨¢ndez de Kirchner (La Plata, 69 a?os) vive d¨ªas de v¨¦rtigo. Un fiscal federal, Diego Luciani, solicit¨® el pasado lunes que se la condene a 12 a?os de c¨¢rcel y se la inhabilite de por vida para ejercer cargos p¨²blicos. La acusa de presidir una asociaci¨®n il¨ªcita que durante sus dos periodos presidenciales, entre 2007 y 2015, se enriqueci¨® con dinero de la obra p¨²blica. El alegato final de Luciani encendi¨® todas las pasiones pol¨ªticas. Los argentinos ya no hablan de la crisis econ¨®mica, sino de Cristina Kirchner. La mitad del pa¨ªs la considera v¨ªctima de una persecuci¨®n judicial que pretende proscribirla, como ya sucediera con el mism¨ªsimo Juan Domingo Per¨®n tras el golpe militar de 1955. La otra mitad est¨¢ convencida de que la expresidenta es la encarnaci¨®n de la decadencia argentina, un ¨¦mulo del populismo autoritario m¨¢s recalcitrante. Y es justamente en el pliegue de esos extremos donde Kirchner parece m¨¢s a gusto.
El padre de Fern¨¢ndez de Kirchner, hijo de inmigrantes espa?oles, trabaj¨® como conductor de autob¨²s y m¨¢s tarde fue socio de una empresa de transportes. Su madre era administrativa. La pareja, que tuvo dos hijas, termin¨® separ¨¢ndose. La mayor, Cristina, conoci¨® a N¨¦stor Kirchner en la Facultad de Derecho de La Plata cuando ella ten¨ªa 20 a?os, y ¨¦l, 23. En 1977, estando ya casados, huyeron de la dictadura y se instalaron en Santa Cruz, en el extremo sur de la Patagonia argentina. En aquel autoexilio interno, lejos de la mirada militar, construyeron una dinast¨ªa que en 2003 lleg¨® a la Casa Rosada. Pronto fue evidente la capacidad de poder de esa pareja casi desconocida en Buenos Aires. Nac¨ªa el kirchnerismo, una corriente a la izquierda del peronismo tradicional representado por sindicatos y viejos caudillos. N¨¦stor muri¨® repentinamente en 2010, cuando su esposa, Cristina, buscaba la reelecci¨®n presidencial. La obtuvo (54%). Luego vino la crisis econ¨®mica, que dio fuelle a las opciones liberales de derecha, y Mauricio Macri tuvo su oportunidad.
Cristina es, ante todo, un animal pol¨ªtico. Sabe cu¨¢ndo golpear y cu¨¢ndo guardarse en la retaguardia. Si calla, medio pa¨ªs especula sobre el significado de su silencio. Si habla, la escuchan ac¨®litos y opositores. En Argentina se es kirchnerista o antikirchnerista: as¨ª de brutal es su influencia. La vicepresidenta tiene claro su listado de enemigos: prensa, jueces y abogados que la acusan, empresarios, terratenientes, los sindicalistas que no le responden. Y Macri, a quien considera el cerebro de sus padecimientos. En mayo de 2019, Kirchner anunci¨® al pa¨ªs que su exjefe de Gabinete Alberto Fern¨¢ndez, devenido cr¨ªtico feroz, ser¨ªa el candidato a presidente con ella como vice. Se hab¨ªa convencido de que cualquier cosa era mejor que tener a Macri otros cuatro a?os en la Casa Rosada.
El cambio fue un ¨¦xito. Alberto Fern¨¢ndez se convirti¨® en presidente. Ella, la due?a del poder, dej¨® hacer. Pero la derrota general no fue de su gusto y pronto inici¨® un lento y persistente proceso de demolici¨®n de su delf¨ªn. Siempre desde las bambalinas, logr¨® cambios de ministros, bloque¨® medidas que consider¨® antip¨¢ticas y hasta vot¨® en contra del acuerdo de Fern¨¢ndez con el FMI. Kirchner estuvo meses sin hablar con el presidente, hasta que el agua lleg¨® al cuello. Fue ella quien dio el visto bueno para que Sergio Massa, la tercera pata de la coalici¨®n, se convirtiese en ministro de Econom¨ªa hace tres semanas. Sus seguidores aplaudieron lo que consideraron puro pragmatismo: un Gobierno kirchnerista emprend¨ªa un ajuste econ¨®mico de corte neoliberal para salvar la gobernabilidad y, por qu¨¦ no, ganar las elecciones de 2023. En eso estaba el peronismo cuando lleg¨® el pedido de c¨¢rcel contra Kirchner.
¡°Este no es un juicio a Cristina Kirch?ner, es un juicio al peronismo¡±, proclam¨® desde su despacho en el Senado. La expresidenta hab¨ªa decidido asumir en persona su defensa y sumar en su estrategia a todo el partido. Dej¨® las sombras y el efecto fue inmediato. Las peleas internas terminaron y el peronismo unido recuper¨® la calle: hab¨ªa que defender a la jefa del movimiento. El ¡°partido judicial¡±, como lo llam¨® Kirchner, estaba en guerra con el movimiento popular. ¡°Vienen por todo¡±, repite ahora la vicepresidenta, que volvi¨® en su versi¨®n m¨¢s encendida. Recuperada la ¨¦pica del relato, el peronismo se aferra a la ¨²ltima tabla que flota tras el naufragio.
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