El ni?o que miraba las estrellas: as¨ª se forja un premio Nobel
El galardonado con el Nobel de F¨ªsica de 2012, el franc¨¦s Serge Haroche, sostiene que hablar de la curiosidad, y de lo que la propicia, es esencial en un momento en que el veneno de la posverdad cuestiona los principios de la ciencia
Desde hace unos a?os, me suelen formular la siguiente pregunta: ¡°?Por qu¨¦ se hizo investigador? ?De d¨®nde viene su pasi¨®n por la ciencia?¡±. Cuando hablo a estudiantes de secundaria o universitarios, no hay ocasi¨®n en que no me lo pregunten, algo que no ocurr¨ªa cuando era m¨¢s joven. En mis conferencias de hace una veintena de a?os, quienes me escuchaban estaban m¨¢s interesados en mi investigaci¨®n que en mis motivos. La edad y los honores que la han acompa?ado son la causa de estas interpelaciones recientes. No las reh¨²yo, sino que procuro responder con la mayor honestidad y precisi¨®n de las que soy capaz, porque la cuesti¨®n, m¨¢s all¨¢ de lo que a m¨ª respecta, es interesante. ?Por qu¨¦ nos hacemos investigadores? ?Qu¨¦ representaba la ciencia hace 60 a?os para un joven que se lanzaba a esta aventura?
Recordar los a?os de mi infancia y adolescencia ante un auditorio de j¨®venes que viven en un mundo muy distinto del de aquella ¨¦poca es un ejercicio algo nost¨¢lgico, pero tambi¨¦n estimulante. Con frecuencia, el debate que se suscita me demuestra que, a pesar del tiempo transcurrido, la curiosidad de la juventud sigue siendo la misma. Nuestro conocimiento fundamental sobre el universo y la vida ha aumentado de forma considerable, los medios con que contamos para instruirnos y recopilar informaci¨®n sobre el mundo son inmensamente m¨¢s potentes hoy d¨ªa, pero el entusiasmo que detecto en los ojos de los j¨®venes que me escuchan y en sus preguntas no es muy diferente del que me motivaba cuando yo ten¨ªa su edad. Solo que el mundo en el que crecen ellos es m¨¢s complejo, m¨¢s dif¨ªcil de comprender, que aquel en el que tuve la suerte de vivir.
Durante el periodo de los Treinta Gloriosos de mi juventud rein¨®, a pesar de la Guerra Fr¨ªa y los sobresaltos de la descolonizaci¨®n, la esperanza de que el mundo se encaminaba hacia un futuro de progreso y de civilizaci¨®n cada vez m¨¢s avanzada e ilustrada. Los j¨®venes que se sent¨ªan atra¨ªdos por la investigaci¨®n encontraban con mayor facilidad que ahora los caminos que les permit¨ªan ejercer su pasi¨®n. La confianza en el conocimiento a¨²n no se hab¨ªa visto socavada por el veneno de la posverdad que hoy arremete contra los propios principios de la ciencia. Malraux hab¨ªa anunciado que el siglo XXI ser¨ªa indudablemente religioso, pero nosotros no nos lo acab¨¢bamos de creer y yo jam¨¢s habr¨ªa podido imaginar que hoy vivir¨ªa en un mundo tan irracional, donde el creacionismo goza de buena salud y una proporci¨®n nada despreciable de la poblaci¨®n piensa que la Tierra es plana o que las vacunas son peligrosas.
Desde luego, los estudiantes que me interpelan no creen en estas bobadas, pero se trata de auditorios selectos, dispuestos a escucharme y a compartir los valores del m¨¦todo cient¨ªfico. Es crucial que dichos valores no sean privativos de una minor¨ªa educada frente a una masa que duda o que se deja influir por las mentiras. Nuestra sociedad tiene m¨¢s necesidad que nunca de ciencia, y hablar de la curiosidad en general y de la curiosidad cient¨ªfica en particular, as¨ª como de aquello que la propicia, es una cuesti¨®n esencial. Este es el mensaje que intento transmitir a quienes vienen a escucharme.
Les hablo de los avances hacia el conocimiento cuya historia me ha fascinado y de aquellos de los que he sido testigo desde hace m¨¢s de medio siglo. Con ello, espero mostrarles la belleza de la labor cient¨ªfica y la fuerza de sus valores. Cuando les hablo de ciencia, me siento impelido a recordar lo que es la verdad cient¨ªfica, una noci¨®n sutil y en evoluci¨®n. Es esta b¨²squeda a tientas de la verdad, que atraviesa periodos de dudas y de recelos, pero tambi¨¦n de esplendorosos momentos de exaltaci¨®n y triunfo.
Pero volvamos a la pregunta inicial: ?por qu¨¦ me hice investigador? Desde que tengo memoria, siempre me atrajeron los n¨²meros y me apasion¨® hacer mediciones. Recuerdo, siendo muy ni?o, haber contado los azulejos de la pared del cuarto de ba?o y los adoquines del patio del colegio. Med¨ªa la longitud de la diagonal de un cuadrado o un rect¨¢ngulo y la comparaba con las de sus lados. Estaba haciendo trigonometr¨ªa sin saberlo. La idea de clasificar objetos a partir de medidas precisas tambi¨¦n me llev¨® a rellenar una tabla con la lista de los metales, ordenados de menor a mayor densidad, del ligero aluminio al pesado uranio. En aquella ¨¦poca no hab¨ªa internet ni Google, y saqu¨¦ todos estos datos de un Peque?o Larousse ilustrado. Desde mi m¨¢s tierna infancia, siempre me encant¨® medir, clasificar y comparar. La geometr¨ªa tambi¨¦n me apasionaba. Enseguida empec¨¦ a trazar c¨ªrculos con comp¨¢s y elipses sujetando un cordel con dos clavos, que tensaba con ayuda de un l¨¢piz. Desde los 11 o 12 a?os, me fascin¨® el n¨²mero pi. Recuerdo verlo escrito en una de las paredes del Palais de la D¨¦couverte, que visitaba con asiduidad, donde sus decimales formaban una larga espiral.
Que esta secuencia se prolongase hasta el infinito, sin que pudiera detectarse en ella ninguna regularidad ni repetici¨®n, me fascinaba. ?C¨®mo ¨¦ramos capaces de determinar esta sucesi¨®n de cifras con precisi¨®n infinita, mientras que mis medidas, obtenidas a partir de las figuras que tan torpemente trazaba, solo me dec¨ªan que pi, la relaci¨®n entre la circunferencia y el di¨¢metro de un c¨ªrculo, era algo mayor que 3?
El misterio de este n¨²mero iba a¨²n m¨¢s all¨¢. En el Palais de la D¨¦couverte hab¨ªa un experimento interactivo que me intrigaba. Consist¨ªa en lanzar una aguja al suelo y contar el n¨²mero de veces que ca¨ªa entre dos listones. El cartel explicativo que lo acompa?aba indicaba que, si la aguja ten¨ªa una longitud igual al grosor de los listones, la probabilidad de que aquello sucediera era igual a 2 sobre pi, en torno a un 64%. Y los visitantes sucesivos, presionando un bot¨®n, efectuaban un lanzamiento cuyo resultado se a?ad¨ªa a las estad¨ªsticas, que se mostraban en un contador. El valor de pi, que se obten¨ªa tras varias decenas de miles de lanzamientos, daba el n¨²mero con dos o tres decimales exactos. Me intrigaba que eso se pudiese determinar mediante un experimento como este, y empec¨¦ a concebir la noci¨®n de probabilidad y a vislumbrar su relaci¨®n con las matem¨¢ticas. Al volver a casa, a veces repet¨ªa el experimento con un pu?ado de l¨¢pices, que lanzaba sobre el parqu¨¦ de mi habitaci¨®n. No fue hasta mucho tiempo despu¨¦s cuando logr¨¦ convencerme mediante un razonamiento de que el valor de pi y las propiedades del c¨ªrculo desempe?aban efectivamente un papel en el c¨¢lculo de la probabilidad de que los l¨¢pices tocasen dos listones al mismo tiempo.
El planetario del Palais de la D¨¦couverte enseguida me atrajo hacia la astronom¨ªa. Recuerdo la b¨®veda estrellada recorrida por el ballet de los zigzagueantes planetas y los amaneceres recortando la silueta de los monumentos parisienses que hab¨ªa representados en la base de la c¨²pula del planetario. El astro hac¨ªa que las estrellas se fuesen apagando mientras una m¨²sica triunfal acompa?aba la nueva aurora y los espectadores sal¨ªan deslumbrados, tratando de acostumbrarse poco a poco a la luz del d¨ªa.
Ap¨²ntate aqu¨ª a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.